Han
pasado 10 años.
En
periódicos, revistas, suplementos dominicales, blogs, foros, hojas
parroquiales, semanarios, seminarios; en todos los lugares imaginables llevan tiempo
hablando de ello.
Yo
también quiero hacerlo. Y quiero hacerlo respondiendo a una pregunta: ¿qué ha
cambiado desde entonces?
En
el suplemento “El Cultural” del
periódico “El Mundo”, del viernes
pasado, 7 de marzo, invitan a reflexionar a tres personas. En la primera
intervención, el historiador Julio Gil
Pecharromán, afirma: “Las auténticas
secuelas las padecen hoy 191 familias destrozadas”.
Paso
por encima de la discrepancia acerca del número exacto de muertos, porque hay
quien considera que la víctima que falleció unos días después no debe incluirse
en el cómputo —afirmación que seguro que no comparte la amiga con la que
coincidimos en un tren, volviendo de Valencia, que iba a reunirse con el resto
de la familia, que viajaba consternada por que finalmente se había producido el
fatal desenlace de la que se convertía en la víctima mortal nº 192—.
Pero
debo detenerme en que la consideración de víctimas ha quedado, para quien ha
puesto una flor como reclamo para un acto en su memoria, y también para Gil
Pecharromán, en los que han muerto.
Todos
los demás: los que iban en los trenes y sufrieron lesiones (de la gravedad que
fuera), con secuelas físicas o psicológicas, cuya relación fuera de amistad o
laboral o del tipo que fuese, pero no de parentesco, todas las personas que
padecieron la extorsión terrorista de un atentado de esa magnitud, dirigida a
la ciudadanía, como ente abstracto (y no a los que sufrieron las consecuencias
más atroces), todos hemos perdido la consideración de víctimas.
*****
Ese
es el cambio más dramático que supuso el 11–M.
Antes,
todos éramos víctimas, porque se consideraba que el terrorismo era una agresión
al conjunto de la sociedad, a las convicciones que compartíamos de manera
conjunta.
Desde
el 11–M, las víctimas son los muertos. Sólo los muertos. Nada más que los
muertos.
Resulta
inconcebible mayor aberración.
Toda la razón la clase politica ya se cobro su precio y se arrendo las ganancias
ResponderEliminarTremendo post, Alberto. Eres grande, tío. Un abrazo.
ResponderEliminarYo no estuve en E spaña en aquella fecha pero como tambien perdi seres queridos creo que todos somos victimas en algun modo cuando pasa algo asi.....
ResponderEliminarGracias a los tres.
ResponderEliminarLeyendo ahora, en otro lugar, he caído en la cuenta de otro cambio: antes, al finalizar un funeral se despedía al fallecido acogiéndole en un estremecedor silencio. Ahora, se le despide al calor de una ovación. Una forma menos emotiva de realizar un homenaje (a juicio del que escribe).
ResponderEliminarNo sé...