Es una propuesta, porque supongo que habrá quien no la
comparta.
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Recuerdo el planteamiento
inicial: Una persona (a quien, visto el desarrollo de los acontecimientos,
negamos la etiqueta
de cliente y
catalogamos como potencial comprador), entra en una relojería y pretende pagar
un reloj (cuyo precio es 300 €) con un billete de 500 €. Después de diversas
peripecias se comprueba que el billete era falso y —dado que se le había atendido,
se había conseguido cambio en la farmacia próxima y se le había dado la vuelta—,
se preguntaba cuánto dinero había perdido el comercio.
Incluyo aquí el enunciado completo:
Un hombre entra en una relojería a
comprar un reloj de 300 €. Le paga al dependiente con un billete de 500 €. Como
es muy temprano, el dependiente de la relojería no tiene cambio. Coge el
billete y va a la farmacia que está al lado para que le cambien el billete de
500 € por billetes de 50 €.
Vuelve y le da el cambio al cliente.
Más tarde, el dueño de la farmacia
le dice al de la relojería: "Este billete de 500 € es falso"; el
dependiente se disculpa, toma el billete falsificado y le da cinco billetes de
100 €.
Ahora bien, sin tener en cuenta el
costo del reloj, ¿cuánto dinero perdió la relojería?
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El protocolo de actuación de la relojería no estaba establecido, o
el dependiente no lo conocía, o —a pesar de conocerlo— decidió no aplicarlo y
aceptó el billete, sin comprobar si se trataba de uno de curso legal.
El dependiente debió dormir mal la noche anterior (o no se había
despertado completamente antes de ponerse a desempeñar sus funciones). Muestra
una iniciativa que excede la responsabilidad que tiene asumida —más todavía cuando conoce
que no tiene cambio para dar una vuelta tan elevada—. No es tarea de un
establecimiento comercial (una relojería en este caso), facilitar cambio. El
dependiente debería haber indicado al potencial comprador la entidad bancaria
más próxima en la que pudieran atenderle —reservando para los bancos las tareas
que deberían ser habituales para ellos, en lugar de aquellas a las que se (nos) están acostumbrando—.
En cualquier caso, a pesar del carácter sospechoso del comprador
(al personarse a primera hora tratando de realizar un pago
utilizando un billete de tan elevado importe), la situación debería haber
extremado el (re)celo y la alarma en el proceder del empleado. Una medida de
precaución adecuada es avisar a la policía, para que despejen dudas en una
situación delicada, apelando a su condición de autoridad. Visto el enunciado
del problema, se asume que hay más de un empleado en la tienda (en caso
contrario, abandonar el establecimiento para ir a buscar cambio, supone una
imprudencia temeraria que aconseja el cese fulminante del dependiente). La
presencia de varias personas, permite activar —asegurando la discreción— el
procedimiento de alarma que se tenga previsto.
No parece, en ningún caso, aconsejable abandonar el
establecimiento con el billete del comprador. Lo recomendable es que permanezca
siempre en sus manos, para que no pueda, más tarde, exculparse (y tratar de
incriminar a otros), asegurando que se le ha dado el “cambiazo” —como sin duda terminaría calificando el suceso—.
En definitiva, el dependiente debería haber rehusado aceptar un
billete de importe tan elevado. Además, se muestra descuidado en su proceder y carece
de la habilidad
para, siguiendo una actuación precavida, no transmitir al comprador que se está
sospechando de su comportamiento “anormal”.
Nadie dijo que trabajar en comercio fuera sencillo.
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El problema, visto ahora, no era sólo matemático. Era,
principalmente, un problema de atención al cliente. Cómo actuar en una
situación inhabitual o infrecuente. Se supone que las tareas repetidas son más
fáciles de resolver, porque se trabaja para interiorizar, por medio de la
repetición, los hábitos
asociados al comportamiento requerido. Es más complicado resolver situaciones
infrecuentas. Cuando se han previsto, debe aplicarse el protocolo de actuación
que se haya diseñado al efecto. En caso de situación no prevista, no se ha
planificado la respuesta, por lo que se debe improvisar.
Dos comentarios:
1 — Las prisas no son buenas consejeras. No parece que una
relojería sea un sitio adecuado para atender a clientes dominados por la
urgencia. El dependiente debería haber sido más sosegado a la hora de decidir
qué hacer.
2 — Las situaciones se presentan sin avisar. No hay ninguna señal
que anticipe qué va a suceder. Los timos, robos al descuido, cambiazos se basan
en este simple principio.
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Y llegando a lo matemático. El principal motivo de confusión viene
derivado por el valor que se asigna al billete.
Las cosas son así de claras (sin entrar en disquisiciones más profundas
que exceden el propósito del presente artículo):
—
Un
billete de curso legal de 5 € vale 5 €
—
Un
billete de curso legal de 10 € vale 10 €
—
Un
billete de curso legal de 50 € vale 50 €
—
Un
billete de curso legal de 100 € vale 100 €
—
Un
billete de curso legal de 500 € vale 500 €
—
Un
billete falso de 5 € vale 0 €
—
Un
billete falso de 10 € vale 0 €
—
Un
billete falso de 50 € vale 0 €
—
Un
billete falso de 100 € vale 0 €
—
Un
billete falso de 500 € vale 0 €
El relojero y el farmacéutico saldan sus deudas (quedan como
estaban). Primero se cambian 0 € por 500 € y, más tarde, al hacer el camino de
vuelta, se vuelven a cambiar 500 € por 0 €. Ya puestos, su relación de confianza
mutua se verá fortalecida. Son muchos años de vecindad y, primero, el
farmacéutico le facilita el cambio (a pesar de que es una faena hacerlo nada
más empezar la jornada) y, más tarde, el relojero se disculpa y, rápidamente,
acepta el billete falso, sin cuestionarlo. Eso es lo que tiene el comercio
local y las relaciones de proximidad.
Así que el problema está, es evidente, en el intercambio que se
produce entre el timador (ahora empleamos el calificativo que se merece) y la
relojería.
—
Timador
= 0 €
—
Relojería
= Reloj más vuelta (200 €)
En el planteamiento inicial, se avisaba de que no se debería tener
en cuenta el coste del reloj, por lo que el resultado de la pérdida (en dinero)
es de 200 €.
Para quien ponga en duda si se debe tener en cuenta (o no) la
valoración económica del reloj, se dirá que sí. Es evidente que el propietario
de la relojería podrá pedir una indemnización a su compañía de seguros por el
valor del reloj. Lo tendrá complicado, porque la compañía de seguros alegará (con
toda razón) que hubo un comportamiento imprudente del dependiente y (una vez
más) conseguirá evitar tener que indemnizar a su cliente.
El dueño de la relojería podrá imputar en su contabilidad una
pérdida en concepto de mermas. Es un asunto especialmente complejo y no hay
garantías de que la Agencia Tributaria (tal y como están las cosas) comparta
los argumentos del titular del establecimiento. Supongamos que sí. En todo
caso, la imputación de la pérdida se realizará por el coste del objeto (el
precio de compra). No se dispone de esa información y, por eso, se pedía que no
se tuviera en cuenta. Lo único que se sabía era el PVP del reloj (300 €) que,
ni la Agencia Tributaria, ni ninguna compañía de seguros ni, nadie con
criterio, puede aceptar como importe de la pérdida del relojero.
La solución matemática: 200 €.
Corresponde a la vuelta de la compra realizada. Por eso no se
intenta pasar billetes falsos comprando productos caros. Al margen de otras
consideraciones (que más tarde veremos), la principal es que un producto caro acarrea
poca vuelta.
No estamos hablando de robo de productos caros; ése es un problema
distinto. Hablamos de pasar dinero falso. El propósito de quien actúa así, es
conseguir la mayor vuelta posible. Colar un billete de 50 €, comprando un
artículo de 45 €, es de idiotas. Lo que quiere, el que trata de colar dinero
falso, es:
1 — Rapidez.
2 — Pasar desapercibido.
3 — Enmascararse entre un flujo continuo
de operaciones.
4 — Utilizar billetes de uso extendido e
importe mediano.
5 — Permanecer el menor tiempo posible en
la tienda.
Así, el perfil normal de actuación es emplear un billete de 20 €
(los de 50 € son, en determinados sitios, demasiado llamativos) para comprar
algo de menos de 2 €, en un sitio en que se produzcan aglomeraciones en
momentos puntuales, en los que se trate de despachar con rapidez a los clientes
y que no esté lleno de cámaras de vigilancia.
Eso suena a estancos, quioscos, tiendas de chucherías, chinos y,
sobre todo, panaderías.
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Pero el problema matemático es el menor de todos los que se
plantean. Ya se afirmó que los problemas no vienen con señales luminosas
avisando de que algo va a suceder. A mi juicio, esta
situación encierra una pregunta que el dueño de la relojería debe resolver
(aunque nadie se la haya planteado): ¿qué ha pasado?
¿Fue una falta de previsión?
(No había un procedimiento establecido para actuar en caso similar; la
consecuencia inmediata es que debe establecerse un plan de acción para
situaciones análogas que se puedan producir en el futuro).
¿Fue un incumplimiento? (El dependiente actuó en contra de los
criterios que se hubiesen establecido; se debería tomar una medida
disciplinaria que acotara las consecuencias futuras del incumplimiento).
Hay quien piensa que los ejercicios
que planteo encierran una trampa. Es posible. Quizá piensen que constituyen
un sinsentido, una pérdida de tiempo. Es probable. Pero, lo que para algunos es
una trampa, para otros conlleva una situación de aprendizaje.
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No sé si la solución gustará a todos. He decidido presentarla hoy,
por ser viernes 13. He dado suficientes argumentos (quizás demasiados) que
justifican la explicación propuesta, pero, recordando un viejo chiste clásico:
—
Si
metemos a un político en un barril lleno de ácido sulfúrico, eso es una disolución.
—
Si
los metemos a todos, eso es una solución.
Y, ni siquiera esta solución, gustará a todos.