martes, 4 de marzo de 2014

Wattstax

Para mostrar el potencial que se atesora, ha de librarse uno del letargo y el aturdimiento que conlleva estar sometido al juicio ajeno; esa esclavitud que encierra la conveniencia colectiva (y la mediocridad).

Liberarse de las cadenas, tratando de alcanzar el desarrollo personal de forma autónoma, entraña el riesgo del exceso, la incapacidad de contemplar las consecuencias que un comportamiento incontrolado podrían suponer para otros (o nosotros mismos).

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1789. Mientras en España, Carlos IV nombra a Goya pintor de cámara, en Francia, Joseph Ignace Guillotin ultima los detalles del instrumento que le daría fama y, en ultramar, se declara la Constitución de los Estados Unidos. En el Pacífico, un barco británico, el Bounty, ve como su tripulación se amotina. En el Atlántico, otro crucero busca enrolar a jóvenes nativos:

— ¿Queréis libraros de las miradas de vuestros padres y hacer lo que os plazca sin su permanente vigilancia?
— ¡Sí!
— ¿Queréis viajar, conocer mundo, nueva gente y nuevas costumbres, trabajar con encono y vivir en la tierra de la libertad?
— ¡Queremos!
— Os tendremos entre algodones.
— ¡Ostras!, eso sí que mola. Nos apuntamos.

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Crónica musical de una revuelta
  

(Elipsis temporal. Viajaremos rápido)

Las cosas en USA siempre fueron difíciles para los negros. Ya habían alcanzado la emancipación que, pese a todo, era un asunto simplemente semántico en la nueva concepción que admitieron, a regañadientes, determinados estados.

Pero el crac del 29 y la depresión que produjo, la militarización de jóvenes negros que había empezado en la segunda Guerra Mundial, continuado en Corea y Vietnam y parecía que no tendría fin, presentaban un complicado panorama para los más desfavorecidos.

El asesinato de JFK, en noviembre de 1963, el profundo desencanto que se marcaba a fuego en una población marginada, sin fututo ni esperanzas, emigrados del sur, huyendo de las grandes plantaciones algodoneras y encontrarse, en el norte, que sus sueños de alcanzar la libertad y la emancipación pasaban por grandes fábricas, en las grandes ciudades, en las que realizaban penosos trabajos, por salarios igualmente miserables que no les facilitaban más que desesperación.

Malcolm X cayó en febrero de 1965, asesinado, lo que hizo que las cosas se pusieran realmente tensas.

En ese tumultuoso torbellino de desencanto surgió un grito racial, procedente de la iglesia, a la que acudían a pedir consuelo y esperanza, pero también de las calles, en las que sentían que debían vivir su vida: amar y disfrutar, buscar la felicidad, el objetivo más simple, pero más ambicioso, que ningún humano pudiera expresar nunca.

A Los Ángeles acudían, no sólo las guapas de los pueblos de todo el país, buscando emular a Lana Turner cuando fue fichada mientras trabajaba de manceba en una botica. Era también el destino de un montón de negros que, más allá de sentirse artistas, aceptaban cualquier empleo, sin preocuparse de las condiciones de su desempeño, de la penuria o degradación que implicara realizarlo, siempre que fuera lucrativo. La principal condición era que debían pasar el día echados a la calle.

Y en ese hervidero, cuando un mismo tipo, negro como un demonio, había anunciado el descubrimiento de un nuevo y excitante ritmo —Papa’s got a brand new bag— y exclamaba convencido que se sentía bien porque tenía a su chica —I got you (I feel good)—, le faltaba tiempo para afirmar que era negro y estaba orgulloso —Say it loud – I’m black and I’m proud—. Todavía no había habido un verano al que se le calificara del amor.

Era 1965.

En ese año, el 11 de agosto, miércoles para más señas, un joven de 21 años, Marquette Frye fue sacado del coche que conducía por un oficial de policía, Lee Minikus, como sospechoso de conducir drogado. Su hermano Ronald fue a casa a buscar a su madre, Rena Price. La cosa se desmadró y, a estas alturas, carece de importancia saber si el oficial disparó primero, si la madre fue la que pegó antes o cómo se inició lo que, en definitiva, se traduciría en un motín de un barrio al completo, destruyendo e incendiando sus propias viviendas, lo que resultaría asombroso en su propia paradoja.



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4 de abril de 1968. Martin Luther King es asesinado en Memphis.

Al día siguiente, está previsto que James Brown actúe en Boston. A la vista de cómo se iba caldeando el ambiente en todo el país, el alcalde de Boston había querido cancelar todos los espectáculos. James se negó, temiendo la reacción del público, e intuyendo que él sería capaz de controlarlos. Él era, en todo caso, uno de ellos.

En mitad del concierto, mientras interpretaba When you touch me, algunos jóvenes empiezan a subir al escenario y la policía les devuelve, a empujones, a su sitio. James interviene y es capaz de controlar al público, en una actuación valiente que sería recordada como “el día que JB salvó Boston”.

Las imágenes y las palabras (que intento transcribir) lo dicen todo.


JB y grupo, cantando: When you touch me. When you touch me good God. I can't stand it. Can't stand it. I can't stand your love good God.

JB: Espera un momento. Todo está bien. Todo estará bien. Bien. Todo bien. Está bien. ¿Quieres bailar? Baila. Espera un momento, espera un momento, espera un momento. Todo está bien. Todo va bien. Bien. Está bien. Todo está controlado.

Fan: ¡Eh! Tú eres mi hombre, cariño.

JB: Espera. Espera un momento, un momento. Déjame terminar el espectáculo. Dejadme terminar el espectáculo para todo el mundo. Está bien. De acuerdo. Dejadme acabar el espectáculo para todos los demás.

Fans: Vale James.

JB: De acuerdo. Está bien. Dejadme terminar el show ahora, vamos. Gracias. Muchas gracias. Gracias a todos. En un momento vamos a tener un buen espectáculo para todos los jóvenes, chicos y chicas. Espera un momento, espera un momento, espera un momento, espera un momento, espera un momento, espera un momento, espera. Espera un momento, ahora, espera, espera. Señoras y caballeros, esperad un momento. Señoras y señores. ¿Pueden prestarme su atención? Espera un momento, espera, espera. Así no deben ir las cosas. Somos negros. Somos negros. Así que espera un momento. Espera un momento. ¿No podéis bajaros y dejarnos hacer el espectáculo, juntos? Somos negros. No hagáis que todos nos veamos mal. Vamos. Vamos a hacer un show. Salid del escenario. Siéntate hijo. Baja del escenario. Baja del escenario. Sé joven. Espera un momento, espera un momento. Espera un momento, hijo. Espera un momento. Ahora, ¿por qué?, ¿Por qué os habéis subido aquí? ¿Queréis ver el concierto?

Fan: Sí.

JB: Pero, ¿por qué no bajáis, hijos, y me dejáis hacer el espectáculo. No. Eso está mal. No, no. No está bien. Me estás haciendo… No estás siendo justo contigo mismo, ni conmigo. No estás siendo justo con ninguno de los dos, con tu comportamiento. Ahora, le pido a la policía que baje del escenario porque creo que yo podría llegar a conseguir un poco de respeto de mi propia gente. ¿No tiene sentido? Ahora estamos todos juntos, ¿no lo estamos?

Público: ¡Sí!

JB: Sigamos.

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Siete años después de las revueltas de Watts, con Bobby Kennedy también muerto (como si se igualara una funesta partida de ajedrez), habiendo pasado el verano del amor y el festival de Woodstock, el sello Stax quiso organizar una muestra de lo que los negros eran capaces de conseguir, montando el festival más alucinante que pudiera llegar a ocurrir, donde mostraban tanto o más los que estaban en las gradas como los que se habían subido al escenario; donde, por momentos, las cosas estuvieron cerca de descontrolarse, pese a que un extravagante anciano supo ejercer de líder y, donde, pese a todo, más que homenajear a los participantes en los disturbios, la verdadera motivación era conseguir financiación para una empresa que, habiendo sido mal gestionada por una pandilla de ingenuos, estaba a punto de quebrar y se organizaba una monumental timba con la que tratar de salvar el culo.


Además del festival, se rodó un documental, dirigido por Mel Stuart, en el que Richard Pryor, sin pelos en la lengua y con el desparpajo que le caracteriza, habla de los temas que preocupan a la juventud de los años ‘70s, en USA: ser negro, revueltas, discriminación, pobreza, religión, orgullo, respeto, libertad, humor, blues, tristeza, amor, sexo, relaciones de pareja, juego, hacer lo correcto, unidad, raíces.

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Wattstax, el documental. Subtitulado en español.


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La nómina de músicos que aparecen en el documental es espectacular. Se indican también las canciones que se escuchan:

The Dramatics "Whatcha See Is Whatcha Get"
The Staple Singers"Oh La De Da"
The Staple Singers — "We the People"
Kim Weston"Star-Spangled Banner"
Kim Weston — "Lift Ev'ry Voice and Sing"
Jimmy Jones"Someone Greater Than I"
The Rance Allen Group"Lying on the Truth"
The Emotions"Peace Be Still"
Stax Golden 13 (supergrupo que contaba con, entre otros, William Bell, The NewcomersEddie Floyd, The Temprees o Frederick Knight) — "Old-Time Religion"
The Staple Singers — "Respect Yourself"
The Bar-Kays"Son of Shaft/Feel It"
Albert King"I'll Play The Blues For You"
Little Milton"Walking the Back Streets and Crying"
Johnnie Taylor"Jody's Got Your Girl and Gone"
Johnnie Taylor"I May Not Be What You Want"
Carla Thomas"Pick Up the Pieces"
Rufus Thomas"Breakdown"
Rufus Thomas — "Do the Funky Chicken"
Luther Ingram"If Loving You Is Wrong, I Don't Want to be Right"
Isaac Hayes"Theme from Shaft"
Isaac Hayes — "Soulsville"

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Al final del espectáculo, antes del clímax absoluto que supuso la entrada en el recinto del Moisés negro, y antes incluso de la actuación de Luther Ingram, que entonces arrasaba con su balada sobre un amor adúltero, cuando Rufus Thomas, un veterano de 55 tacos, vestido de la forma más excéntrica imaginable, haciendo el pollo, es capaz de controlar, como hiciera JB, a una multitud que parecía que podía acabar con todo, porque ya no le importaba nada.

Eso fue el festival de 1972: una memoria a los sucesos de 1965, tamizada por el recuerdo de 1968 y la evocación de que, en 1789, cuando se les necesitó, se les reclutó por medio de un engaño.

En todo caso, el sello Stax estaba a punto de quebrar: el acuerdo de distribución que habían firmado con Atlantic, no sólo supuso perder el copyright de todas las grabaciones realizadas desde el principio, sino, de forma más agravante, la propiedad de todas ellas. La gestión de Al Bell, mano derecha del fundador, Jim Stewart, le llevó a una huida hacia delante (y hacia Los Ángeles), a un suicidio financiero y un colapso del sello que, en ese final apocalíptico, dejaría rescoldos de su descomunal talento, como un festival, al que recordamos como el epítome de la fascinación.

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Más información:



2 comentarios:

  1. Articulo que va directo a favoritos espero que me acuerde a finald e año para su nominación a los mejores del año

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  2. Tengo unas ganas enormes de ver ese documental, gran Alberto. Debo encontrar un momento entre la presión de las herederas que acaparan, jejeje. Gracias.

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