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Pero
tú y yo sabemos que es mejor pensar que todo se debe a una manzana.
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No
es que su trayectoria, como elemento de tentación, no fuera conocida.
Aliándose
junto a una serpiente, o actuando en solitario.
Ofrecida
por una bruja camuflada, como diana colocada por un arquero suizo en la cabeza
de su hijo, o iluminando las entendederas de un sabio que descubre la gravedad
de dormitar bajo un árbol.
Se
ofrece de tantas formas que no se comprende que se siga afirmando que alguien pueda estar sano, como una manzana.
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Y
armó la de Troya.
Literalmente.
Peleo y Tetis, tras una historia larguísima que no me pararé en detallar, hartos
de sus continuas peleas, o tratando de darles forma, decidieron casarse.
Se
ponen a hacer la lista de invitados y. entre tanto dios, semidios, mortal y
fauno (que alguno habría), se les olvidó incluir a Eris.
No
es que fuera una de esas tías ancianas, solteras, plastas, que avergüenzan a
los mayores narrando las travesuras que habían armado cuando eran niños y espantan
a éstos embutiéndoles caramelos con sabor a eucalipto.
No.
Era
una verdadera pérfida.
La
diosa de la Discordia, nada menos.
Molesta
como estaba, por haber sido excluida del bodorrio, teniendo que resignarse a fisgar
atisbando por encima de la valla, se presentó orgullosa en mitad del convite,
en ese momento en el que todos los presentes están achispados, pero cuando ninguno
había llegado a rodar por el suelo.
Y,
con una puesta en escena tan oportuna, remata su entrada triunfal arrojando una
manzana dorada sobre la mesa y, tras dar un taconazo y revirarse, salir con el
gesto altivo que sólo es capaz de mostrar una griega.
La
manzana llevaba una inscripción: καλλίστη (“Para
la más hermosa”).
Con
la cantidad de hormonas que se disparan en cualquier enlace de pacotilla, imagínate
allí. No es que se lanzaran a por el ramo haciendo una triple pirueta mortal
con doble tirabuzón, que también, sino que las que consideraban ser de “este reino, la más bonita”, eran tres
diosas: Atenea, Afrodita y Hera.
Ya
sabes.
Un
cacao.
Total,
que Zeus (el capo de todos los
presentes) debe intervenir. Hastiado de las peleas que se organizan siempre, airado
porque no le dejan dormitar ni un rato y, teniendo en cuenta que en ese momento
jugueteaba con una sobrina a la que había sentado en sus rodillas temía que, si
le obligaban a nadar de espalda, se marcara la silueta del tiburón, por lo que apreció
de nuevo las ventajas de vestir toga.
En
fin, que para endilgarle el muerto a otro, en una nueva muestra de su
sabiduría, elige a Paris, un pastor que
vivía separado del mundo y alejado de las pasiones humanas, para que sea él
quien decida.
Manda
a Hermes a comunicarle la noticia.
Las
tres diosas, mujeres al cabo, trataron de engatusar a Paris con sus zalameras
propuestas: Hera, la esposa del jefe, le ofreció todo el poder que pudiera
desear. Atenea le ofreció vencer en todas las batallas en que se presentase y
Afrodita, no recuerdo todo, pero algo de sexo tuvo que mediar.
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La
historia sigue, Paris rapta a Helena,
la hija de Menelao, y se la lleva a
Troya.
Enfurecido
convoca a Agamenón, Aquiles y otros tantos. Entre ellos
está Odiseo, el tipo al que se le
ocurrió ofrecer un regalo a Príamo, que
supuso el fin del asedio y la muestra de que, para vencer, la sutileza puede
ser una buena estrategia.
(((Si recuerdas el duelo –interpretativo– entre Brad Pitt y Peter O’Toole,
ahora sabes cómo se inició el conflicto
que les llevó a compartir plano)))
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Si
atendemos exclusivamente al aspecto, al envoltorio, dejaremos que algo perjudicial
entre hasta la cocina y, cuando nos demos cuenta, será demasiado tarde.
No
importa si se trata de un caballo de madera o de una manzana dorada.
Hay
que ver más allá de la apariencia.
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AVISO
PARA PADRES:
SE INCLUIRÁN CONTENIDOS SUMAMENTE
ADICTIVOS
NO DEJAR A LA VISTA DE LOS NIÑOS
(Ni echar miradas a escondidas si supones
que
tienes un carácter propenso a las
adicciones)
Apple, la que se lleva el mayor bocado a
Cupertino, ha iniciado una nueva etapa en su escalada para alcanzar el
monopolio con una campaña masiva de anuncios de su último dispositivo: el
iPhone 5S.
Lo
hacen cojonudamente bien.
Una
estética cuidada. Planteamientos de actividades cotidianas. Gusto en la selección
musical.
Y
un slogan que lo resume todo:
“Eres más poderoso de lo que crees”
Como
si mi poder dependiera del nivel de carga de la batería de mi dispositivo.
Como
si todas mis aptitudes se resumieran en las apps
con las que cargo.
Se
alcanza el descubrimiento de que, para los cautivos (la amplia mayoría), lo
importante no son los gadgets, sino
los desarrollos que, pagando o no, te permiten hacer algo que, antes, eras capaz
de hacer perfectamente tú solo (o no podías hacer, pero que tampoco pasaba
nada).
Que
se convierten en imprescindibles, porque estás enganchado.
Y
recuerdas aquella idea de que nadie pagó por el primer pitillo que fumó, el
primer trago de alcohol, el primer porro, o la primera dosis. Siempre había alguien
que te invitaba (y, muchos, que te incitaban a atreverte a hacerlo).
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Una
de las claves de su estrategia global es la segmentación del mercado atendiendo
a su comportamiento, y no a su procedencia.
Porque
ya han conseguido que todos seamos iguales.
Y
empleando una estética molona,
concienciada, pretendidamente casual, el mismo anuncio sirve para todo el
planeta. Lo que no es casual es el
aspecto uniforme de ciertas cosas; la tipografía que intenta simular el trazo
imperfecto que da el descuido humano; la extensión del blanco como síntoma de elevación
espiritual; la manía de que todos los camareros —y dependientas de tiendas de
ropa y perfumerías— deban ir de riguroso
negro; que, en una visita guiada a cualquier ciudad del planeta, las mujeres
vistan pantalón largo (conocedoras de sus estrías, varices, piel de mandarinas
o su lejanía de Brasil
en asuntos depilatorios) y los caballeros cincuentones, tripudos, lleven
los mismos zapatos y calcetines que en invierno, para pasar todas sus
vacaciones en las Bermudas.
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En
la forma de trocearnos (segmentarnos), nos consideran targets (objetivos).
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Conocedores
de nuestra pereza, nos convencieron de que necesitábamos apps para hacer ejercicio.
Saben
que creemos que tenemos una vena artística, y una soberbia gigante, que nos
hace disfrutar intentando hacer música, teatro, baile o espectáculos
pirotécnicos. Que molan los Pixies. (Powerful – Gigantic).
Les
consta que tenemos sueños, esperanzas y aspiraciones. Se empeñan en
manipularlos. E intentan modelarlos, conforme a sus intereses. Hacen que
pensemos que construiremos un mundo mejor, más natural y sostenible, gracias a
que cuando crezca, podré curar caballos, pilotar aviones, dirigir un equipo de
bomberos o enseñar inglés a la mucama mexicana, usando un aparato en el que
suena de fondo la dulce voz de Jennifer
O’Connor. (Dreams – When I grow up).
O,
de forma mucho más preocupante, buscarán llegar hasta mis hijos, intentando convertirme
en el camello que les proporcione las dosis iniciales de su cautiverio, apelando
a mi paternidad responsable en la que, mientras canta Julie Doiron, les enseño a pintar, a cepillarse los dientes o a
hacer las cuentas, mientras los monitorizo con el aparatito que llenará mi vida
(y la suya) de sueños. (Parenthood
– The life of dreams).
Todo
a un clic de distancia.
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Asumo
la complejidad de controlar, por completo, una carga. El ejemplo reciente del
buque escuela Juan Sebastián Elgramo (en honor del primer marino
capaz de circuncidar la Tierra), en el que la Guardia
Civil incautó 127 kg. de coca, demuestra lo difícil de mantener impóluta
una bodega. Por eso mismo, resulta conveniente extremar las precauciones.
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Es
bueno conocer las propias limitaciones. Y ayudar a otros a que modulen las
suyas.
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Busco
para ello una manzana distinta; una mujer que me fascina desde que la descubrí
en su debut de 1996, “Tidal”. Es Fiona Apple, artista poco prolífica,
pero intensa y singular, que sólo ha entregado otros tres discos: “When the pawn…” (1999), “Extraordinary machine” (2005) y “The idler wheel…” (2012).
En
el último se incluyó una canción, su último vídeo, “Hot knife”,
dirigido por Paul Thomas Anderson en
2013.
La
canción facilita la clave:
Si soy
mantequilla, él es un cuchillo caliente.
Mis
hijos comparten rasgos conmigo y, como yo, son tiernos y blandos como la mantequilla
(aunque algunos puedan verme grasiento).
Mientras
ellos, los que conocen nuestra
debilidad, son como cuchillos calientes que nos destripan, haciéndonos creer
que se interesan por nosotros (queriendo engordar nuestra adicción).
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No
sé. No tengo todas las respuestas.
Ni,
aunque lo parezca, tengo miedo
ante un mundo impredecible.
Pero
sé que es bueno intentar evitar la dependencia.
Al
menos en lo que verdaderamente es importante.
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Un final para recordar
En
2009 se editó un disco homenaje en el que se recogían canciones del enorme Cy Coleman, cantadas por mujeres: “The best is yet to come”. 13 canciones
y doce artistas, porque además de Patty
Griffin, Jill Sobule, Madeleine Peyroux, Ambrosia Parsley, Julianna
Raye, Sam Phillips, Perla Batalla, Sara Watkins, Sarabeth Tucek,
Nikka Costa y Missy Higgins, Fiona repite. En una de las dos es fácil encontrar
explicación a una forma tortuosa de hacer las cosas.
En
el primer comentario al artículo, incluiré mi propia traducción.