En
ocasiones, es posible predecir los acontecimientos futuros. Es preciso prestar
atención a ciertas señales que, pese a resultar imperceptibles a ojos no
entrenados, la experiencia permite desarrollar un cierto sentido que resulta
útil para saber lo que pueda llegar a suceder.
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Antes de que se
produzca un tsunami, el agua retrocede.
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La calma chicha
que precede a la tempestad.
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Un perro,
apaciblemente tumbado en su lugar de descanso, se yergue, azuza las orejas y
emite un ligero gruñido.
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En el aire se
percibe un ligero olor eléctrico, como a ozono dicen, que avisa de que habrá
tormenta.
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Una rodilla
recién operada de menisco.
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El dueño del bar
de la esquina sale un momento a hacer unos recados: va a buscar los periódicos,
tabaco para la máquina y cambio. Al regresar, de un vistazo, sabe si ha habido
movimiento.
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Él llega a casa
y, antes de cerrar la puerta, sabe que algo raro sucede. “¿Qué habré hecho?”, se preguntaba cuando era inexperto. Hoy,
recapacita: “¿Qué NO habré hecho?”.
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Algunos
se refieren a un sexto sentido, una
especie de intuición, inexplicable.
Aquí
hablamos de sentido común, esa
sensatez alimentada por la observación y la experiencia.
"Creo que avisan que debes empezar a parar" |
No
es necesario estropear campos de trigo (los aliens, como responsables de los crop circles).
"¡Cómo van a estar avanzados: No tienen ni idea de jugar al tic-tac-toe" |
Para
revelar el valor de una señal se cumple un principio elemental (Primera ley de la validez predictiva):
“La validez de una señal es inversamente
proporcional al tamaño con que se presenta”.
Portada Marca 24-01-2014 "El tipo de letra utilizado como predictor" |
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Hay
que prestar atención a los detalles, que suelen mostrarse inapreciables, y ser capaz de interpretarlos.
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Las
distopías que nos preocupan hoy se fundamentan en la implementación y el
desarrollo de “sistemas expertos”,
aquellos que aprenden solos, en los que las máquinas deciden ser autónomas y
librarse (o utilizar) a los humanos. Pienso en Hal 9000 —de “2001: Una
odisea del espacio”—, Skynet —de
la saga “Terminator”— o “Matrix”.
Y
preocupa porque otorgamos a las máquinas (nuestras creaciones) una capacidad
que sustraemos en nosotros: la de aprender por la experiencia, por la
observación de los detalles que nos rodean y que anticipan lo que va a suceder.
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Es
conocida la historia del día que Rockefeller
(el potentado, no el cuervo al que José
Luis Moreno le metía la mano por el orto), escuchaba a su limpiabotas
hablar del mercado de valores, asesorando al financiero mientras le daba lustre. Supuso el anticipo del crac
del 29, en la idea de que si todo el mundo hablaba de la consistencia de algo,
su valoración estaba próxima a desplomarse. No existen secretos a voces que sirvan de mucho.
En
un curso de formación (Atención al
cliente), hacia 2005, una cajera de supermercado aprovecha la pausa para el
café para exponer su reciente cambio de planes y su abandono de su idea, “de toda la vida”, de abrir un comercio
y anuncia que, junto a su pareja, ha empleado el dinero del paro de él
(capitalizándolo), y sus propios ahorros, “en
dar la entrada para una segunda vivienda, que alquilaremos, que nos permita
pagar la cuota de la hipoteca, venderla en dos años, comprar otra más grande y
ganar así dinero para que mi pareja pueda abrir el comercio que queremos abrir,
desde siempre”. No es fácil apreciar todos los detalles, pero,
implícitamente, se dibujan las características esenciales de un mercado
especulativo que, más tarde se comprobó, estaba a punto de estallar.
En
una cena informal, animados por el trasiego de alcohol, dos comensales se empecinan
en desentrañar la forma de abaratar costes en su aprovisionamiento, anunciando
como medida estrella —y única— “eliminar
al intermediario”, dicho en un vano intento de emular a James Gandolfini, sin gracia ni acento,
evitando entender que:
1º — Ellos mismos actúan como intermediarios
(y que carece de sentido querer hacer a otros lo que resultaría una ruina para
ti).
2º — Actuar globalmente, acudiendo a
un proveedor remoto, impide que alimentes la economía local, la que nutre de
clientes a la zona en la que estás establecido.
3º — Las pretensiones de ambos se
limitaban a comprar un único artículo. No trataban de implantar una nueva
relación comercial.
4º — Reducir eslabones en una cadena no hace más que debilitarla.
Este
tipo de conversaciones, combinadas con los “me
gusta” en mensajes de apoyo al comercio local, explican una caída en la
demanda interior, el descenso en el consumo y el aumento del paro (las claves que van a encontrar en Davos para describir nuestro sistema social, laboral y económico).
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“El gato escaldado huye del agua fría”.
— Le pasó el otro día al mío. Puse el
chorro de agua caliente a llenar la bañera, metió la pata y, el tío, escapó
despavorido.
— Eso es que se acababa de quemar.
— Lo que tú decías.
— No. Lo que decía es que del agua
caliente escapamos todos. Pero los gatos que ya se han quemado, se han hecho
previsores, y ahora no quieren acercarse ni al agua fría. Mira a ver qué hace el
tuyo.
— Paso. Cuando me meto en la bañera,
aprovecho para jugar al Candy crush.
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Daniele Luppi: “Fashion party”
Lo malo de todo es que ya existen tantas señales que lo que me ocurre que ya no veo ninguna, viajo por la vida como en un rio dejando llevar por la corriente
ResponderEliminarEs una opción. Relajarte y escuchar música.
ResponderEliminarYo lo hago muy a menudo.
Abrazo
Por fin: alguien que no escucha música para relajarse, sino que se relaja y escucha música, como antes.
ResponderEliminarGracias JL. Me has recordado un artículo de casi dos años de antigüedad.
EliminarCreo que las señales no han hecho más que incrementarse desde entonces.
Saludos.