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¿Recuerdas?
Nos gustaban los teléfonos cada vez más pequeños. Los auriculares que se metían
dentro de las orejas. Hacer el amor con el menor ruido posible, como si
tuviéramos que avergonzarnos de ser personas o de tener sueños eróticos. En las
películas de los años 70 los niños se avergonzaban de sus erecciones y, en
pocos años, los padres subirán fotos de sus primeras erecciones a la plataforma
social que esté de moda y retocarán las imágenes para que la tenga más grande,
gruesa y erguida que las del vecino.
Aborrezco,
literalmente, a las personas que van por la calle hablando al teléfono. No me
refiero “con” el teléfono sino “al” teléfono. Me importa una puta
mierda su conversación y desconozco el motivo por el que me tiene que
interesar. Pueden decir: “me resulta más
cómodo”, pero en realidad hay una parte dentro de ellos que les exige, les
solicita, les apremia, a demostrar que tienen alguien con quien hablar y que es
real; que no se están inventando una conversación con el celular pegado a sus
orejas y poniendo cara de interesante. Parece que hay algo dentro del ser
humano, que se ha despertado con el siglo XXI, que obliga a exaltar que se
tiene una vida, o que se cree que se tiene una vida, como las fotos de
Facebook.
Es
una cuestión de hacerse notar mucho más allá de hacer. Es una cuestión de
marketing continuo, como un político sin ideas que necesita respaldo popular.
Es una razón de estar, como aquella chica que insistió en traer el vino,
sentarse en el sofá, parecer interesada en la película, buscar una mano entre
los cojines, robar un beso, bajarme los pantalones, mostrar lo que eran capaces
de extenderse sus pezones y después, cuando captó toda mi atención, irse a su
casa de repente. En el fondo, sólo quería sentirse deseada y dormir
tranquilamente, agarrada a su ego, al mismo al que no es capaz de enfrentarse.
Tenemos
taras. Las tenemos todos. Yo tengo las recopilaciones y hasta una lista de
canciones que las incluye. Pero esas taras han empezado a ser públicas. Es como
si estuviera de moda ser un atormentado. Como si hubiera un premio al más
gilipollas. Como si cumplir el arquetipo del imbécil de turno o el soso del mes
fuera algo bueno.
Empiezo
a descubrir que por dentro somos más parecidos que por fuera.
¿Cuándo
cambió todo eso? ¿Cuándo dejamos de querer ser “como se debe” a ser “la
exaltación de un tipo”? ¿Con las películas de finales de los ochenta? ¿Con
la amargura hipster? Ya no se
compra pan. Se compra una mediana de media cocción con pan de trigo y la verdad
que, al igual que con el vino, la inmensa mayoría no tiene ningún paladar para apreciar
la diferencia. Por eso las etiquetas son más grandes que los productos. Puedo
rodearme el pene con la etiqueta de los calzoncillos. Puedo tapar un pimiento
con ese papelillo blanco que pone el origen, la composición, el precio por
kilo, las grasas, el productor, el distribuidor y la fecha de caducidad (o
consumo preferente, Cañete dixit). En un futuro se venderán etiquetas
sin productos, de la misma forma que los más modernos compran por Internet sin
poder oler, tocar o sentir aquello por lo que pagan. Es más: resulta moderno
tener una relación profundamente penosa y sexual con alguien que aparece en una
pantalla; y hay quien se suicida, desconsolado y triste, porque perdió la
conexión WiFi y, con ello, al amor de su vida. Pero, antes de lanzarse por el
puente, espera a que lleguen las cámaras para ser, al menos, un titular en el
periódico de mañana o en la edición digital. Con suerte tendrá millones de
visitas en youtube y saldrá en el telediario de Panamá. Ni siquiera sabe el
motivo por el que lo hace; lo curioso es que lo hace.
Nadie
sabe el motivo por el que, a lo largo de estos locos últimos años, las personas
empiezan a comportarse de una manera alocadamente insustancial. Todos los días,
cuando paso por una avenida, veo a un jubilado con una sola pierna cruzando
lejos del paso de cebra y gritando a los coches, que no se lo esperan, con su
muleta en alto (sin ser torero). Ayer me quedé clavado en un canal de
televisión donde discutían entre ellos de cosas suyas que no fui capaz de
adivinar. Ni siquiera descubrí un solo mérito intelectual entre los gritadores
y los escotes. Lo importante era el ruido.
Lo
importante es el ruido.
Porque
cuando hay ruido o el volumen está muy alto tenemos que imaginarnos la
conversación y no mantenerla. Es una cuestión de reducción de esfuerzo.
Parecemos
inteligentes. Parecemos alocadamente personales e insustituibles.
Y
lo que resulta, al escarbar, es que nos aterra descubrir que somos iguales y
que nos dan miedo las mismas cosas. Miedo, frío, disfunción eréctil. Soledad,
falta de flujo, pudor, no saber comer con las manos. Estar incómodo con el propio
cuerpo, añorar aquel cuerpo ajeno. Decir “lo
siento”. Resoplar “perdón”.
Querer algo a cambio. Sentirse en deuda.
Conozco
a quien no es capaz de decir que se siente sola pero pone cara de traviesa
contando lo azarosa de su vida sexual. Tiene un teléfono grande, con un tono
horrendo. Anda por la calle como si tuviera prisa hablando AL teléfono y, en realidad, camina en círculos.
Cierto que fue del sxx ... el sxxi solo ha traido aislamiento el fin de la ruenion . el ocaso de uedar para tomar un cafe. cahralar ver el cara a cara es el mundo regido por un telefono dónde el wasp y el skype sustituyen a lo humano. Bueno es el sxxi . Yo hablo por telefono y soy un maleducado pues grito tanto que se enteran los de 1000m a la redonda espero se me disculpe
ResponderEliminarEl problema de la exhibición -este blog, el mío... ¿que contienen, al fin y al cabo, sino una serie de poses de exhibicionista intelectual?- es que trae consigo la decepción, y muchos jóvenes no tienen todavía los arrestos necesarios para pechar con ella.
EliminarEn otro orden de cosas, esa canción la había colgado yo ya. Me adelanté ¡ja ja ja!. Un abrazo!
Bernardo: gritas tanto que te oigo desde aquí.
EliminarA ver cuándo vuelves.
Gracias.
El exhicionismo es una muestra vanidosa de lo que se pretende poseer; es independiente de la edad y puede carecer de fundamento, aunque no siempre...
EliminarNo todos los blogs tienen gente detrás que practique una pose intelectual; tú y yo, sí. Para nuestra mutua fortuna, me atrevo a añadir. Todavía no has llegado a decepcionarme.
Gracias Julian
Poner esa canción de los Cero para rematar el texto me parece ideal. Abrazos.
ResponderEliminarTodo forma parte del plan de Ricardo Villegas.
EliminarA él le doy yo también las gracias.
Y a ti, JJJ.