“Borges cuenta en un libro
extraordinario, y sumamente raro, que escribió su amigo Adolfo Bioy Casares, un episodio en la Universidad de Oxford que
leí pensando en el proceso independentista catalán”.
Puede
parecer una forma intrincada de escribir una frase. Pero tiene el valor del argumentum ad verecundiam, o
recurso a la autoridad. Iniciar un escrito apelando a Borges es buscar un sólido
sustento.
“En
este diario también abundan las observaciones, casi siempre ácidas, sobre la
forma de ser de los argentinos, de los españoles y del mundo hispano en general
que él, que era un anglófilo declarado, veía lleno de carencias y defectos. Le
parecía, por ejemplo, que los que hablamos en español somos, por motivos
culturales que en el fondo son religiosos, mucho más parciales y arbitrarios
que los ingleses que observan siempre, en todos los aspectos de la vida, una
rigurosa imparcialidad, virtud a la que Borges se refería, con mucha
coquetería, en inglés: ‘fair minded’”.
Una
morcilla, matizando que los motivos
culturales deban ser religiosos.
“A
Borges le llama la atención que los nombres de los muertos ingleses están
frente a los nombres de los alemanes, también alumnos de Oxford, que murieron
en las filas del Ejército enemigo, peleando contra Inglaterra. Borges se
pregunta si en los países hispanos seríamos capaces de reconocer, de esa manera
tan generosa, a nuestros enemigos”.
No
se cansa de hablar de Borges, al que cita hasta diez veces. Es, se me olvidaba mencionarlo,
Jordi Soler, escritor que, en El País, con fecha 21 de diciembre,
habla de “la
imparcialidad inglesa”.
“Con
ganas de hurgar en la naturaleza de este episodio inglés de conmovedora
imparcialidad, llegaríamos a la ‘Glorious Revolution’, a la deposición del rey
Jacobo y a la democracia parlamentaria que en 1689 produjo un documento donde
se establecían los derechos y los deberes del ciudadano común, que entre otras
cosas consiguió que los ingleses, desde finales del siglo XVII, tengan
conciencia de sí mismos y, sobre todo, de los demás: del otro”.
Ésta
sí que parece una característica nacional: aquello de glosar lo extranjero y señalar
la podredumbre de lo patrio.
“Esta
imparcialidad es el motor de la civilización inglesa y se manifiesta en todos
los campos de la existencia, en el debate entre parlamentarios, pero también en
las conversaciones privadas y en casi cualquier tipo de relación interpersonal.
[…] el episodio de Oxford nos invita a pensar sobre la forma de relacionarse
con los demás, con el otro, que ha operado en España desde los tiempos del
Lazarillo de Tormes; una forma que no consiste, como enseña la imparcialidad
inglesa, en ponerse en los zapatos del otro, sino al contrario: en obligar al
otro a ponerse nuestros zapatos”.
Ya.
Los ingleses han sido siempre conocidos por ponerse en el lugar del otro. Un
pueblo que, estando donde estén, consideran extranjeros a los demás, pues ellos
siempre actúan como si estuvieran en su casa. Me molesta tener que apuntarlo pero, el único motivo para recordar a
los caídos alemanes, es que se trataba de alumnos de Oxford y, por tanto, se les
considera “asimilados”.
“Pongamos
por caso el proceso independentista catalán, […] redondeado por la
descalificación del otro, por el ninguneo y la ridiculización del que tiene
ideas distintas […] que mantienen los dos extremos”.
He
ahí el lugar al que había que llegar: el proceso catalán.
“Lo
que hay frente al proceso independentista […] incapacidad para ponerse en el
lugar del otro, es decir, ausencia absoluta de la ‘fair-mindedness’ inglesa”.
Naturalmente;
deberíamos aprender de los ingleses y su capacidad para ponerse en el lugar del
otro. Es lo que han hecho, durante siglos, en su forma de expandirse: buscar
sustituir al otro, esclavizándolo o provocando su exterminio. Los españoles,
por su carácter apasionado y carnal, éramos más de provocar el mestizaje.
“…esas
escalofriantes fórmulas ibéricas: […] ‘no me va usted a decir a mí’, ‘que te lo
digo yo’, ‘quién se cree usted para decirme aquello’”.
Ya
no se trata de un asunto hispánico, se ha convertido en ibérico (sin que se
sepa que han hecho los portugueses para ser incluidos en el lote). En todo
caso, Soler se autoexculpa, dado su origen mexicano.
“…esa
falta de respeto por el otro, ese ninguneo, esa incapacidad de ponerse en sus
zapatos […] viene […] de que aquí esa reflexión colectiva […] que tuvieron los
ingleses […] en el siglo XVII […] llegó con casi 300 años de retraso. Todo lo
que hemos tenido durante esos 300 años, se me ocurre especular, es el dogma que
imparte la Iglesia católica, el ‘porque te lo digo yo’ que dice el cura,
reforzado por los 40 años de ‘no me va usted a decir a mí’ que consolidó el
dictador”.
Acabáramos.
En todos esos años no ha habido otra influencia en España, más allá de la
clerical (como si los ingleses no hubieran tenido que atender al púlpito) o la
dictada por el ferrolano. Toda una especulación, Jordi.
“Quien
piensa que la independencia está al caer vive en la misma ficción que quien
está buscando adónde irse el día que Cataluña se independice de España”.
No
hay alternativas; léase y entiéndase que ambas significan lo mismo: Cataluña se
independizará de España, “porque te lo
digo yo”.
“Esto
es lo que hay más allá de la creencia y lo que debería empezar a discutirse,
con todos los elementos sobre la mesa, sin las prisas, ni las trampas, que
imponen las agendas políticas, sin ese estruendo mediático que obnubila al
ciudadano común y no lo deja pensar si de verdad quiere que Cataluña sea un
país independiente”.
“No me va usted a decir a
mí que no”. Pues, sí,
Jordi, majo (pese a que pueda considerarme un ciudadano "común" y no un ser extraordinario, carácter que obtiene alguien por el mero hecho de ser articulista en un periódico global).
Y añado:
Ni
los ingleses han considerado nunca al otro como igual (salvo que se tratara de
otro inglés, y ni siquiera eso podría afirmarse con convencimiento), ni el uso
de anglicismos debe convencernos de la necesidad de convertirnos en angófilos (por mucho que Borges lo fuera).
Y,
muy especialmente, escribir un artículo basado en estereotipos, en el que los
ingleses (todos los ingleses) son buenos, y los españoles (o hispanos o ibéricos,
dependiendo del momento) son todos malos, demuestra una parcialidad arbitraria y chabacana.
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Si
Blas de Lezo levantara la cabeza…