Aquellos
tiempos en los que Telefónica no se había convertido en Movistar.
En
los que no se había liberado el mercado de comunicaciones.
Cuando
el móvil era el aparato (inmenso) que convertía en odioso a Gordon Gekko, en “Wall Street” (como si saber que llevaba en su interior a Michael Douglas no fuera suficiente) y
te engañabas pensando que tú serías incapaz de llegar a hacer esa ostentación
tan grosera.
"Cachis. Me he dejado los garbanzos con el fuego encendido" |
Hace
muchísimo tiempo.
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Antes
de la última de las glaciaciones, el teléfono (de casa) tenía un cable que te
mantenía pegado a la pared (y al mundo), cuyo radio de acción podías prolongar si
comprabas el mismo alargador que usaban en las series de TV americanas, que les
permitían parlotear de forma incesante en esas cocinas, extensas como sets de grabación, y que, en un piso de
soltero español, hacían que comprobaras la ineficacia de utilizar un hilo de Ariadna para terminar
irremisiblemente atrapado.
En
todo caso, la ventaja de mantenerte comunicado exclusivamente en la guarida,
implicaba que, en caso de avería, el técnico debía desplazarse hasta tu casa,
en lugar de tener que perder el tiempo en las infames tiendas actuales de los operadores,
en los que te agolpas, sin sitio para descansar las posaderas, mirando
alternativamente el papel que se arruga en tu mano y el display de carnicero donde informan del siguiente en el turno.
El
inconveniente era que tenías que llamar, dar el aviso, esperar que el técnico
devolviera la llamada y, entonces, concertar la cita.
—
Hola, ¿qué tal? Creo que tienes un problema en tu teléfono.
—
Sí. No sé qué pasa. Uno de los aparatos no funciona.
—
Así que tienes más de un aparato.
—
Sí.
—
¿Cuántos tienes?
—
Dos. Salón y cocina.
—
En el dormitorio, ¿no tienes ninguno?
—
No.
—
Vale. ¿Cuándo podría pasar por tu casa? ¿Qué horario te viene mejor?
—
A la hora de comer.
—
¿A qué hora comes?
—
A las tres, pero llego un poco antes, sobre las dos y media.
—
¿Te va bien, entonces, que pase por tu casa, el jueves, pasado mañana, hacia las
tres?
—
Sí. Una cosa, por favor.
—
Dime.
—
¿Sería posible que me llamara de usted?
—
¿Cuándo? ¿El jueves, cuando vaya por tu casa?
—
No. Ahora. El jueves nos conoceremos en persona y posiblemente no me resulte tan
engorroso como me está resultando ahora.
*****
Crisis
en las comunicaciones.
Crisis
de valores.
Crisis
en la educación y en la enseñanza.
No
todas las crisis son económicas.
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Todas
corresponden a un cambio de criterio y a la dificultad de adaptarse a las
novedades introducidas.
Seguir
el ritmo de la actualidad es difícil, pero, incorporar con acierto las nuevas
modas a nuestro acervo de costumbres, resulta casi imposible.
Máxime,
con esa fijación en mostrarse partidario de la oposición, como si todos
fuéramos estudiantes de Derecho.
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Circula
una idea, ampliamente extendida, que pretende delimitar los ámbitos de
actuación de la educación y la enseñanza, resumida en un meme que colma espacios sociales.
Como
si fueran cosas distintas.
Como
si se pudiera sostener un sistema que trabaja con criterios enfrentados.
Como
si no fuéramos capaces de saber qué hacer y dónde.
Como
si, al igual que los políticos, no pudiéramos razonar y alcanzar acuerdos.
Como
si el único interés estribara en decidir dónde está mi casa (y dónde la tuya) y
nos tuviéramos que limitar a permanecer expectantes, encerrados en nuestra
guarida, contemplando impávidos la nefasta influencia de la calle y los mass-media, esperando que las enseñanzas
de la azafata del un-dos-tres, que ejerce de profe (ni se te ocurra imaginarla como maestra) no resulten
perjudiciales y te permitan que, el fin de semana, mientras el mozo sea pequeño
(y poco pesado) admita ir a hombros (sin que suponga que haya marcado un gol), organizando un plan
familiar que incluye jersey naranja de tendencias psicóticas (para él), maxifalda
y tartera (para ella) y simpática gorra ladeada (para el infante), en un
anticipo de que, pese a no ser capaz de emplear el usted, en nada, sabrá qué
hacer con Nicki Minaj y su “Anaconda”.
(RESULTA
CONVENIENTE AVISAR QUE LAS IMÁGENES SON EXPLÍCITAS)
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Si
la escuela enseña (entendida la enseñanza como “transmisión de conocimientos”), ¿qué sentido tiene mandar tanta
tarea para casa, asumiendo que los deberes serán realizados con la supervisión
de los padres?
Si
el aprendizaje se produce por la emulación de modelos, y la educación viene a
ser un aprendizaje de “buenos modales”
(aquellas nociones de “urbanidad” que
se abandonaron por obsoletas), ¿cómo podremos enseñar a nuestros hijos, en
casa, a emplear el usted, si, por la frecuencia en el trato y la proximidad y
el cariño, nos abrazamos, nos besamos y, en esencia, nos tuteamos?
Y,
finalmente, si los objetivos no son contradictorios (lo que carecería de
sentido) y la fórmula que repiten en el centro al que acuden mis hijos (“ésta es vuestra casa”) no es exclusiva, porque se asume que todo el
proceso educativo debe ser inclusivo, ¿resulta tan complicado establecer unos
criterios mínimos, consensuados, sobre aquello que resulta conveniente para
hijos, padres, educadores y el conjunto de la sociedad?
VALE.
No
me responda, gracias. Ya me he dado cuenta.
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Están
a punto de volver al
colegio. Beberán refrescos y comerán puñetitas.
Y
montarán en un tiovivo, tranquilos y relajados.
El telefono movil.........Invento tecnologicamente innovador que el plazo de tres décadas ha evolucionado a limites insospechados.
ResponderEliminarAhora, casi menos hablar, puedes hacer de todo con él........y también la pérdida total de la esencia de la buena conversación y tertulia
¿Hablar? ¿Quién quiere hablar?
EliminarTres reacciones:
ResponderEliminar- ¿Iván Illich, eres tú? :)
- Menos mal que la última pregunta ha quedado retórica... me había asutado.
- Y qué genialidad:
— ¿Sería posible que me llamara de usted?
— ¿Cuándo?
La reacción fue genial y, como consecuencia, absolutamente impredecible.
EliminarSiempre consigo risas generalizadas cuando cuento esa historia.
La pregunta no debería ser retórica; debería ser el primer mandamiento de los políticos (ya tengo idea para un Nomenclátor). Es una lástima que no haya acuerdo, al menos, en ese asunto.
Illich, un genio, como Vygotski, o Montaigne, o algún otro. Fuentes de inspiración eternas.
Jodo... estoy releyendo y la pregunta a la que te refieres como "primer mandamiento" es:
Eliminar>> ¿resulta tan complicado establecer unos criterios mínimos, consensuados, sobre aquello que resulta conveniente para hijos, padres, educadores y el conjunto de la sociedad?
Tengo asumido que tiendo a pasarme de cínico, pero (según mi idea de sociedad humana) tus mínimos se acercan a mis utopías, jeje.
Ya.
EliminarDe eso me di cuenta más tarde (y, por ello, retiré la pregunta).
Pues vaya lío, jeje... esa es la que calificaba como "retórica" (por haberla retirado).
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