Un padre acompaña a su hijo a un
Polígono Industrial, un domingo por la mañana, para enseñarle a conducir.
Después de un rato escuchando los
consejos de su padre, el hijo pregunta:
— No. Nunca sin mi supervisión.
— ¡Vaya! No sabía que hicieran falta superpoderes para conducir tu coche…
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Para muchos padres, la crianza de
los hijos es un complicado proceso, lleno de peligros.
Se han acostumbrado a encontrar
tantas dificultades en el camino —y les parece que sus hijos son tan débiles,
tan vulnerables, tan indefensos—, que se han especializado en allanar el
camino, olvidando la receta de Séneca:
“No es porque las cosas sean difíciles por lo que no nos atrevemos;
es porque no nos atrevemos por lo que son difíciles”.
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En los países nórdicos conocen a
este tipo de padres como “curling
parenthood”, en referencia a la especialidad deportiva consistente en
lanzar, deslizando, bloques de piedra sobre una superficie helada, buscando
conseguir que el mayor número de piedras propias queden más cercanas al
objetivo, dibujado en forma de diana. Como si se tratara de una variante de petanca
(sobre hielo), además de emplear la estrategia (y dosis ilimitadas de
paciencia), utilizan también unas escobas con los que los compañeros de equipo
van barriendo el recorrido, tratando de facilitar un trayecto más propicio a
los intereses del lanzador.
En realidad, los padres que
actúan así buscan un itinerario practicable para su retoño, eliminando los
posibles inconvenientes, sin tener en cuenta la existencia de otros sujetos
(niños o adultos) con los que la injerencia paterna pudiera llegar a suponer un
conflicto.
Dado el alcance limitado del curling, más allá de los círculos en los
que despierta verdadero fanatismo, se propone otra metáfora, de posibilidades
universales, que permita comprender el fenómeno de la supervisión paterna de
forma más intuitiva.
En ella, se utilizan los
helicópteros, entendiendo lo certero de un ejemplo que implica el hecho de sobrevolar los problemas (aceptándolo
como “volar por encima”), convirtiendo
a los padres que actúan del modo descrito en “padres helicópteros”.
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Se establecen tres tipos de helicópteros,
asociados a padres que actuarían conforme a las características diferenciales de
los aparatos:
— Helicópteros de tráfico. Ahora que se acaba de anunciar la puesta en funcionamiento, por la DGT, del nuevo modelo Pegasus para controlar la velocidad en carretera con un radar aéreo, pionero en el mundo, este tipo de artefacto adquiere una nueva dimensión. Es efectiva hasta en la elección del nombre, evocando al caballo alado que, en la mitología griega, era propiedad de Zeus, el dios soberano y que había nacido del chorro de sangre que brotó cuando Perseo le cortó la cabeza a Medusa.
A los efectos del tipo de padre vendría a representar a aquel que está presente, de forma oculta, monitorizando la actuación del hijo y que, conforme a su proceder, le alecciona sobre las consecuencias de sus errores o imprudencias, llegando a sancionar las conductas que hayan resultado más inapropiadas.
A pesar de la presencia permanente, en ocasiones imperceptible, no suele intervenir en el desarrollo de los hechos, postergando su intervención. Es el menos invasivo, aunque su condición permanente pueda convertirlo en intrusivo y molesto, por impedir a largo plazo el desarrollo de un comportamiento autónomo.
“No deberías haber hecho lo que hiciste”.
— Helicópteros de rescate. Los padres que
actúan de este modo se reservan para una intervención rápida, procurando la
evacuación de los hijos cuando se produce una situación de riesgo.
No pretenden
esconderse; parte de su estrategia se apoya en la visibilidad, lo que les
convierte en intimidantes (para los extraños).
Si dispusieran
de ánimo y número suficiente, se pondrían gafas ahumadas, un pinganillo para
comunicarse entre ellos y actuarían, a ras de suelo, como escoltas de sus
hijos, porque no están interesados en rescatar a todos los damnificados; sólo tienen ojos para los suyos. Kevin Costner hizo un buen trabajo con Whitney Houston.
En caso de percibir
un posible conflicto, emplean el desalojo inmediato, estableciendo un perímetro
y alejando “a su niño” de la zona de peligro.
“Cuidado. Cuerpo a tierra. Mayday, mayday, mayday”.
— Helicópteros de combate. Están atentos a todo lo que sucede. Acechan el entorno, que consideran territorio hostil, esperando hasta que se precise su intervención. Saben que su acción será invasiva, por lo que procurarán que sea rápida y efectiva.
No les importa las características del oponente de su vástago; valoran a cualquiera que se le acerque como su enemigo. En caso de duda apelan a una autoridad que se arrogan, buscando la mayor contundencia que su fuerza les permita. Entienden la eficacia de “un sopapo a tiempo”, aunque sólo los apliquen en los oponentes de sus criaturas.
Practican el jingoísmo; no entienden más razones que las propias.
“Deja a mi niño jugar en el castillo de arena, o te doy una toba”.
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Pasan los años. Vuelvo con mi
hijo al mismo Polígono donde le enseñé a conducir. Ha querido llevarme y enseñarme
el coche que se ha comprado, que he pagado yo.
Puedo soportarlo.
El aire de superioridad, con el
que parece que me sobrevuela, me resulta francamente enervante.
Y esa sonrisilla ladeada. Tenía
que haber dejado que se cayera por el tobogán.