jueves, 14 de junio de 2018

La mujer de César

La historia antigua es fuente de entretenimiento y diversión.
Las costumbres romanas están profundamente arraigadas en nuestra cultura.
En ocasiones resulta conveniente seguirles el rastro y no dejarse despistar por sus mutaciones.

*****

Cuenta Plutarco, en “Vidas paralelas” —una obra que todo dentista romano tenía en la sala de espera de su consulta—, que Pompeya Sila, segunda esposa de Julio César, bodas celebradas en el 68 a. C., residentes en la Vía Sacra desde el 63 a. C. —cinco años después; recuerda que estamos contando en orden inverso—, gracias a que su marido había sido elegido Pontífice Máximo de la Religión romana —un hecho que pone en entredicho levemente aquello de que “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, pero que se obvia porque todavía no se había desarrollado un sistema eficaz que previniese de las incompatibilidades—. El asunto, y no me quiero desviar mucho más de él, es que, en esa casa, Pompeya decidió organizar una jolgorio muy arraigado entonces, precursor de las reuniones de TupperSex por su carácter reservado exclusivamente para mujeres, llamado Bona Dea, al que los hombres no podían asistir, salvo que alcanzaran la condición de eunucos (un buen argumento para mantenerlos al margen).

Pero, hete aquí que Publio Clodio Pulcro, obseso de la limpieza pero con menos apego a las normas que Harry Potter, decide que, puesto que quiere poner a la mujer del jefe mirando a Pompeya, se disfrazará de lírico, instrumento que cayó en desuso por la escasa posibilidad de transmitir su aprendizaje de padres a hijos —los motivos son suficientemente explícitos como para que yo quiera extenderme en mayor detalle—.

Así que nuestro amigo Publio rasguea el instrumento (la lira) intentando ocultar los muy notables efectos producidos en su propio instrumento (ése efecto que imaginas y no voy a mencionar) tras la visión de la mujer a la que deseaba con tanta pulsión, charlando desenfadadamente con otras hembras, conocedora de que su desinhibición no causaría efectos en la tropa de mancebos que les abanicaban y saciaban (casi) todos sus apetitos.

Una inoportuna revisión del garito —realizada por celosos inspectores que buscaban algún incumplimiento de la accesibilidad del recinto, o la existencia de barreras infranqueables para personas con discapacidad— finalizó con Publio apresado, juzgado y encadenado (también condenado) bajo las acusaciones de engaño y sacrilegio. No queda constancia del destino del reo porque, pese a ser expulsado de la casa, todavía no se habían inventado los debates en los que podía volver a aparecer en público, así que hay un cierto acuerdo en sospechar que, muy a la romana, la ejecución de la condena consistió, precisamente, en su ejecución. Mantener la pax romana era más complejo que universalizar el rebozado como forma de presentación del calamar.

En fin, que César —que dicho sea entre nosotros, estaba hasta el gorro de la tal Pompeya— aprovechó para divorciarse de ella, sabedor de que ella no había meado fuera del tiesto, pero había dejado que los geranios transmitieran la sensación de una cierta falta de riego y, él, Emperador y Pontífice Sumo, no estaba para permitir cierto tipo de licencias y comentarios maledicentes de la gente ociosa que lee a Plutarco, se entera de todo, todo se sabe y se comenta y, ya se sabe, o cortas a tiempo las raíces del baobab, o tienes que buscar un planeta más grande al que emigrar para añorar a tu rosa. Lo que vino a significar que César, que ya no era un chaval y sabía de qué iba la vaina, dejó sentenciado que “La mujer de César debe estar por encima de toda sospecha”.

Por descontado, en una época en la que por un “quítame allá estas pajas” te sacaban el trívium —o el quadrívium, bastante peor— y te dejaban con un miembro menos —adivina cuál—, nadie se animó a decirle a JC que, más allá de que esa actuación iba en contra del principio de presunción de inocencia, su esposa era inocente de todo punto, y la posibilidad de divorcio era nula, porque los romanos —un pueblo que comía semitumbado— constituía, por naturaleza, un conjunto de cobardes y vagos.

Como alegato final en defensa de la actitud de JC, adjunto un fotograma del biopic de 1953 (d. C.), dirigido por Joseph Mankiewicz, para que me digan si no son capaces de juzgar las intenciones de los protagonistas del affaire de un simple vistazo.

"¿Cómo te confiesas? Izquierda
Impulsiva, pecadora, mala. Un bollo. Derecha
(((Llámame zampabollos))) - Centro

Los tiempos pasan y las costumbres cambian.
Las palabras vuelan; lo escrito, permanece.

Pero, a pesar de ello, los latinajos se vuelven mutantes y se adaptan a los intereses de quienes los adoptan; en ocasiones, de forma sonrojante.

Y así, en esta sociedad enferma, azotada por la corrupción como mal endémico de quienes debían ser modelos a imitar, cada vez que surgen dudas (más o menos fundadas) sobre la conducta de algún personaje público (en función de su cargo, y no de su exposición), las mesas camillas en que se han convertido las tertulias dejan oír su voz a quien se considera cultivado, afirmando que un político debe ser como la mujer del César, “no sólo siendo honrada, sino, además, pareciéndolo”, olvidando que ese principio de escrupuloso comportamiento se daba a las esposas de los servidores públicos.

A éstos, cuando dejaban de servir a los intereses colectivos, sin más contemplaciones, se les ejecutaba.

Digo.

6 comentarios:

  1. Así me gusta más saber de la historia. Abrazo.

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    1. No te fíes de lo que cuento: meto más morcillas que un actor amnésico haciendo teatro de improvisación con sobredosis de LSD.

      Casi.

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  2. Cierto Sr Alberto pero en el Imperio Romano las mujeres eran mucho Mandaban un rato largo es más mandaman más que nadie y si no cuantos emperadores murieron por sus esposas, e incluso madres . Bueno no soy tan belicoso respecto a nuestros politicos creo que no tienen toda la culpa ya que mucha parte de culpa se ha debido a nuestra habitual propersion a lo fácily comodo. Mucho nos gusta recibir y no dar palo por lo que hemos sostenido a sabiendas a cambio de miseras davidas un circulo generalizado de corruptelas conviertiéndonos en complices de todo ello. Lo saludable es una regenarción moral y en mea culpa colectivo. eso si deben cambiarse ciertas estructuras y la funcionarial y la de oartidos lo primero. transparencia y que la carrera politica no signifique meterse en un partido y subir cual trepa a base de artimañas sino carrera de servicio publico no privado

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    1. Las mujeres mandarán siempre.
      Y no te olvides de los tertulianos, por favor.

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  3. Aparte de lo mucho que me he reido, estoy completamente de acuerdo en que políticamente (no voy a extenderme en las demás facetas de la vida) uno, una, ha de ser honrado y además parecerlo.
    Cuando asaltan las dudas, cuando hay que dar explicaciones, cuando el tufillo a engaño pasea por delante de las narices, mejor retirarse a tiempo y evitar males mayores.
    Insisto en el buen rato que he pasado. Más humor y menos horror.
    Gracias, Alberto! ;)

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