La
perrita se ha hecho daño. Cojea de su pata y se lame de forma compulsiva.
Tras
la visita al veterinario, hay que curarle por la noche, darle un antiinflamatorio
y un antibiótico.
Una
lata.
*****
— Cariño, ¿te importa hacerlo tú esta
noche?
— Sí, por supuesto, querida.
— Gracias, amor.
(Siempre empleamos
tono meloso cuando la perrita está presente; no queremos que se malacostumbre).
— Por cierto, cielo, ¿qué patita es la
que tiene malita?
— La derecha, corazón.
— ¿Qué derecha? ¿La suya o la mía?
— Pero, ¿cómo va a ser la tuya, hombre
de Dios?
— Digo yo: ¿mirando desde mi lado, o
desde el suyo?
— Alberto, te pongas como te pongas,
será su pata la que esté mala, no la tuya.
*****
Me
sonó a una historia conocida.
El
día después de descubrir que Hugh Laurie
es mayor que yo.
Un
tipo que, antes de hacer de amigo de Peter, o de doctor,
ya se había puesto en la piel de Bertie
Wooster, personaje cuya primera aparición sería recogida en el libro de
relatos cortos precedente. Todavía no le acompañaba su mayordomo, Jeeves, al que daría
cuerpo Stephen Fry (Peter, en la
película de 1992 dirigida por Kenneth
Branagh).
*****
Aunque
no sepa su verdadera edad.
¿Cuarenta?
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