"Comemos como cerdos. Babilónicos" |
— Hola, Jordi. ¿Qué tal?
— Bueeeenoo…
— ¿Qué te pasa? Te veo
cabizbajo.
— Naaaaadaa…
Preocupaaaaadoo que aaaaaandoo…
— ¿La crisis siria? ¿El
índice de desforestación? ¿El cuadrado térmico?
— ¿Cuadrado
térmico?
— Nada. Una cosa de una
zona que tiene máximos históricos de temperatura…
— Nunca
había oído hablar de ello.
— Es muy largo. La
conclusión es que se acerca el apocalipsis.
— Noticias
frescas.
— Sí. Eso también. Habrá
una fuerte glaciación.
— Y yo sin
enterarme.
— Pensé que por eso
llevabas ese aire alicatado.
— ¿Alicatado?
— Sí. Como apagado,
débil, falto de fuerzas, triste, desanimado.
— Pareces
un diccionario.
— Dicho de una persona: que
ha venido a menos.
— Y yo que
pensaba que había llegado a tiempo…
— No. Algo te pasa.
— El chico.
— ¿Mateo? ¿Qué tiene?
¿Se encuentra mal?
— No, no
es eso.
— Ya sé: el trabajo. ¿No
había sacado el certificado profesional de jardinero?
— Sí.
Quizá ahí empezó todo.
— Cuenta.
— Estaba
muy contento. Había hecho el curso.
— ¿En modalidad online?
— No. En
presencial, ¿por quién me tomas?
— Perdona.
— Sigo: hizo
amigos; le gustó.
— ¿Y le sirvió para
algo? Porque yo he oído de gente que hace cursos y …
— Sí.
Aprendió mucho. Tú le señalas ese arbusto y te dice qué da.
— ¡Vaya!
— No. Ése
da moras, no bayas. ¿No ves que es una zarzamora?
— Ya.
— Y
aprendió a usar herramientas. La pala.
— Ya.
— Y otras
más que no me acuerdo.
— Ya.
— ¡Ah, sí!
Las tijeras de podar.
— Las podadoras.
— Sí. ¿Te
acuerdas de aquellos árboles que puse en mitad del jardín?
— ¿Los que querías que
hicieran de cortavientos para la barbacoa?
— Sí.
Llegó un día y se puso a podar.
— ¿A podar?
— Sí. Y
tanto podó y podó y podó, que un día teníamos un 1.
— Decorativo.
— Tú
ríete. Luego siguió con letras, sinsentido ninguno.
— ¿Y que decía Isa?
— Ya la
conoces. Le dejaba hacer.
— Ya.
— Pero lo
peor todavía no había llegado.
— ¿Qué paso?
— Nos
trajo a su amigo.
— ¿Novio?
— Sí.
Ahora vive con nosotros.
— Bueno. Si se quieren.
No debes tener prejuicios con que tu hijo sea gay.
— ¿Prejuicios?
¿Quién dijo prejuicios?
— Tú. Antes eras muy
moderno y eso, pero, ahora, como tu hijo se ha echado novio, ya no te parece lo
mismo…
— Que no
es eso, caramba. Ya sabía que no tenía que haberme puesto a hablar contigo.
Todo lo malinterpretas.
— ¿Yo? Pero si eres tú,
que andas alicatado porque su hijo sea maricón.
— Jo,
Pepe. Te juro que te aguanto porque te conozco desde que íbamos a la Escuela Moderna
Ferrer i Guardia, que si no…
— …
— La cosa
es que no me importa que el chaval destroce los árboles y se ponga a dibujar formas
abstractas, como si fuera el mismísimo Eduardo Manostijeras. Mira que a mí siempre me gustaron los
jardines ingleses, y ahora vivo en el centro de uno francés, de tan modelado y
recortado como el chico lo ha dejado. Pero te aseguro que no es eso. Ni tampoco
que no encuentre trabajo, que ya lo asumo. Sé que el curso le sirve para haber descubierto
su vocación y seguro que cuando el ayuntamiento pueda contratar a alguien, y
disponga de presupuesto, tener la certificación le vendrá de maravilla. Y te
aseguro, de verdad, con todo el respeto que te profeso, que según pasa el
tiempo vas mermando de una forma que no te imaginas, que no me preocupa que sea
homosexual y que esté enamorado como un alacrán. De verdad que no. Ni siquiera
que se haya traído a su novio a vivir a casa. No hay motivos personales.
— ¿No?
— No. De
verdad. Lo que pasa es que su novio es un pesado.
— ¿Y eso?
— Mira. No
para de darnos la turra explicándonos lo que hacemos mal. Va con un aire de
sobrado que me ha hecho encanecer. ¿Ves cómo tengo la barba? Ya no hay santa
manera que nadie me confunda con un hípster. Todo el mundo querrá que, estas
navidades, haga de Santa.
— Aféitate.
— Jo. Otro
a decirme lo que tengo que hacer. Voy a afeitarme ahora, cuando por fin la
barba está de moda. Pareces tonto.
— ¿Cómo se llama?
— Álex González.
— La cagaste.
— Me tiene
harto. Ese aire de suficiencia que se trae, ese dedito señalándolo todo, esa
manía de ponernos motes.
— ¿Motes?
— Sí. A mí
me llama Don Creíque. Y a Isa, Doña Penseque.
— ¿Llama Doña a Isa?
— Sí.
Pero, no te lo pierdas: ni siquiera le pone acento.
— A mí,
sí. Pero a ella, vete tú a saber por qué, no.
— Chao.
— ¿Dónde
vas?
— A saber por qué. ¿No
me habías mandado? Iba al bar, a beber.
— Eso. Y
me dejas aquí con éste.
— Tienes razón.
— Ya te
digo. El otro día fuimos a hacer la compra. Nos llevó a un mercado, súper, de
los que dan bolsas de papel marrón, sin asas, que coges por abajo.
— ¿Ahora hay de esos en
España?
— No.
Pero, con él, como sale en TV, no reparan en gastos. Es todo attrezzo.
— …
— Falso. Que
es todo apariencia.
— Sé lo que es attrezzo. Yo también hacía
interpretación libre, si recuerdas.
— Vale. La
cosa es que llevábamos cuatro bolsas mal contadas. Isa se puso a sacar la que
había dejado en el asiento de atrás, con sus pimientos de colores como
semáforos, y su barra de pan integral, que dice que le ayuda a dejar unas
deposiciones como las de una cabra, que parecen Ferrero Roché sin envoltorio dorado, ni tener que encaramarte a un
risco.
— Te estás perdiendo.
— Que sí.
Que estoy que trino. Ya lo sé.
— Cálmate.
— Sigo.
— Sigue.
— Pues que
llegamos a casa, con la compra. Todo en plan natural: verduras y pan integral; todo
ese rollo. Y aparece el Álex, con una bolsa en la mano, de la que salía un
envase, con su camisa de cuadros.
— ¿El envase llevaba una
camisa de cuadros?
— No. El
envase era un brick. La camisa de
cuadros la llevaba él.
— Ya.
— Y en
lugar de ponerse a ayudar, se puso a dar la plasta. Me miro en plan retador. Salió
un rótulo que decía que yo era Don
Creíque.
— No doy crédito.
— Y,
entonces, después de haber ido a la compra en coche, un subtítulo me indica que
debo caminar 30 minutos al día. Y me envía a una página web.
— Yo le hubiera mandado
al risco.
— Pues así
estamos. Así estoy yo. Así es la cosa: mientras el Álex habla, van saliendo
subtítulos. Por ejemplo, pone su dedito, mientras se ve de fondo el paisaje de
la sierra, y se lee un subtítulo minúsculo, que, por María Montessori, juro que pone “La
Fundación Alimentación Saludable recomienda que el 50% de tus proteínas sean de
origen vegetal”.
— Y, en
ese instante, surge un helicóptero de dos rotores, en medio de la ciudad, pero
que vemos desde la casa en la sierra, transportando un cartel que multiplica el
tamaño del aparato y que calculo que, en la medida estándar, ocuparía la
superficie de cuatro campos de fútbol, con un dibujo de una balanza en la que,
en uno de sus brazos hay proteínas vegetales 50% —porque lo pone y lo leo— y,
en el otro brazo, bolitas rojas que no son vegetales, ni proteínas y que deben
ser cancerígenas —porque lo intuyo—.
— ¡Qué bárbaro!
— Ya te
digo. Se me va la vista al cielo y encanezco.
— Normal.
— Luego
llega Isa. Entra ella con su bolsa, abrazada, que la lleva como llevaba las
carpetas cuando iba al colegio.
— No. Ni
siquiera cierra la puerta, así que no parece que necesite sentirse protegida.
— Será una costumbre.
— El que
se está acostumbrando es él. Le pone esa
cara…
— …y apunta
con ese dedo…
— …para
señalar a Mateo, que sigue en el jardín retocando su trabajo.
— Siempre fue un perfeccionista.
— Ahora es
obsesivo.
— Ya me
dirás tú como te sentirías si tu hijo estuviera todo el día encaramado a unas
escaleras, dándole a las tijeras, y, en lugar de podar en forma de animal, o
geométrica, o abstracta, o lo que fuera, cualquier cosa sería mejor que
convivir con el logo daltónico de Día, los supermercados.
— Visto así.
— No se me
ocurre otra forma de verlo.
— Será una etapa.
— Sí.
Ahora comemos con la puerta abierta, por si Mateo se anima a entrar.
— Pero no.
— No. Sólo
aparece él.
— Ya.
— Es
invasivo. Nos hace poner cada cosa en cuencos de cristal, con su correspondiente
cucharita.
— ¡No me lo creo!
— ¿Tú
sabes cuántas cucharitas debemos emplear para tomar algo rápido, de la que
llegamos de la compra? Si no, no está contento.
— Debe ser agotador.
— Ni te lo
imaginas. Ahora bien: debo confesarte algo. Siempre pillo una cosa de esas
rojas, redondas, cancerígenas, que no tengo ni la menor idea qué serán. Me
importa un rábano.
— Jordi, lo siento.
— Te
aseguro. Estamos en tierra de lobos. Al príncipe éste, como no dé un paso
adelante, le hago una cuenta atrás. Por muy Álex
González que sea.
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La soja es buena.
SOJA,
el grupo liderado por Jacob Hemphill,
mola.
De su disco de
2009, “Born in Babylon”, “You and me (ft. Chris Boomer)”.
Jajajaja. Menudo partidazo le has sacado al anuncio. Ahora cuando me fije en él, tendré que sonreír a la fuerza ; )
ResponderEliminarUna consecuencia inesperada de la ingesta de soja.
EliminarEl hio puta....
ResponderEliminarOhhh, no podré ver el anuncio sin recordar este post! Jajajaja!
ResponderEliminarCamaleónico este Alex González, por cierto. Gran repertorio de expresiones faciales, sí :D
Creo que es actor.
EliminarDicen.
Gracias.
Y si luego pasa como el omega ese y no vale para nada Alex Gonzalez se escondera? Ocultaran el anuncio? o quitaran las kilocalorias del mismo?.
ResponderEliminar¿Omega y Gasset?
EliminarHarán como con el L. Casei Munitas, que ahora es L. Casei Danone.
Me parto de risa. Pobre hombre.
ResponderEliminarY pobre mujer. Desacentuada, imagínate.
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