Morel de Sal. Círculo literario.
19
de diciembre de 2016.
Coordina
Patricia Núnez.
Motivo: El mapa
del imaginario país de Balnibarbi.
Motor: Redactar
una epístola a sus habitantes.
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La
sesión coincide con el programa Noche tras noche, en la RPA, donde colaboro en el
espacio 50
Estados USA.
Hoy
viajaremos a Arizona; Balnibarbi dejó de ser imaginario y se
convirtió en un territorio real: se mencionan en el texto hitos del Estado
americano.
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Hermanos, pueblo nuestro:
Hemos
sido vencidos, derrotados, humillados. Expulsados de nuestras tierras por la
codicia de los que creen que pueden poseerlas, conocedores, como somos, que la
tierra sólo pertenece al viento, que nos permite transitar por ella en nuestra
itinerancia sin fin, que acepta que busquemos acomodo —episódico y fugaz—, que
tratemos de guarecernos de las inclemencias mientras nos demanda muestras de
clemencia con aquellos que, siendo más débiles que nosotros, son merecedores
destinatarios de nuestro respeto. No hay mérito en ser más fuerte que otro. La
recompensa se encuentra en ser más virtuoso que nuestro yo pasado. Nadie la
otorga; quien la merece, la comprende silenciosa.
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Han
aplicado la simpleza de sus decisiones arbitrarias y se amparan en la
herramienta de un holandés errado. Nosotros anhelamos la simplicidad de la hoja
que abate al enemigo, de la punta que desolla al búfalo, del filo que da forma
a nuestras flechas y a nuestro ingenio, de ambos nos sentimos orgullosos.
Y
que nos da nombre; el que hemos elegido para unirnos en nuestra natural
reserva, más allá de orígenes y ancestros. No volveremos a ser honokam, ni hopi, ni siquiera mogollon.
Somos
un pueblo perdido, sin tierras, sin
futuro; somos navajos.
*****
Cochise —ejemplo cotidiano, adalid en la batalla, consuelo
en la derrota— nos mostró de forma sencilla que todo oficio tiene su artificio;
que nuestra existencia siempre necesitó de resistencia. Que sólo es valioso el
esfuerzo si se comparte.
En
el desierto de Balnibarbi aprendimos
que no había demasiadas opciones: mal,
o nada. Cruzamos los territorios que
nos daban cobijo —que nunca serán nuestros; ahora lo sabemos con certeza—
persiguiendo un requiebro cimbreante y esquivo; sinuoso y profundo;
espectacular y, por ello, enmudecedor; quietud tras la tormenta y la tortura que
la habían forjado. Convinimos que no había forma más propicia de ponerle
nombre: Laputa.
Ahondar
es precisar. Prosigo pues: llena de recovecos, lujuriosa, taimada y necia surcó
nuestro corazón y nos dejó heridos y desangrados, Laputa. La muy...
Erramos
sin rumbo hasta terminar en Lagado.
Quisimos establecernos allí. Que fuera el escenario capital de nuestras
vivencias. Deseábamos renacer.
*****
Nada
de ello ocurrió. Todo nos ha sido arrebatado. Aprendimos a olvidar nuestros
nombres; las palabras las lleva el viento. Son volátiles. Son portátiles.
Son
inútiles.
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Tengo
noticias de que al desierto de Balnibarbi
le llaman ahora Sonora. Laputa es un Gran Cañón. Colorado, no
podría ser de otro color. En el sitio sin alternativas, en Malonada, dicen que está ahora Tucson.
Y Lagado renacerá; la han llamado Phoenix. Dicen que es árida la zona; qué
rempámpanos sabrán ellos...
Es
posible que haya dejado de ser momento de epístolas y haya que emplear las
pistolas. Que sean ellos. En Tombstone,
en un corral; llenarán todo de duelo.
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Resistimos
en el desierto sin convertirnos en desertores. Por eso, decadente ya, niego el
declive colectivo y la condena. Y desde la monumental
atalaya de estas cuatro esquinas,
arrojo mi cuerpo al vacío gritando por última vez mi nombre:
¡Geróóóóóóóóóóóóóóónimo!
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Ciertos
pasajes del escrito precedente remiten, o pueden ser semejantes, al ensayo de Josep María Esquirol: “La
resistencia íntima: Ensayo de una filosofía de la proximidad”, publicado por Acantilado en 2015 y galardonado con el Premio Nacional de Ensayo
2016, aunque no procedan de él.
El
enfoque era anterior a mi descubrimiento del libro, por puro y afortunado azar.
Ahora
estoy deleitándome en su lectura.
Una
entrevista da pautas sobre el tono de la obra y el pensamiento de Esquirol.
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Balnibarbi es un reino descrito por Jonathan Swift en su libro “Los viajes de Gulliver” (1726).
Más tarde volví a Arizona a detenerme en ciertos paisajes.
Y a escuchar música:
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Más tarde volví a Arizona a detenerme en ciertos paisajes.
Y a escuchar música:
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