Maldita
sea mi estampa. El día después de la noticia más comentada del año tengo que
cumplir un trámite que había programado con antelación: un pequeño viaje fugaz
en coche para resolver un asunto menor, aunque inaplazable.
La
consecuencia: tres horas de viaje, escuchando la radio, asistiendo perplejo a
la enorme facilidad que tenemos, todos
los españoles, para opinar sobre cualquier asunto, dándonoslas de enterados
al tiempo que pretendemos sentar cátedra sobre lo que sea, con una facilidad y
un descaro increíble.
No
importa que ni el propio Gobierno sea capaz de dibujar todavía cómo va a ser la
hoja de ruta
por la que discurrirá el proceso sucesorio. Pese a que mi tardanza en escribir
habrá hecho que, a estas alturas, ya se sepa el contenido de la L. O. que
regulará el interregno, ello no quita que, entonces, durante las tres horas que
llevan de las nueve al mediodía, todo quisque sabía con certeza cómo debería
ser.
Con
el apriorismo característico
de estos lares, se apiñaban en torno a dos polos de un mismo eje: los que
ensalzan los méritos de la Institución, la Transición, la Monarquía, la Corona;
esos en los que asombra su capacidad para llenarse la boca con palabras que se
entienden como si fueran todas mayúsculas, recordando enormemente la sentencia
más memorable del Sr.
Lobo. Y, desde el polo opuesto, salen a la calle, envalentonados, los que añorando
la República, piden un Referéndum que legitime sus aspiraciones, olvidando que
a la monarquía se la debe derrocar, con un método conocido por todos
(explicado con vehemencia por Miguel
Rellán a Omero Antonutti, en “El maestro de esgrima”, la película que
Pedro Olea dirigió en 1992 sobre el
libro homónimo de Arturo Pérez–Reverte),
del mismo modo que el muro de Berlín fue en su día demolido y no se esperó a
que cayera de puro viejo.
En
fin. Un suplicio de viaje, asistiendo a la revisión y reforzamiento de tópicos
manidos y gastados por el uso, refrescados en raras ocasiones por el repaso del
ingenio que facilitan las conciencias individuales, seres distópicos que
planteaban con gracejo español las consecuencias de un hecho como el ocurrido.
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Se
plantea la dificultad de mostrarse original.
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"Llenaré esta imagen de marquitas" |
Yo
me resignaré a analizar el espacio, la puesta en escena, obsesionado como estoy
por los detalles.
Las 20
cosas de las que no te habías percatado.
1 – Vade. Sobre este
cartapacio firmaré mi renuncia.
2 – El último número
del Jueves, con tapas falsas de la
Constitución.
3 – Me obligaron a
quitar todo lo que tenía esparcido sobre la mesa. En la carpeta amarilla
(confieso) hay un Interviú (de
diciembre de 1975).
4 – El Presente, el
Futuro (y mi Nieta).
5 – Con Papá. ¡Qué
napias gastaba el tío!
6 – Teléfono. Tengo
memorizados los siguientes números en marcación rápida: (1 Spottorno 2 Felipe 3 Mariano 4 Bieitio 5 Corinna 6 Norma 7 Bárbara 8 Pedro J. –buscar remplazo– 9 Colubi 10 Sofía)
7 – Cuenco para
caramelos. Últimamente aprovecho para echar esputos.
8 – Mola mazo. Haces
una pregunta y te devuelve una respuesta. Es la bola del ocho.
9 – Un par de lagartos
que se persiguen. No sé quién me obsequió la pareja. A veces, fantaseo e
imagino cómo uno captura al otro y me evado y dejo pasar el rato.
10 – Unas tijeras.
¿Seré masón?
11 – Un cuchillo. Me
dicen que puedo usarlo de abrecartas. ¡Ya!
Si todas vienen abiertas. En ocasiones, si se despistan en alguna visita, sin
que se den cuenta me voy con la correspondencia que dejan a Mi alcance, sólo
por el placer de meter el dedo y abrir el sobre sin mostrar la más mínima
delicadeza.
12 – Pedazo lupa. Pesa
un güevo. No puedo con ella. Mogollón de aumentos. De joven me miraba en el
espejo, usándola.
13 – No tengo la menor
idea de qué se trata. Una especie de bola.
14 – Sistema de sonido
envolvente. Encendido (se ve la lucecita roja). Sonando Raffaella.
Una inspiración. Con la botonera, puedo cambiar de canción.
15 – Paña. Si estoy
nostálgico, me descamiso y canto.
16 – Gueropa. Con el cuello
jodido, me cuesta llevar el ritmo. Cuando quería barrer con todo, me enfervorizaba
y me ponía a tono. Hoy me desanima un poquito.
17 – Nada. Una
manchita. Que no se note. Me aburría y quise poner la fecha en que Rua, Rey de los hunos, une a los hunos
en uno.
18 – Mis grandes
placeres: (a) Sesión megamix de
vídeos y caídas tontas de gente llana y campechana.
19 – (b) papel de
liar.
20 – (c) risas que me
manda Mohamed, con el mismo ordinal
que el hereu.
No
se nota, pero debajo de la mesa estoy bailando con los pies, antes de que entre
Rajoy.
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“Firmo, con un poco de desgana. Cambiamos las banderas de sitio. Se ve
la cola de uno de los lagartos” |
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“Le doy el papel al barbas, que tira, pero se lo hago pasar mal
aguantando un poco. Se ve, a Mi derecha, Mi periódico de cabecera. Una foto de Torcuato (qué de bromas le gastaba con
su nombre). Libros de pega. Mariconadas del chino y de los Kinder que los nietos
me traían y no supe tirar.” |
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“El barbas se quiere pirar. Le cojo las dos manos y hago como que me
tambaleo. ¡Qué guapo estaba, vestido de guardamarina, brazos cruzados, mentón
elevado! Abajo, a la derecha, la foto con Adolfo,
apoyándome en él, porque me trastabillaba. Y barquitos por todos lados” |
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Estoy
contrito.
Y
creo que, estando al borde del abismo, le ayudé a dar un paso al frente.
En
la nochebuena del año pasado, coincidiendo con los prolegómenos de su (entonces
no lo sabíamos) postrera alocución anual, le animé a pensar en sí mismo y
escribir una carta a sus colegas.
Y
se le concedió.
“Cuando
el pasado enero cumplí setenta y seis años consideré llegado el momento de
preparar en unos meses el relevo”.
Ese
día, en el que cumplió años, el cinco de enero, víspera de Reyes, el día que
escribió la carta a sus colegas y en las que sólo pedía una cosa; ése fue el
día en que decidió abdicar.
Jo.
Estoy
contrito.
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Está a punto
de irse.
Pero no
pudimos decir:
“A Rey muerto, Rey puesto”.