Jenaro García no temía la caída de su cabello. Se
rapaba todos los días y así daba una imagen innovadora, copiando a Lobato y a muchos otros que lucen cráneo
mondo y lirondo, evitando la incomodidad de enfrentarse a un viento cabrón
cubierto por la ensaimada de Anasagasti.
Tampoco
temía la caída de la valoración de su empresa. Si no era capaz de cotizar en el
Mercado Bursátil ordinario, se aproximaba a alguno alternativo y, ya puestos,
afrontaba su contabilidad de una forma innovadora, alternativa, sólo disponible
para mentes preclaras. No le importaba realizar retoques.
En
realidad, lo único que temía Jenaro García, CEO de Gowex,
era la caspa, una incomodidad que se ha convertido en el adjetivo para denostar
todo aquello que se considera desfasado, antiguo, atrasado, carente de la innovación
inherente a la modernidad.
"O su cabeza echa humo mientras calcula el siguiente apunte contable, o el viento ha desmoronado su aplique capilar que empieza a mostrarse enhiesto" |
No
hacían falta muchos más argumentos. La caspa es el principal de los empleados
por Nacho Royo, en un delirante vídeo,
en el que defendía a “caspa y espalda”
un proyecto que, hoy se ha demostrado que carecía de la solidez o la brillantez
que se aludía.
Y
que, cuando JG mentía
descaradamente a sus trabajadores, un día antes de confesar “voluntariamente” según el estilo del monarca
cesante, mostraba la claridad de sus ideas con un pálpito de la idoneidad
de “salir a correr”.
Ese
fue el momento en que Nacho Royo, accionista estafado, se desmelenó (más, si
cabe) y presentó una demanda, tras borrar el vídeo que algún samaritano se
acordó de recuperar.
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En
fin, palabrería
pura y dura como la argamasa del engaño.
Más
achacable a la credulidad que al
sector en que operaba.
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Luego
nos contarán milongas. Nos dirán que la solvencia de la Marca España
reside en otros bastiones, que se encuentran por encima del bien y del mal, pese
a que sus referencias sean los triunfadores, los que especulan, los grandes; olvidándose para siempre de los
pequeños, de los humildes, de los arraigados localmente; del verdadero tejido
social y productivo de un país conformado por pymes familiares, ofreciendo sus servicios
(comercio
y hostelería) a pesar de que, los que deciden, lo hacen sosteniendo un
sistema inviable.
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Con
la capacidad regulativa excitada al máximo, el Gobierno que premió a Jenaro, publicó
el sábado 5 de julio un suplemento para estudiar en verano, un Real
Decreto-ley, 8/2014, de 172 páginas en el que, entre muchas otras cosas, se
modifica la Ley de Horarios Comerciales, en una medida que pretende favorecer a
los grandes operadores de la distribución, de los que contaba con su
connivencia, como demuestra que el domingo 6 de julio abrieron todas las Grandes
Superficies; una medida que sólo hubiera podido articularse con su conocimiento
previo.
Nada
de esto llenará páginas; nadie se preocupará de la repercusión (en puestos de
trabajo, en desaparición de la diversidad emanada de una oferta plural, en un
mundo del que resulta complicado no sentirse prisionero, viendo que, todo vale,
con tal de —aparentar— no tener caspa).
La
ocasión la pintan calva.
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Aquella
declaración tan americana, de avanzar hacia el Oeste en una expansión que
suponía la búsqueda de oportunidades y progreso, estaba delimitada por el
alcance del mar. Salvo que, como hiciera otro, al llegar al límite, dieras media vuelta y
siguieras corriendo.
Los
Pet Shop Boys también conocían el
lema: “Go west”.
Los
indios americanos conocieron las consecuencias de un sistema que, por encima
del mestizaje y la integración, fomentaba el enfrentamiento y la (desigual) competencia.
Una forma de ser (en vías
de extinción).
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En
ciertos lugares, en los que te encierras voluntariamente, la única posibilidad
de salvarte pasa por correr. La tradición y el respeto a los veteranos es
considerada ineludible. En Pamplona saben estos días de qué va el asunto.
Para
otros, la clave de la derrota se encuentra en no haber corrido y sienten que su
encierro se prolonga de forma excesiva. En Brasil añoran una forma de ser, una
identidad, una tradición (el “jogo bonito”)
que les aseguró éxitos en el pasado y que ahora les llena de vergüenza.
Unos
pocos, sin posibilidades ni alternativas, vivieron en un lugar apiñados, sin
forma de escapar de él; un verdadero cautiverio. Pienso en la ciudad amurallada de Kowloon.
No
todo será cuestión de caspa.
¡Qué bonito es engañar, manipular, que te descubran y pedir perdón! That´s incredible No tenemos verguenza
ResponderEliminarTampoco es cuestión de generalizar: lo cierto es que hay muchísima más gente honrada que toda esta panda de zarrapastrosos que acaparan los minutos que Warhol repartía para todos.
EliminarMuchas gracias Alberto,
ResponderEliminarhe vuelto a morirme de risa. El cinismo y la inteligencia que destilan tus post me reconcilian con tanta caspa.
BC
Todo empezó cuando descubrí que yo, que tengo una mata de pelo más densa que algunas regiones recónditas del Matogrosso, me percaté de que me defenestraban por tener caspa, cosa que acepto con un cierto pudor estético.
EliminarSolo ver el logo como de buen rollito pero ocultando a través de ese dedo torcido las ocultas intenciones de su creador era algo que no daba buena espina
ResponderEliminarPues ya ves, Bernardo, le dieron premios y todo.
EliminarY se despidió, por memorándum (el memo del memo), citando a Rudyard Kipling.