Morel de Sal. Círculo literario.
22
de febrero de 2016.
Coordina
Patricia Núnez.
Motivo:
Gustave Moreau — “La peri” (grafito, pincel y tinta
negra, gris lavado y toques de pintura metálica dorada), circa 1865, Art
Institute Chicago.
Motor:
Elaborar un mito (“narración maravillosa
situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter
divino o heroico”) a partir de la imagen.
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Heria y Clofonte, el ser del árbol hueco
En un recóndito páramo,
expuesto a las inclemencias (sol, lluvia, alimañas), un árbol, hueco en su
interior, sagrado para los que conocían su historia, llamado Glay por los que se atrevían a decir su
nombre, dejaba pasar el tiempo. Llegó el momento en que nadie recordaba su
historia, ni mostraba interés por querer escucharla.
Dicen y cuentan y
recuerdan, a quien muestra ganas de escuchar, que el último huevo de un dragón
de sangre púrpura estaba escondido en el tronco hueco de Glay.
Cuentan y recuerdan y
dicen, a quien muestra ganas de escuchar, que un águila sobrevolaba en círculos
al árbol hueco, Glay. Alguien se
aventuró a conjeturar que buscaba alimento; es conocido que ciertas águilas
muestran predilección por la tibieza púrpura de un dragón en gestación.
Recuerdan y dicen y
cuentan, a quien muestra ganas de escuchar, que una leona vagaba por el páramo,
circundando a Glay, el árbol hueco.
No daba sombra, no daba protección, ni siquiera servía de consuelo por la
pérdida de sus crías. Pero la leona acechaba.
Cierto día, del que nadie
dice, del que nadie recuerda, del que nadie cuenta, del que nadie muestra ganas
de escuchar nada, el cielo se oscureció, sin que hubiera nubes, ni hubiera
llegado la noche, ni se hubiera producido un eclipse. Existen cosas que son
inexplicables y quizá no tenga sentido perder el tiempo en buscar una razón.
El último huevo de un
dragón de sangre púrpura notó algo y se removió.
El águila notó la
presencia del último huevo de un dragón de sangre púrpura, y se lanzó en picado
para saciarse.
La leona vio al águila y
se puso al acecho; su apetito se había avivado.
Y, en un brevísimo
instante, desconocido para muchos desde entonces, el águila se comió el último
huevo de un dragón de sangre púrpura; justo en el momento en que la leona se
comía al águila que había devorado al último huevo de un dragón de sangre
púrpura; al tiempo que caía un rayo sobre Glay,
el árbol hueco, en el que se abrigaba el último huevo de un dragón de sangre
púrpura, que era devorado por un águila mientras una leona se comía al águila.
Nadie había que hubiera
presenciado el instante.
Muchos años pasaron sin
que nadie fuera capaz de explicar lo ocurrido.
Sólo Heria, la joven que había caído siendo niña cuando jugaba en las
ramas de Glay, el árbol hueco,
sintió algo.
Un estremecimiento, una
premonición.
No sabía qué era, pero
supo que tenía que llegar hasta Glay,
el árbol hueco.
Un largo viaje exige demasiadas explicaciones y convertirían
este relato en una saga.
Heria ya había llegado a su destino y pudo comprobar que una criatura
andaba cerca, volaba alto y reptaba en las inmediaciones de Glay, el árbol hueco. Respondía al
nombre de Clofonte, “el ser del árbol hueco”, pese a que sea
cierto que nadie se atrevía a nombrarla.
Heria quiso montarla y Clofonte
se opuso.
Heria susurró unas palabras al oído de Clofonte.
Desde entonces, Heria cabalga a lomos de Clofonte.
Sólo para quienes muestren ganas de escuchar: dicen que Heria pudo montar a Clofonte, porque sabía su nombre, y
sabía por qué se llamaba de la forma en que se llamaba.
Era la hija concebida al
caer el rayo sobre Glay, el árbol
hueco: hija de Clótela (águila),
hija de Fontia (dragón), hija de Teyna (leona), las tres hembras que
quedarían unidas para siempre. Sólo Heria
—la única que había mostrado ganas de escuchar a los que decían, contaban y
recordaban— sabía su nombre y conocía su historia.
Heria ya podía sentirse libre, más que nunca, para completar su
viaje, en pos del último dragón púrpura, que dicen y cuentan y recuerdan, a
quien muestra interés en escuchar, que se llama Fluffy, que liberará a Heria
de la maldición que le impide andar.
Cuentan y recuerdan y
dicen, también, que Clofonte, el ser del árbol hueco, sufrirá alguna
transformación, pese a que es sabido que ésa es otra historia, a la que habrá
que prestar atención, mostrando ganas de escuchar a quienes recuerdan y dicen y
cuentan.
Eso creo yo, al menos.
MC Secades
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La
lectura de Pilar fue un complemento
perfecto al relato imaginado
por mi hijo.
Genial.
ResponderEliminarGracias. Se lo diré al artista.
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