El cuarteto de Glasgow que formaron Fran Healy, Dougie Payne,
Andy Dunlop y Neil Primrose, tomó su nombre del personaje, Travis Henderson, que Harry
Dean Stanton interpreta en la película “Paris,
Texas”, dirigida en 1984 por Wim
Wenders.
Fueron capaces de escapar del dominio del britpop y, como demostró la elección de nombre, apuntaron hacia USA
en sus referencias. Un recorrido muy habitual entre grupos escoceses, por otra
parte. Serán sus ganas de mostrarse independientes.
Su segundo disco incluye una canción dedicada a una chica tan extraña.
Ella es tan extraña.
Ella es tan cruel.
Ella es tan mala.
¿Qué será de ella?
El vídeo es precioso.
Pero no está hecho para la canción, pese a que se ajuste a la
perfección.
En realidad se trata de uno de los cuatro cortos que forman la colección Mood, según el proyecto de
Paul Mignot.
En
ocasiones, la madurez encierra un profundo apasionamiento.
Ry Cooder es un músico y productor con variedad de intereses.
Ha
empleado ingredientes tex-mex, rock, blues, soul, folk, y algunos otros.
Ha
producido a artistas muy diversos.
Ha
participado en películas, componiendo la banda sonora.
En
1996, interesado en cierta música cubana, con ritmos procedentes de África —en
un intento de que la root-music que
confeccionaba resultara más solvente—, viajó a Cuba y descubrió a un conjunto
de músicos que, gravitando en torno a un Club Social, clausurado 50 años antes,
demostraban, a pesar de su edad, un talento y una vitalidad desbordante.
Allí
se encontró con Ibrahim Ferrer, Compay Segundo, Elíades Ochoa, Rubén
González, Omara Portuondo, entre
otros.
Los
artistas.
Grabaron
un disco, producido por Cooder, con 14 canciones, impregnadas de son, la música tradicional cubana
—profunda y arrebatadora—, en las antípodas de la salsa, ese moderno aderezo, empalagoso y superficial.
El
disco era tan fascinante que supuso una verdadera revolución. Se vendió muchísimo. Hizo que los artistas tuvieran que
organizar una gira para actuar en Ámsterdam y en el Carnegie Hall, en New York. Y dotó de sentido comercial a una
orientación hacia un tipo de música (world,
root), que Putumayo llevaba años
promocionando en proyectos verdaderamente singulares.
Todo
se contó en una película dirigida por Wim
Wenders en 1999.
La de un músico, persiguiendo las raíces de un sonido
que le apasionaba.
La de un cineasta, tratando de encontrar sentido a su
propia identidad.
La de un puñado de músicos que, negándose a sentirse
pobres o, simplemente viejos, encontraron la oportunidad de mostrar su pasión a
un mundo dócil y, por eso mismo, sorprendido y emocionado a la vista de quien
muestra empeño, decisión y bravura.
La de alguien que, bordeando recuerdos personales y
tratando de cerrar (con agradecimiento) una página, quiere tener alicientes
para iniciar una nueva deriva.
Es
la historia de muchas búsquedas.
Es
la historia de todas las búsquedas.
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Llevaba
dudando, desde que se me ocurrió por primera vez proponer Cuba, como escala en
este juego de Por Amor a la Música, sobre la conveniencia de mencionar el tema
político, a sabiendas de que, siempre que sale al tapete, las posturas están
tomadas con antelación. Pero era también consciente de que, como si fuera un runrún,
estaría presente para todos y tratar de eludir el asunto generaría mayor
distracción.
Así
que hoy, 6 de marzo de 2013, el día después del fallecimiento del venezolano Hugo Chávez, me atreveré a dejar unas
notas sobre el asunto cubano:
Una isla que antes era próspera, hoy es miseria y
pobreza.
Un destino cautivador se ha convertido en un
cautiverio asfixiante, que impide regresar a los que quieren hacerlo, salir a
los que lo pretenden y que condiciona a todos a vivir de una forma que les
disgusta.
Antiguo manantial de riqueza, hoy es una tierra
yerma.
El paraíso que todos querían visitar es un lugar
aislado.
Se ha convertido en un asunto humanitario: un pueblo
no puede sostenerse, manteniéndose segregado por una barrera infranqueable que
impida que todos sus miembros, a pesar de sus diferencias, puedan juntarse para
celebrar que siguen vivos (y que están llenos de pasión y de esperanza).
*****
Escuché
a mi padre contar historias apasionadas de cuando vivió en Cuba. Y siempre le
noté emocionarse escuchando a Luis Aguilé. Recuerdo
que me explicó que, cuando raramente bebía, le gustaba tomarse un cubalibre
(eso que hoy ha quedado reducido al sabor para un caramelo duro).
Esta
Navidad releí el relato que hizo mi suegro de su viaje a Cuba, junto a su mujer
y su hijo Gonzalo, que subyugaba cuando lo contaba en persona, porque
transmitía su pasión y su intensa curiosidad y que se publicaría, en dos
partes, curiosamente el mismo año del disco que ahora reseño.
*****
Todas
las búsquedas empiezan en un punto conocido. En todas, se desconoce el destino.
Esa es la parte verdaderamente interesante.
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Esta
es mi última participación en el juego Por Amor a la Música. He sido feliz haciéndolo.
Era un estímulo y un reto y me permitía, con un plazo mínimo, tener un enigma
que resolver: encontrar una historia que contar, con unas claves que me eran
impuestas.