jueves, 29 de abril de 2021

Culos inquietos

— Herbie, ¡estoy jodidísimo!

— ¿Qué te pasa, tío?

— Las putas almorranas. Estoy apretando y ¡¡¡hiiiiiiaaaaa!!!

— Pareces el cowboy que llama a su hija.

— ¿Qué hija?

— Creo que le puso Sherezade.

— Serás animal.

— Ya te digo.

— No se pueeeeeeeeeeedeee haceeeer eso.

— Ya le vale.

— Ya te vale a tiiiiiiii, que no me haces ni caso.

— Que cosas tienes.

— Que estoy aquí, tratando de jiñar y no hay foooooiiiiooooooorma.

— Opérate.

— ¡Como para operaciones estooooooooooooooy!

— Pues los de la tele dicen que va genial.

— ¿De quéeeeeeeeeeeeeeeeee haaaaaaaaaaaaaaablas?

— La pomada ésa.

— Niiiiiiiiiiiiiiiii ideeeeeeeeeeeeeeeeeeaaaaaa...

— Creo que se llama Anso.

— Sería por noooooooooooooooooo poneeeeeeeeeeeerle anos.

— Dicen que el mundo está lleno de culos inquietos.

— ¡Fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiijo!

Si hubiera que juzgar la calidad de la publicidad por su capacidad para construir metáforas, los de Anso no se comerían un rosco.

Un pizpireto y saltarín mozalbete sale de una tienda de discos y se cruza con dos seres apenados que transportan su flotador (rojo chillón), cabizbajos, en un mundo multicolor con gente que resiste en pie, pero, en un pis-pas, por la simple enumeración de síntomas (dolor, picor, escozor, inflamación) y, tras cumplir el reto de pasar por debajo de la escalera amarilla que transportan Mario y Luigi, se transforma en una arcadia prepandémica, fantabulosa, en la que quizá no haya baldosas doradas ni escalpines carmesí, pero la gente es capaz de sentarse, al tiempo que una moza, también pizpireta, lanza su flotador con estilo, como si quisiera emular a un lanzador de flotadores profesional (si tal profesión existiese), y nadie le presta atención mientras ella se va y el flotador se desinfla, rematando el yan para el que el OPEN inicial había sido el ying.

De todo el sinsentido que acabo de narrar me quedo con la sorpresa de que el corrector de Word (que siempre está ojo avizor), subraya en rojo pizpireto (¡ves!), pero no lo hace con pizpireta (¿lo ves?), lo que tomo como una muestra de micromachismo opresor que dejo pasar por el simple hecho de que he dejado a mi amigo tratando de vaciar sus intestinos y siento que debo volver con él.

— Tío...

— ¿Qué quieres? [tono cansino que noto hasta yo]

— Que si has visto el anuncio...

— Sí, coño. A veces tengo la sensación de que lo ponen a todas horas.

— Y todo, para decirte que le preguntes al farmacéutico.

— Joder, como hacen siempre.

— Como para preguntarle. Debe ser que el de mi barrio es único.

— Vale. Venga. Cuéntame, que estoy empezando a dejar de hacerte caso.

— ¿Sabes que me operé?

— Son tantas veces que, en ocasiones, pierdo la cuenta.

— Pues el de la farmacia no se olvida. Siempre que paso, me pregunta.

— Seguro que vas mucho.

— Supongo, no sé.

— Puedo imaginarlo...

— Trato de evitar la conversación, como estás haciendo tú ahora conmigo.

— Es difícil de cojones.

— La cosa es que ayer me volvió a preguntar.

— ...

— Yo intentaba darle largas, pero no había forma.

— Sé de qué me hablas.

— Y el, dale que dale, y yo, tratando de abreviar, pero nada.

— Estoy atónito.

— Y él: ¿qué tal va todo por la retaguardia?

— ...

— Y yo: sin novedad.

— Eso es “en el frente”.

— No me despistes. Él continuó: ¿ya no tienes molestias?

— ...

— Y yo: cada vez menos, la verdad.

— Me aburro...

— Y él: lo que no entiendo es por qué no hicieron una intervención menos invasiva.

— ...

— Y yo: quizá es que el cirujano acababa de escuchar a Wagner...

— No te creo.

— ... y, como decía el otro, después de escuchar a Wagner te entran ganas de invadir Polonia...

— ¡Ja! Te lo estás inventando.

— ... ya sabes que no es cosa mía; era la única forma de entender a Hitler, según Woody Allen.

— No le dijiste eso.

— Que sí. Que estaba empezando a estar un poco harto de tanta pregunta y tanto rememorar el asunto.

— Y tú eres conocido por tu falta de memoria.

— Casi proverbial, diría yo.

— Demasiadas cosas, dices tú.

— El caso es que el de la farmacia era inasequible al desaliento.

— Veo que todavía no hemos llegado al colofón...

— En absoluto.

— ...

— Te estaba diciendo, docto amigo, que nuestro antagonista se empeñaba en seguir analizando el asunto.

— Curioso término; de lo más propicio.

— Y me pregunta: ¿hace cuánto que fue la operación?

— ...

— Y yo: mira, en la intimidad que ha surgido gracias a este intercambio de impresiones, debo decirte...

— ...

— ... que estoy intentando, de todas las formas posibles, olvidarme del asunto...

— ...

Y no lo consigues, con tanto interrogatorio [terció el mancebo].

— ¡No jodas!

*****

Asumo y agradezco el esfuerzo por intentar ahorrar sufrimiento a los que ostentan almorranas —que, me consta, no son un simple flotador rojo que uno transporta en sus quehaceres cotidianos—, pero tengo por seguro que, quizás, para algunos, siga siendo mejor hacerlo en silencio, máxime cuando ese padecimiento ha sido superado.

Nunca imaginé que la farmacia pudiera convertirse en un espacio de debate, salvo que el protocolo de puesta en marcha de intercambio de información haya sido decretado por el propio enfermo.

No sé, eso creía yo hasta ahora...

*****

En todo caso, la osadía de la farmacéutica que decidió referirse a los porteadores de flotadores como “culos inquietos” tiene explicación si uno comprueba su insensatez a la hora de envasar sus productos: no son sólo fabricantes de pomadas para dolor, picor, escozor e inflamación en ciertos lugares sensibles; también comercializan tubos de pasta dentífrica y muestran muy poco cuidado en evitar que, lugares tan alejados, puedan compartir experiencias.

Lo digo teniendo en cuenta que, yo, por la mañana, me cepillo los dientes antes de ponerme las gafas y no siempre presto la debida atención.

Es posible que quede más claro con un par de imágenes.

Puede que aplicarse un producto que contiene flúor, ahí mismo, haga que el flotador se deshinche con un soplido final; sería una "fresca" experiencia (para el gremio de publicistas la frescura es siempre una ventaja; se nota).

Aunque es seguro que puedes idear más situaciones indeseadas derivadas de la confusión: la imaginación es libre, te dejo un momento para que especule...

Pero no me gustaría terminar y dejarte con este inesperado mal sabor de boca, así que resuelvo tu duda sobre los autores del soniquete (lo mejor del anuncio, sin duda), si es que esa duda ha brotado en ti: son John Dwyer & Robert Irving, en lo que es sin la menor duda música apropiada para el jingle en cuestión: You Make Me Happy. 

Y si te han surgido otras diferentes, todas podrán ser resueltas en un imprescindible espacio de Telemadrid, TV ávida de ponerse al servicio de las necesidades públicas.

Y eso es todo lo que tenía que decir sobre tan delicado asunto

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