lunes, 18 de abril de 2016

Atraco perfecto

Las cosas ya no son como antes.
Cuando, junto a los compañeros, planeabas prolongar tu jornada de trabajo y, en lugar de conseguir dinero, te mostrabas como lo que realmente eras: un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo.

*****

O cuando, antes de hacer nada, era importante asignar los colores.

*****

Una trama puede cobrar giros inesperados. Siempre es conveniente ser previsor.

*****

Pero, más pronto que tarde, llega el momento de reunir al grupo y establecer el plan.

*****

Quizá no sean once.
Pero, de seguro, serán (al menos) dos.

*****

Me llaman Ángel

Soy todo Oídos

Martes. 3:07 de la madrugada. Un callejón. Oscuro. Aislado. Silencio.

—¿Te han seguido?
—¿Qué?
—¡Que si te han seguido!
—¿Podrías hablar un poco más alto? Ando duro de oído, estos días.
—¡QUE SI TE HAN SEGUIDO!
—Tampoco hace falta que grites; mejor si vocalizas, más despacio.
—¡Q-u-e s-i t-e h-a-n s-e-g-u-i-d-o!
—Me empiezan a pitar los oídos.
—¡Que si viene alguien detrás tuyo!
—Detrás de ti.
—¿Detrás de mí?
—Sí.
—¿Quién está detrás mío?
—Otra vez lo has hecho. Se dice “detrás de mí”. “Detrás mío” es una incorrección lingüística muy frecuente. Daba oídos cuando lo explicaron en “Para todos la 2”.
—...seis, siete, ocho, ...
—¿Por qué cuentas?
—Haciendo oídos sordos.
—¿Y eso?
—Cosas del coachee. Dice que manejo mal el estrés.
—¿Y tuviste que preguntarle al chófer? Te lo hubiera ladrado yo al oído.
—Vale. ¿Retomamos?
—¡Retomón!
—¿Comenzamos?
—¡Comenzón!
—¿Empez...? ¡Déjalo!
—¿Pero cómo vamos a dejarlo ahora? ¿Estás mal de la chaveta? ¡Con lo que me costó conseguir que nadie me pudiera seguir, con esas indicaciones que me diste, que me hacían parecer un chiflado, parándome, cambiando de rumbo, teniendo que echar a correr! ¡Menos mal que mi convencional apariencia me permite pasar desapercibido!
—¿Y nadie te siguió?
—¿No me prestas oídos? ¿No lo acabo de decir? A ti, que vas volando, te resulta fácil. En mi caso ha sido una tortura. Y no pienso dejarlo, que lo sepas.
—Bien. Vayamos avanzando.
—Dale, que te atascas. Tengo abiertos los oídos.
—Antes de nada: sincronicemos los relojes.
—¿Qué relojes?
—Ambos. El de tú y el de mí. Para que todo encaje.
—Se necesita ser anticuado. ¡Relojes! Nadie los usa. Yo miro la hora en el móvil.
—Bueno: sincronicemos los móviles.
—¿Pero cómo voy a hacer eso? Tengo activado el huso horario GMT+1 y se actualiza sólo. Cuando cambiaron la hora, hace unas semanas, yo no tuve...
—¡YA! ¡Entendido! No hace falta ladrarme al oído con tus manías.
—No es manía; es afán de practicidad.
—¡Que sí! ¿Podemos volver al plan?
—Es que te vas por las ramas. Soy todo oídos.
—Bien. El día de autos, coges la moto y sigues al furgón. A las 17:07.
—¿GMT+1?
—GMT+1. A continuación, cuando llegues a la esquina...
—Bla, bla, bla, bla. No te escucho. Bla, bla, bla.
—¿Qué haces?
—Me tapo los oídos. Eres muy cansino con los planes.
—Ya.
—Y repetitivo.
—...
—Y repetitivo.
—Ya.
—Me zumban los oídos...
—...de ser tan guapo. Claro.
—Que, ..., mira Angelín, ya lo he pillado. Hemos repetido tantas veces el plan que tengo miedo de que llegue a oídos de alguien.
—De acuerdo. Pero hay una cosa que debemos repasar.
—Regálame los oídos.
—¿Qué haremos una vez terminado el atraco?
—¡Fiesta! ¡Mandanga! ¡Chufla!
—¡Error!
—Pareces el perro de Rastreator, pero con alas (como las compresas).
—Típico error de novato. Debemos actuar como profesionales.
—Dime cómo. Oído al parche.
—Lo más importante es mantener el ritmo de vida normal; sin cambios.
—...
—Llevar la misma rutina de siempre. Hacer lo mismo que todos los días.
—¿Podemos ir quitando pufos? Es que me silban los oídos cuando paso por delante del bar de Gito...
—¡No! El error en que caen los que no son profesionales.
—Es que...
—Es que, ¡nada! Hay que ser profesional, muy profesional.
—Y tu idea ¿es?
—Vamos a estar sin gastar nada...
—La pausa dramática la haces de fábula.
—...cinco años.
—¿Cinco? ¿Estás majara?
—Tienes razón, es poco: ¡diez! ¡VEINTE! Veinte años sin hacer nada, ni comprar nada, ni gastar un duro, ni nada de nada. Les despistaremos por completo.
—Estás mal de la olla. Se te ha ido la pinza. Aplica bien el oído, no te vaya a entrar por un oído y te salga por el otro: me avisaron de que no me uniera a Ángel, el alado (así te llaman, abre el oído). Se equivocaban: eres Ángel, el chalado. ¿Cómo crees que me voy a meter a realizar un atraco si no es para cambiar mi vida? Para seguir con esta vida miserable de mí no necesito planes.
—¡Oído cocina!

*****

Para la sesión del Círculo literario Morel de Sal del 18 de abril de 2016 el motor propuesto por Patricia Núñez era la obra del pintor postimpresionista Odilon Redon. Los motivos eran sus dos cuadros “Hombre alado” y “El monstruo”.

La lectura (des)dramatizada de la pieza corrió a cargo de la debutante Loli Paredes (mostrando mucho aplomo en su papel de Ángel) y el veterano Daniel García (como Oídos).
Una delicia, como siempre.

*****

El prefacio de este texto hace referencia (e incluye) escenas de películas o episodios de TV:

“Atraco a las tres” (José María Forqué, 1962)
“Reservoir dogs” (Quentin Tarantino, 1992)
“The office (USA)” (Serie de TV. Quinta temporada, octavo episodio, 2008)
“Atraco perfecto” (Stanley Kubrick, 1956)
“Ocean’s eleven” es un sketch de José Mota, basado en la película homónima (Steven Soderbergh, 2011) remake de la del mismo título (Lewis Milestone, 1960).

Quizá pueda parecer lo contrario, pero cometer un atraco es demasiado complicado.

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