domingo, 5 de febrero de 2017

Dejemos que duerman

Mi última colaboración en Yonlok, la revista que dirige y edita el gran Santi Alverú.

Disponible en este enlace.



Aquí, el texto completo:

Contaré hasta diez

UNO

Conoces un restaurante espléndido al que recurres para (algunas) cenas íntimas. Hasta ahora, nunca te ha fallado: no hay demasiada gente, tiene un precio moderado y el trato es agradable (sin llegar a ser invasivo). Se come bien; siempre quedas con la sensación de que ha sido una buena elección.

Es curioso: no se lo has dicho a nadie.

Lo mismo te pasa con ese requiebro en el que encuentras sitio para aparcar, esa tienda en la que tienen prendas de tu talla a precio de saldo, esa página que lees porque ofrece consuelo a tus preocupaciones...

No quieres compartir nada de ello. Tú, que sientes un leve orgullo por cada recomendación que realizas, que afirma tu status de ..., ¿de qué?

¿Por qué haces una foto de cada cantina de mala muerte en la que te han tirado la comida —asquerosa, un puto engrudo incomestible— y lo compartes en tu vida social como si fueras el narrador del Candy Crush? ¿Qué motivación oculta te lleva a hablar bien de aquella fonda, aquel hostal en el que pernoctaste en el que el cartel exterior anunciando “habitaciones con baño individual y TV” era mucho más que un presagio, pero dijiste que era un “coqueto rincón con vistas”?

”Coqueto rincón con vistas”, ¿de verdad? Lo único que se veían eran tus pies apoyados en el quicio de la ventana y una cúpula para desquiciar a cualquiera.

Reconócelo ahora: la vida virtual está llena de imposturas: el primero de los mandamientos es “no reconoceré nunca un error en público”. El segundo, más sibilino y taimado, implica un avance maduro: “resérvate los placeres privados para tu uso exclusivo”. Nada hay tan desalentador como ser consciente de que haber hablado de algo ha provocado que se rompa el encanto que provenía, en gran medida, del desconocimiento, de la ingravidez, de la ausencia de masa.

Ser prescriptor tiene sus inconvenientes.

DOS

Todos sabemos que en casa, ese lugar al que uno acude a refugiarse sin conseguir aislarse, la forma de alcanzar un mínimo de verdadera intimidad (no cuenta pertrecharse tras un pestillo, o unos auriculares; desconozco la razón, pero así lo determina mi lógica personal), la única forma de lograr intimidad, insisto, es esperar a que todos duerman y, entonces sí, campar a tus anchas.

Aunque a veces resulte cansino. Un salto de madurez se produce el día que descubres que, si te levantas pronto (muy pronto) hay un momento en el que todos duermen y puedes hacer casi cualquier cosa que imagines.

Si todos están dormidos, muchas cosas se convierten en posibles.

En el lecho, parecen lechones. ¡Benditos sean!

TRES

Esos ratos que te lleva tanto conquistar, y que tanto aprecias, los desaprovechas más a menudo de lo que te gustaría, enfrascado en bobadas que no te resultan de provecho; la que más detestas (porque te resulta ineludible) es quedar fascinado por la actualidad, esa maquinaria preparada para ti, que te impide avanzar y que no te permite una mirada retrospectiva. Esa sensación de ser un hámster, dando vueltas infinitas a una rueda, mientras intentas evitar que te cataloguen como hípster. Hay más similitudes con el comportamiento reiterado de esos roedores domésticos, pero dejo la puerta entreabierta para que la imaginación de cada uno brote atinada y certera.

Ahora puedes verte: silencioso, lleno de cautelas, intentando prolongar ese instante en que todos duermen, menos tú, ocupado en averiguar quién se murió, quién nació tal día como hoy, qué tropelía han cometido los popes de la patria (y que haya sido descubierta y publicada).

Un hámster. Un bucle. Eso es lo que eres y lo que te mantiene atrapado.

Todo confluye en que has madrugado y has logrado, antes de lo normal, estar de malhumor.

Te machacan, te bombardean, te masacran. Inutilizan tus defensas para que, inerme, su mensaje te atraviese y te cale. Su victoria total se consigue cuando te oyes expresarte con los mismos argumentos, en términos similares, a la fauna de opinadores a la que sea que prestes atención; no importa el color de tu pelaje, todos suelen decir lo mismo, de forma idéntica. Sólo un lince captaría diferencias; pero tú lees en pantalla y estás cada día más cegato.

No hay argumentos sofisticados que valgan: todo debe ser sintético. El mensaje, la elaboración, la forma de presentación. El tratamiento informativo se basa en píldoras que debemos ingerir. La importancia recae en la(s) dosis: si la primera es siempre gratuita, la mayor adicción se establece con las que, por ser más pequeñas, deben administrarse con mayor frecuencia.

Se absorben al instante. No te cabe duda. Eres consciente de ello.

Notas la modorra que te empieza a envolver...

CUATRO

Veo una foto de un político dormido en un acto. Ahora no recuerdo si era una sesión en el congreso, un concejal de un ayuntamiento del que nunca antes había oído hablar, del parlamento europeo, o de una reunión de banqueros.

No tengo la menor idea. Ni creo que me importe.

Pero se me ha quedado grabada la postura; ese repantingamiento que sólo permite el sopor, el ángulo imposible de cuarenta y cinco grados del cuello, la boca abierta, la punta de la lengua asomada y reseca, la estalactita que se forma como un hilillo de saliva y que ha hecho charco en el hombro...

Hay detalles precisos y esclarecedores: ese pavo se ha dormido. A pierna suelta. Incluso podría jurar que noto sus ronquidos.

Descubrirlo me indigna: ¿cómo es posible que un servidor público se quede dormido mientras realiza la tarea para la que le pagamos entre todos? ¿Cómo se puede llegar a tener las pelotas de acero para dejar tu atención a cero?

O no es eso contra lo que luchamos en situaciones similares: alguien hablando y aburriendo a las piedras, una presentación en powerpoint, un monólogo sin gracia, una reunión cualquiera, ..., ¿no nos empeñamos todos en mantenernos (con)centrados? Que levante la mano quien haya apartado la vista del ponente (ni estando imponente), quien haya mirado la hora en el móvil, actualizado su estado, jugado al Candy, contestado el correo, subido fotos, escuchado música, tachado los muertos en la saga de los Lannisters y los Targaryen. ¿Quién? ¿No hay nadie?

¡Claro que no hay nadie!

El verdadero arco del triunfo del mundo fugaz que nos rodea está en conseguir que alguien atienda. Todo el mundo está con la mirada desviada, deslizando un dedo, adormilados, ¿acaso no hemos madrugado hoy para conseguir un poco de intimidad casera?

CINCO

Hemos desarrollado tanto nuestros sentidos, hemos sido entrenados de una forma tan precisa, que nos hemos convertido en perros de presa. Olfateamos el rastro de un político y sobre él nos abalanzamos. Sólo importa el color, porque los que nos azuzan buscan sangre fácil y rápida. La que nunca sacia, la que precisa de una nueva dosis, administrada contra un enemigo impersonal (los políticos nunca son personas), pero que propicia un ambiente proclive al reparto.

Caranchoa es un ejemplo paradigmático. No me preguntes ejemplo de qué...

Ese paradigma explica por qué sentimos satisfacción cuando vemos políticos atizándose. Da igual si son vietnamitas, ucranianos o bolivianos: las leches entre gente que viste traje y corbata son relajantes, sedantes, exfoliantes.

Nunca lo hubiéramos imaginado antes.

Su falta de pericia (actuando como un perro nadando ingrávido en una piscina carente de agua) es lastimosa. Y quizá por ello, deseamos en privado —aunque no lo confesemos en público— que en lugar de practicar la argumentación griega, o la oratoria latina, se especialicen en la lucha grecolatina. Por pudor (nuestro), les disculparíamos el uso de mallas. No daremos más motivos para permitir que nos enreden.

Deberán abandonar la jerga pugilística, como acostumbran ciertos plumillas: nada de intercambio de golpes, estar arrinconado, pillado con la guardia baja, contra las cuerdas, salvado por la campana, necesitar la cuenta de protección, estar sonado, noqueado, ganar a los puntos...

Ya no serán metáforas, sino una descripción fiel de su modus operandi.

Segundos fuera; dormir al rival supondrá la victoria definitiva.

SEIS

Un equipo de una TV local debe cubrir un acontecimiento anual: el 2 de febrero una marmota (Punxsutawney Phil) se despierta de su prolongado sueño y, atendiendo a su propia sombra, decide si el invierno ha terminado o si, por el contrario, se da la vuelta para seguir durmiendo, sólo un poquito más. El equipo que se desplaza desde Pittsburgh está formado por Bill Murray, Andie MacDowell y Chris Elliott, en los papeles de estrella, conseguidora y técnico portabártulos. (((En el lenguaje propio de la TV: locutor, productora y cámara))).

La película dirigida por Harold Ramis en 1993 encierra una gigantesca inversión: el protagonista del meollo es Phil, no Bill. El exceso de ego del segundo provoca que olvidemos que no es el único que se encuentra atrapado en el bucle que lleva a que, día tras día, suenen Sonny & Cher, saludados todos los que dormitan en la población de Pennsylvania con el “¡Arriba excursionistas!”. Y es que todo el pueblo está atrapado en ese día sin fin: la rueda gira, con independencia de que te encuentres en su interior (o la contemples desde fuera).

Somos hámsters.

El ciclo de Phil (la marmota) es más amplio y su rotación tiene centro solar.
El de Bill (el meteorólogo) es más reducido. Su centro es lunar —se confirma el diagnóstico de lunático—, y arrastra a todos los demás en su desvarío.

Quizá Phil sea afortunado porque no tiene problemas para dormir.
Quizá Bill no sea más que alguien trastornado por su propia condición, sin percatarse de los que se encuentran a su alrededor.

Phil es festejado, con independencia de lo que haga; Bill es infeliz asistiendo a una rutina impuesta e imposible de romper.

Phil se despierta y la fiesta continúa; Bill sólo quiere despertarse y que la fiesta haya terminado.

SIETE


Rip van Winkle es un holgazán que prefiere dormir a cumplir su tarea. Su esposa le regaña por pasar demasiado tiempo en el bosque. Animado por la ingesta de alcohol, un día se queda dormido y despierta transcurridos veinte años. Él no lo sabe, pero, en el entretanto, trece colonias americanas se han independizado de la corona inglesa. Dar vítores al Rey ya no es una conducta apropiada. De forma abrupta percibe que el tiempo ha pasado y cómo han cambiado las cosas.

Un cuento de Washington Irving, un clásico por el que no pasa el tiempo.

Mientras tú duermes, el tiempo pasa.

OCHO

Sigo una pista trazada por Carmen RG, a la que (no) eximo de responsabilidad:

Rip (cf. “Siete”, supra) y Bill (cf. “Seis”, supra) son extremos de una distribución continua de consciencia.
El primero ocupa el escalón más bajo: en realidad se trata de un inconsciente. Lo es estando despierto, cuando desatiende sus obligaciones. Lo es, ítem más, cuando cae dormido. Su profundo sueño le impide ser consciente de lo que sucede a su alrededor.
El segundo llega a la cúspide de la consciencia. Es, en realidad, hiperconsciente. Pero su atención tiene un único foco y le convierte en un ensimismado. Como todos los de su condición, su egoísmo es una trampa (que le atrapa). Sólo consigue romper el bucle cuando, hastiado de sí mismo, vuelca su atención en los demás y, guiado por su conciencia, alcanza un grado de entrega y amor absolutos. Sus cadenas desaparecen y puede despertarse (liberado) en un día nuevo.

Con independencia del punto de la escala en que uno se encuentre, la lección es evidente: “el sueño te hace vulnerable”.

Freud lo sabía. Era la vía que utilizaba para acceder al interior de sus pacientes.
El mismo camino que transitaba Freddy Krueger.

NUEVE

Dormidos, atrapados en la inconsciencia, somos incapaces de provocar daños.

DIEZ

Dicen que “al enemigo que huye, puente de plata”.

Asumimos como corolario que “al que duerme, si es poderoso (nuestro enemigo), le contamos un cuento, le amodorramos, le mecemos, le cantamos una nana”.

Y, así, en cualquier reunión de postín (políticos, banqueros, una soirée chez Vanderbilt), conectamos el hilo musical y hacemos sonar, como si se tratara de un ascensor que no cesa de bajar, una canción en bucle: Emilia Mitiku puede ser un suave y envolvente colchón sonoro.



Invirtamos el intento de Sherezade de mantener en vilo al sultán.
Proporcionemos opio a los opulentos.
Consigamos que se aticen entre ellos.
O, mejor todavía:

Dejemos que duerman.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario será bien recibido. Gracias

Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...