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martes, 9 de febrero de 2016

El fantasma de la pulga

Sesión del taller Morel de Sal, de creación literaria.
8 de febrero de 2016.

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El fantasma de la pulga

— Ahora
— ¿Ahora? ¿Cuándo? ¿Ahora mismo? Me sacas de quicio con estas prisas que me metes siempre...
— Ahora es
— ¿Quién? ¿Quién es? Es ahora, o ¿lo fue siempre?
— Ahora es como
— ¿Como que cómo? ¿A qué juegas? ¡Me estás poniendo de los nervios! ¿Puedes hacerme el favor de hablar del tirón de una santa vez y dejar de trabucarte?... Por Dios te lo pido...
— Ahora es como un
— Como un, ¿qué? No te pares ¡Sigue! Habla, por Dios bendito. No te pares. Termina la maldita frase, que me estás envenenando. ¿No lo ves? ¿No lo ves? ¿No te das cuenta? ¿O lo haces a propósito?
— Ahora es como un sirviente
— ¿Por qué? ¿Qué te he hecho? Dímelo. ¿Por qué me torturas así? ¿No habrá santa manera de que te expliques? Entra en razones, ¡te lo imploro! Me arrodillo ante ti y suplico tu clemencia...
— Ahora es como un sirviente de
 ...los intereses del gran capital; de la banca; de una conspiración en la sombra; de la confabulación de los necios; de los nuevos usos y costumbres derivados de la implantación y generalización de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación; de la globalización; del cambio climático; de la extensión de nocivos hábitos alimentarios y del sedentarismo que conducen a la obesidad mórbida y otras enfermedades producidas por la pasividad y se propagan como si fueran pandemias; de la pérdida de valores en las relaciones sociales y personales; de la ausencia de compromiso; de la vigilancia a que me somete mi suegra como muestra de sumisión al orden establecido y al poder; de que siempre parezca que todo va mal; de la búsqueda de un cambio permanente en el que cambiándolo todo, todo siga siendo lo mismo; de la nefasta inversión de papeles que hace que ya nadie se dé cuenta de que no importa tanto si estás dentro o fuera, como si estás arriba o abajo, porque los de arriba gozan de privilegios eternos mientras los de abajo están condenados sin remedio; de, ..., espera que beba.
— Ahora es como un sirviente de los
— ¡...de los cojones!, que Dios me perdone.
— Ahora es como un sirviente de los demonios.
— Yo. Hablabas de mí. Acabas de describirme. ¡Cómo me conoces, bandido!

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El motivo que Patricia propuso para el ejercicio era un cuadro de William Blake —cuya trayectoria había repasado en la sesión precedente—, “El fantasma de la pulga”, fechado en 1819-1820 y expuesto en la Tate Gallery de Londres.
El motor era una frase —“Ahora es como un sirviente de los demonios”—, que debíamos continuar.


En la lectura dramatizada Teresa tomaba el papel de pulga.
Pilar debía hacer de fantasma.
Ambas estuvieron espléndidas; espero que Teresa me perdoné por haberla expuesto a un tour de force que superó de forma sobresaliente.

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La frase era el final de un cuento de Manuel Swedenborg, “Un teólogo en la muerte”, que aparecía en su libro “De cælo et ejus mirabilis et de inferno, ex auditis et visis” (Sobre el cielo y sus maravillas y sobre el infierno, de lo escuchado y visto), publicado en 1758. Borges incluiría el cuento en su “Historia universal de la infamia” (1935).

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Un teólogo en la muerte (Manuel Swedenborg)

Los ángeles me comunicaron que cuando falleció Melanchton le fue suministrada en el otro mundo una casa ilusoriamente igual a la que había tenido en la tierra. (A casi todos los recién venidos a la eternidad les ocurre lo mismo y por eso creen que no han muerto.) Los objetos domésticos eran iguales: la mesa, el escritorio con sus cajones, la biblioteca. En cuanto Melanchton se despertó en ese domicilio, reanudó sus tareas literarias como si no fuera un cadáver y escribió durante unos días sobre la justificación por la fe. Como era su costumbre, no dijo una palabra sobre la caridad. Los ángeles notaron esa omisión y mandaron personas a interrogarlo. Melanchton les dijo:

— He demostrado irrefutablemente que el alma puede prescindir de la caridad y que para ingresar en el cielo basta la fe.

Esas cosas las decía con soberbia y no sabía que ya estaba muerto y que su lugar no era el cielo. Cuando los ángeles oyeron este discurso, lo abandonaron. A las pocas semanas, los muebles empezaron a afantasmarse hasta ser invisibles, salvo el sillón, la mesa, las hojas de papel y el tintero. Además, las paredes del aposento se mancharon de cal, y el piso, de un barniz amarillo. Su misma ropa ya era mucho más ordinaria. Seguía, sin embargo, escribiendo, pero como persistía en la negación de la caridad, lo trasladaron a un taller subterráneo, donde había otros teólogos como él. Ahí estuvo unos días y empezó a dudar de su tesis y le permitieron volver. Su ropa era de cuero sin curtir, pero trató de imaginarse que lo anterior había sido una mera alucinación y prosiguió elevando la fe y denigrando la caridad. Un atardecer, sintió frío. Entonces recorrió la casa y comprobó que los demás aposentos ya no correspondían a los de su habitación en la tierra. Alguno contenía instrumentos desconocidos; otro se había achicado tanto que era imposible entrar; otro no había cambiado, pero sus ventanas y puertas daban a grandes médanos. La pieza del fondo estaba llena de personas que lo adoraban y que le repetían que ningún teólogo era tan sapiente como él. Esa adoración le agradó, pero como alguna de esas personas no tenía cara y otras parecían muertas, acabó por aborrecerlas y desconfiar. Entonces determinó escribir un elogio de la caridad, pero las páginas escritas hoy aparecían mañana borradas. Eso le aconteció porque las componía sin convicción.

Recibía muchas visitas de gente recién muerta, pero sentía vergüenza de mostrarse en un alojamiento tan sórdido. Para hacerles creer que estaba en el cielo, se arregló con un brujo de los de la pieza del fondo, y éste los engañaba con simulacros de esplendor y de serenidad. Apenas las visitas se retiraban reaparecían la pobreza y la cal, y a veces un poco antes.

Las últimas noticias de Melanchton dicen que el brujo y uno de los hombres sin cara lo llevaron hacia los médanos y que ahora es como un sirviente de los demonios.

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Philip Schwartzerdt, Melanchton, (16 de febrero de 1947, Bretten – 19 de abril de 1560, Wittenberg) fue un teólogo alemán. A instancias de su tío, Johannes Reuchlin, cambió su apellido natal Schwartzerdt (que en alemán significa “tierra negra”) por el de Melanchton (sinónimo, en griego).

Trabó amistad con Lutero, al que reemplazó como cabeza de la causa reformista, tras el confinamiento de su mentor.

En 1529 fue uno de los firmantes de la Protesta de Espira, documento que varios príncipes alemanes del Sacro Imperio Romano Germánico presentaron el 19 de abril para “protestar” contra el edicto de Carlos V que anulaba la tolerancia religiosa, concedida a los principados alemanes, en un intento de reprimir el movimiento de reforma de la Iglesia Católica iniciado por Lutero. El documento se considera uno de los fundamentos del protestantismo, del que toma su nombre.

Melanchton fue el creador del término psicología para designar a la disciplina encargada del estudio del alma.

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El místico sueco Swedenborg encontró motivos suficientes en su vida para trazar un tránsito a la muerte como el expuesto, donde ahora es como un sirviente de los demonios.

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He encontrado el cuento, con imágenes de El Bosco (muy afines al itinerario del taller) y música de Debussy.

martes, 15 de diciembre de 2015

Matar el tiempo

Sesión del taller Morel de Sal de creación literaria.
14 de diciembre de 2015.
El motivo propuesto por Patricia es un personaje que aparece en un cuadro de El Bosco.



Debíamos escribir un relato, titulado “Matar el tiempo”.

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— Me tienen harto, te lo juro.
— ¿Qué te pasa?
— No paran de pedir.
— ¿Quiénes?
— Todos. Unos dicen que han perdido cosas de valor y no las encuentran.
— Que se vayan a Padua.
— Ya. Yo sólo quiero que me dejen en paz, y seguir matando el tiempo.
— Debe ser una lata.
— Un petardo.
— Tú, que siempre fuiste un solitario.
— Ya. Me hice eremita, ¿sabes lo que significa?
— Que te retiraste del mundanal ruido, como diría un cursi.
— Sí. Porque no quería tratos con nadie; sólo quería dejar que el tiempo pasara.
— Y no paran de pedirte.
— Las peores son ellas.
— ¿Y eso?
— Las que no encuentran con quien casarse.
— ¿Y?
— Que me piden que interceda.
— ¿Cómo?
— ¡Yo que sé! Yo quiero matar el tiempo, pero estoy tentado de matar a alguien.
— Y no hay manera.
— En absoluto. Y eso que me he venido a un sitio reservado.
— Ya te veo, aquí en esta esquina, bajo una desvencijada techumbre.
— Para estar tranquilo, en silencio.
— Y no hay forma.
— No. Que si “mi anillo”, que si “encuéntrame esposo”, que si “necesito dinero”.
— Para eso está Pancri
— Ya lo sé. Pero piden como si estuvieran echando CVs.
— Te entiendo.
— Claro, como tú sólo te ocupas del “camino recto y seguro para llegar al cielo”
— ¿Qué?
— Pues que, así, con tus altos ideales, nadie te incomoda.
— No te pases.
— ¡Cuidadín! Lo llevas Clarete conmigo, majete.
— Ahora te pones ripioso.
— Ganas de matar el tiempo.
— Te dejo, pues.
— A ver si es verdad. He abierto un hueco en el cesto, pero no consigo soltar peso.
— Dábale arroz a la zorra el Abad.
— ¡Jo! Ni en el trono consigo que me dejes en paz. Te mandaría a cagar, que es lo que trato de hacer yo, aquí, en este reservado que me he montado.

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Yo identifiqué al personaje como San Antonio, al que recordaba Sole en la sesión previa. Confundido con la identidad del santo, en el diálogo conversan San Antonio Abad (personaje recurrente en las obras de El Bosco) y San Antonio María Claret. Aparecen mencionados San Antonio de Padua y San Pancracio.

El fragmento corresponde a “La adoración de los Magos” (también conocido como “Tríptico de la Epifanía”), de 1485-1500, expuesto en El Prado. El personaje era San José, cambiando los pañales al niño. Espero se me perdonen las irreverencias.

Como acostumbran, Pilar y Teresa estuvieron sobresalientes; más cómoda la segunda, pues pudo actuar sentada.

Gracias al grupo por el rato tan entretenido que supone la escenificación del texto y el conjunto de la actividad.

martes, 24 de noviembre de 2015

Gándor

En el taller de creación literaria Morel de Sal, debíamos entregar ayer un ejercicio inspirado por un detalle de un cuadro de El Bosco, “El Tríptico del Juicio Final” (1482 o posterior), expuesto en la Academia de Bellas Artes de Viena.



Patricia nos propuso elegir un personaje, darle nombre y escribir acerca de su función en semejante paisaje [yo opté por la figura representada arriba a la derecha, con cara y pies azules, que lleva toquilla negra].

Tuvimos la inmensa fortuna de contar con Teresa y Pilar que hicieron una lectura dramatizada del texto que había preparado —un diálogo— en el que encontraron muchos más matices de los que hubiera podido imaginar y que nos hicieron pasar un rato desternillante.

*****

Gándor

— ¡Buf!
— ¡Bufa!
— ¡Buf!
— ¡Bufa!, bufona.
— ¡Buf! ¡Buf!
— ¡Bufa! Pareces una búfala.
— ¡Buf!
— ¡Bucéfala!
— ¡Buf! ¡Buf!
— ¡Bucea! ¡Vocea! Insiste en dar voz a tus pasiones.
— ¡Buf! ¡Buf! ¡Buf!
— ¡Bufa! ¡Bufona! Abres la boca; parece un buzón. Eres incapaz de saciarte, Gándor.
— ¡Buf!
— Has comido sin medida, Gándor. No sabes ponerte freno. Estás ahíta, rellena de gases. La flatulencia te desbordará.
— ¡Buf!
— No puedes levantarte. No quieres hacerlo, Gándor. Te pesa el culo, como lo hace tu conciencia.
— ¡Buf!
— Quisiste tentar a la suerte, Gándor. Lo querías todo y quisiste encontrar la respuesta en las seis caras del azar. No supiste entender que hay juegos a los que nadie puede ganar.
— ¡Buf!
— Creías que tenías todos los méritos. Que eras mejor que otros, Gándor.
— ¡Buf!
— Sospechabas que te rondaban por tu belleza o tu astucia. Dejaste que todos jugaran con lascivia, Gándor. Eras incapaz de mostrar fidelidad, porque sólo mirabas por ti.
— ¡Buf!
— Quisiste la virtud que veías en otros, Gándor; debías demostrar tu carácter y no tu afán de alcanzar lo que a otros costó preservar.
— ¡Buf!
— Ahora, cerúlea, mortecina, flatulenta, preñada y emponzoñada, Gándor, encadenada a la fortuna, cuesta abajo, deseas alcanzar la sabiduría.
— ¡Buf!
— La filosofía te atrae, Gándor. Dices que te llama.
— ¡Buf! ¡Buf!
— Es lo único que te faltaba, Gándor. Te apuntarás al estoicismo.
— ¡Buf!
— Aprenderás una lección: el vicio va sobre ruedas, Gándor.
— ¡Buf!
— Serás la estoica Gándor.

Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...