Ayer,
10 de septiembre, la sala GONG de Oviedo (Martínez Vigil, 2) fue la parada en
la Iberian Tour 2019 de Matt Woods (voz solista, guitarra acústica)
acompañado por Jeremy Mackinder (bajo), Adam Meisterhans
(guitarra eléctrica) y PJ Schreiner (batería); The Natural Disasters.
El
grupo, escuchado
en la visita a Knoxville, TN, lugar natal de Woods, pone en escena una
suerte de country-rock, yendo desde momentos rítmicos cercanos al rockabilly
hasta baladas intimistas con la épica del perdedor, ahora que el jefe ha dejado
yermo ese terreno.
Un
concierto muy entretenido, en el que repasó sus tres últimos discos: “With
Love From Brushy Mountain” (2014), “How to Survive” (2016) y “Natural
Disasters” (2019), con el siguiente setlist:
Blue-Eyed Wanderer
(2019)
The Dream (2019)
Fireflies (2016)
Jailbird Song (2019)
Drive-Thru Town (2019)
My Southern Heart (2019)
Tonight (Don't Let Me Down) (2016)
Cold Civil War (2019)
The American Way (2016)
Hey, Heartbreaker (2019)
Name to Drop (2016)
Real Hard Times (2014)
With Love From Brushy Mountain (2014)
Corner of the World (2019)
Deadman's Blues (2014)
*****
Y quiero apuntar una anécdota, quizá para no olvidarla: en el momento
de mayor intensidad del concierto, cuando el grupo de acompañamiento se había ido
para dejar, en la última de las canciones programadas, solo a Matt, que se bajó
del escenario y se puso a interpretar Deadman’s, de forma muy honesta y
sentida, con una pasión que se hacía tan verdadera que, con esa magia que a
veces surge en los conciertos, hizo que, por un instante, su emoción pareciese nuestra.
En ese momento de comunión entre artista y público, con sus compañeros
expectantes, disfrutando otra vez de Matt, conocedores de los lugares de donde
surgió la canción y que los asistentes intuíamos por su entrega, justo antes de
que un teléfono sonara [en una canción que dice “No te molestes en llamarme
por teléfono, ambos sabemos cómo termina esta noche” el sonido fue algo más
que una ligera inconveniencia], un poco antes de que el teléfono sonara (en el
único momento en que podría ser escuchado por todos), algunos, muy pocos, quizá
yo sólo (que estaba al fondo de la sala como acostumbro), oí cómo se abría la
puerta de entrada para dejar de ser 30 personas (24 de público, 4 músicos, 2
camareros) y pasar a ser treintayuna, con la llegada del repartidor de
pizza que traía, puntual, la cena de los músicos. Puedo asegurar que vi cómo,
religiosamente, el camarero pagaba esa ronda. Y supe entonces, si no lo sabía ya
de antes, que la vida de alguien que cena, Dios sabe dónde, pizza y cervezas la
mitad de los días es, probablemente, mucho menos glamourosa de lo que intuyen
quienes persiguen la fama.
A pesar de que nos hagan disfrutar tanto a “esa selecta minoría”.
Gracias Matt, gracias Desastres.
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