Ya
sé que no doy pistas (puedo estar pensando en la eutanasia, en la globalización,
en el cambio climático, en la llegada del climaterio, qué sé yo) pero he sido
lo bastante imprudente como para titular el escrito de forma que sabes bien lo
que tengo en la cabeza:
Hoy he venido a hablar de educación.
Y,
claro, tú lo sabes mejor que yo: es difícil alcanzar un punto de inicio. Al margen
de la habitual necedad —que, cuando se ve afectada por la incertidumbre
asociada al futuro, se dispara de manera colosal—; afecta además la
multiplicidad de agentes y actores, que convierten la escena en un barullo
esperpéntico.
Intentando
aportar claridad:
Dramatis personæ (en
España):
— La Administración
Pública. Encargada de legislar (con carácter nacional) y de su aplicación
(en el ámbito autonómico). Esa multicefalia, esa Hidra esquizoide, es la prueba
manifiesta de la clarividencia de Romanones:
“Ustedes hagan la ley, que yo haré el
reglamento”.
— Los Centros
Educativos. Lastrados por la irregularidad normativa, indecisos ante la
inestabilidad política, acuciados por la emergencia del nuevo karma salvador:
la empleabilidad, ven limitados sus esfuerzos —que se van extinguiendo— en un
intento de pasar desapercibidos y solventar la atosigante carga burocrática.
— Los profesores.
Ya sé que cada profesor es un mundo y que el intento de tomarlos como “colectivo” sólo tiene sentido para
establecer una generalización grosera (todas lo son); en definitiva, oscilan,
como si fueran ciclotímicos, entre el asentimiento pasivo (la fase “depresiva”) y la defensa a ultranza de
la Libertad de Cátedra (la etapa “maniaca”, por descontado). Súmese que suponen
el eslabón débil del escalafón.
— Los padres.
A menudo desorientados, siempre superados por la urgencia cotidiana, extraños
en un territorio que les empuja hacia el cambio pero que, en demasiadas
ocasiones, se abstienen de intervenir en el legítimo intento de que la
transformación sea beneficiosa para su prole —o, cuando lo intentan, ven que no
les dejan tener iniciativa—.
— Los alumnos.
Incapaces de entender que en todo el proceso educativo son los únicos que son actores de forma exclusiva; nunca serán agentes.
*****
En
fin.
Todo este panorama conduce a que, pese a todos los empeños —bienintencionados siempre—, un único extremo ha logrado un asentimiento consentido, más o menos extendido: la prohibición del uso del móvil en el recinto escolar.
Todo este panorama conduce a que, pese a todos los empeños —bienintencionados siempre—, un único extremo ha logrado un asentimiento consentido, más o menos extendido: la prohibición del uso del móvil en el recinto escolar.
Y
lo digo ya: es un acuerdo muy flojo.
Y
contraproducente.
Porque
si todos los centros educativos se empecinan en aislarse de la innovación
tecnológica —mientras defienden que la orientación del camino de la Educación
pasa, sin excusas, por la digitalización— reubican en otros espacios —en los
hogares— y momentos —fuera del horario escolar; en el tiempo de ocio y el de la
convivencia familiar— consiguiendo que lo que ellos tratan de erradicar en sus
recintos, pase a depender de la vigilancia paterna y de la autodisciplina de
los adolescentes.
¿No
sería mejor trabajar juntos para conseguir disminuir la dependencia, en lugar
de quitarse el problema de encima, transfiriéndolo al hogar?
No
me contentes. Estoy colgado del teléfono, como Blondie.
Jopetas! Menudo temita. Es mucho más fácil cuando subes el programa de los lunes con anécdotas y música guay. Puedo resumirlo fácilmente (bajo mi punto de vista y teniendo una hija universitaria): El sistema educativo en este país es patético. Aburrido, tostón, obsoleto, carente de iniciativa, de imaginación, de responsabilidad, de incentivos. Prohíben los móviles (que sí, que para mí es una medida que está cojonuda) y ya se sienten satisfechos, ya hemos dado con la solución, ya somos -con perdón- la repolla.
ResponderEliminarEl problema es que hay demasiada amargura en todo, en todo, y así es imposible avanzar en nada.
PD: Hasta que en las escuelas no sea obligatorio leerse el libro "Esa incierta edad" no hay nada que hacer.
:D :D
Claro, el tema de la educación es muy complejo. Tal y como está orientado en España no es de extrañar el ambiente que se nota en la calle.
EliminarAlgo debemos hacer, es evidente. Pero prohibir el móvil en el cole nunca será suficiente.
Si acaso, que prohíban "Esa incierta edad", que quemen la primera edición, íntegra, en la plaza pública.
Gracias.
Y por cierto: empiezas diciendo "jopetas" (la versión gore de "córcholis") y acabas con "cojonudo" y "repolla".
Eliminar¡¡¡Brava!!!