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viernes, 27 de noviembre de 2015

Black (Mis cojones)

"He tenido una idea"

Hoy es Black Friday. Las ofertan vuelan y martillean. Todo es más barato. Todo tiene una oferta. Un tanto por ciento de descuento. Una rebaja. Los comerciantes de las grandes empresas se han puesto de acuerdo para ser benévolos y hacernos partícipes de su generosidad. Nos quieren y nos tienen sumergidos en los grandes titulares de los precios. Juegan, como ese juego modernete de adultos al que parece que hay que jugar, a que encuentres el cofre del tesoro y, sin embargo, las monedas de oro se las debes dar a ellos.

"Precios fluctuando"

Los que estamos en el mundo sabemos que es una gran estafa, una gran mentira. Sabemos que MaryMark sube los precios para bajarlos ese día y posicionarlos un poco más altos de su lugar habitual. Sabemos que existe un determinado tipo de engendro social al que le da igual lo que compre, siempre y cuando pueda sentirse más hábil que sus vecinos. “Me he comprado una trócola de titanio con ziritione que estaba a 1.600€ por 12€” y lo dice entornando los ojos y arqueando las cejas, que es como miran los gilipollas. Algún imbécil cabalga entre mensajes de oferta para alimentar su ego o ver si sus genitales crecen como el que va en un enorme 4x4. Ellas se quedan delante del ordenador para ver si ese vestido está rebajado y van como zombies con tarjeta de crédito buscando la sensación de sentirse poderosas.

Eso es lo que alimenta el Black Friday porque ya sabemos que siempre hay una falsedad, una mentira y una pequeña estafa. Queremos jugar a un juego en el que las compañías engañan y nosotros nos creemos más listos y hoy es la celebración mundial de ello.

No voy a comprar nada. Mucho menos hoy.

Quizá compre pan...

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Texto firmado por maldíaparadejardefumar, el bloguero ausente.
Suscrito y rubricado por mí.

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Aunque a nadie le importe saber la verdad.



Porque sabemos que la habremos olvidado.
La memoria es frágil.


"Nunca olvidaré la historia del niño éste, ..., ¿cómo se llamaba?"

La ruleta rusa es el único juego en que siempre gana el negro.
El pesimismo se contagia, creo.

lunes, 20 de febrero de 2012

El decálogo de la (gran) estafa

Acabo de terminar la reseña de Cleptopía. Me quedo con una sensación amarga. El mismo tipo de desazón que me quedaría si, durante una palpación rectal, el proctólogo se pusiera frenético a aplaudir.

Ya sabía que me habían timado. Ahora soy capaz de entender mejor el plan de la estafa. Presento a continuación los diez engaños en los que se han apoyado para organizar la trama en nuestra contra. Ellos, los arquitectos de esta colosal farsa.

Foto: abbyladybug

1 — Especulación vs. economía productiva

La estafa se fundamenta en la confusión interesada de dos actividades independientes, que pueden estar relacionadas, pero que corresponden a principios fundacionales, y de funcionamiento, diferentes. La actividad financiera no genera riqueza, ya que no aporta valor al sistema en el que actúa. La actividad productiva es —debe ser— generadora de riqueza.

Confundir, de forma intencional, la riqueza con la estimación que se haga de algo es la base de la estafa. Si una actividad productiva se incrementa, genera riqueza, porque genera más empleo, aumenta el volumen de suministros y, en forma de cascada, aumenta la actividad en el propio sector y en otros circundantes.

La actividad financiera no genera nada; tan sólo el aumento de la apreciación de unos índices (referidos a bienes o servicios, tangibles o intangibles), pero sin producir cambios apreciables en los productos a los que los índices están referenciados.

Hacer apuntes contables y valorar en más o en menos esos numeritos, no beneficia al conjunto de la sociedad. Trabajar y ayudar al desarrollo social, sí.

2 — Ayudar a los pequeños frente a los grandes

La principal acusación que debemos hacer a los políticos es que han olvidado su responsabilidad; peor aún: la han traicionado. El sistema representativo exige que los políticos —receptores del poder soberano y representantes del interés colectivo— defiendan a los pobres frente a los ricos, a los individuos frente a las colectividades, a las minorías frente a las mayorías, a los débiles frente a los poderosos, a los pequeños frente a los grandes.

Unirse a los fortachones, para terminar zurrando a los enclenques, es de cobardes y de abusones.

3 — Privatizar los beneficios, socializar las pérdidas

Las estafas descritas se basan en un sistema conocido como esquema Ponzi. A mí, que además de antiguo, me considero más bien burro, me gusta reconocerlas como un sistema piramidal clásico. Todo tipo de especulación —y ahora definiré qué significa eso para mí— implica la suposición de que siempre va a haber un tonto mayor que uno mismo.

Eso es especular: comprar algo barato para (sin aportar ningún valor), pretender venderlo más caro a alguien que, por hacerlo, demuestra estar más abajo en la cadena de tontería especuladora. Arriesgar de esta forma tu dinero, es una decisión que está en tu mano tomar. Pero hacerlo con dinero ajeno y esperar que, si tu apuesta sale mal, vengan a rescatarte, es una completa indecencia.

Consentir eso —que es lo que hacen los políticos como colectivo— es una inmoralidad aberrante.


4 — Rentabilidad a corto y a largo plazo

Buscar el lucro personal basándolo en el esfuerzo y en el sacrificio individual es una ambición perfectamente deseable. Anima a las personas a desarrollarse y a crecer, intentando mejorar y que el proceso genere un beneficio. Está en la base de cualquier actividad humana.

Buscar la felicidad propia y ajena, invertir en el desarrollo del grupo al que se pertenezca, transmitir como legado mejoras en lo económico, en lo social y en lo cultural, explica de forma universal nuestro avance colectivo. Esa ambición se apoya en el trabajo como forma de vida y busca resultados como fin de un proceso entendido siempre a largo plazo.

Especular para un enriquecimiento rápido, siendo ése su único fin (“dar un pelotazo”) se apoya en la avaricia, un proceso sin fin, que nunca deja saciado a nadie, pero que cada vez necesita más recursos para ser alimentado.

5 — Deslocalización implica despersonalización

Nos han enseñado el señuelo de la globalización, cuando lo que pretendían conseguir era la deslocalización. Su estado ideal es aquel en el que (como los apuntes contables de un dinero que no existe, de un valor que se presupone, de una realidad intangible) todo suceda en un meta-mundo irreal de entelequias incorpóreas. Ese mundo 3.0 (o 4.0, o 5.0, o 6.0, o n.0 —en una escalada que nunca tendrá fin—) de i-Realidad virtual, semilíquido, pero gaseoso, convertirá definitivamente a las personas en sujetos 0.0.

Ya nada sucederá como una operación física en un mundo real. Seremos unos y ceros gobernados por ceros y unos. Unos serán más ceros, mientras otros serán más unos.


El globo puede tocarse, pero cuando no tiene necesidad de un soporte físico, se desvanece en el aire para llevarse por delante a quien encuentre en su camino.

6 — La culpa es de los ciudadanos (que lo paguen ellos)

La estafa se completa cuando el engañado no se da cuenta de que lo ha sido y si, en un rasgo de lucidez impredecible, termina adquiriendo conciencia de que ha sido timado, busca un culpable distinto del verdadero. El autoengaño se completa cuando el timador consigue que creas que el responsable has sido tú.



7 — Desviar la atención


El timador —como el mago, como el prestidigitador, como el trilero, como el estafador, como el especulador, como el político, como el banquero—, todos ellos, basan su actuación en un mismo efecto: te muestran la mano izquierda mientras con la derecha hacen desaparecer tu dinero. Cada truco implica una variante nueva, siempre más sofisticada, de complejidad creciente. Cuando el ejecutor oculta aviesas intenciones, podrás calcular el importe del timo, estimando el valor del montaje que ha tenido que orquestar.

Pero todos buscarán que, en algún momento, tengas que mirar para otro lado.

8 — Efecto látigo

Ya no estamos hablando de ese planteamiento argumental que obliga a elegir entre la cola del león o la cabeza del ratón como alternativas, mutuamente excluyentes, que determinan el discurrir de nuestra vida. Estando donde estamos, debemos asumir que no vamos a ser ninguna parte de ningún animal con una presencia digna. Y situándonos donde nos han colocado, ciertamente más cerca de la cola que de la cabeza, tenemos que tragarnos, nos guste o no, que no somos nada. Es deprimente.

El efecto látigo hace que la vibración se transmita aumentando su intensidad de forma continua. Por eso el latigazo se oye (se ha roto la barrera del sonido).

También por eso, la velocidad es más alta al final de una cadena humana.

Y, ahora ya sabes por qué, mientras que el que maneja el látigo se va haciendo cada vez más gordo, al final del todo, hay cada vez más personas que ya no pueden vivir.

Ya no parece divertido en absoluto.

9 — Aburrir mortalmente

La economía está presente en la mayoría de conversaciones. Hagas lo que hagas, no dejas de oír hablar de la prima de riesgo, de agencias de calificación, de diferenciales, de déficit, de deuda, de cosas que, antes nadie conocía, que ahora pocos saben qué significa, pero que aburren a cualquiera.

Nos están dejando sin sangre, consiguiendo que se seque.

Está imponiéndose la costumbre —ciertamente tediosa— de que hombres y mujeres se separen en las comidas grupales. Al margen de que te permita marcar distancias con tu pareja habitual y escuchar historias nuevas (aunque con menor interés) de las que sueles oír de forma habitual, la estrategia se convierte en una incitación al aburrimiento. Separando a los comensales, atendiendo exclusivamente a su sexo, se consigue que, en la parte de los hombres se hable de fútbol, en la de las mujeres se hable de Belén Esteban y, en común, se hable de hipotecas, de PIB, de Davos y de ladrillazos.

Niégate. Vístete de blanco, ponte un gorro de nadador (blanco) y sal cantando a la calle. Que no te quiten la alegría.


10 — Atocinamiento

Recuerdo un carismático líder de la política española anunciando a bombo y platillo que, en una cumbre del G-X, —no recuerdo el número: 8, 10, 20, ¿quién sabe?— su cometido era refundar el capitalismo (en lugar de refundirlo), en lo que en realidad era un intento de confundir a quien estuviera escuchando.

La solución: más madera (más dinero para los culpables, que pagaremos entre todos y los estados siguiendo siendo deudores de aquéllos a los que tuvieron que rescatar). Si no fuera para echarse a llorar, sería de coña.

Pero como le pasó a la rana que dejó de notar hace tiempo que el agua seguía calentándose, han conseguido amodorrarnos.

Nos ceban como a cerdos, porque tienen miedo de que empiece la matanza.

Que no te quiten la alegría. No esperes a que sea demasiado tarde. El humor mantiene tu inteligencia alerta. Estarás atento a la próxima estafa que tratarán de urdir contra ti, pero seguirás contando con tu capacidad para disfrutar y reírte.



Y ahora que no me venga nadie con la gaita de que no sé de qué hablo. Ya sé que no sé de qué hablo. Pero sé que sé lo que digo. Y si no entiendes que nos han estafado, asume que te han quitado tu dinero, te han hecho más pobre, mientras hay un montón de indeseables, gente odiosa y oprobiosa que merece que se les ajusticie. A los que lo han permitido, los políticos —gente cobarde, enemiga de la honradez y el trabajo duro—, escupiré sobre vuestra tumba.

Ya sé que no sé de lo que hablo. Pero sé que sé lo que digo.

Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...