Como
no quiero que me vuelva a pasar lo del año
pasado, haré un trabajo rápido.
El
anuncio de la Lotería de Navidad, 2015, ya está aquí.
El
anuncio toma como protagonista a Justino, vigilante nocturno en una fábrica de
maniquíes.
A
pesar de su horario —en el que no comparte tiempo con sus compañeros en la
fábrica—, o de lo tedioso de su ocupación —hacer la ronda de vigilancia—,
Justino es capaz de encontrar motivos que le impulsen a levantarse todos los
días, a la misma hora —en un remedo del inicio del bucle de “El día de la marmota”
y su “¡buenos días excursionistas!”—;
a Justino le gusta lo que hace, le gusta con quién lo hace.
*****
Había
mimbres suficientes para fabricar un cesto estupendo: una persona aplicada, que
cumple con su obligación y que lo hace de forma animosa; alguien que contagia a
sus compañeros (a los que no ve) su ilusión y su entusiasmo.
Una
persona que va feliz a trabajar.
Nada
más y nada menos.
*****
Hasta
que, yendo en el autobús nocturno, poniendo su hombro para que su habitual compañero
de trayecto se quede dormido, ve el periódico en el que informan de que la
Fábrica en la que trabaja ha ganado el Gordo.
Sin
que nadie le haya informado o se haya puesto en contacto con él.
Han
pasado más de 12 horas desde el momento en que se dieron cuenta (10:12 AM)
hasta la hora en que llega a la fábrica: Justino siempre ficha a las 11:00 PM.
Ese
pequeño detalle hace que Justino, por
primera vez en lo que vemos de anuncio, llega a trabajar sin ganas; con un
mohín de disgusto en su rostro alicaído. La puñetera codicia ha transformado su
apariencia.
Luego
resulta que la historia no era así del todo. Nos habían hecho trampas y nos escamotearon
la posibilidad de descubrir que eran una piña. Todos. No sólo el rondador
nocturno, el que se monta películas con sus muñecos inanimados, a los que dota
de personalidad porque carece de personas reales con las que compartir experiencias
de verdad.
Los
demás, los integrados, los que trabajan en un horario normal y, pese a hacerlo
en una fábrica, parecen un conjunto de oficinistas ramplones; el resto son,
pese a sus desgraciadas vidas, seres humanos capaces de sentir compasión y
comparten una lista en la que se apuntan los que quieran décimos y, para el que
no quiera (Justino), le apuntan uno a cuenta de la casa, que ya veremos si
después toca.
Y
toca.
Y
son generosos.
Y,
ahora con dinero, hacen fiesta y brindan con champagne (“todos somos
franceses”).
Haremos
que te sientas uno más.
No
como antes, cuando tú nos felicitabas, pero nosotros no te dábamos nada a
cambio.
Da
igual.
La
pasta lo iguala todo.
Empezaremos
de cero. Con el bolso lleno de viruta.
*****
La
conclusión es la misma:
El juego es el impuesto
a la ignorancia.
La
sensiblería es el recargo.
*****
Son
unos miserables:
1 — Se cargan el espíritu
del Justino original, aquél que había protagonizado en 1994 la primera película
de La Cuadrilla (Santiago Aguilar y Luis Guridi), en un papel que recibiría un Premio Goya al actor
revelación (Saturnino García, Justino) y otro a la dirección novel. El
primigenio, un puntillero recién jubilado en la plaza de toros, afronta cómo
llenar su tiempo de ocio sin olvidar su afán justiciero, para convertirse en “Justino, un asesino de la tercera edad”.
Es cierto que su ocupación no se corresponde al ánimo navideño (menos aún, visto desde
la perspectiva de un pavo, con esa preocupación por la empatía holística que hemos desarrollado), pero es una canallada hacerle desaparecer, sin
dejar rastro. No vayan a youtube, que no hay imágenes. Sólo la canción de Víctor Abundancia sobre los títulos de crédito.
2 — En la entrega del año pasado creaban un mundo en el que no había niños. Ahora, dan un paso adelante. Se burlan de nosotros,
los paganinis. Nos lo dicen a la
cara: sois unos maniquíes, unas marionetas, unos títeres. Movemos los hilos que
dictan lo que debéis hacer. Callar y
comprar. No sólo es que Justino trabaje en una fábrica de maniquíes. Es que él, como todos los demás, son muñecos. Sin cuentos. Sin rodeos, Sin escrúpulos.
Eso
son Golpes Bajos.
Montarán
una fiesta. De maniquíes.
Puedo verlo.
Como
se nota que ya no está Germán Coppini.
*****
En
mi venganza mostraré algunas de las trampas que han empleado:
Justino
vive en un cuarto pequeño. Desde la entrada puede verse la cama. Sobre ella, un
anaquel con libros. Al lado de la puerta se apilan, amontonados, más libros que
Justino no usa. El que está abierto está en blanco. Justino es un farsante. No
lee. Si lo hiciera, no acumularía los libros de ese modo. Emplearía la
colocación en vertical y trataría de dejar los cantos a la vista (para
identificarlos). Si tienes dudas, podrás comprobarlo en más ocasiones. Aceptamos que en el mundo de la ficción narrativa de un anuncio publicitario, nadie utiliza el móvil. Es la misma regla por la que los protagonistas de una sitcom nunca ven la TV. Pero suponíamos que un vigilante nocturno podría leer. Falso.
Va
a trabajar. Alguien que viene de
trabajar emplea el mismo trayecto. Aprovecha para adormilarse en blando. Hasta
ahí, normal. ¿Pero qué hace Justino llevando su tartera de comida y ningún
libro?
Hecho
confirmado. Se ve que el autobús (que recorta gastos en la señalización de
paradas) le deja a la puerta del curro. Sólo lleva su tartera. Ni un libro.
Ficha
a las 11:00 PM.
Es
el único que está (columna izquierda: IN). Los demás se han ido (columna
derecha: OUT).
Más
trampas. El lugar de trabajo cuenta con unos estantes repletos de carpetas A-Z.
Ni un libro. Mientras, Justino se dispone a hacer la ronda y sintoniza su
radio. Al menos uno de los dos entretenimientos de un vigilante nocturno (libro
o radio) podrá ayudar a Justino a pasar el tiempo. No hay TVs (sólo los monitores de
vigilancia) y un PC del año que Ronaldo
(el gordo) jugaba en el Barça,
imposible para echarse una partidita de FIFA,
actualizar el estado de facebook, o
mirar el número de seguidoras en Ashley
Madison, en el que su nick ha
perdido una vocal con respecto a su nombre verdadero, en el nombre, y ha añadido un lacónico Breve para conformar su ficticio apellido.
Ya
se ve que la mano derecha empuña la linterna (al modo pre-CSI, sin flexión del
codo en 90º para que la luz esté a la altura de los ojos) y la izquierda se
posa relajada en su retaguardia, liberada del transporte del transistor. ¿Quién
dijo radio?
Resulta
mucho más interesante pasear por la nave (sin misterio) y dejar que tus ideas
fluyan. Ves la foto de una moza jovial, con gafas de protección, secundada por
cinco maromos y un sexto, al que por permanecer en la más reta de todas las guardias,
se le intuye dotes de mando. Todos gritan “cheese”,
al grito de “selfie”. El que no sabe
inglés —y lleva la torola despejada—, ha quedado con el gesto contrito
porque, bienintencionado, pero lerdo en idiomas, pensó que estaban mandándole
callar. Su mirada (izquierda, arriba) busca la neurozona donde se neuroubiquen los
neuroreceptores que neuroconsigan neuroevitar que le neurodé una neura.
¡Caramba!
Estamos en la Fábrica de Maniquíes. Un
mundo vivo y nuevo.
En
el que Justino hace amigos (manipulables) que consienten en salir en fotos
colectivas junto a él.
Ha
estrechado vínculos. Ya no sólo puebla las paredes de su espacio con selfies de amigotes. También les
considera su familia y, como anunció Francisco,
la familia que no come unida no puede considerarse una familia, sino una
pensión. Así que, Justino, con la mejor de las intenciones ofrece una de sus albóndigas
teletransportadas desde IKEA, a lo
que su amigo de plasti dice que “nasti”.
“He visto cinturones de Orión en Primark,
por un euro; se irán como lágrimas en la lluvia”. “Eso significa no, ¿verdad?”.
Harto
de sus amigos de látex, que carecen de prótesis u orificios útiles, Justino
busca inspiración como todos los vigilantes de seguridad hicieron antes, y
seguirán haciendo mientras tengan que prestar el juramento “Prosegur”: fisgar en los lugares de trabajo de los compañeros que
están ausentes. Se aprende a ver detalles. Una pelota dibujada el 6 de noviembre,
el anterior al Viernes 13. Una foto de una calle de París.
El
25: “Cumple Carmen”. Me mostraré ingenioso. Haré como Eduardo con sus tijeras. Y entra en un desfase similar a Johnny Depp.
Mientras,
los colegas del horario diurno (que no se sabe qué hacen, pero que no parecen
trabajar en una fábrica), se ponen a apuntar en una lista los que quieren un
décimo de la Lotería de Navidad. La empresa es tan molona que nadie se ocupa de
hacerlo: cada uno, con su propio bolígrafo, escribe su nombre y un número (de
décimos que quiere), pero nadie recoge la pasta, ni lleva una caja de lata en
la que guarda los fondos, ni paga en la administración o devuelve los que han
sobrado, o se encarga de ir a comprarlos a la administración más próxima, o al
bar de Antonio que tocó el año pasado; a ése no vamos, que ya tocó entonces;
¿compramos por internet donde la bruja de Sort?; mi hijo tiene participaciones
del equipo de fútbol, ¿queréis alguna?; en la estación de servicio también tienen, ¿alguien quiere?; y eso sigue sin apariencia de que nunca pueda cesar...
La
lista se cae. Se ve el teléfono del Radio-Taxi (que llamen a Uber), una MasterClass de Zumba, el
cartel de Empanadillas Leo, un folio amarillo en el que se lee: “Hemos hecho una porra. ¿Cuándo llega Dani
Ahuir? (1 €)”. Lo más incomprensible es un post-it azul en el que dos puntos y una curva dotan de una aire
siniestro al emoticono más empleado en los móviles de los pitufos.
Tanta
ida de olla tiene un colofón final en un efecto Rube Goldberg que culmina con el encendido ritual de un árbol de
Navidad compuesto por maniquíes apilados en la fábrica (que tal parece un
almacén y no una factoría).
Justo
en el momento (10:12 AM) en que alguien se percata de que han ganado el Gordo.
La
fábrica ha ganado el Gordo. Porque estos sujetos que diseñan anuncios y que
carecen de contacto con la vida real, que creen que pueden proyectar emociones
en los muñecos de plástico de una factoría al borde de la quiebra, que pueden
sustituir a personas por figurines, que figuran de atrezzo y que, en el mejor de los casos, ni siquiera se quejan por
la calidad de la comida de plástico que sirven envuelta en filminas los de la empresa
de catering que, siendo como es del
hermano del dueño de la productora, se mete unos patinazos que no se puede
contar; estos sujetos desnaturalizados, que emplean tres horas al día en
desplazamientos desde su casa a su domicilio y vuelta, que viven en burbujas y
que no se relacionan con sujetos que hagan cosas con las manos —más allá de hand-shakes o give-me-fives—, que no comprenden que las relaciones son estrechas,
porque se tornan en vínculos que se fortalecen con la reciprocidad; estos seres
que notan su creatividad porque intentan suplantar a las personas que retratan
y, mientras intentan pensar por ellos, se muestran incapaces de pensar con
ellos, justificando otra vez que la suplantación es un impedimento para la
comprensión y que, llegados a este punto, hacen que el premio lo gane la
Fábrica —objeto inerme, inanimado, carente de un antropomorfismo que pueda
llegar a confundir al público, o a los creativos, indistinguibles ya en la mente enfermiza de un moderno creador de monstruos— y no las personas que trabajan en la fábrica. El remate
inverosímil es que la noticia la facilita un periódico vespertino, aquellos que, según cuentan las leyendas, se vendían
por las tardes y reunían las Informaciones
que se habían producido en el día en curso; hace eones de la última vez que una
persona dio crédito a esta leyenda, que Iker
Jiménez piensa estudiar en breve.
Champagne. Preludio de fiesta. Brindaremos
cantando con la marsellesa, que tanto nos costó aprender.
Jarana
total. Jolgorio absoluto. “Sí, bueno;
pero no se me apiñen tanto. Yo soy más de plástico”.
*****
No existe nada más feo
Que usar para este bis
Con ánimo maniqueo
Al tío del Manneken Pis
Alberto, ya lo he leído y me ha gustado. Un típico argumento para un mundo muy típico. No nos extrañemos pues. Ya sé que sabemos hacer mejor las cosas.... pero no queremos....
ResponderEliminarUn abrazo de tu amigo el cántabro.
Gracias por el comentario y las conversaciones CAO.
EliminarUn abrazo.
Collons, vaya análisis. Es verdad, ya tocaba. Me gusta todo pero tu conclusión es fundamental para entenderlo todo. Abrazo.
ResponderEliminarPues yo no entiendo nada, si te soy sincero; gracias JJJ.
Eliminarintentar ser pixar para un anuncio de loteria no teniendo a sus guionistas pues es un fracaso
ResponderEliminarNo estés tan seguro Bernardo; por lo que he podido escuchar, a la gente le gusta.
EliminarY seguro que se venderá un montón de lotería este año (otra vez).
¿Y la música?
ResponderEliminarCopio de Youtube:
EliminarMúsica, créditos: “Nuvole Bianche” compuesta por Ludovico Einaudi y arreglada por Joan Martorell.
No, si lo decía porque no suele ser inocente, la música elegida, sobre todo después del fiasco de hace un par de años y el exceso de protagonismo de ella, de la música, en los anuncios anteriores, aquel vals, creo recordar.
EliminarFeliz Navidad para ti también.