Fui
al cine espoleado por la obligación de ver el biopic del showman más
importante de la historia (uno se reserva ciertos placeres para realizarlos
como si fueran obligación), pero receloso porque había visto el tráiler y era conocedor de algunos de
los intentos perpetrados con anterioridad por el mismo director, pero no quise
caer en el desaliento y, a la vista de la duración del film, me planté en la
sesión de las 15:45 asumiendo que, en caso de salir las cosas torcidas, siempre
me quedaba la oportunidad de echarme una siesta.
Siempre
olvido que las salas de cine no son lugares apropiados para dormir si has
olvidado los tapones para los oídos, como era mi caso.
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Resumo
mucho (sin adentrarme en destripar tramas, ni dedicarme a vendimiar en exceso) afirmando
que la película tiene múltiples defectos. Pero concedo al director que nadie va al cine (a estas alturas) para conocer la biografía de Elvis Aaron Presley (Austin
Butler), del que, grosso modo, todo
es sabido.
Y
centrar la trama en el enfoque del Coronel
Parker (Tom Hanks) tiene interés;
los malos son personajes cautivadores
(al menos en la época de la post-verdad).
Pero su protagonismo es excesivo; en ocasiones parecía que asistíamos a la
biografía de Parker. Y (seguro que mi opinión es compartida), los recuerdos del
manager de un cantante tampoco constituyen
motivo de peregrinación.
Finalmente:
ver, en una pantalla de cine, la vida de un ídolo (muerto) implica que los motivos
más sórdidos adquirirán más importancia de la debida, pero una cita de Chesterton previene sobre estos males:
“Es una pena que a menudo conozcamos el pasado sólo por el
final. Recordamos el ayer sólo por las puestas de sol. Hay muchos ejemplos. Uno
es Napoleón. Siempre pensamos en él
como un déspota viejo y gordo que gobernó Europa con una despiadada maquinaria
militar. Pero ésa fue sólo la 'última fase'. En la época más sorprendente e
intensa de su carrera, que fue la que le hizo inmortal, Napoleón era casi un
muchacho, y no precisamente un mal muchacho, ambicioso y obstinado, pero
sinceramente enamorado y entusiasmado por una causa, la de la justicia e
igualdad francesas”.
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Hechas estas salvedades debo reconocer que (expectativas bajas
ayudan a una valoración más positiva)
la película tiene algunos aciertos.
Y son colosales.
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Lo primero: la Banda Sonora. ¡Claro! El material del artista nacido
en Tupelo, Mississippi conforma una de las discografías más extensas y
reconocibles. No en vano es el cantante solista que más discos ha vendido.
Lo sigue siendo.
Segundo acierto: se escogen con tino los momentos decisivos de su
trayectoria artística y se transmite de forma cristalina la construcción de su
música, con tanto acierto que, sin contar ni explicar nada, haciendo sonar la
música (y empleando recursos cinematográficos con verdadero oficio), se conecta
de manera diáfana con lo que estás oyendo. Siendo la música una forma de arte “natural” (llevamos el ritmo arraigado
en nosotros, lo que nos lleva a movernos de manera inconsciente), resulta muy
complicado conseguir la asimilación de una evolución; aquí se logra de manera
imparable.
Rock &
roll como
fusión de rhythm & blues y góspel.
Debut como músico residente en Las Vegas
Son tres secuencias épicas; hacen que te olvides del resto (el
excesivo metraje, el excesivo protagonismo del Coronel Parker, el excesivo
final, no demasiado morboso) y
recuerdas lo que ya sabías antes de decidirte a ir al cine: todo en la vida de
este titán debe ser, a la fuerza, excesivo.
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Y concluyes que esta película (para los que nos consideramos
inoculados por la música del diablo) es un evento IMPRESCINDIBLE.
Coda: evita el tráiler en la
medida de tus posibilidades
(Consejo aplicable a
cualquier película actual)
“Cuando sea peligroso decir algo, cántalo”