Un giro inesperado de acontecimientos planteó a tve la necesidad de reinventarse para el programa más tradicional de la parrilla televisiva; algo que viene realizando desde el inicio de su existencia (dar las campanadas de Noche Vieja) cuando, siendo la única, era la mejor de todas, francamente, sin tener que someterse al escrutinio de audiencias y shares.
Como
es sabido que parrilla llama a vaca, el Ente tiró de Broncano y Lalachús.
Y,
a punto de que dieran las doce, se pusieron a mostrar sus amuletos.
Broncano
llevaba calcetos rojos de Bisbal,
aceitunas en el bolsillo (como jiennense de pro) y un deseo de “vivienda digna y asequible para todos”.
Su
partenaire llevaba una estampita de
la vaquilla de Grand Prix, un
programa que empezó a emitirse en 1995. Ella mostró la estampita con la mano
detrás, como si fuera una influencer,
con su preparada reivindicación: “escúchame,
hemos crecido todos viendo el Grand Prix, lo importante que es la televisión y
la televisión pública en este caso más que ninguna [...] y porque creo que tú y
yo, y muchísima gente, estamos hechos de cachitos de tele (guiño a la 2), es que hemos crecido total”, una uva y
un deseo: “dejar de opinar de los cuerpos
ajenos, porque todos los cuerpos son válidos del tamaño que sean”.
Todo está en el vídeo que adjunto, con la suelta de la vaquilla en 25:20.
Y,
desde ese momento, estampita mediante, se armó la gorda.
Opiniones
enfrentadas sobre el cariz de la reivindicación, la conveniencia o no de la
estampita, la calidad de un programa que, molesta recordarlo, necesita que se
repita el intríngulis del funcionamiento de la ingesta de las uvas
sincronizadas con el ruido de fondo cuando, para subsanar errores del
estilo de Marisa Naranjo, ponen
ahora unos numeritos que van desapareciendo y que hacen cualquier explicación
superflua.
Dado
que los prejuicios marcan, me interesa conocer la postura de un referente de la
cultura moderna y descubro que Bob Pop
(¿quién?) cree que se consiguió “convertir
la televisión en un juego divertido, pero con trasfondo. Lo que hicieron David
Broncano y Lalachús fue hacer una televisión divertida, inteligente, amable,
transgresora. Hay detalles increíbles como el hecho de que brindaran sin
alcohol [...], sobre todo es un trabajo de que alguien se sentó a pensar cómo
hacer unas campanadas de un modo distinto”.
Tiene
sentido.
¿Qué
puede haber más transgresor que emplear un tótem taurino de un programa que lleva
30 años ensalzando las fiestas de pueblo en las que la vaquilla es la
protagonista?
¿Que
debutó en la parrilla el último año de Felipe
González en la Moncloa y que Aznar
renovó a condición de que cambiaran el nombre inicial de “Cuando calienta el Sol” (la derechita cobarde iba con tiento) por
el actual Grand Prix, mucho más europeo y moderno, pero de incierta etimología?
Menudencias.
Un
programa que sólo ha tenido dos presentadores: Ramón García (sus otros dos hitos memorables en la tele patria fue
ponerse una capa para dar las campanadas y darle una gratuita ducha a Ana Obregón al final de cada entrega de
“Sujétame
el cubata” “¿Qué apostamos?”. El segundo, Bertín Osborne, se encontraba más cómodo rodeado de astados
(recuerdo la Asociación para Salvar al
Toro Amigo de Osborne, surgida para defender la persistencia de las vallas
publicitarias, sin rotular, de los toros negros visibles en toda la geografía
española, que debían ser retiradas según el Reglamento General de Carreteras de
1994 que ordenaba su derribo. El mismo año, siendo Presidente del Gobierno
González, el Congreso declaró al toro de Osborne “patrimonio cultural y artístico de los pueblos de España”) y
presentó el programa entre 2007 y 2009, años en los que coincidió que el residente
en Moncloa, Palacio de la, s/n, Madrid, era Zapatero, lo que supone una muestra añadida de la falta de
alineación previa, por ambas partes. Es posible que ahora ya no sea igual.
Una
iniciativa, la de salvar al toro de Osborne, que podría haberse empleado en la
segunda etapa de García como presentador, cuando (gobernando Sánchez) se decidió retomar un antiguo
programa y recuperar a Ramontxu, 18 años después. Peor fortuna tuvo la
vaquilla, víctima de la Ley de Bienestar
Animal, sustituida por una botarga (¿alguien sabe qué es eso?) en forma de T. Rex llamado Nico y de Wilbur,
animador, contorsionista, payaso, acróbata; un hombre de goma para todo.
En
fin: que un programa que personalmente detestaba cuando se empezó a emitir,
abochornándome tras creer que habíamos superado la prueba de fuego de la
modernidad, tras tirar antorchas para encender el pebetero de los JJ OO de
Barcelona en 1992, no puede producirme más rechazo en su recuperación en 2023,
por mucho que su vaquilla (la figurada, no la real) sea la imagen que Lalachús
lleve en su faltriquera o Bob Pop en el lugar donde quiera que guarde cosas que
estima.
Sobre
el bombo y el megáfono de Broncano mejor no me manifiesto.
*****
Por
lo demás, por si alguien muestra interés: en casa vimos “Dinner for One”
(como hacen cada fin de año en Alemania, Austria, Dinamarca, Suecia y
Finlandia, seguimos las campanadas en Antena 3 (la votación de los seis
presentes así lo decidió) y no nos enteramos de mucho, con la euforia habitual
y los gritos continuos de “calla, que no
me entero”.
Nos
llamó la atención el parecido de Chicote
con Carl Fredricksen, el anciano
viudo protagonista de “Up” (Pixar,
2009), nos dimos cuenta que Pedroche
sabe leer fenomenal el teleprompter
y, quieras que no, nos hizo ilusión que la vaca protagonista, que pastaba y regurgitaba
letras, fuera de la Central Lechera Asturiana.
Conseguimos no empapizarnos, un nuevo hito familiar.
El
repaso a las campanadas termina en Asturias, en casa, con la apuesta más
arriesgada y rompedora para un programa de campanadas: tres horas y media, en
directo, sin guión, con Ana Francisco
y Santi Alverú de anfitriones y Alberto Rodríguez y Mariajo Baudot de enviados especiales.
Trataban
de conectar por WhatsApp con los televidentes, hablar con ellos a pesar del
retardo y, por si fuera poco, la mesa de realización se rompió y tardaron una
hora en conseguir una para reemplazarla.
Así
son los güevos dun paisano asturianu.
Sin
necesidad de vaquillas impostadas.
Y
teniendo que documentar (yo) gráficamente el evento porque parece ser que en la
tierrina tenemos poca idea de la
autopromoción.
No
como otros.