domingo, 30 de marzo de 2014

Tori Amos, A–Z

Una artista singular, a la que sigo desde su deslumbrante debut, con aquellos pequeños terremotos de 1992.

Americana, de Newton, en North Carolina, pianista y compositora, cantante de registro personal, recuerda de forma inmediata a Kate Bush. Su inquietud, su apariencia y su búsqueda de resultar innovadora, la convierten en una fascinante propuesta. Y una desconocida para el gran público, me sospecho.

Con 50 años cumplidos, se anuncia para el 12 de mayo la publicación de su decimocuarto disco de estudio y, cuando ya se ha publicado su single de anticipo, ofrezco una guía esencial, incluyendo no sólo una canción en su A–Z, sino, al menos, una por cada uno de sus álbumes, además de vídeos y enlaces para investigar.

La música suena y sobran las palabras.


A silent night with you (2009 – Midwinter graces)



Bouncing off clouds (2007 – American doll posse)



Crazy (2002 – Scarlet’s walk)

Digital ghost (2007 – American doll posse)



slEeps with butterflies (2005 – The beekeeper)



Flavor (2012 – Gold dust)



God (1994 – Under the pink)



Happy phantom (1992 – Little earthquakes)

Ireland (2005 – The beekeeper)

Jackie’s strength (1998 – From the Choirgirl Hotel)



baKer baker (1994 – Under the pink)

Leather (1992 – Little earthquakes)

Mary (2003 – Mary) (2003 – Tales of a librarian)

Nautical twilight (2011 – Night of hunters)



1000 Oceans (1999 – To Venus and back)



Past the mission (1994 – Under the pink)



Qrucify (1992 – Little earthquakes)



Roosterspur bridge (2007 – American doll posse)

Strange little girl (2001 – Strange little girls)



Trouble’s lament (2014 – Unrepentant Geraldines)

tear in yoUr hand (1992 – Little earthquakes)

Velvet revolution (2007 – American doll posse)



Welcome to England (2009 – Abnormally attracted to sin)



Xtrange (2002 – Scarlet’s walk)

silent all these Years (1992 – Little earthquakes)



mr. Zebra (1996 – Boys for Pele)

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1992 – Little earthquakes

1996 – Boys for Pele

1998 – From the Choirgirl Hotel

1999 – To Venus and back

2001 – Strange little girls

2002 – Scarlet’s walk

2003 – Tales of a librarian [compilación]

2005 – The beekeeper

2007 – American doll posse

2009 – Abnormally attracted to sin

2009 – Midwinter graces

2011 – Night of hunters

2012 – Gold dust

2014 – Unrepentant Geraldines

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Más información:


lunes, 24 de marzo de 2014

Ramoncín, sublimado


Un comentario de mi amigo Iñaki a las fases de la visibilidad requiere una respuesta más precisa.

La evolución en la clínica ha tomado una deriva que, en el artículo, se bosqueja someramente. Los dos primeros estadios (síntoma y etiología) permanecen atentos al componente físico de la enfermedad: en el primer caso, a su apariencia externa y, en el segundo, a la búsqueda de las raíces profundas que explican los síntomas. Es evidente que, si lo que quiere el paciente es que le deje de doler la cabeza, el médico puede iniciar una clínica que trascienda ese interés focalizado del enfermo.

Algunos casos pueden corresponder a cuadros psicosomáticos, en los que ciertos trastornos (físicos) puedan tener un origen en otro ámbito (psicológico), lo que lleva a que el cuerpo muestre padecimientos de origen mental (en términos de la dualidad cartesiana). El tercer estadio (afianzado por el psicoanálisis y otras terapias de intención narrativa) pasa por la interiorización del problema, de suerte que el síntoma deja de ser lo relevante, para adquirirla su re–construcción.

El cuarto estadio es una consecuencia del anterior: el enfermo debe aceptar su problema, como paso previo (y necesario) para su curación. Estudiando la carrera contábamos un chiste que resume el asunto de forma esclarecedora:

“Dos amigos se encuentran en la calle. Uno le dice al otro:
— Estoy preocupadísimo. Ando hecho polvo. ¿No me notas las ojeras?
   ¿Qué te pasa?
— Casi ni duermo. Desesperado total.
   ¿Y eso?
   Fíjate que, con cuarenta años, y ¡he vuelto a mearme en la cama!
   ¡Vaya!
— Y, claro, la congoja me impide conciliar el sueño. Cuando lo consigo, me orino.
— Nada, no te preocupes.
— No te preocupes tú, que no te pasa a ti. Yo estoy completamente agobiado.
— No. Que te digo. Que le pasó a un amigo mío. Y ya lo solucionó.
   ¿Qué hizo?
— No sé. Fue a un psicólogo. Ahora anda de puta madre (mi amigo, el psicólogo no sé decirte).
   ¿No tendrás su teléfono, por un casual?
— Sí, apunta.

Unos meses más tarde, se encuentran de nuevo. Charlando, pregunta:
— Por cierto, ¿qué tal vas con tu problema?
— Problema, ¿qué problema?
— Lo de que no podías dormir, porque te orinabas encima.
   ¿Ah, eso? ¡Cojonudo, tío!
   ¿De verdad? ¿Qué pasó?
— Fui a ver el psicólogo y ¡es un fenómeno el argentino! Messi, a su lado, una pulga.
— Messi es una pulga al lado de cualquiera.
— Ya. Pero el tío es la leche.
   ¿Arregló tu problema?
   ¡Claro! ¿No te digo que es la leche?
   ¿Y qué hizo?
— Estuvimos hablando y hablando. Más yo que él, que sólo tomaba notas.
   ¿Y ya no te meas?
— No. Mear, me meo lo mismo, pero ya no me importa.

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Intentaré evitar que nadie me vea como el terapeuta de Ramoncín, del que desconozco sus hábitos mingitorios (nocturnos o diurnos). Pero, al margen de sus cambios de registro entre su nombre civil y su alter ego escénico, obviando la contradicción de contemplar a quien pretende sentar cátedra sobre los derechos ¿intelectuales? desde la posición de un ácrata (que niega los de propiedad), resulta evidente que la réplica a la crítica de su forma de versionar una canción clásica, pasa por su total falta de aceptación.

Y es que en el enlace del cuarto estadio, “aceptación”, se llegaba a su famosa versión del Come as you are, de Nirvana.



Una versión penosa, justificada por el artista en un tono que implica cualquier cosa, menos aceptación.



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Es una historia antigua, pero ilustrativa.

La aceptación de la propia condición (como enfermo o trastornado), sirve para sublimarse uno mismo, “engrandeciendo, exaltando, ensalzando o poniendo en altura”. Ramoncín podría llegar a ser sublime si entendiera que su “ejecución” es lamentable y que, el método elegido por Iñaki, haciéndolo “pasar directamente del estado sólido al de vapor” (gasearlo), resulta quizá excesivo.

Es posible que embrearlo, emplumarlo y dejarlo atado a su corcel, en los límites de la frontera, podría ser más apropiado.

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P.S.

En ciertos casos el tratamiento farmacológico también resulta adecuado.

viernes, 21 de marzo de 2014

Visibilidad

Forma evolucionada (y moderna) de afrontar determinados enfermedades, problemas, o síndromes (entendidos como un conjunto de síntomas).


"Lazos"

Es el quinto estadio de un proceso que, gradualmente, ha ido superando las siguientes etapas:

Síntoma.
Te duele la cabeza. Tomas un analgésico.
Buscar la causa del dolor de cabeza. TAC, EEG, Radiografías.
Trauma.
Un suceso del pasado puede haber provocado un choque emocional que perdura, grabado en el (sub/in)consciente.
Estoy enfermo. Debo aceptar mi condición, para sublimarla.
Me junto con otros que padecen la misma enfermedad que yo, nos vestimos de colorines (buscando uno que tenga el pantone® disponible) e involucramos a otros en la realización de actividades festivas.

(Vademécum)

Addenda:

No me gustan las etiquetas (por su componente peyorativo, más allá del descriptivo).
Un ciego NO soluciona sus problemas por permitirle un voto accesible.

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Conozco a una coleccionista de lazos, de diferentes Pantones; soy su mayor fan. Ruido rosa.

sábado, 15 de marzo de 2014

Enrique Mendoza — Buenas prácticas (económicas)

Acudo con regularidad a las charlas que organiza con esmero Jorge Rodríguez, como complemento formativo para los padres del Colegio Los Robles, en el que estudian mis hijos.

El ponente de la última, celebrada el pasado jueves 13 de marzo, es un veterano en estas lides: ya pudimos disfrutar de su presencia el año pasado, como ya se reseñó aquí. Se trata de Enrique Mendoza, al que sigo además con interés en su blog.

El año pasado su disertación versaba sobre la educación de los hijos, asunto en el que es experto.

Este año compartió detalles de su experiencia profesional, centrando su esfuerzo en compartir buenas prácticas que pudieran resultar convenientes para afrontar estos momentos de crisis.

Como hice el año pasado, comparto las notas que tomé sobre las “ideas-fuerza” que expuso.


"En acción" Foto: Blog personal de EMD

— No existen recetas de aplicación universal, porque no hay soluciones únicas.

— Crisis no es sinónimo de tragedia. El diccionario, en su segunda acepción, recoge:

“Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales”.

— En realidad, se trata de un cambio (en ocasiones, “de un cambio de criterio”).

— La crisis se percibe de forma subjetiva, por los efectos que pueda producir personalmente en cada uno. Además, se transmite un efecto colectivo que incide en las expectativas y en el estilo para afrontar los cambios.

— Aplicando el pensamiento lateral —término acuñado por Edward de Bono— es posible encontrar soluciones alternativas válidas a las circunstancias presentes.

— Lamentarse, presentar excusas, en lugar de buscar soluciones para situaciones nuevas (diferentes) no es una estrategia adecuada.

— En las empresas, acometer procesos de reestructuración en los cambios relacionales con las personas implicadas en la organización (empleados, clientes, proveedores), requiere poco desembolso (especialmente si se compara con procesos de otro orden) y suelen ser de alta rentabilidad.

“Existen dos tipos de personas: los que tienen problemas y los cuentan, y los que tienen problemas y no los cuentan”.

— En una situación de cambios, especialmente cuando se producen de forma generalizada en el entorno, y no sólo en el ámbito particular, es preciso identificar buenas prácticas y aplicarlas a nuestra realidad personal y profesional.

— Habló de la Fundación Las Rosas, una institución de ayuda social fundada en Chile, para ayudar a ancianos abandonados en todo el país, y cómo una iniciativa de la empresa para la que él trabajaba, aumentó espectacularmente la recaudación de fondos, mediante la implicación en los objetivos de los directivos y empleados de su organización.

— Entender las crisis como oportunidades. Atentan contra nuestra estabilidad y nos sacan de la zona de confort.

— Dos claves para entender la situación actual: estudiar historia de la economía y antropología. Con la primera, se conocen los antecedentes. Con la segunda, se conoce el comportamiento humano.

— El humanismo es el estudio de las virtudes humanas. Recomienda el libro que está leyendo, como una búsqueda de las virtudes (prudencia, justicia, fortaleza, templanza) en el pensamiento occidental, de Juan Luis Lorda: Virtudes (2013, Rialp), que personalmente estoy disfrutando ya.

— Las empresas no existen, son entidades jurídicas. Las que verdaderamente existen son las personas que trabajan en ellas.

— A raíz de una pregunta sobre la forma de actuar en la motivación del personal, a modo de palancas, explica los resultados de una encuesta que se realizó al personal de su empresa, en Chile, siendo él director de RR HH. Los cuatro factores que se valoraban más positivamente, eran:

1 — Acceso a oportunidades.
2 — Clima laboral.
3 — Formación.
4 — Retribución.

— El salario no es el principal motor de satisfacción en el desempeño profesional.

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Una conversación amena e instructiva. Espero con ganas que se repita pronto.

viernes, 14 de marzo de 2014

Primeros besos y cortejo


Un tipo permanece apoyado en el vano de una puerta de un comercio, atrancada con cadenas, cuyos escaparates se esconden tras unas persianas de apertura lateral. A pesar del sórdido ambiente, parece sonreír. Su postura, con los pies cruzados, estando vertical, escorado sobre el hombro izquierdo, con los dedos de sus manos entrelazados en su regazo, muestra un aire apacible. La elección de colores de su vestuario no es del todo acertada. Un pañuelo asoma en el bolsillo de su chaqueta verde, a juego con su pantalón beige. Culmina su atuendo con el complemento más llamativo que pudiera imaginar: un flat cap customizado para mantener sus orejas calientes y transmitir un aire confortable.

Es Gregory Porter, la brillante nueva voz del jazz.
No hagan caso del anuncio.
Escuchen a Joserra Rodrigo, dueño y señor de una tierra de promisión, en la que se mantiene, por decreto, “soul is the answer”.

Es Gregory Porter, la brillante nueva voz del soul.

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Hagan lo que quieran después.
Pero, ahora mismo, empleen siete minutos en disfrutar de una experiencia inusual: un vídeo y una música y una historia completa.

Gregory Porter  Be good (Lion’s song)



Dirección y edición – Pierre Bennu
Cupido – Mahsati Moorhead
El Caballero – Samuel R. Gates
La Dama – Holly Bass

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La conectividad tiene estas cosas. Con una velocidad increíble anteayer éramos bombardeados con un vídeo llamado First kiss, dirigido por Tatia Pilieva, que más tarde se afirmó que era un montaje porque se trataba de un anuncio de ropa. Es cierto que la canción de Soko, We might be dead tomorrow, era muy propicia para ese tipo de acercamientos.

Pero es más cierto que el vídeo original, con la participación de la propia cantante y Meghan Edwards, como su amante, era más explícito (en imágenes y lugares).


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Qué lejano 1990, cuando una prostituta rescataba a un tiburón, aspirando a convertirse en princesa, haciendo para él todo lo que le pidiera —¿todo? ¡No, todo no! No le iba a besar en la boca. Era demasiado personal—. Julia Roberts y Richard Gere encarnaron a la pareja más romántica, superando los estereotipos de los papeles que desempeñaron, mostrando que tenían corazoncito, mientras Roy Orbison se lucía con el tema que titulaba la película, Pretty woman.




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Quizá deba proponer a Laura que quedemos para cenar.

Gregory Porter — Hey Laura



Nunca se sabe qué sucederá mañana.

martes, 11 de marzo de 2014

10 del 11–M

Han pasado 10 años.

En periódicos, revistas, suplementos dominicales, blogs, foros, hojas parroquiales, semanarios, seminarios; en todos los lugares imaginables llevan tiempo hablando de ello.

Yo también quiero hacerlo. Y quiero hacerlo respondiendo a una pregunta: ¿qué ha cambiado desde entonces?



En el suplemento “El Cultural” del periódico “El Mundo”, del viernes pasado, 7 de marzo, invitan a reflexionar a tres personas. En la primera intervención, el historiador Julio Gil Pecharromán, afirma: “Las auténticas secuelas las padecen hoy 191 familias destrozadas”.

Paso por encima de la discrepancia acerca del número exacto de muertos, porque hay quien considera que la víctima que falleció unos días después no debe incluirse en el cómputo —afirmación que seguro que no comparte la amiga con la que coincidimos en un tren, volviendo de Valencia, que iba a reunirse con el resto de la familia, que viajaba consternada por que finalmente se había producido el fatal desenlace de la que se convertía en la víctima mortal nº 192—.

Pero debo detenerme en que la consideración de víctimas ha quedado, para quien ha puesto una flor como reclamo para un acto en su memoria, y también para Gil Pecharromán, en los que han muerto.

Todos los demás: los que iban en los trenes y sufrieron lesiones (de la gravedad que fuera), con secuelas físicas o psicológicas, cuya relación fuera de amistad o laboral o del tipo que fuese, pero no de parentesco, todas las personas que padecieron la extorsión terrorista de un atentado de esa magnitud, dirigida a la ciudadanía, como ente abstracto (y no a los que sufrieron las consecuencias más atroces), todos hemos perdido la consideración de víctimas.

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Ese es el cambio más dramático que supuso el 11–M.

Antes, todos éramos víctimas, porque se consideraba que el terrorismo era una agresión al conjunto de la sociedad, a las convicciones que compartíamos de manera conjunta.

Desde el 11–M, las víctimas son los muertos. Sólo los muertos. Nada más que los muertos.

Resulta inconcebible mayor aberración.

lunes, 10 de marzo de 2014

Hablamos de relaciones

El pasado sábado, 8 de marzo, se celebró el Día Internacional de la Mujer.

Google le dedicó su doodle. La segunda “O” acogía un triángulo equilátero. No estaba hecho con manos, con el vértice hacia arriba (pese a que la principal reivindicación que se articuló, en España, fue contra la ley del aborto). No. Apuntaba hacia el Este, dibujando el icono que se interpreta globalmente como “play”. Pinchando en él, aparecían mujeres, dejando constancia de su testimonio personal.


Un merecido reconocimiento. Un gran paso para las mujeres y, al tiempo, para el conjunto de la humanidad.

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Se me empieza a echar el tiempo encima, ya han pasado dos días desde la celebración, así que no me detendré demasiado. Resumiré lo sustancial de mi mensaje, en una sentencia breve, que todos sean capaces de recordar. Así, los apresurados podrán saltarse el resto del escrito e ir a despellejarme, mientras el resto —un amigo mío que no tiene otra cosa que hacer y, yo mismo, ocupado en releer y corregir el texto— emplearemos tiempo en llegar hasta el final.

Por de pronto:

Algunas mujeres son despreciables

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Otro amigo (distinto del que llegará al final, leyendo esto) dice que, para conseguir visitas y enemigos, podía lograrlo poniendo una foto (o un vídeo, quise suponer) de unos testículos, aunque prefiero apostar por el humor sutil, la fina ironía, la provocación.

En realidad, él tiene motivos para creer que el doodle parece una celebración de bolleras en éxtasis. Yo lo veo más como un anticipo de una semana santa multicolor, en la que nadie se enorgullece de ser gay, sino que, disfrazados con retraso, parece una cofradía de Cristos con macrocefalia, que evita el uso del negro para no ser considerada cuatricómica.

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Cuando ya no puedo generar más abandono en torno a este espacio, trataré de explicar de qué quiero hablar.

Pesa una sensación agobiante en este mundo, en el que nos pasamos un montón de tiempo mirando por encima de la valla del vecino, para juzgar cómo tiene su césped, sin prestar atención al nuestro, ni empeñarnos en cuidarlo.

Prestando atención a Wilson Pickett, mientras canta, dudo entre interpretar si está afirmando que es normal que el césped del vecino parezca más verde, o si, en lugar de eso, está recomendando a su chica que deje de fumar maría, que produce los mismos efectos hipnóticos que las pastillas que me hacen dormir a mí.



En todo caso, nos obsesiona fisgar, ver qué hacen los demás y aprovechar para juzgarlos a ellos —y si es posible, decirles cómo deben actuar— en lugar de enfrentarnos a lo que verdaderamente nos corresponde, que no es otra cosa que cuidar de nuestro jardín.

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Me preocupan las relaciones que se establecen en el conjunto de la sociedad, pero mi responsabilidad, el compromiso que libremente he adquirido y que debo cumplir, se circunscribe al ámbito de mi matrimonio y familia.

Soy consciente de que hablar de matrimonio suena anticuado, porque la neolengua ha reemplazado el término, y yo debería estar hablando de relación de pareja.

Y asumo que hablar de familia, en los términos que se han expresado aquí, resulta profundamente viejuno, porque se afirmó que “la familia es el principal sostén de la sociedad. Su principal utilidad radica en convertirse en instrumento de transmisión de valores, costumbres y tradiciones”.

El método recomendado es el modelo. Los hijos aprenden viendo a los padres.

Yo aprendí viendo a los míos. Recuerdo cómo eran las cosas en casa y, aunque admito que todo recuerdo es una re-construcción de lo vivido, mediatizada por la experiencia, en un intento en el que, según Kevin Dunbar, “las personas tienden a condensar las historias originales […] en un hilo narrativo lineal, y se olvidan de […] un camino lleno de desvíos y de tropiezos”, creo que puedo concluir que las cosas no eran entonces, al menos en nuestra casa, como se quieren pintar hoy.

Para empezar: mis padres estaban casados según el régimen de gananciales que sigue siendo el régimen por defecto que se aplica en la mayoría del territorio español, salvo indicación expresa en sentido contrario. Viene a significar que todos los beneficios o ganancias, de cualquiera de los dos cónyuges, obtenidos después de contraer matrimonio, se consideraban comunes a esa sociedad. Es un sistema justo, y por eso se ha mantenido. Permite que uno de los dos contrayentes no perciba retribución por su trabajo sin que eso signifique que no haya ganado nada. “A las duras y a las maduras”.

Mi madre se ocupaba de las tareas domésticas (en esa calificación tan molesta y condescendiente que en su DNI le hacía poner “sus labores”) y mi padre estaba pluriempleado (una práctica poco extendida hoy). Su actividad principal la realizaba en casa y no percibía un salario: era médico, tenía una consulta en el domicilio familiar y, por lo que hacía, se le consideraba “profesional independiente”. Así que esas condiciones genéricas como “trabajar fuera de casa” o “percibir un sueldo”, le resultaban igualmente ajenas a él.

Recuerdo bien que las cosas se hablaban en casa. Primero entre mis padres, que las trataban a puerta cerrada, sin que estuviéramos delante los hijos y que, con la entendible reserva, prefiero no imaginar cómo hacían para despachar asuntos, en su alcoba. Y, más tarde, cuando éramos capaces de participar, se planteaban en lo que llamábamos “Consejos de familia”, en los que hablábamos de los planes para las vacaciones, de asuntos de diferente grado de relevancia, del cambio de domicilio que tuvimos que afrontar, entre otros varios. Nuestra participación estaba condicionada, pero se nos permitía hablar y expresarnos (teníamos “voz”, aunque no siempre “voto”).

En todo caso, nunca tuve la sensación de que mi padre sometiera a mi madre a sus ideas o proyectos, sino que los discutían y tomaban decisiones, como buenamente podían, según las circunstancias. En la medida de lo posible, dejaban que asomáramos la nariz en lo que resultaba verdaderamente relevante.

No eran una excepción; al menos en el círculo de amistades con el que se relacionaban. Tengo la impresión de que era una fórmula habitual, o, al menos, no del todo infrecuente.

Hoy —cuando ya no puedo preguntar a ninguno de los dos si mis recuerdos, más allá de ser una reconstrucción, son en realidad una invención, ficticios, porque nada fue del modo que me gusta recordar—, debo encontrar los límites del jardín del que me siento responsable.

Estoy a punto de cumplir 17 años junto a ella. En esa decisión, que tomamos “libre y voluntariamente”, que nos vinculaba “en lo bueno y en lo malo”, todos los días de nuestra vida, “hasta que la muerte nos separe”, hemos construido una relación que ha cambiado y evolucionado, madurando y creciendo, haciéndose fuerte por los proyectos que afrontamos (de los que, el más importante, es la educación de nuestros hijos), aprendiendo de los reveses que da la vida, tratando de superarlos aplicando nuestros propios criterios, basados en lo que vivimos en nuestras casas, nuestra experiencia, el sentido común y unas gotas de inconsciencia que hicieron que el recorrido fuera más divertido y apasionante.

Unos años en los que nos empeñamos en conocernos, en comprendernos, en aceptarnos y, cuando nada de eso funcionaba, a resignarnos y entender que las debilidades ajenas tenían tanto sentido como las propias. Que las fortalezas de tu compañero te hacen más fuerte a ti, más capaz y complejo. Que los matices desconocidos y los cambios de humor y los días malos (como los buenos) no son siempre predecibles. Que no siempre vale tener planes, porque no todo lo bueno se puede prever. Que no todo debe dejarse para última hora, porque hay cosas que se pueden esperar.

En este jardín en el que estoy metido, del que no quiero salir —acompañado por una mujer llena de mérito y coraje, una verdadera luchadora, tierna y esforzada, trabajadora con denuedo, llena de iniciativas, testaruda y peleona, cariñosa y libre para pensar por su cuenta— compruebo la realidad de una sociedad que trata de manera diferente a hombres y mujeres, lo que me llena de espanto. Un mundo en el que, cuando la mujer no es ninguneada o despreciada, como si fuera inferior, surge un batallón de mujeres que luchan contra la injusticia tratando de cambiarla de signo, como si la injusticia a la inversa no fuera igual de injusta.

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Me enciende que traten de hacernos creer que hombres y mujeres somos iguales.
No consiste en establecer relaciones de igualdad.

Me exaspera cuando quieren tratarnos como idénticos.
No se trata de establecer relaciones de identidad.

Somos igual de valiosos. No es una realidad que dependa del sexo.
Es preciso construir relaciones de equivalencia.

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Nos quedamos turulatos escuchando las afirmaciones cientifistas de los invitados de Punset —al que su suspiro final en el anuncio debería haber fulminado como personaje de referencia— y, sin entender nada, repetimos conceptos vacuos —neuronas espejo, plasticidad cerebral, potenciales evocados, ritmos circadianos, cualquier variedad de neurociencia— y creemos comprender que todo comportamiento se corresponde a una predestinación contenida en las instrucciones fijadas en nuestra dotación genética, localizada en una topografía cerebral que pretendemos vislumbrar, más que en los hábitos que hayamos aprendido y desarrollado; en todo lo que hemos terminado interiorizando.

El estudio de las razones de las diferencias sólo presenta argumentos para sostenerlas, en lugar de ayudar en la búsqueda de formas de superarlas.

No nos maravillamos por la forma particular que tenemos de hacer las cosas (con independencia de nuestro sexo, que hoy nos es permitido elegir); nos reafirmamos en describir la forma en que estamos predeterminados para realizarlas.

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Imagino una existencia más allá de un pasado como cazadores / recolectores y amamantadoras / maestras. Quiero suponer que todo eso, nuestra herencia ancestral, supone un marco de referencia. Y que mi vida es un lienzo en el que puedo bosquejar un tipo de relación particular que construiré junto a ella, con reglas definidas por nosotros, considerándonos como equivalentes, que ayuden a la consecución de nuestros proyectos compartidos y sirvan de modelo para el desarrollo de la autonomía de nuestros hijos.

Si alguien ve el cuadro, mientras se está realizando, más o menos brillante en su esbozo (pero único en su expresión concreta) y se fija en los genes que nos han marcado, me resultaría tan sorprendente y ridículo como alguien que, viendo La Gioconda, quedara fascinado por la veta de la madera del marco.

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Son despreciables todas aquellas mujeres que pretenden excluir de la formulación de los términos de su relación de pareja a los hombres —máxime al pretender excluirlos de todas, y no sólo de las que son partícipes—, dando por hecho que resulta preciso revertir la dominación precedente y que, dado que sus abuelas fueron sumisas, sus nietos deberán ahora ser sometidos.

Despreciables, por tratar de imponer a la fuerza un tipo de relación, de la que excluyen de un plumazo a los que deben ser parte ineludible en su definición.

Despreciables, por ponerse a mirar por encima de la valla, diciéndole al vecino lo que tiene que hacer, en lugar de dedicarse a cuidar su jardín, que se mantiene seco, lleno de trastos y descuidado como un erial.

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Recuerdo un curso en Madrid y una alumna sosteniendo que “si toda la lucha de las mujeres había servido para que su hija se pusiera de rodillas y la practicara una felación a un chico de quien ni siquiera sabía su nombre, era una lucha que no había servido para nada”.

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Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...