miércoles, 24 de octubre de 2018

Acuerdo educativo

Resulta complicado encontrar un tema más controvertido, sobre el que todos tienen un objetivo previsto —“establecer un consenso”, “alcanzar un pacto de Estado”—, pero en el que no existe la menor base sobre la que apoyar la construcción de acuerdos, recordando que, como dijo alguien —y, si no, lo digo yo ahora mismo—, los proyectos empiezan aceptando algún punto sobre el que no existan grandes discrepancias; un axioma, como si dijéramos.

Ya sé que no doy pistas (puedo estar pensando en la eutanasia, en la globalización, en el cambio climático, en la llegada del climaterio, qué sé yo) pero he sido lo bastante imprudente como para titular el escrito de forma que sabes bien lo que tengo en la cabeza:

Hoy he venido a hablar de educación.


Y, claro, tú lo sabes mejor que yo: es difícil alcanzar un punto de inicio. Al margen de la habitual necedad —que, cuando se ve afectada por la incertidumbre asociada al futuro, se dispara de manera colosal—; afecta además la multiplicidad de agentes y actores, que convierten la escena en un barullo esperpéntico.

Intentando aportar claridad:

Dramatis personæ (en España):

— La Administración Pública. Encargada de legislar (con carácter nacional) y de su aplicación (en el ámbito autonómico). Esa multicefalia, esa Hidra esquizoide, es la prueba manifiesta de la clarividencia de Romanones: “Ustedes hagan la ley, que yo haré el reglamento”.

— Los Centros Educativos. Lastrados por la irregularidad normativa, indecisos ante la inestabilidad política, acuciados por la emergencia del nuevo karma salvador: la empleabilidad, ven limitados sus esfuerzos —que se van extinguiendo— en un intento de pasar desapercibidos y solventar la atosigante carga burocrática.

— Los profesores. Ya sé que cada profesor es un mundo y que el intento de tomarlos como “colectivo” sólo tiene sentido para establecer una generalización grosera (todas lo son); en definitiva, oscilan, como si fueran ciclotímicos, entre el asentimiento pasivo (la fase “depresiva”) y la defensa a ultranza de la Libertad de Cátedra (la etapa “maniaca”, por descontado). Súmese que suponen el eslabón débil del escalafón.

— Los padres. A menudo desorientados, siempre superados por la urgencia cotidiana, extraños en un territorio que les empuja hacia el cambio pero que, en demasiadas ocasiones, se abstienen de intervenir en el legítimo intento de que la transformación sea beneficiosa para su prole —o, cuando lo intentan, ven que no les dejan tener iniciativa—.

— Los alumnos. Incapaces de entender que en todo el proceso educativo son los únicos que son actores de forma exclusiva; nunca serán agentes.

*****

En fin.
Todo este panorama conduce a que, pese a todos los empeños —bienintencionados siempre—, un único extremo ha logrado un asentimiento consentido, más o menos extendido: la prohibición del uso del móvil en el recinto escolar.


Y lo digo ya: es un acuerdo muy flojo.
Y contraproducente.
Porque si todos los centros educativos se empecinan en aislarse de la innovación tecnológica —mientras defienden que la orientación del camino de la Educación pasa, sin excusas, por la digitalización— reubican en otros espacios —en los hogares— y momentos —fuera del horario escolar; en el tiempo de ocio y el de la convivencia familiar— consiguiendo que lo que ellos tratan de erradicar en sus recintos, pase a depender de la vigilancia paterna y de la autodisciplina de los adolescentes.

¿No sería mejor trabajar juntos para conseguir disminuir la dependencia, en lugar de quitarse el problema de encima, transfiriéndolo al hogar?

No me contentes. Estoy colgado del teléfono, como Blondie.




*****



Pergeñado en el Café Paraíso.
Sonando de fondo Neil Young
Tonight’s the Night (1975)


3 comentarios:

  1. Jopetas! Menudo temita. Es mucho más fácil cuando subes el programa de los lunes con anécdotas y música guay. Puedo resumirlo fácilmente (bajo mi punto de vista y teniendo una hija universitaria): El sistema educativo en este país es patético. Aburrido, tostón, obsoleto, carente de iniciativa, de imaginación, de responsabilidad, de incentivos. Prohíben los móviles (que sí, que para mí es una medida que está cojonuda) y ya se sienten satisfechos, ya hemos dado con la solución, ya somos -con perdón- la repolla.
    El problema es que hay demasiada amargura en todo, en todo, y así es imposible avanzar en nada.
    PD: Hasta que en las escuelas no sea obligatorio leerse el libro "Esa incierta edad" no hay nada que hacer.

    :D :D

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    1. Claro, el tema de la educación es muy complejo. Tal y como está orientado en España no es de extrañar el ambiente que se nota en la calle.
      Algo debemos hacer, es evidente. Pero prohibir el móvil en el cole nunca será suficiente.

      Si acaso, que prohíban "Esa incierta edad", que quemen la primera edición, íntegra, en la plaza pública.

      Gracias.

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    2. Y por cierto: empiezas diciendo "jopetas" (la versión gore de "córcholis") y acabas con "cojonudo" y "repolla".

      ¡¡¡Brava!!!

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