Lo
que son las cosas (y las casualidades). Estaba preparando un artículo para
celebrar los 100.000 visitantes (lo que sucederá pronto) y quería, antes de
eso, compartir las impresiones que tal celebración causaban en mí. El
agradecimiento a los que lo habéis hecho posible. Pero, también, compartir la
desazón por lo injusto que en ocasiones se presentan los acontecimientos. Esa
sensación que se tiene cuando se comprueba que a veces alcanza mayor difusión
(y, por tanto, más notoriedad) cosas que no tienen demasiado valor y otras, sin
embargo, que sí deberían ser relevantes, pasan desapercibidas.
El
eterno debate entre cantidad y calidad (o lo extendido y lo valioso).
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Sé
que alcanzar ese número de visitas era un logro impredecible, pero no es el
número lo que me llena de orgullo (porque conozco la irrelevancia sobre la que
se encuentra apoyado).
Me
encantan los comentarios que me llegan (en público y en privado) sobre
determinadas cosas que a alguien le hicieron pensar (o entender algo de una
manera diferente), o una sonrisa provocada y hacerme responsable de haberle
cambiado el día a alguien.
Esas
cosas que estando a solas, mucho después, recuerdas de la gente que aprecias y
que te condicionan y te hacen ser como eres.
No
un titular llamativo (que anuncia una técnica cosmética innovadora) y un cartel
anunciador que, apoyándose en la psicología inversa, hace que más de la tercera
parte de los visitantes se concentren en un único momento.
Pero,
ahora, sólo quiero descansar y disfrutar de un día precioso.
Antes
de terminar, quiero mencionar cinco proyectos que considero relevantes y que,
por diferentes circunstancias, me han hecho reflexionar sobre lo voluble de la
experiencia —y también me han influido y me han hecho ser como soy (en parte;
no les pidan ahora responsabilidades a ellos)—. No tengo ninguna relación
personal con ninguno de ellos (más allá del intercambio de comentarios), pero
me los he encontrado en este viaje virtual y quiero dejar constancia (suponiendo
que eso no les suponga ninguna incomodidad).
Escribe
desde una tienda de ordenadores en Bilbao, sobre temas de lo más diverso, y
siempre encuentra formas novedosas de presentar sus ideas. Se define como
pesimista (existencial) y no encuentra el momento para dejar el tabaco. Tiene
un gran sentido del humor y las complicadas reflexiones en las que a veces se
mete, hacen que uno se sienta obligado a darle vueltas a esas (o a otras)
cosas. Pese a que parece que, desde su anonimato, trata de resolver asuntos
personales (comprobando lo catártico que resulta escribir), es capaz de
transmitir puntos de conexión en lectores sin ninguna vinculación con él.
No
es médico, pero se dedica a administrar medicinas. Desde su complejo inicio,
con el cruce de personalidades entre la que él asumió y la que concedió a un alter ego, ha desarrollado una capacidad
para la polémica que fomenta y alienta y (en alguna medida) orienta para que la
cosa no se desmadre del todo. El martes anunció que empezará a compatibilizar
sus actividades, actuando como forense invitado en un medio de reciente
creación. Por mucho que haga autopsias, tampoco tiene la titulación requerida,
pero asegura la provocación como herramienta para destripar a críticos.
Un
autor (individual o colectivo) adoptó como personalidad pública un seudónimo
genérico (patrulla) en una lucha que libraba en defensa del libro.
Supuestamente, disparaban contra todo lo que se moviera y lo hacían con mala
uva y, aparentemente, sin casarse con nadie. Todo el mundo afirmaba que creía
saber quién (o quiénes) era(n) la(s) patrullera(s), pero, consideradas en
conjunto, superaban en gracia hasta al patrullero Mancuso. El miércoles anunciaban que cesaban en sus actividades (y
nos dejan con una sensación de vacío, complicada de asimilar).
No
creo que esté loca (ni, ya puestos, que sea académica), pero tiene un sentido
del humor que, con la deriva que el mundo está tomando, la llevan hacia el
terreno de una cascarrabias defensora del mundo viejuno, frente a los
modernillos (de pacotilla). Después de una pausa (auto)impuesta, ha vuelto a escribir
y a alimentar la sed de venganza de algunos aberrantes seguidores suyos (entre
los que me encuentro, por supuesto).
No
tiene un blog; tiene un globo con el que trata de volar más alto y llegar más
lejos de dónde lo hacía con sus artículos, recogidos en unos libros deliciosos
(está a punto de editar el tercer volumen recopilatorio). Es un cura, empeñado
en demostrar que se puede pensar por sí mismo y (sin luchar siempre contracorriente) buscar
alternativas al pensamiento que nos tratan de imponer. Un ejemplo notable de
sentido común, sentido del humor y vitalidad arrolladora.
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No
trato de mezclarlos. Todos conocemos la experiencia de tratar de juntar a
amigos que no tenían nada en común y que el resultado haya sido un fiasco.
Pero
los cinco conviven en mi interior y a los cinco les doy las gracias.
Comparten
entre ellos tres características que me gustaría que se me contagiaran:
1 — Buscan sus propios caminos y no parece que
quieran seguir las pistas que otros les marquen.
2 — Tienen un sentido del humor contagioso.
3 — Son profundamente ingeniosos. Buscan inspiración
(y formas de presentación) realmente sorprendentes.
Así
quisiera yo que alguien recordara mi blog.