La
Envolvente campaña de Lotería va desplegando sus argumentos.
Lo
hace de forma sibilina, percutiendo directamente sobre nuestras emociones.
En
anteriores episodios se incidió en otras. Hoy toca mirar atrás.
La
Navidad se acerca; es un momento en el que nos volvemos especialmente sensibles
y recordamos con añoranza a los que ya no están. Las personas a las que
quisimos. Aquellos que nos permitieron conocer sus anhelos, sus sueños, sus
esperanzas.
A
los que consideramos nuestra familia.
*****
Hoy
me costará más utilizar la ironía.
Por
mis propios recuerdos.
Pero,
muy especialmente, porque no me gustaría herir sensibilidades.
Todos
tenemos una memoria llena de buenos y malos momentos.
Darían
para llenar un montón de carpetas, si dedicáramos tiempo a anotarlos.
Un
autobús recorre la ciudad, devolviendo a los viajeros agotados a sus casas. Ha
sido un largo domingo.
Una
mujer viaja, con la mirada perdida. Es Toñi. Aprieta una carpeta azul contra su
pecho, como había hecho cuando era joven y estudiaba en el Instituto.
Se
acuerda de todo. Y de todos. Le cuesta contener las lágrimas.
Su
amiga quiere hacerle hablar. Conoce la primera regla de las relaciones de
amistad: escuchar. Y tira de Toñi, que se cierra e impide actuar el mecanismo
liberador de la catarsis. “Pero, a ver, ¿no me vas a contar esos ojos a qué se refieren?”. “Alergia”.
La
reacción de su amiga está llena del mismo escepticismo incrédulo que el de
cualquiera que haya visto al pequeño Nicolás en acción.
Si
Toñi era hasta ahora una fortaleza, la insistencia machacona de su amiga hace
que decida claudicar. Sus ojos, anegados en lágrimas, han hecho que se le corra
el rimmel, argumento definitivo para el
zorro del Desierto de la amistad
femenina. Su carpeta, que le amparaba y protegía su intimidad, se abate como
un puente levadizo. Deja salir sus emociones contenidas, en una catarata
liberadora.
“Esta mañana he ido a
recoger al despacho de mi padre”.
“He encontrado esta
carpeta. Siempre la llevaba”.
Además de las dos amigas, el autobús transporta a otros cinco viajeros: tres
varones y dos mujeres (éstas se afanan en conectarse vía móvil). Ninguno
aprovecha el trayecto para leer. Los cinco aparentan ese aire mecánico, zombie, que a veces se encuentra en los medios
de transporte colectivo (imprescindible en los secundarios de un spot).
“Mis padres habían
escrito, juntos, todo lo que iban a hacer el día que les tocara la Lotería”.
“¡Qué guay! ¿Y qué ponía?”.
“No lo sé. No la he
abierto”.
“O_O”.
“Pone: ‘NO ABRIR (Hasta que nos toque la Lotería)’”.
“¡Qué romántico!”.
Los
sueños de los pobres viajan en bus.
*****
¡Qué
emotivo!, ¿verdad?
Y
completamente lleno de trampas.
La
más importante de todas consiste en evocar la vida de tus padres y dejarla
reducida a una lista de cosas que no pudieron hacer por falta de dinero. No por
falta de tiempo, o de oportunidades, o de decisión. No. Todo lo que les
faltaba era dinero. Así, un golpe de la fortuna, les permitiría ser capaces de
disfrutar plenamente de la vida, porque no hay sueños que se puedan cumplir si
falta el dinero.
La
historia es falsa como una moneda de 5 €. Toñi, extraordinaria en su papel,
dice que su padre llevaba siempre con él la famosa carpeta. Pero ha ido a
recoger su despacho (se sobreentiende que su padre ha fallecido) y ha
encontrado allí la carpeta. ¿Cómo podía estar allí, si su padre la llevaba
siempre consigo? Si la encuentra y en ella era donde sus padres escribían
juntos lo que harían si les tocaba la Lotería, y Toñi no se la lleva a su
madre, quiere decir que su madre tampoco está. Porque, en caso contrario, sería
una indiscreción que hablara de ello con su amiga.
Resulta
sencillo comprender los sentimientos que evoca una carpeta abierta, donde se
han guardado recuerdos, recortes de periódico, fotografías, escritos o material
del tipo que sea que nos vincula con alguien que ya no está.
Esas
carpetas de cartón azul con gomas en las esquinas son bombas emocionales. Nada
en la tecnología de pantallas, teléfonos o tablets podrá igualar su potencia.
Quizá
sea una sabia decisión mantenerla cerrada y permanecer a salvo de su efecto
devastador.
*****
La
buena noticia es que al día siguiente, Toñi comprueba que tiene un décimo
agraciado y baja al bar de Antonio a celebrarlo, no sin antes enfundarse en su
atuendo de cazadora (y sombrero tirolés).
Tendrá
la oportunidad de cumplir algunos sueños pendientes.
Luis
está de vacaciones. Va caminando, cuando recibe una llamada. Es Miguel, su jefe.
Ha
visto el sorteo. Hace un rato. Miguel le ha mandado ir a captar algún cliente,
no vaya a ser que se les escapen todos. Total, como vive cerca del bar de
Antonio.
Para
llegar al bar, debe atravesar un paso elevado. Va pertrechado con un anorak que
le permite mimetizarse con el entorno. En su mano izquierda lleva una bolsa blanca
de plástico, de las que dan (sin cobrar) en cualquier comercio de barrio,
aunque sea chino.
Está
llegando. Pasa por delante del muro iluminado inalámbricamente, donde hay un
banco, al lado del cual un confiado había dejado apoyada la bici, sin que le
importe que se la levanten, o que se le congele el culo la próxima vez que
monte en ella (quizá es un ejercicio para poner las nalgas duras como tambores
africanos; el mundo hip está lleno de
reglas indescifrables para los no iniciados).
“De nada”, dice, tras haber colgado. Aunque en
sus ojos se dibuja una expresión, puesta en boca de todos por la opus magna de Alaska y Dinarama: “A quién le importa”.
Una idea bulle en su cabeza: “Yo soy así
y así seguiré. Nunca cambiaré”.
Hay
motivos para ello. En la puerta del bar saltan y brincan sus amigos, la gente
que vive a su alrededor, con la que comparte vínculos de proximidad y cercanía.
Ellos han sido afortunados.
Un
gnomo barbado, la anterior encarnación de Jordi
Évole, ha llegado.
Al
mismo tiempo que Luis, llegan otros dos gnomos. Se incorporan a la danza por
detrás de una chica que mira hacia Luis. No parece pasar frío y sólo lleva un
jersey para abrigarse.
Por
lo visto, la chica se viste con emoticonos, al objeto de evitar malentendidos. Corre,
llena de amor, hacia un Luis que ha sacado la botella de la bolsa y abre los
brazos sin parecer girarse hacia ella. Su melena se desboca al viento y se
abalanza presurosa en un tierno conato de intimidad física.
Ella
rodea a Luis y vemos la copa que lleva en su mano derecha. El tercer simbolismo
sexual más sencillo de identificar, tras la llave y la cerradura o el lápiz y
el sacapuntas, es el de la pareja formada por botella y copa. Ya sabemos que,
en breve, ella rebosará amor.
Copas
y botellas se elevan, en un multitudinario brindis al sol. Me pasma no haberme
dado cuenta hasta ahora que, Luis, una vez que se quite el anorak será el tipo
del jersey color berenjena y trenzas en las mangas que danza junto a Manuel, un
poco más tarde. Y me sorprende que la prensa no haya hecho acto de presencia,
máxime cuando la llamada de Miguel, el jefe de Luis, respondía a que había
atado cabos con el bar de Antonio y el lugar de residencia de Luis.
Quizá
es que los motivos de las prisas de Luis correspondían a intereses ocultos:
1 – Tenía una misión: atrapar a la mocita de los emoticonos.
2 – Buscaba una comisión: la idea de su jefe llegaba con retraso. Una vez más.
Entre
el grupo se encuentra, además de El
Follonero y su gorro navideño, un representante del mundo viejuno; parece estar pensando: “la ciudad no es para mí (aunque debo reconocer
que saben organizar un jolgorio)”.
Si
hay que timar a alguien, parece el objetivo preferente.
No habrá quien lo salve.
*****
Nada
importa ya. Una vez que sabemos que nada cambia a nadie, y menos el dinero, las
intenciones podrán ponerse a posteriori,
como relato fabulado de lo que en realidad sucedió.
Carlos
y María están en casa, un lunes por la mañana, viendo la TV.
Vestidos,
con las zapatillas de deporte de él bajo el banco donde se sientan y un jersey hecho un gurruño en el sofá, como puntos
destacados de un comedido desorden. Mirando un poco más, sorprende ver que
reservan un sitio preferente para una caldera de hierro que mantienen como ambientación
del hogar, y no como fuente de calor, lo que se deduce de que no que hayan
instalado una chimenea. La mesa, móvil gracias a unas ruedas, puede desplazarse,
habilitando el espacio necesario para convertir el sofá en cama y dormir (o hacer
lo que quiere que hagan cuando no ven la TV) en él. Se enfatiza el aire convertible
(y efímero) de la estancia.
Ven
el sorteo de la Lotería de Navidad, ¡qué sorpresa!, en un aparato flanqueado
por tres libros, a un lado, y una foto enmarcada, en el otro, en la que se ve a
Carlos espetándole un casto beso a María. En una silla, un gorro cuelga exánime.
La
cara de Carlos es un poema. No sé si ha tenido un retortijón o es que ha olvidado
dónde ha dejado la bici aparcada.
Mira
a María. Es notorio que es ella la que lleva la voz cantante.
La
ceja enarcada de María es el síntoma de que ya ha sido capaz de pergeñar un
plan.
“Si nos casamos…”. “¿Qué?”. No parece la mejor forma proponer
nada. Los caracteres de ambos se intuyen diferentes. María parece tener ánimo
lector. A su lado se apilan cuatro libros (aunque, examinados con atención, no
parecen gastados por el uso, con las esquinas dobladas y ese aspecto con el que
de un vistazo se aprecia si un libro ha sido leído, o no). Carlos es claramente
supersticioso. Sujeta el décimo en su mano derecha. A su vera hay ¡una cabeza
de ajos! y, más atrás, la radio con la que sigue Carrusel Deportivo, en la SER. No ha notado todavía el cambio del
equipo de Paco González a la
competencia. Quizá el casco amarillo, que guarda posado encima de un pallet, pudiera
salvarle la vida en el accidente de moto (aun no siendo integral), pero no ha
evitado que haya quedado un poco tardo en dar una respuesta.
María
se hinca de rodillas. “¡Cásate conmigo!”.
No lo pide; lo impone.
Carlos
esboza una media sonrisa que, traducida, viene a decir “mí no comprender”, mientras balbucea un lastimero “pero si ya estamos casados, cariño”,
como si la que tuviera déficits cognitivos fuera ella y María hubiera sufrido
un repentino borrado de memoria.
“Vestida de blanco (a estas alturas, hace falta echarle
morro), invitar amigos (y que nos
regalen cosas y tiramos esta mierda de muebles de pacotilla y renovamos la
decoración austera), con viaje de novios,
y luna de miel (como si fueran dos conceptos distintos; lo que quiere es
viajar de verdad y no una excursión en moto de fin de semana, como hicieron
tras la boda íntima a la que acudieron ellos dos y el concejal de festejos de
Villaverde, cuñado de Carlos, y único edil que se prestó a oficiar la ceremonia
exprés).
“Bueno, vale. Sí. Me
parece bien” (si Carlos
fuerza más la sonrisa se le terminará cayendo un empaste). “¿Cómo que bueno, vale?” (María es machacona y cansina hasta el
hastío). “Se dice ‘sí, quiero’”.
Carlos
toma la iniciativa, por primera vez en años. Se yergue, acción que permite apreciar
el gotelé casero que cubre las paredes de la casa y contemplar el único cuadro
que María ha transigido para dejárselo colgar, a la vista de las infrecuentes
visitas. El resto de ellos, escenas sangrientas y desnudos varios superan el
convencionalismo de una casta María, a la que la pasta no interesa (“bueno, no tanto”), ni le parece
importante (“no sigas”), ni se fija
en detalles superfluos (“me estás
hartando, majo”).
“Sí, quiero”. Cómo para no querer. Casi le sale
espontáneamente. En todo caso, rematan la escena con un beso, mientras el plano
se abre y permite observar algunos nuevos detalles en el hogar. Un sillón
orejero, esquinado, al lado de la TV, desde donde María observa a Carlos,
fingiendo leer, cuando éste se obstina en ver al Atlético. Encima de un
armarito blanco se ve el grueso de la librería de María: 8 libros, dispuestos
en dos filas. Parecen corresponder a una reedición en cartoné de “Esther y su mundo”, lo que explicaría
muchas cosas. Y, algo inexplicado (que ni la aparición de Iker Jiménez pilotando la Nave del Misterio podría arrojar luz al
asunto) ha surgido al lado izquierdo del cuadro (según se mira): una especie de
orla que, quizá, corresponda al día de graduación de María Gómez Cámara, la residente más famosa en Bélmez de la MortaledaMortadela Moraleda.
Quizá
ambas Marías estén unidas por un vínculo de sangre, una hipótesis que aclararía
su empeño en recordar que a ninguna le mueve el dinero, pero que tampoco les
importa que, si les cae algún pellizco, cuanto más grande sea, mejor.
*****
Retrospectivamente
reconozco a la rubia y al que se vestía como Craig David poniéndose el gorro que reposaba en la silla blanca,
como participantes de la orgía festiva que se celebró en el bar de Antonio, en el
anuncio desencadenante de este pormenorizado análisis.
Verle
bailar descarta una (grave) lesión neuronal.
*****
Tras
ganar el Gordo, la vida de Carlos y María cambiará. Como primera medida, aparcarán
su anterior lema, “contigo, pan y cebolla”
(del que estaban hasta la …) y, con el aval de un premio conseguido por azar,
van a darle importancia capital a la apariencia: “casarse de blanco, invitar a más gente, un viaje, una luna de miel de
verdad”.
Claro
que el dinero cambia. María y Carlos podrán empezar una vida nueva.
La
Envolvente actúa sobre las pasiones, accionando determinados resortes para desencadenar
las respuestas previstas.
Una
pasión resultaba inevitable: por simple, por efectiva y por su presencia
permanente en la vida ordinaria, muy en concreto en la TV.
Como
es fácil imaginar, se trata del sexo. No del amor, una emoción más compleja y
madura; un avance evolutivo.
Se
recurre a una pulsión primaria, que se exhibe y excita hasta resultar molesta.
Lo
que debía reservarse para la esfera íntima, se muestra sin pudor.
En
ocasiones, de forma chabacana.
Adán y Eva (el programa de TV, no la pareja
exiliada del paraíso) es un ejemplo.
*****
Toda
la moralina precedente viene a cuento como preceptivo aviso de la permeabilidad
del blog que estás leyendo. Hoy, sin que sirva de precedente, determinados
contenidos resultarán sensibles a ciertas personas —entre ellas, mis hijos— que
no considerarán [conveniente / adecuado / aceptable / permitido] seguir
leyendo.
YO HE AVISADO
El
episodio anterior de esta saga (“El
secreto”) terminaba con el deseo de Antonio, expresado en el vídeo:
“este año molaría que mostrase la
camiseta”.
Y
una invención mía, en la que, hiperbólicamente, se le ocurría “organizar una fiesta de camisetas mojadas
para la Nochevieja, en el bar”.
Te
imagino, perfectamente, con una
camiseta mojada. Con sólo una
camiseta mojada. O sin ella. O untada en aceite. O pendiente de ser untada. Te
imagino, con todo detalle, haciendo
cualquier cosa. Dejando que te haga cualquier
cosa. A pesar del frío, mi imaginación es calenturienta.
Sé que la tuya, también lo es. Tan bien lo sé, que quizá me anime.
Llevo dos semanas viniendo al bar de Antonio, a diario, por las mañanas, sin
necesidad de que haya fútbol. Pero no se me va de la cabeza la idea de meter.
Siempre te pido un café y me pones una porra.
Baila,
morena sabrosa. Baila y baila, sin parar. Noto el sabor de tu cuerpo, que ya
puedo degustar.
Un
astroso, de pelo y barba ensortijadas, entrecano, que lleva gafas Lennon apuntaladas en la napia, llega
haciendo slalom, para soltarle un
confianzudo “chata”. Yo, me mantengo
a su izquierda, apoyado en el taburete, más tieso que mi porra. Si él se
atreve, yo no seré menos (con mi pelacoVerdasco, estoy para petarlo).
“¡Dime, cielo!”, le animas, mientras establecéis
contacto visual. Él, por encima de sus gafas, poniéndose mohín; tú, sonriendo
parapetada tras la doble barrera de tazas de café para mojar (a la vanguardia)
y cortado (en retaguardia). Yo, me mantengo expectante.
El
tipo quería un décimo. In extremis.
Habías escondido mercancía tras el espumillón que venden de saldo en el chino.
Es el día anterior al sorteo y siguen saliendo papelinas de cualquier sitio. De
pie, un fulano apura su destornillador. Supongo que no será el décimo.
Un
movimiento de bailarina y, sin necesidad de arrancarlo, ya tienes el material
en la mano. El barbas ha sacado su 20 napos y en la estantería se ve que hay,
por lo menos, tres más, detrás de los cuales ha surgido el que ahora sujetas.
Parece salido de la cesta de Fray Escoba.
El vaso de sidra está casi vacío. El gesto comedido del que se dedica al
bebercio muestra su origen astur. Yo me sigo
coscando de todo.
¡Será
cabrón el pavo! ¡Te ha rozado! ¡Lo he visto! ¡Ha habido contacto!
¡Qué
tío! ¡Se guardó la pasta, retrayendo los dedos corazón, anular y meñique. Ha
dejado el dedo índice extendido, para deslizarlo
por tu mano, mientras te arrebata el décimo y se lleva con él la pasta. Te
ha guindao. Debes estar despistada.
¡Maravilloso! Es el momento de pasar a la acción.
“Perdona, ¿me das un
azucarillo?”, le espeto,
con sonrisa picarona, jugando con el que tengo en mi mano izquierda. Espero que
Antonio, que sé que está al fondo dando palique a un par de clientas, no le
parezca mal que lance las redes. El de la cuenca se
gira, dispuesto a entrar a matar el cacharro.
“Y tú, ¿qué? ¿Ya tienes
todo lo que quieres?”,
afirma retadora y buscona. Parece dispuesta.
“Bueno, a lo mejor lo que
quiero no se puede comprar con dinero…”, lacónico, dejo unos puntos suspendidos en el aire… Un
coche se esfuma de fondo. Antonio también ha hecho mutis.
Coco (la de Fama, no el de Barrio Sésamo)
habla. No veas cómo. No tengo ni idea de lo que está diciendo. Que si Nueva
York y una gran manzana. ¡Ni papa! Yo sólo puedo ver que ha pillado la bayeta y
se ha puesto a frotar la barra. Lo noto en la porra, que ahora parece doble. Mi
mano izquierda se acerca al vaso de agua, para sofocar calores. El del Nalón ya está agarrao.
¡Qué
sincronía de movimientos! El de Blimea aparta el vasu y Coco levanta el platillo para retirar las migas. Ni la Pávlova.
“Biutiful”, me dice. Serás loba. Tienes más ganas
de guerra…
“Y yo feliz”. Dime si no parece que está pidiendo un
bucaque.
¡Fiuuu!
“Voy más caliente que la moto de un
hípster”, como diría Robinson.
La mía es una vespa blanca, que dejo aparcada fuera. “Y vas cascátela más que un hámster, como
no te apures, fíu y dejes de buscar sitiu pa’ parcar, que la nena lleva un cachu
co’l motor al ralentí y van quemáseye les bujíes” (dice, voz en off,
Blimea). Si falla la morena, detrás ya se ha montado un trío.
Va,
venga. Sin complejos. “Dame uno”. Yo
también quiero participar.
“¿Sí?” ¡Qué tía! ¡Cómo me ha metido el
gusanillo en el cuerpo!
Ha
vuelto a conseguirlo; ha sacado otro décimo ¡sin que la tira mengüe! Una diosa
de ébola, eso es lo que es. De ébano, rapaz, no de
ébola. ¡De ébano! Seré de Blimea, cagonrós, pero sé un rato de maderes.
“Pero como me toque, te
vienes conmigo a nuevayor”.
Tú, ten cuidadín, que la muy guarra diote la mano
después de pasar la bayeta y nun hizo por secase. No valía ni pa trabayar en La
Osera. ¡Quiés callar con la voz en ho
y dejar a los mocinos a la suya, que el curso de audiovisuales que ficiste con
los fondos mineros te vino de pena, guaje! ¡Coime! ¿Seré bipolar y por eso falo
comigo mesmu?
“A lo mejor, allí, sí
consigo lo que quiero”.
Pero tú no habías dicho que no todo se conseguía
con dinero. ¿Y cómo vas a ir a niuyor? ¿De polizón? Cagonmimanto. Dábate un par
de tobes, afatao.
*****
Déjale.
Que no le quiten la ilusión. Que no la pierda.
*****
Un
ratín después:
— Fede: ‘Taba
yo pensando.
— Rico: Dime,
Fede.
— Fede: Hoy
¿qué día ye?
— Rico: Domingo.
— Fede: No
me jodas.
— Rico: To’l
día.
— Fede: Si
es que pierdo la cuenta…
— Rico: Dígotelo
yo.
— Fede: Y el
sorteo, ¿ya fue?, ¿o ye la víspera?
— Rico: Será
mañana, Fede.
— Fede: Pues,
‘taba yo pensando. ¿Acuérdeste de la mocina?
— Rico: ¿De
cuala?
— Fede: La
del chigre de Antonio.
— Rico: Sí,
ho.
— Fede: Ye
un pocu putuca, ¿nun crees?
— Rico: Dígote.
— Fede: Viste
como-y miraba’l guaje.
— Rico: Sí,
ho. Fede. La mozuca quería manteca.
— Fede: Pero,
‘taba yo pensando.
— Rico: ¿Qué?
— Fede: Era un
pelín gocha.
— Rico: Liberal,
dizse ahora.
— Fede: No,
si no lo digo por el unte. Pa’ mí ye igual.
— Rico: …
— Fede: Ye
porque, ¿fijástete la rebequina que llevaba?
— Rico: Sí,
ho. Muy prestosa.
— Fede: Pos
mañana llevará la misma.
— Rico: Y,
¿tú como lo sabes, Fede?
— Fede: Un
deyaví.
— Rico: Qué
coses dices, castrón. Deya¿qué?
— Fede: Na,
Rico. Coses míes. Que en veces tengo visiones.
— Rico: Cagontó.
Lo tuyo ye que-y das al destornillador cosa fina.
— Fede: Sí.
¡Y pásome de rosca!
— Rico: Desde
que viniste p’aquí ya nada ye igual.
— Fede: Fijo.
Marché de Asturies y la cosa cambió.
— Rico: Nun
marchaste, Fede. Echáronte.
— Fede: Pos
eso. Ye lo mesmu.
— Rico: Casi.
— Fede: To’
por culpa la mi muyer.
— Rico: Y
porque yeras un borrachu, to’l día chumiando.
— Fede: Como
ahora.
— Rico: Y un
ludópata.
— Fede: Y el
tu padre, otru.
— Rico: Nun
faltes, Fede. Digo que te gustaba el juego.
— Fede: Diba’l
Molinón pa’ ver a Quini.
— Rico: No
esi juego, guaje.
— Fede: ¿Qué
juego, entós?
— Rico: Les
perres.
— Fede: Ya
lo sé.
— Rico: Ye
jodíu cambiar les costumbres.
— Fede: Y
eso que vine aquí, que llamábase Villaverde, pero nada.
— Rico: To’
cementu.
— Fede: Son
to’s unos estiraus del pijo. Lleven to’s la cabeza tapáa.
— Rico: ‘Onde
vióse eso.
— Fede: Lo
único que vale ye la boina. Leváa caláa.
— Rico: ¿Ye
bacalá?
— Fede: Déjalo.
— Rico: Déjolo.
— Fede: ‘Taba
yo pensando.
— Rico: Dime,
Fede.
— Fede: El
rapaz de antes.
— Rico: ¿El
esmirriau repienau?
— Fede: Esi.
— Rico: ¿Qué
y-pasa?
— Fede: Nun
debió enterase del estudio de la Universidad de Güisconsin..
— Rico: Cualo.
— Fede: Uno
que decía que el 95% de los guajes que tan en un bar...
— Rico: Sí.
— Fede: …anden
pensando en llevar a la camarera pa’ lo oscuro.
— Rico: De
fijo.
— Fede: Pa’
arrimar la cebolleta.
— Rico: O lo
que se pueda.
— Fede: Ye
que hay algunos que pásanse de necius.
— Rico: ¡Home,
no!
— Fede: Esti
lo que y-pasa ye que yera un iluso.
— Rico: Pensaría
que iba a moxar el churru.
— Fede: Como
dicen los de Güisconsin.
— Rico: ¿Los
que faen el DYC?
— Fede: No.
Esos son de Segovia.
— Rico: Sí
que s’agobia el melenas.
— Fede: Ye
cuando t’ofuscas.
— Rico: Pasa
a veces.
— Fede: Pasóme
el otro día, donde el programa.
— Rico: ¿Nun
vas a olvidalu?
— Fede: Ye
que, ‘taba yo pensando.
— Rico: Nun
sigas, Fede. Va date un irtus.
— Fede: Yo
nun tuve la culpa.
— Rico: Ya
lo sé, ho.
— Fede: Pusiéronse
al mi lau.
— Rico: Provocando.
— Fede: Eso,
provocando.
— Rico: Di
que sí.
— Fede: Mira
que había playa, que paecía la del Aguilar.
— Rico: Eso.
— Fede: Y
pusiéronse al mi lau.
— Rico: Provocando.
— Fede: Y,
cagonmivida, yo facía tiempo que nun quitaba el quesu.
— Rico: Sigue
faciendo.
— Fede: Y
por asociación de idees.
— Rico: Cabrales
y sidra.
— Fede: Puse
en marcha el manubrio.
— Rico: Y
atascóse.
— Fede: Claro.
Y los muy perros pasaben de mí, ho.
— Rico: Eso
no se hace, Fede.
— Fede: Recordóme
el día que quedé atorau n’el parking.
— Rico: Acuérdome bien.
— Fede: Nun
era a salir. Y mira que llamé, pero escojonábanse tóos.
— Rico: Cabrones.
— Fede: Y,
ye normal, acumulóse la sangre allí enbaxio.
— Rico: La
gravedá.
— Fede: Gravísmu,
fíu. Creí que nun volvía a sacala.
— Rico: La
madre...
— Fede: Y ya
nun pensaba bien. ‘Taba toa la sangre allí.
— Rico: Acudiendo
a la llamada.
— Fede: Y
púseme farruco, lo reconozco.
— Rico: Eso
te honra.
— Fede: Era
hora de tomar decisiones drásticas.
— Rico: Cortar
por lo sano.
— Fede: Home,
Rico. ¡No me jodas! ¿Cómo hables de cortar, si ye eso?
— Rico: Ye
verdad, perdona.
— Fede: Será
mejor ahogar les penes, bebiendo.
— Rico: Las
muy putes aprendieron a nadar, ¿oyiste?
— Fede: ¿Sabes
qué, Rico?
— Rico: ¿Qué?
— Fede: Esto
pue’ ser el principiu d’una guapa amistá.
— Rico: Home,
claro.
— Fede: Llevamos
toda la vida juntos.
— Rico: Ende
que nacimos.
— Fede: Vamos
a celebrallu.
— Rico: Unos
cacharros, sí. Ye pronto pa sidres.
— Fede: Y
pasau’l Negrón la sidra avinagra…
— Rico: …y
sabe peor.
— Fede: Gascona
queda un poco lejos, ¿no crees?
— Rico: Sí.
A tomar po’l culo y un pocu más.
— Fede: ‘Taba
yo pensando que, siempre que voy de sidres a Gascona…
— Rico: Cada
vez que vas a Oviedo.
— Fede: …dejo
pa’l final lo llambión.
— Rico: Home,
claro.
— Fede: Y
subo la cuesta, arrastrau como’l Tarangu.
— Rico: Sí.
— Fede: Pa’
llegar d’arriba y avituallar en Santumedé.
— Rico: Tienen
más pastes que rizos en la cabeza la mozuca del bar.
— Fede: Póngome
tiesu.
— Rico: Nun
m’extraña.
— Fede: Pienso
en ellu y me relamo.
— Rico: Habrá
que facer algo.
— Fede: ‘Taba
yo pensando.
— Rico: Déxalu,
cabeza. Nun vayes vaciar el tarru.
— Fede: Tiés
razón.
— Rico: Claro.
— Fede: Habrá
que celebrallu.
— Rico: Cómo.
— Fede: Canta
conmigo.
— Rico: Siempre.
— FedeRico: (tambaleándose): Asturies, patria queridaaaaaa, Asturies de mis amores…
— Federico (recuperado del
desdoblamiento, se va cantando, sólo).
*****
Uno
de Blimea, borracho, ludópata y bipolar,
se
cuela en el chigre de Antonio.
Ya había protagonizado un incidente con una
botella de sidra en ‘Adán y Eva’, por el que sería hospitalizado.
*****
Rindo
homenaje a algunos maestros del humor asturiano. Un tipo de humor peculiar. Una
forma de ver las cosas. Una particular sorna. Una expresión facial
contradictoria, la del que se pone serio para hacer una broma y sonríe para
decir algo serio.
Difícil
de exportar, pese a que algunos lo han intentado.
Algunos
son amigos; a otros los sigo; todos
han sido una influencia.
Tipos
de un talento enorme: Alfonso Iglesias,
Jerónimo Granda, Maxi Rodríguez, Pepe Colubi, Francisco García,
Antonio Rico, La Nueva Asturias, Edu Galán,
Terapia de Grupo, Gelu Rodríguez, Deploreibol, Fernando
López-Cancio.
Con
los que me encuentro en deuda.
Hay
una película magistral que resume el espíritu de esta tierra: “La torre de Suso” (tien su
coña oíla explicá en catalino), de Tom
Fernández, con Javier Cámara y Gonzalo de Castro.
Sirve
para entender lo que significa “estar de
coña (no siempre marinera)”.