Foto: Paul Watson |
Sólo, cortado, con leche. ¡Qué tiempos aquellos en los que éstas eran las tres únicas formas de pedir un café! Era más o menos fácil entrar en una cafetería y saber qué era lo que te iban a servir en función de lo que pedías. Ya sé que las cosas también han cambiado desde la perspectiva del camarero. Por descontado: he escuchado esas peticiones absurdas tipo “un café con leche, largo de café, con leche templada, en vaso de cristal y con sacarina”. He visto gente con el EEG tan plano como su televisor mostrando y demostrando su creatividad a la hora de pedir un café, avisando al camarero y a quien le quisiera oír que, ahí mismo, hay alguien especial, único, que pide un café como nunca lo había pedido nadie antes. Conozco nuevas variantes que se han ido poniendo de moda —el “desgraciao”: descafeinado, con leche desnatada y sacarina / el “bombón”: con leche condensada, para amigas de la operación bikini ya / el “carajito”, en sus múltiples posibilidades / etc., la lista es infinita—. Ya sé que en una comida grupal pedir la comanda de los cafés es mucho más complicado que el resto de comandas. Si hay, pongamos doce comensales, habrá doce formas distintas de pedir el café —e infusiones— y posibilidad 0 de agrupar los pedidos. Pero no soy camarero y esa perspectiva me confunde.
Soy un cliente y mi forma de afrontar un café se limita a tres alternativas elementales:
- Despertarme. Los cafés de primera hora que nos devuelven a la vida. Para quien desayune fuera sabrá lo que es ir a quitarse la legaña al sitio de siempre, sentarse en la mesa de costumbre, encender el pitillo, coger el Marca y —sin pedir, porque saben lo que tomamos— esperar a que te sirvan. Ya sé que ésta es una secuencia antigua. He cambiado de hábitos —el Gobierno nos ayudó a dejar de fumar bajo techo, los médicos me recomendaron que bajara la dosis de cafeína—. Lo que más me ha costado es dejar de leer el Marca —ya no sé si CR7 se sigue pintando las uñas de los pies o no—.
- Refrescarme. En verano, esos cafés con hielo en lugar de unas cañitas.
- Entretenerme. Sólo o en compañía de otros. Siempre me ha gustado trabajar en cafeterías. Leer o escribir. Observar mientras tengo que esperar. Después de una comida acompañado, el café como incitador a la conversación. La sobremesa tranquila con el apetito saciado y el ansia de ser juguetón.
He viajado mucho por toda España. Siempre sé el café que, en ese preciso momento, me apetece tomar, pero no siempre estoy seguro si seré capaz de conseguirlo. Cuando era más joven, y tenía más capacidad para admitir cafeína, me gustaba tomar el cortado como lo sirven en Asturias, con un chorrito breve de leche. Cuando fui a vivir a Madrid, descubrí que, allí, el cortado se sirve con unas gotas de leche —lo que los ingleses llamarían una nube—. En fin, que dependiendo de dónde estuvieras, debías saber cómo se llamaba lo que querías que te sirvieran.
El súmmum llegó en un curso que estuve dando en Santander. Tenía una duración de tres semanas, no continuas, y un horario muy cómodo: de diez a dos. Me permitía dormir en Oviedo y hacer turismo por Cantabria. Comí en y visité Comillas, Santillana del Mar, Suances, Cóbreces, San Vicente de la Barquera, Cabuérniga, Bárcena Mayor y más sitios de la Cantabria occidental que ahora olvido.
Por las mañanas paraba a tomar un café en Casa Junco, en El Peral, el último pueblo antes de dejar Asturias y tomar, ya en Unquera, la A-8 hasta mi destino en Maliaño, justo al lado de Santander. En el curso, teníamos un descanso que aprovechábamos para ir a una cafetería próxima a tomar un café y encender un pitillo. Y aquí venía el follón. En las dos cafeterías utilizaban vajillas similares, con dos tamaños de taza para el café con leche: en Asturias se les llama taza pequeña y mediana, mientras en Cantabria, las llaman mediana y grande. Era un jaleo: tenía que recordar dónde estaba y traducir lo que quería al lenguaje local. Las dos primeras semanas la camarera se acordaba de mí (el asturiano chiflado) y podía ocuparme de las preguntas que los formandos, pese a ser la pausa para el descanso, me seguían haciendo. La tercera semana, por motivos que no vienen al caso, se cambió de centro de formación. Mis problemas volvieron a aparecer.
Me ha sucedido en un montón de sitios: sé lo que quiero tomar, pero no sé cómo pedirlo. Quiero decir: sé que si lo pido como suelo hacerlo siempre —café con leche—, puede que no me traigan lo que quiero tomar. Antes sucedía cuando cambiabas de ciudad, un inconveniente añadido a los viajes. Si era yendo como turista, añadía una nota de color. Si era en un viaje de trabajo, se convertía en una incomodidad añadida. Si además, tienes que trabajar con traje y corbata y empiezas a detallar al camarero lo que quieres que te sirvan y cómo, te consideran un pijo y terminan haciendo lo que les da la gana. La dosis adicional de cafeína, sumada al estrés de viajar y trabajar, para encontrarte con un camarero que te mira con desprecio, no ayuda a tranquilizar las cosas.
Ahora, cuando la movilidad es una constante en el gremio de hostelería, ni siquiera sabes seguro si en la ciudad en la que resides te van a poner el café como te lo han puesto siempre. La rotación de personal en determinados establecimientos hace que ya ni siquiera en el mismo sitio sepas lo que va a pasar cuando empiezas a pedir tu café.
Y el Gobierno mira para otro lado. Empeñado en regular cosas que no le interesan a nadie, —atendiendo al IBI, el IVA o el IRPF—, desatiende los verdaderos problemas de los ciudadanos. Los políticos se preocupan del canon digital, se preocupan de calificar y recalificar terrenos, de calificar y descalificar al adversario, pero pasan olímpicamente de calificar y clasificar el café y sus modos de presentación.
En Málaga durante la celebración de un curso me contaron que hay una cafetería que tiene siete formas de llamar al café, en función de las proporciones de leche y café que cada uno lleva. Durante un tiempo utilicé la estrategia de pedir el café 50% —mitad leche, mitad café—, pero descubrí que, como aquí no se aplica el porcentaje para calcular las propinas como hacen en USA, los camareros nacionales tienen más descuidada la aritmética.
Así que, ahora que ya sabemos cuando serán las próximas elecciones, en este foro público que es mi blog, anuncio mi decisión de votar al partido político que se comprometa a incluir en su programa electoral la propuesta de redactar un Decreto-Ley que regule, para todo el territorio nacional, las proporciones de leche y café que debe llevar un cortado, un café con leche largo y uno corto, un americano, un carajito, un irlandés, un escocés y un senegalés. Propongo además el nombre que, siguiendo el ejemplo francés deberá llevar esa regulación: “Decreto Ley Café Olé”. Esos son los temas de relevancia que nuestros políticos deben afrontar y no las mariconadas a las que suelen prestar atención: límites de velocidad, normalidad lingüística, regulación del desempleo y sus propias subidas de sueldo.
Coda final: en una cena con amigos pedí un café con hielo y, como ya voy teniendo problemas para conciliar el sueño, añadí que fuera descafeinado. El camarero me preguntó si lo quería de máquina. ¿Cómo podría haber tomado un café con hielo con un sobre de descafeinado?
Chema, Maite, Vanesa, Abel y Ana son los responsables de que perpetrara este artículo
Gracias por una cena tan agradable
Y se te olvidó uno muy famoso, hace unos cuantos años...
ResponderEliminarEl café... de contrabando. Se diferenciaba de esos en que el que te lo servía no era un camarero sino un tipo con bigote renegreio que a su vez estaba casado con una señora que, por solidaridad -supongo-, también llevaba bigote.
Recuerdo el inicio de las comandas. Una mesa llena de gente cerca de Navia, cada uno pidiendo un café distinto, que si gotas, que si leche fría, que si templada, que si cortado grande... y la camarera sólo hacía un trazo a cada petición.
ResponderEliminarNunca supe si realmente nos puso a cada uno lo que le pedimos, o simplemente a todos lo mismo.
No es por desilusionarte, pero para mi que en estas elecciones te vas a quedar sin votar ;)
ResponderEliminarAna
Yendo por partes:
ResponderEliminar1 - A anónimo 1: cierto. Imperdonable error. A ese café era al que llamaban café-café.
2 - A anónimo 2: No identifico exactamente quién eres, pero recuerdo perfectamente el sistema que la señora de Anleo había desarrollado era ciertamente brutal. También te diré que esa táctica que inteligentemente intuyes (traducir todo a "12 con leche para la 7"), es una práctica muy extendida en el grmio.
3 - A anónimo Ana: Que ningún partido se comprometa a redactar el "Decreto Ley Café Olé" no implica necesariamente que vaya a dejar de votar. Mi compromiso por escrito es que votaré al partido que lo incluya en el programa electoral. Y me ofrezco a ayudar a redactarlo.
Alberto Secades
Como da de sí un café.
ResponderEliminarEs que realmente, no hay nada mejor que una buena charla ante un buen café. descafeinado, cafeinado, con leche, cortado, como sea, pero eso si, con buenos amigos
ResponderEliminarBueno, aquí hay adictos al café..... Yo, Alberto, para acabar con tus dilemas sobre como has de pedir un café en tal o cuál sitio, te diría, para provocaros a todos, que el café es muy malo para la salud por lo de la cafeína, que ya sabemos y también porque un café te deshidrata. Te va deshidratando poco a poco y eso es en general algo que causa muchos problemas en nuestro organismo.
ResponderEliminarYo ya sé que no hay nada mejor que entrar en una casa y notar de inmediato ese aroma a café de "perculator" que todo lo invade. Es como reconfortante, tranquilizante, llamando a la tertulia de amigos en un sofá cómodo. Yo debo ser "de olores" ya que me pasa lo mismo con los cigarrillos, me encanta el olor al pasar por alguien que en este momento enciende o fuma un cigarro. Pero no he fumado nunca ni he bebido, ni beberé nunca café.
preferiría, Alberto, que por la mañana de aficionaras a un buen desayuno inglés y una copa de vino tinto, que es mas saludable....y no Anónimo,no hay nada mejor que abrir una muy buena botella de vino tinto para unos buenos amigos. Y en cuanto a ese decreto de Ley café Olé, me parece a mí que, visto el panorama político de España hoy, más bien sería un decreto tibia de leche tibia con muy poquito café.
Saludos a todos,
Nina
Querida Nina: encantado me aficionaría ya al desayuno inglés; lo que no sé es dónde encontrar al mayordomo que me lo sirva diariamente.
ResponderEliminarY entiendo que si para los locales el panorama es desolador, los ciudadanos del mundo que tenéis que vivir aquí, asistáis con verdadero espanto. Resignación.
Alberto Secades
Querido Alberto: con el mar al fondo y un cafetito delante,(no muy bueno por cierto), sigo tus propuestas. A mi el cafe me gusta en todas sus versiones, si van unidas a una buena compañía. Saludos.
ResponderEliminarYo me quedo con el Bombón (así tengo la tripa pese a darle a la bici y al hockey).
ResponderEliminarEso sí, yo SI he visto a un camarero (sería por llevar la contraria) hacer un solo con hielo descafeinado de sobre, tras una situación similar a la que cuentas ... el tipo se trajo el agua caliente, la taza y el sobre ... y el vaso con un quintal de hielos luego ... Ir pa'na es tontería ...
Salu2
EN EL CAFE COMO CASI TODO EN LA VIDA LO IMPORTANTE..... ES LA COMPAÑIA Y LA IMAGINACION.Jose
ResponderEliminaranda que no tomé yo tancaos de cafe en barcelona despué de una opípara comida por pedir café con leche a lo que en cataluña se traduce por un café de inmensas dimensiones (cada bar se pelea por ver quien lo hace mas grande).
ResponderEliminarYo si queria un café con leche como los de aquí debia pedir un cortao que era lo que mas se le aproximaba