Haircut One Hundred — “Love Plus One”
Pelican West (1982)
Beckenham, Kent (UK)
Nick Heyward / Mark Fox / Blair Cunningham
Les Nemes / Phil Smith / Graham Jones
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Llegó la hora de contar una batallita.
1982 fue el año en que se jugó el Mundial de Fútbol (el disputado
en España), el que me tocó hacer la Selectividad (en un único día), el de las
Elecciones Generales que ganó el PSOE por primera vez (el 28 de octubre, un jueves) y en el que me haría mayor de
edad.
Todo en ese orden.
Eso explica muchas cosas, como que yo no pudiera votar.
O que aprobara por los pelos, porque me chupé todo el mundial en
lugar de dedicarme a estudiar.
Pero también explica que me pasara un verano de casi tres meses,
continuados en las fiestas de San Mateo, que se celebran en septiembre y que
hace que estuviera la tercera parte del año sin rascarla (de manera oficial;
las otras dos fue sin tener justificación ni excusa).
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Pero, tras haber aprobado el examen de ingreso a la Universidad,
me preparé para pasar tanto tiempo en
Navia.
Una de las cosas imprescindibles de las que me tenía que ocupar (la
única, en realidad) era preparar cintas, así que me puse a grabar unas cuantas.
Al ser menor de edad no tenía carnet de conducir coches. Ni mis
amigos tampoco. Pero teníamos motos y pese a ser ciclomotores (uso máximo
permitido: una persona) nos las ingeniábamos para transportar a cuántas
personas hiciera falta por el procedimiento de convertir a cualquiera en
paquete. Amazon debió inspirarse en nuestro ingenio, seguro. Conozco a alguien
que ha desarrollado un vínculo umbilical, diría.
En todo caso no había llegado el momento en que, disponiendo de
coche, varios nos peleábamos en aportar música, lo que conduciría a mayor
variedad en la dieta y a descubrir novedades.
Pero en 1982, cuando ya íbamos bastante cargados en las motos y no disponíamos de interés en llevar más
bártulos, había que ser selectivo en la preparación de la música: sabía que las
iba a tener que oír muchas veces y, dado que el K7 es un formato analógico (y
secuencial), no tenías la opción de utilizar el random, ni el next (que,
por supuesto, no se habían inventado).
Mi loro (un Sony de
doble pletina tamaño XXXL; era lo que se llevaba entonces), tenía las
siguientes opciones (<47;8=) (stop, play, rew, pause,
ffwd, REC). A la fuerza habíamos
aprendido que sólo los dos primeros eran válidos, porque con los de adelante,
atrás y pausar podías armar la yenka y pinchar la cinta, o, peor, que se
enganchara en las bobinas y, lo que era un verdadero engorro, era además
prescindible. Para qué engañarnos: todos sabíamos movernos por la cinta
empleando un boli BIC (no importa si naranja o cristal, no queríamos escribir
ni normal ni fino).
La última de las teclas era una bomba y se entendía pronto por qué
venía en rojo. Un día descubrimos que había una pestaña que se podía romper y se
utilizaba para impedir que la cinta pudiese quedarse en cinta, por así decir,
lo que, mediante el procedimiento de hacer un pequeño clic, le daba el carácter profesional de una cinta original, pese a
que la mayoría sólo las hubiésemos visto en las colecciones de los padres
melómanos (igual tenías la suerte de que tu padre fuera uno, como era mi caso,
pero no quiero despistarme más de este relato y llegar a la Zarzuela). También
estaban las cintas promocionales que a mi padre le dejaban de diferentes
laboratorios. Las había muy molonas, con los nombres de los fármacos intentando
llamar su atención: Dexenlatrine, Flomerol, Ixial, Clorilina, Oxane... Era una lástima que resultaran,
de verdad te lo juro, muestras sin valor. Las querencias de la labor comercial
aplicadas al sector farmacéutico (y a la innovación).
Nuestra madurez como recopiladores (hablo por mí, pero no creo que
sea el único) llegó cuando algún iniciado nos enseñó que otra cinta (de cello) conseguía el efecto que muchos
años más tarde buscó Leticia (la Sabater, no la otra) y que hacía que el K-7 volviera a su estado inicial y
pudieras grabar de nuevo. Eso permitía usos creativos: sustituías unos
recopilatorios por otros más modernos (todavía no habías empleado tiempo en
diseñar las carátulas y no te ocupabas de coleccionar los K-7 que tú mismo
habías cocinado), comprendiste que
podías dar uso a las cintas promocionales de los laboratorios y, quizá en un
momento perverso, te atreviste a pensar en grabar una recopilación de techno en “La canción del olvido”, pero es posible que tanto contenido
metafórico te delatara ante tu padre y finalmente te acobardaras y dejaras tu
plan en conato.
La conclusión más obvia es que ese año compatibilizaba formatos:
el loro para actos colectivos, Walkman para momentos solitarios. Pero
las cintas eran las mismas. Y pese a que la repetición de cualquier canción conlleva
que te termine gustando (efecto que explica por qué triunfa lo que triunfa, por
puro mimetismo), hay unas que te terminan gustando más y, si eras sabio, las
colocabas al principio de la cara, de forma que la que te obsesionaba era la
primera y entonces seguías un procedimiento sencillo: 4, canción, <, BIC, 4, canción, ...
Esta rutina ocupaba todo el tiempo libre del que dispusieras y, en
los ochenta, disponíamos de muuuuuuuuuucho tiempo libre.
Eso también explica por qué al final del verano no querías saber
nada de la cinta que te sabías al dedillo, que la retiraras sin llegar a
tirarla, compraras unas estanterías ad
hoc para colocarlas y ahí, junto al resto de quemadas, empezó tu primera colección de cintas, que sumabas a la
de singles, LPs, comics, libros, porno, mecheros vacíos, ceniza (como habías visto
hacer en “Fuga de Alcatraz”), tebeos,
bolígrafos (esa manía tuya de estrenar uno para cada examen...); llegarían más
manías, nunca dejan de llegar.
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Me compré el LP porque en 1982 empezaba a ser difícil encontrar
los singles. A mí me gustaba una canción,
sus percusiones y sus vientos, su aire desenfadado y veraniego. Era ideal. El
resto me daba lo mismo. Me llamaba la atención que en la portada del disco
cuatro de los miembros del grupo posaran con jersey otoñal, a juego con las
hojas caídas. ¡Eran unos adelantados!
Y la escuché tropecientas veces en el verano del ’82.
Creo que no había visto el vídeo (que, teniendo en cuenta la hora
y a la vista de lo que se alarga la batallita, me excusaré de comentar, sabedor
del enorme juego que me proporcionaría). En 1982 comprábamos las canciones que
oíamos en la radio; los programas musicales con vídeos que grabábamos en el reproductor
familiar fueron posteriores. Así que no había visto al cantante solista
deslizarse en una liana hasta hace bastante poco.
Es posible que no supiera que se tratara de Nick Heyward, porque
es posible que en 1982 no supiera que había estado en el grupo. Me sonaba su
nombre, sin duda. El otro día Juanjo
Frontera lo incorporó a su “Caramelo
de limón” dedicado a canciones de los ‘80s y mi manía de tirar del hilo
me llevó a viajar casi 40 años hacia atrás en el tiempo.
Me alegra que me hayas acompañado.
Jersey gordo en verano