Al
inicio de la lectura del libro de Nicholas
Carr, “Atrapados”, tomé una nota
en el margen:
Las explicaciones que elaboramos sobre el mundo (y las
cosas que en él suceden) son meras abstracciones: construcciones sistemáticas
de los hombres; nos ayudan a comprenderlo, pero no lo definen (o delimitan).
Intentando
evitar citarme a mí mismo (pese a que asumo que claramente lo está pareciendo),
me doy cuenta de que la conclusión a la que conduce el propio libro es que,
quizá, esa presunción no sea del todo cierta, sino que, más bien, sucede al
contrario:
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El
libro de Carr ofrece argumentos sobre las consecuencias de la adopción de la
automatización (un proceso diferente de la mecanización):
“Cuando las personas abordan una tarea con la ayuda de
ordenadores, son víctimas muchas veces de un par de afecciones cognitivas:
1 – La complacencia
automatizada: estamos tan confiados que la máquina trabajará
inmaculadamente y solucionará cualquier imprevisto que dejamos nuestra atención
a la deriva.
2 – El sesgo por la
automatización: damos un peso excesivo a la información que aparece en los
monitores. La creemos incluso cuando la información es errónea o engañosa”.
Así,
en el primer caso, desconectamos, dejando de atender y, en el segundo,
terminamos en una zanja porque el GPS nos dice que sigamos una ruta, cuando es
evidente que esa ruta no existe.
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Desconfiar
del camino que está tomando la automatización (que ha reemplazado a la
mecanización), no es renunciar al progreso. Quizá sea una reivindicación sobre
la necesidad de pararse y ponerse a
pensar; tratar de recuperar el control de un proceso que avanza de forma
alocada, llevándonos a todos por delante, y que requiere volver a poner de
nuevo a las personas en el centro del esquema: como protagonistas y, muy
especialmente, como destinatarios de los beneficios que el progreso pueda
suponer.
"Los diseñadores de la automatización informática
asumen con frecuencia que los seres humanos son 'poco fiables e ineficientes',
al menos comparados con un ordenador, y tratan de darles un rol tan pequeño
como sea posible en la operación de los sistemas. Las personas acaban
funcionando como meros vigilantes, observadores pasivos de pantallas. Ésa es
una labor en la que los humanos, con nuestras mentes notoriamente errabundas,
somos especialmente malos [...]. Nos aburrimos; soñamos despiertos; nuestra
concentración se disipa. Esto significa, en palabras de Lisanne Bainbridge, "que es humanamente imposible desempeñar la función
básica de vigilar en busca de anormalidades improbables". Y, dado que las
habilidades de una persona se deterioran cuando no se usan, incluso un operador
de sistemas experimentado acabará actuando en alguna ocasión como uno inexperto
si su trabajo principal consiste en mirar en lugar de actuar. A medida que sus
instintos y reflejos se oxiden por el desuso, tendrá problemas para detectar y
diagnosticar imprevistos, y sus respuestas serán lentas y deliberativas en
lugar de rápidas y automáticas. Combinada con la pérdida de percepción
ambiental, la degradación de la experiencia aumenta las probabilidades de que,
cuando algo se tuerza (como sucederá antes o después), el operador reaccione
con ineptitud. Y una vez que eso ocurra, los diseñadores de sistemas trabajarán
para poner incluso mayores límites al papel del operador, sacándole aún más de
la acción y haciendo más probable que meta la pata en el futuro. La presunción
de que el ser humano será el eslabón más débil del sistema se terminará
cumpliendo".
Tratar
de alentar debates de este tipo quizá arrojen sobre uno descalificaciones
variadas: retrógrado, ludita
(en recuerdo de aquellos revolucionarios que, a principios del XIX, quemaron
máquinas y telares en Inglaterra, en oposición al maquinismo reinante), reaccionario, atrasado y otros.
"Los ideales democráticos y humanitarios de la
Ilustración culminaron en las revoluciones de Estados Unidos y Francia, y
aquellos ideales también influyeron en la visión de la sociedad sobre la
ciencia y la tecnología. Los avances técnicos eran valorados como medios para
la reforma política. El progreso se definía en términos sociales, y la
tecnología jugaba un papel secundario".
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Quizá
nos demos cuenta de que las herramientas ‘virtuales’
han dejado de ser virtualmente ‘herramientas’
(no sólo por ser etéreas, incorpóreas, intangibles, NO de hierro ni de ningún
otro material), sino porque impiden la interacción humana para la realización
de cualquier operación.
“La automatización debilita el vínculo entre la herramienta
y el usuario, no porque los sistemas controlados por ordenador sean complejos,
sino porque exigen muy poco de nosotros. Esconden su funcionamiento en un
código secreto. Resisten cualquier implicación del operador más allá del mínimo
indispensable. Desalientan el cultivo de habilidades en su uso. La
automatización termina teniendo un efecto anestésico. Ya no sentimos nuestras
herramientas como parte de nosotros”.
“Los problemas sociales y económicos causados o exacerbados
por la automatización no se van a resolver echándoles más software encima […].
Si los problemas han de ser resueltos, o al menos atenuados, la sociedad tendrá
que afrontarlos en toda su complejidad. Puede que tengamos que poner límites a
la automatización para asegurar el bienestar de la sociedad en el futuro. Puede
que tengamos que cambiar nuestra visión del progreso, poniendo el énfasis en el
florecimiento social y personal, en lugar de en el avance tecnológico. Puede
incluso que debamos valorar una idea que ha llegado a ser considerada
impensable, al menos en círculos impensables: dar prioridad a las personas
sobre las máquinas”.
Quizá
sea el momento de mirar atrás y recordar a Protágoras:
“El hombre es la medida de todas las
cosas”.
Quizá
podamos intuir un futuro distópico, no el reflejado en libros, sino el que aparece en películas infantiles.
Quizá
sea el momento de levantarnos, de quitarnos de encima la modorra y la pereza,
para tratar de vencer el engañoso ensueño que ofrece la comodidad.
“Uno de los aspectos más extraordinarios sobre nosotros
mismos es también uno de los más fáciles de pasar por alto: cada vez que
chocamos con lo real profundizamos nuestro entendimiento del mundo y pasamos a
formar mayor parte de él. Mientras nos enfrentamos a un reto, puede ser que la
motivación provenga de la anticipación de los fines de ese esfuerzo, pero es el
trabajo –los medios– lo que nos convierte en quienes somos. La automatización
secciona los fines de los medios. Hace más fácil conseguir lo que queremos,
pero nos distancia de la labor de conocer”.
Quizá
sea necesario recordar que la destreza es un camino hacia la(s) virtud(es).
“El talento del virtuoso surge de la automaticidad. Lo que
parece instinto es destreza ganada a pulso […]. Sin un montón de práctica,
repetición y ensayo de una habilidad en diferentes circunstancias usted y su
cerebro nunca serán realmente hábiles en nada, al menos en nada complicado. Y
sin práctica continuada, cualquier talento que posea se oxidará”.
“Dar los pasos necesarios para promover el desarrollo de la
destreza –restringir el ámbito de la automatización, dar un papel mayor y más
activo a las personas, impulsar el desarrollo de la automaticidad mediante el
ensayo y la repetición- conlleva un sacrificio de la velocidad y del
rendimiento. El aprendizaje requiere ineficiencia. Las empresas, que persiguen
una maximización de la productividad y el beneficio, nunca (o muy pocas veces)
aceptarían semejante canje. La principal razón por la que invierten en
automatización, después de todo, es reducir costes laborales y coordinar
operaciones”.
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Quizá.
Atrapados en el progreso, los ordenadores son los artífices de la era moderna. Nos conectan, nos desafían y, a veces, nos envuelven en su propia evolución, marcando el compás de nuestra historia contemporánea.
ResponderEliminarVeo que has captado la esencia de lo que quería decir el autor.
EliminarGracias