Si
fuera una mujer llamada España sentada en un bar y dispuesta a ser cortejada,
podría tener varios pretendientes:
Uno
seria mi ex. Nunca me gustó del todo pero creí que era el compañero mediocre y
capaz con el que salir adelante. Trajo comida a casa, no lo voy a negar, pero
no me llevó a bailar y me pisó cuando lo intentó en el salón. Ahora le veo como
conocido y agotado, con amor y con distancia. He hecho tantos chistes sobre su
pene que no soy capaz de diferenciar la verdad de la realidad que tuvimos en
las pocas noches de idilio que nos permitió la vida y que nos llevó a tener un
piso hipotecado que no es un castillo ni un loft. Se parece más a la antigua
casa de la abuela y es mucho, muchísimo más cara. Cada mes que llega la
hipoteca pienso que el calzonazos ese podía haber negociado mejor, cada vez que
aparece a la hora de la cena me da un asco que flipas y me pregunto cómo pasó
de ser un faro a ser el abuelo de Heidi y ahora un mendigo de amor pidiendo,
cual recién abandonado, una nueva oportunidad de ser felices.
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Otro
es un tipo joven y elegante con una sonrisa embriagadora. Tiene una
conversación fluida y estoy segura que se depila los huevos. Le pregunto si
acaso es bueno en la cama y me dice que será lo mejor que pueda, que lo hará
como le sea posible pero que más adelante, cuando pasen los años y miremos a
nuestros hijos a los ojos, estaré orgullosa. “Al fin y al cabo” —me dice— “una
relación tiene que tener un objetivo y habrá que trabajar por ello”.
Y sí, eso está bien. Aburridamente bien. Conceptualmente correcto y
hasta factible. Está bien controlar el misionero y no hacer ruido para que no
se despierten los niños. Pero, joder, de vez en cuando también quiero que me
follen y que me empotren entre el ruido ensordecedor de nuestros gemidos sin
que sea una promesa que no llega nunca después de prepararme y esforzarme y
sacrificarme por un bien superior que me ponen en la estantería de “lejano”.
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En
otro lugar está el amor platónico de la universidad. Se ha convertido en un
anuncio de supermercado como si quisiera ser el galán de las películas
somnolientas de los sábados por la tarde. Tintinea con destellos cuando sonríe.
Fue el capitán del equipo de fútbol y estoy segura que le siguen quedando bien
las medias de deporte. Me dice lo que quiero oír: me dice que estoy guapa, me
dice que estoy delgada. Me dice que “no
tengo que poner en duda que tendré con él el mejor sexo de mi vida porque ha
aprendido de los errores de universidad y ahora es el momento de disfrutar todo
lo aprendido”. Me dice que tengo derecho a disfrutar del sexo con él, que
es la mejor opción en la cama, que me la puede meter de tres y que la va a
meter de tres. Sin embargo tengo la percepción de que quiere disfrutar él
solo y eso nunca es divertido. Nunca es apasionante encontrarse con un tipo
guapo y ufano en el otro lado de la cama esperando a que le digas lo viril que
es, como si necesitase una aprobación continua, como si le tuvieras que dar un
azucarillo después de correrse.
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Se
me ha acercado un tipo algo desaliñado. Me ha prometido sexo infinito,
veganismo y reiki. Me ha asegurado la temperatura correcta en el jacuzzi de
nuestra pasión, rodeados de productos ecológicos que fotografiaremos para
subirlos a su cuenta de twitter. Me ha intentado convencer de que no debo
preocuparme por nada y que él mismo, magnífico en su propia magnificencia, hará
de su lengua la varita mágica en la que nos subiremos para no bajar jamás. Es
más, me afirma que tiene amor para mí, para la vecina, para una que pasa por
ahí, tres turistas, dos refugiadas y cualquiera que lo necesite porque cogerá
el amor de los que tienen mucho para repartirlo gratis. Todo será luz tras este
bar de oscuridad, tras estos años en los que no tuvimos la suerte de conocer su
senda ni su prolífico amor y, sin embargo, creo que quiere follarme en el
callejón de atrás para contar a sus amigos lo bien que lo hizo. Comer una,
contar veinte. Ser un trilero del parchís que se olvida que el efecto Coolidge no es
infinito y el amor, tampoco. La promesas de amor eterno siempre son mentira
hasta en el convencimiento inexperto de los adolescentes que no han salido de
casa ni para comprar el pan y no ha sabido gestionar una sola erección en
compañía.
“Amnesia”
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Así
que, aunque me carcomo por dentro después de apurar el gin tonic que es la
bebida de las separadas porque es amarga, debo de elegir entre esos cuatro y
mis genitales se empequeñecen cuando todos, absolutamente todos, en vez de
decirme lo que me harán bien, se empeñan en decirme lo mal que lo harán los
demás.
Como
un reality contemporáneo y miserable no puedo quedarme con lo bueno de cada
uno. Me encantaría poderles mezclar en una coctelera, bebérmelos y orinarlos.
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SOLUCIÓN (Como en los pasatiempos): Rajoy,
Rivera, Sánchez e Iglesias.
SOLUCIONES ALTERNATIVAS: Garzón, Urkullu, Mas,
el tuerto, el barbudo, tu primo.
SOLUCIÓN INVÁLIDA: irse a casa virgen.
muy buena.... a pesar de no saber tanto tanto de la política española se entiende perfecto... creo que de las mejores entradas que vi por acá... salu2!!!
ResponderEliminarGracias JLO.
EliminarSupongo que la política, como los residuos, huele a lo mismo en todos los sitios.
Un abrazo.
Entre burdos rumores, sacarina, Marvin Gaye y todo, eres un megacrack. La política está sexuada, o quizás no. Abrazo.
ResponderEliminarLa noticia más próxima a que el sexo se acercara a la política fue cuando anunciaron que Cicciolina se presentaba...
Eliminar...en Italia.
Ya te digo.