jueves, 25 de febrero de 2016

Alberto Royo — “Contra la nueva educación”

Conozco a Alberto Royo, al que sigo con interés en su blog personal, Profesor Atticus.

Allí libra una batalla, de forma amena y entusiasta.

Por eso, cuando anunció la publicación de su libro Contra la nueva educación. Por una enseñanza basada en el conocimiento, tenía ganas de leerlo, para diseccionarlo y, si fuera pertinente, realizar algunas anotaciones o comentarios.

Edita Plataforma Editorial.

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Umberto Eco, fallecido el pasado 19 de febrero, antes de ser novelista (El nombre de la rosa, 1980 o El péndulo de Foucault, 1988) era doctor en Filosofía y Letras, crítico literario y experto en semiótica y comunicación. Su ensayo Apocalípticos e integrados, publicado en italiano en 1964 y traducido al año siguiente en edición de Lumen, explica las posturas que, ya entonces, tomaban los teóricos de la comunicación frente a la expansión de los mass-media; ambas posiciones pueden entenderse como polos dialécticos, yendo de favorables (integrados) a desfavorables (apocalípticos), aplicables a cualquier proceso crítico.

Además, en 1977 publicó una obra esencial para cualquier estudiante de Humanidades, disponible en la edición de Gedisa, titulada Cómo se hace una tesis.

De allí se extrae esta síntesis:

"Hacer una tesis implica: (1) localizar un tema concreto; (2) recopilar documentos sobre dicho tema; (3) poner en orden dichos documentos; (4) volver a examinar el tema partiendo de cero a la luz de los documentos recogidos; (5) dar una forma orgánica a todas las reflexiones precedentes; (6) hacerlo de modo que quien la lea comprenda lo que se quería decir y pueda, si así lo desea, acudir a los mismos documentos para reconsiderar el tema por su cuenta".

Mi amigo JL, con el que hablaba hace nada, me recordaba la elegancia de la terminología académica, cuando me explicaba que habían estado con su hijo, que tenía que defender su tesis.
Se trataba de una doctoral, pero la idea puede extenderse a otros ámbitos.

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Leo a Gustavo Bueno, profesor mío (condición que, otorgada por un alumno, no se extingue nunca), interesado como estoy por la actualidad política. Reviso El mito de la izquierda (Ediciones B, 2003) y, encuentro una de esas joyas que sus libros ofrecen en abundancia.

“Entendemos por ideología, como es habitual, un sistema de ideas socializadas cuya pretensión de verdad es mantenida en la medida en que representan o canalizan los intereses de un grupo social ‘en tanto éste se opone a otros grupos sociales’ [...]. Toda filosofía es una ideología, porque una concepción del mundo sólo puede estar formulada desde alguna parte; pero no toda ideología es filosofía. Las ideologías filosóficas deben mantener por lo menos la forma dialéctica, es decir, el reconocimiento, reexposición y crítica de las ideologías opuestas”.

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En 1890, Oscar Wilde publicó un ensayo, editado por Rey Lear (La importancia de discutirlo todo), del que extraigo tres perlas:

"Es la crítica la que, al no reconocer ninguna posición como definitiva y al rechazar los dogmas superficiales de cualquier secta o escuela, crea ese sereno ánimo filosófico que ama la verdad por la verdad, y no mengua su amor por saberla inalcanzable".

“¡Ah! No digas que estás de acuerdo conmigo. Cuando alguien se muestra de acuerdo conmigo tengo la sensación de estar por fuerza equivocado”.

“Nuestro sistema educativo pone toda la carga en la memoria, lastrándola con un montón de datos inconexos, y se esfuerza laboriosamente en impartir unos conocimientos laboriosamente adquiridos. Enseñamos a la gente a recordar, pero no la enseñamos a evolucionar. Nunca se nos ha ocurrido desarrollar esas cualidades intelectuales de comprensión y discernimiento, mucho más sutiles”.

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Y ya no puedo dilatarlo más, debo recordar que estoy afrontando el libro de Royo.

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Una buena forma de empezar es por el final.

El libro tiene uno magnífico.
Una verdadera declaración de intenciones, que me hubiera gustado firmar:

“A pesar de todos los pesares, tenemos que mantener una esperanza combativa, un entusiasmo racional y una actitud de vigilancia permanente y activa. Lo merece este oficio. Lo merecen nuestros alumnos y nuestros hijos. No construimos. No fabricamos. No generamos riqueza monetaria ni bienes materiales. No perseguimos la utilidad, la rentabilidad o el beneficio económico. Hacemos algo mucho más valioso: formamos personas”. (pp. 203 – 204)

Un planteamiento humanista de la educación (o de la formación, o de cualquier otra actividad en la que nos impliquemos) es imprescindible.

“Lo que hacemos es importante. Y todos, en algún momento, hemos sentido la satisfacción de comprobar que hemos ayudado a alguien, que hemos contribuido a que un alumno tome una buena decisión”. (p. 202)

El educador (profesor, maestro, formador; a veces los términos son intercambiables) no puede perder de vista para qué realiza su labor.
Es una tarea continuada, que deja huella, pese a que en ocasiones no llegue a ver los frutos.
En cierta medida, es desinteresada.
Y, siempre, a largo plazo.

“Uno enseña [...], influye [...], da ejemplo [...], con la intención de poner su granito de arena en relación con cada uno de los alumnos que pasan por sus manos, con el noble propósito de colaborar en el desarrollo de sus capacidades hasta lo máximo de lo que puedan y quieran dar, de sembrar en ellos la curiosidad por aprender y disfrutar de lo que uno aprende”. (p. 201)

Royo cree que puede contribuir, además de en su labor docente, defendiendo un modelo de educación consolidado en la experiencia, evitando las innovaciones innecesarias o carentes de una mínima cautela.

“Pretendo defender con argumentos y con innegable entusiasmo un modelo de instrucción pública serio, ilustrado, basado en el conocimiento y la exigencia, que ejerza su función de palanca de mejora social para las personas y se aleje de supercherías y propuestas excéntricas mejor o peor intencionadas”. (p. 25)

En su estrategia —el título así lo delata— ha preferido cargar contra aquellos a los que considera desacertados, por su metodología, su retórica, o sus objetivos.

“A cada ocurrencia educativa estrafalaria que conozco, a cada nueva manifestación del “reverso tenebroso”, salto raudo, movido por una especie de resorte que me impide asumir sin presentar batalla ante tanta propuesta grotesca”. (p. 84)

En su itinerario encuentra proyectos que trata de desarmar en el libro.
Son muchos. Y a ellos se dedica con empeño.
No queda muy claro cuál es el método seleccionado para elegir adversarios.
Transmite la sensación de que se los encuentra, porque ha coincidido con ellos, por leer una entrevista en el periódico o escuchar una charla radiofónica.
No parece que haya habido una búsqueda de aquellos autores de referencia, que resulten pertinentes y a los que se deba presentar batalla.
Como el manchego, se enfrenta a los molinos que va encontrando en su discurrir.
En todo caso, son muchos. Adjunto una relación alfabética de los autores a los que trata de desmontar.
Conozco a varios; a alguno de ellos, en persona.
Tienen un rango de solvencia dispar: algunos son unos “singermornings” (cantamañanas, en terminología royiana): pese a resultar peligrosos, no precisaban tanto detalle. Sus palabras hablan por ellos y les desenmascaran al instante. Según mi particular criterio, no merecían tanto esfuerzo.
Otros son interesantes; aportan ideas valiosas pese a que puedan (o deban) ser reformuladas. Ahora omito mencionar en quiénes pienso, dejando abierta la posibilidad de presentar argumentos, si se precisan.
Y algunos no pertenecen al ámbito educativo, pese a que hayan opinado, como podrían haberlo hecho sobre cualquier otro asunto. No merecía la pena detenerse en ellos. Tengo en la cabeza a Punset y Coelho.
En todo caso, la lista de aquellos contra los que arremete, es:

Acaso, María / Alberca, Fernando / Aren, Belén / Barajas, Sebastián / Bona, César / Coelho, Paulo / Daniels, Kristin / Figel’, Ján / García Pérez, José Blas / García-Rincón de Castro, César / Laporte, Joan-Ramon / Marina, José Antonio / Pedró, Francesc / Pérez-Orive Carceller, José Félix / Prensky, Marc / Punset, Eduard / R. / Rallo, Juan Ramón / Rodríguez, Germán / Rodríguez Hernández, Antonio / Robinson, Ken / Sáenz de Miera, Ana / Sánchez Bayo, Alberto / Server, Richard

Es cierto que presenta su crítica con gracia y saña.
No pasa nada.
Yo he hecho algo parecido alguna vez.

“No creo que haya en mis opiniones caricatura alguna, pues es imposible caricaturizar lo que ya de por sí es paródico [...]. Intento distinguir siempre a los pedagogos serios de los iluminados”. (p. 197)

Pero quizá resulta pobre comparar la lista de los que critica (“los iluminados”) con la de aquellos que elogia (“los serios”).

Enkvist, Inger / Fontanieu, Jérémie / Innerarity, Daniel / Luri, Gregorio / Moradiellos, Enrique / Moreno Castillo, Ricardo

Puede que sea el momento de concentrarse en la tarea; de presentar su(s) tesis; de explicar en qué consiste el modelo que defiende, relegado en la portada del libro a formar parte de la faja, dando forma a una especie de subtítulo, adecuado a la maquetación de la editorial.

“Convendría entonces no andarnos por las ramas. Todos estamos de acuerdo en que la educación es importante. Lo estamos también en que una sociedad con una adecuada educación pública tendrá mayor capacidad de progreso que la que no disponga de ella [...]. Entonces, ¿dónde está el problema? Quizás en la manera en que unos y otros entendemos que es posible conseguir el ideal de una sociedad instruida, formada humana y académicamente, crítica y con valores, en lo que entendemos que es principal para su consecución y en lo que entendemos que es accesorio, en la importancia que concedemos, por ejemplo, a la transmisión de conocimientos y en la que damos a otros objetivos más abstractos o más vistosos. Y ahí la pedagogía no termina de cumplir con su misión (que no es otra que la de ayudar a los profesores a conquistar esa meta) al enrocarse en una concepción fantasiosa de la enseñanza, como si la racionalidad fuera incompatible con la búsqueda de las estrategias didácticas más eficaces”. (p. 175)

Espero que Royo, profesor con experiencia (experto, pues), explique aquello de lo que sabe; que exponga sus conocimientos.

“Lo que me cuesta más comprender es cómo podemos profundizar en un tema si no es el profesor (el que sabe) el que se lo explica al alumno (el que no sabe)”. (p. 161)

¡Qué ganas!

“Debería propiciarse el aprendizaje de recursos y metodologías definidas, pero al mismo tiempo abiertas a ser adaptadas e incorporadas a las estrategias de cada profesor y siempre directamente relacionadas con su disciplina académica. Y todo ello sin olvidar que la metodología que a un docente le funciona no tiene  por qué ser eficaz para otro, como tampoco dos alumnos responden igual ante la misma estrategia didáctica.
[…] A veces nosotros mismos, los profesores que renegamos de la pedagogía, pecamos de poco hábiles, y nos situamos en la trinchera en lugar de desarrollar nuestro razonamiento, justificando que una cosa es la pedagogía (la didáctica) y otra muy distinta la pedagogía oficial, la del ‘establishment’ educativo”. (pp. 172 – 173)

¡Sí! Que nos explique su metodología didáctica. Si quiere pasar por encima de contenidos teóricos, que, al menos, llegue al fondo de su forma de trabajar, de la aplicación práctica de su desempeño cotidiano.
Que comparta con el lector la forma de afrontar la interacción con sus discentes.

“Clase de Música. 3º de ESO. Siglo XVIII. Estatus social del músico durante el Antiguo Régimen. Haydn en la Corte de los Esterházy:
En primer lugar, leemos algunas de las cláusulas del contrato de 1767 firmado por Franz Joseph Haydn al entrar a trabajar como maestro de capilla en la Corte de los Esterházy en 1761, entre los que podemos destacar la obligación de componer sólo para el príncipe, preguntarle cada día si deseaba o no audición, cuidar de los instrumentos y las partituras, no salir de Palacio sin permiso, resolver conflictos entre los músicos a su cargo o vestir con librea, distintivo que los nobles hacían llevar a sus criados.
En segundo lugar, los alumnos llevan a cabo una valoración personal del texto, explicando qué y por qué les ha llamado la atención, relacionándolo con la situación del músico en la actualidad, o con las obligaciones contractuales de otros profesionales y tratando de trabajar la reflexión crítica.
A continuación se celebra un debate a partir de las distintas intervenciones para generar un intercambio de pareceres sobre las diferencias entre la condición social del músico durante el siglo XVIII y la que tiene en el día de hoy.
Sigue al debate un resumen de las diferentes consideraciones y la explicación final del profesor.
Como actividad voluntaria, se propone la búsqueda de información sobre distintos tipos de contratos recientes (discográfico o de actuación musical, por ejemplo) y una reflexión individual al respecto.
Conclusión: resulta que llevo tiempo practicando la tertulia dialógica. Pero yo lo llamaba de otra forma: dar clase”. (pp. 157 – 158)

No es tan importante la forma de llamar a las cosas. Por eso resulta sorprendente el empeño de algunos en incorporar neologismos, los nuevos collares con los que llamar a los mismos perros de toda la vida. Pero, quizá, no tenga tanto sentido rechazar los términos nuevos, como traducirlos al lenguaje convencional, para hacerlos entendibles.
Recuerdo a Bueno: la dialéctica requiere el reconocimiento y reelaboración de los argumentos contrarios, para formular una crítica.
Ese esfuerzo nunca es baldío.

“Más de una vez me he preguntado [...] si merece la pena invertir tiempo y esfuerzo en armar razonamientos para rebatir la vacuidad argumental del contrario”. (p. 196)

Quizá, siguiendo a Eco, sea importante tratar de reformular los planteamientos atendiendo a los argumentos, favorables o contrarios, que se hayan recogido. Incorporar ideas ajenas que permitan defender la(s) tesis propia(s).
La forma de presentar los argumentos es importante. En algunos momentos es esencial. “Verba volant, scripta manent”.
La liturgia del trabajo académico (de la escritura de un ensayo, si se quiere) es diferente a la exposición verbal.

“No basta con que el docente se limite a hablar de lo que sabe sin importar la manera en que lo haga, no se trata sólo de lo que exprese, sino de cómo lo exprese”. (p. 67)

La crítica es complicada. No reconoce posiciones definitivas. Wilde lo expresó con claridad.
Es complicada de aceptar, porque puede atentar contra las ideas y creencias personales; es sencillo llegar a entenderla en un plano personal, porque la línea que separa acciones e intenciones es estrecha y difusa.
Pero, siendo difícil de aceptar, es muy compleja de realizar. Para afirmar su consistencia debe huir de generalizaciones y prejuicios
Presentar puntualizaciones no implica que uno sea un apocalíptico, en la línea marcada por Eco; es una búsqueda de la verdad, de una pequeña parte al menos.

“Cualquier persona tolerante admite puntos de vista diferentes al propio [pero] debo replicar todas y cada una de [las respuestas] con el único propósito de que quien lea estas réplicas compruebe que hay otra forma de entender la enseñanza diametralmente opuesta”. (p. 103)

La estrecha relación entre maestro y discípulo se actualiza en ámbitos distintos de los talleres en que surgió, en la que un artesano enseñaba su oficio al aprendiz. Si el contexto es distinto y la persona que debe aprender necesita desarrollar habilidades (sociales), y no sólo adquirir conocimientos, el coaching (o el mentoring) puede resultar útil —por más que se prefiera el uso del término tutelaje, incorporado al lenguaje ordinario—.
La dramatización, con o sin asignación de papeles, es una forma excelente de poner en marcha habilidades sociales, de forma descontextualizada, medible y observable, que permite el entrenamiento mediante la repetición y que conduce a la interiorización de hábitos. El role playing no es una metodología chic; es una metodología eficaz.
Nada puede ser aprendido si no se experimenta. Ningún alumno de guitarra podrá aprender a tocarla si no la tiene en sus manos y, después de conocer, se pone a trastear con ella. El aprendizaje experiencial es indispensable. Insisto: nadie aprenderá las operaciones o relaciones que le resulte indispensable dominar, escuchando a otro disertar sobre ellas, o mirando a otro hacer lo que debería aprender a hacer por sí mismo.
La única forma de conocer los avances es recibiendo información ajena. La tutoría es una forma de feedback, como lo son las calificaciones o cualquier tipo de interacción entre docente y discente. Es ineludible.

[Hablando sobre el coaching] “...a partir de metodologías ‘chic’ como el ‘role playing’, el “aprendizaje experiencial” y el ‘feedback’”. (p. 81)

No pretendo mostrarme insensible; más bien, resulta al contrario.
Estoy sensibilizado con la educación.
Como ciudadano, como padre, como protagonista en la construcción social.

“Esto es lo que los visionarios de turno están intentando vender a las administraciones educativas: que aquellos que somos críticos es porque ni sentimos ni padecemos”. (p. 118)

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El libro, apasionado y divertido, peca de inconsistencia [RAE: Consistencia: “Trabazón, coherencia entre [...] los elementos de un conjunto”] en la tesis principal que defiende, al colocar el conocimiento en la base de la enseñanza, pero sin aclarar cómo actúa.
En el discurrir del libro, el conocimiento se transmite (p. 32), se construye (p. 38), se alcanza (p. 41) o se adquiere (p. 48).

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Al ocuparse de desarmar los argumentos de tantos sujetos que, en su mayoría, no son más que chisgarabís, Alberto emplea una estrategia que centra el foco en un lugar inapropiado.

Ilustración: Juan Ramón Carneros


Y lo digo con el mayor de los respetos, porque sé que Alberto podría detenerse en elaborar una metodología didáctica que, desde su experiencia docente, mostrara su utilidad para conseguir el noble propósito al que se dedica, el de formar personas.

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He reservado para el final tres verdaderos hallazgos:

“Entonces, ¿por qué no practicar mejor la música, la lectura, la escritura, el cálculo... que son, además, habilidades que adquirimos sólo mediante el aprendizaje y no son, por tanto, innatas?”. (p. 95)

“Todo docente expresa emociones mientras enseña (emociones que no encontraremos en las nuevas tecnologías)”. (p. 118)

“La pasión y la extravagancia son conceptos distintos”. (p. 110)

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Espero que esta reseña se interprete desde las intenciones con que fue escrita.
Gracias.

7 comentarios:

  1. TENDRE que leerlo mas hoy que vengo de visitar a la tutora del menor en la rutinaria pleitesia de visita anual para escuchar lo mismo desde que entro en el cole hace diez años

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  2. Querido tocayo: te comento en mi blog.

    http://profesoratticus.blogspot.com.es/2016/02/critica-contra-la-nueva-educacion-en.html

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  3. Pinta muy bien. Además de un tema muy interesante. Intentaré hacerme con el libro. Abrazo.

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  4. Leí hace algún tiempo ya "El valor de educar", de Fernando Savater, y, no exactamente de educación "Divertirse hasta morir". Si todas tus reseñas son interesantes estás de libros todavía más.

    Un abrazo

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  5. Recomiendo el libro: frente a una posición hegemónica, en la que se prima la innovación, "al precio que sea", Royo aboga por la defensa de las tradiciones.
    Lo hace de forma divertida.

    Bernardo: Ya hablamos en persona de esas tutorías calcadas, año tras año.
    JL: Miraré el de "Divertirse hasta morir". Quizá tu idea sobre mis reseñas cambie cuando leas lo que he preparado para hoy.

    Gracias.

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  6. Bueno, Alberto, quizá esté equivocado, pero tiendo a hacerme una idea de las personas por lo que producen, en el blog, quiero decir. Seguramente donde eres más tú es en esos textos de literatura, en los que debes pensarlo casi todo, o todo.

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    Respuestas
    1. Es una tesis que comparto, desde hace muchos años: juzgar a las personas por los resultados que alcazan.
      Cuando daba cursos de formación era siempre una idea central: nos empeñamos en cambiar cosas (la formación es un proceso sistematizado de cambio) que nos ayuden a provocar una mejora en nuestros resultados.
      Así que, en efecto, mi blog soy yo, con virtudes y defectos y con toda la suerte de contradicciones que me conforman.
      La libertad absoluta para decidir de qué hablar, la periodicidad, el enfoque, el estilo, la temática, el tono, las texturas, la forma, etc. hace que no haya lugar en el que me sienta más libre para hacer lo que me apetece.

      Lo que me suele apetecer es darle la vuelta a las cosas, enredarlo todo, zarandear lo que se presenta estático y tratar de consolidar lo que se muestra incipiente o indeciso. Intentar reírme y hacer reír a otros. Superar las convenciones y buscar la fortaleza argumental de las convicciones.

      Por lo común, después de haber estado maquinando varias ideas, cuandop me pongo a escribir no siempre funciona el hilo que hace de argumento y pegamento. Pero no lo arreglo hasta que no me siento y me pongo a ello.

      Eso no implica que haya un plan; es más bien al contrario.

      Gracias JL

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