El
próximo domingo, 11 de agosto de 2013, se celebra la LVI edición del evento
deportivo más destacado del occidente asturiano: el Descenso a nado de la ría
de Navia. Todavía estás a tiempo de participar: puedes hacerlo, inscribiéndote
en la prueba náutica o acercándote para comprobar lo espectacular del ambiente
que se organiza en torno a la competición.
"LVI Descenso Ría de Navia" |
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Este
año, Venancio Martínez, me invitó a
participar en el programa de actos, escribiendo unas líneas sobre mis recuerdos
personales. Fue tan generoso, como es costumbre en él, que me permitió hablar
de lo que me pareciera oportuno.
Adjunto
el texto que preparé y aprovecho para agradecerle su ofrecimiento.
Soy naviego. Me gusta el Descenso.
En casa, cuando
hablábamos de ello, llegábamos a la conclusión de que éramos los únicos
veraneantes, que repetían de forma permanente en Navia, careciendo de
vinculación familiar.
No sé si es cierto.
Sí lo es, que mis
abuelos, Antonio y Baby, llegaron huyendo de la guerra y aquí
encontraron el descanso y la paz. Y que hicieron amigos con los que forjaron
lazos profundos. Y, también, que gracias a la intervención de la Virgen de
Villaoril, llegó mi madre, Dely. Eso
oí contar en innumerables ocasiones a mi abuela, primero, y más tarde a mi
madre. También explica por qué nos santiguábamos, a modo de ritual, cada vez
que pasábamos por el Santuario, yendo o viniendo. Ahora, con el desvío, cuesta
intuir dónde debemos hacerlo, pero, un poco a ojo, nos esforzamos en no perder
la costumbre.
Al finalizar la guerra,
mis abuelos no quisieron perder el contacto con una tierra y unas personas que
les habían acogido y hecho sentirse en casa. Tras veranear unos años en el
Hotel Mercedes, compraron un terreno en el Pardo, entre juncales, y con empeño
baturro y ante la incredulidad de todos, construyeron un chalet orientado hacia
la ría, casi dentro de ella. Lo inauguraron el verano en que mi madre me estaba
gestando, por lo que puedo afirmar que sentí la ría —y me bañé en ella— antes
de haber nacido.
La finca se cercó con
unos setos que tardaron en crecer, pero las puertas del jardín estuvieron
siempre abiertas para todos los críos que allí disfrutamos de aquellos largos
veranos de tres meses, que entrábamos en bici a dar una vuelta a la casa, comíamos
bocadillos de media barra y teníamos esa sensación de libertad que da el gozo y
el disfrute sano. La rampla que mi abuelo encargó fue el lugar de baño de aquella
pandilla.
Recuerdo las fiestas de
disfraces que, sin motivo alguno, se organizaban en el jardín. Mi padre, José Luis, me dejaba hacer de ayudante
y me invitaba a acercarme con él al maletero del coche, donde había guardado
los voladores, petardos y tracas que, como colofón, anunciaban a todos que en
el Porche había habido fiesta.
Muchos amigos pasaron
por allí. No voy a olvidar el nombre de ninguno. Fueron muchos. Siempre eran
recibidos con agrado.
Al atardecer,
disfrutando del porche y de las magníficas puestas de sol, los mayores jugaban
a las cartas, charlaban y bebían, mientras dejaban que los niños disfrutáramos
a nuestro aire.
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Soy naviego por
elección, como primero lo fueron mis padres y, antes que ellos, mis abuelos.
Recuerdo emocionarme
cantando el himno de la Barca en la novena a la Virgen, asistir como espectador
flotante a una procesión en gabarra el día grande de las fiestas y presenciar
desde el Casino la prueba náutica, fumando, bebiendo y jugando a las cartas, guarecidos
de forma inolvidable.
Las fiestas deben
programar actividades para todas las edades. El Descenso, por su carácter
deportivo, está orientado a los jóvenes. A los que participan de forma más
activa, nadando la prueba. A los que contribuyen organizando y logrando que
todo funcione adecuadamente. A los que asisten, como espectadores, a una prueba
que trasciende lo deportivo, lo folklórico y lo tradicional y se percibe como
una experiencia irrepetible.
Todos son protagonistas.
Todos hacemos del Descenso algo nuestro.
Sigue siendo así.
Por eso, cada nueva
edición del Descenso, hace rejuvenecer. Porque permite recordar cuando participaste;
o cuando ayudaste a recoger gorros, dando colacaos o haciendo lo que se necesitara;
o cuando asististe como espectador desde la dársena, o estuviste en una lancha,
o en una piragua, o un K-4; o cuando, en el baile de la víspera, te sentías
desplazado porque no podías competir con los atletas que llegaban de fuera.
Son historias del pasado.
Al recordarlas, nos sentimos jóvenes, un año más.
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Me he casado con una
tapiega de adopción y he trasladado 20 kilómetros mi lugar de veraneo. La
proximidad hace que me acerque cada año, algún día, huyendo del bullicio y
buscando la tranquilidad que siempre encuentro en el Pardo. Mis hijos se bañan
y pescan en la rampla, donde hacen amigos. El magnífico paseo me da gratas
sorpresas, encontrándome al paso a personas que recuerdo con cariño. Con mi
madre, organizamos unas entrañables tertulias, con un espectacular crepúsculo y
una ría siempre presente.
Estoy ilusionado en cada
nueva edición del Descenso. Supone la confirmación de una prueba que recuerdo
con cariño y que es el mejor escaparate de la tierra de la que he decidido
sentirme.
Donde siempre me siento
joven, aunque me inquieta que me lo recuerden.
Y es que, desde la
primera vez que me bañé en la ría, siento que soy naviego.
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Acercaros
a Navia. Disfrutaréis de un día que os costará olvidar.
Desgraciadamente npo podre estar por obligaciones familiares pero si participaran amistades mias. Disfrutar
ResponderEliminarUna lástima.
EliminarYa sabrás que va a ser una verdadera fiesta.
Tengo recuerdos de aquellos veranos donde la música que asomaba de los altavoces de los chiringuitos de la playa inundaban aquellos arenales, repletos de sombrillas, neveras, sillas, flotadores y gritos cuando se jugaba dentro del azul mar. Un especial recuerdo de San Esteban de Pravia con la "Dolce Vita" de Ryan Paris in my mind
ResponderEliminarNo sabía que habías veraneado en Navia.
EliminarDescribes a la perfección un día en la Poza.
Un saludo.