UNO
El
mero hecho de hacer algo no implica que uno sea consciente de lo que hace, de cómo
lo hace y de por qué lo hace. Estar inmerso en un frenesí trepidante, del que
en parte somos responsables pero que, sin remedio, nos rodea y nos envuelve sin
que podamos hacer nada para evitarlo, dota de un sentido insólito a quien,
por las razones que fuera, decide pararse y ponerse a pensar.
Eso
tan viejuno. Pararse y ponerse a pensar.
No
en una escala en la que la reflexividad se hipertrofie y se convierta en
patológica (tal como muestra Marino
Pérez Álvarez, de forma certera, en “Las
raíces de la psicopatología moderna”), sino más bien, de forma esquemática,
en el establecimiento de una mediación
que sirva de análisis, pausa o sosiego y que impida un encadenamiento
instantáneo, tipo acción–reacción.
Normalmente,
en caso de producirse, este tipo de reflexiones suelen tender a resolver una
pregunta, “el quiz de la cuestión”.
Se
busca un por qué.
Es,
por lo común, el intento de ofrecer (a uno mismo o a otros) una explicación de
los motivos para hacer las cosas de una determinada forma. Una vista hacia
atrás, podría decirse, para averiguar qué justifica
que se haya hecho algo.
A
toro pasado.
A posteriori.
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DOS
Paso
parte de mi tiempo escribiendo. También paso parte leyendo. Leo libros y leo
blogs. De asuntos diferentes, variados, diversos.
Que, por la razón que sea, me interesan. En ocasiones picoteo y en otras puedo
llegar a obsesionarme.
Cambio
de plan o de idea. No tengo rutinas establecidas, fijas, inalterables. Debo
amoldarme a los intereses de otros, con los que convivo y a los que, no
siempre, concedo mayor importancia que mis propios intereses particulares.
A
veces improviso.
Y
vagueo mucho.
En
ocasiones descubro que determinadas circunstancias concurren simultáneamente e
imagino que las coincidencias resultan aleatorias. A veces, creo conocer el
motivo de que algunos asuntos se propaguen y que no respondan al azar, sino más
bien al exceso de información y a la sincronía que propicia el que todos
parezcamos estar permanentemente conectados.
Pero
hay también otros temas, cuya recurrencia no se agota en su propia
concurrencia, sino que pueden ser tomados como si fueran atemporales.
Escribir,
por ejemplo. No recuerdo que nadie me haya preguntado por qué escribo (imagino que tratando de huir de una explicación que
intuyen fastidiosa), pero, de forma reciente, he llegado a varios
discursos de seres humanos que se empeñan en explicar sus razones para hacerlo.
En
parte se deben a las historias de las que habla Carlos González Peón en La
Medicina de Tongoy. Yo le considero mi amigo; me entretiene con sus ideas,
me atiende si le planteo dudas y, básicamente, estimula mis deseos de hacerme
preguntas. Públicamente le agradezco por, en cierta ocasión, ubicar mi encanto,
con su taimado juicio, en mi particular exceso. Ya le hice llegar una píldora,
absurdamente excesiva, que comprendo que no tiene cabida aquí.
Un
artículo
suyo despertó mi delirio. Él no tiene la culpa, claro. Pero su mirada
persistente a lo que se cocina en la actualidad del mundillo editorial y que la temática de gran parte de los libros se
centre, machaconamente, en un mundo autorreferenciado, una visión ombliguil,
una metaliteratura del proceso de la
escritura, resulta tremendamente cansino.
En
el artículo (y en el debate suscitado en los comentarios) se da vueltas a los
motivos de un autor; sucintamente los resumo en el uso de la escritura como
catarsis.
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"Escribiendo" (Foto: Fortimbras) |
TRES
Tomando
un café, mientras esperaba que un hijo terminara su entrenamiento, escribí lo
siguiente.
“Sobre la exasperante
manía de buscarle sentido a todas las cosas que se hacen y, una vez encontrado,
suponer que es exactamente el mismo que movió a otros, ajenos, completamente
distintos, a hacer cosas en apariencia similares”
Busco, en mí mismo, motivos para escribir, y
encuentro:
1. Dotar de orden a un mundo (y el comportamiento de
otros) que percibo caótico.
2. Alejar de mí ciertas preocupaciones interiores que
—de no hacerlo— me torturarían.
3. Facilitar, a los que conviven conmigo, una existencia
más llevadera, evitándoles compartir algunas preocupaciones que me asedian.
4. Propiciar la posibilidad de compartir inquietudes con
otros que libremente quieran hacerlo.
5. Mostrar mis ideas de forma que más personas —e
incluso yo mismo— puedan conocer las conexiones que en determinado momento he
creído establecer.
6. Incentivar mi creatividad.
7. Ocuparme de forma productiva.
En diez minutos he dibujado siete motivos diferentes
(algunos opuestos entre sí) que se me ocurren para dejar cosas por escrito... y
mostrarlas en público.
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Y quiero preguntar: ¿alguien más piensa como yo?
En
particular, ¿alguien más cree que la diversidad y la pluralidad —y por tanto
que otros tengan opiniones diferentes, incluso contrarias a las propias— debe
ser algo deseable y enriquecedor y que debe ser alentado por parte de todos,
evitando un mundo gris y monótono, profundamente aburrido, en el que cuando se
plantea una pregunta, todo el mundo sabe
cuál es la respuesta correcta (la suya) y cree que debe imponer a los demás, a
machamartillo, su propia visión reduccionista del mundo?
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CUATRO
Plantear
preguntas que atienden a la búsqueda de un por qué, despiertan el instinto de
justificar el pasado; explicar lo que hemos hecho.
Preguntarse
para qué, atiende a razones
finalistas, plantea la duda sobre cómo hacer algo, antes de haberlo hecho, intentando establecer un objetivo.
Por
adelantado.
A priori.
He
escrito este artículo para ayudarme a buscar un motivo finalista, un objetivo para seguir alimentando mi blog (mi ego).
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CINCO
“Todo cambio abre un camino: lleva
desde lo cómodo hacia lo desconocido”
Sobre tu pregunta (retórica supongo) del punto TRES ... anda, que si todos pensáramos lo mismo ... ¡¡ menudo aburrimiento !!.
ResponderEliminarY lo bien que se pasa discrepando, ¿qué?
Creo que todo consiste en saber plantear las ideas (tanto en fondo como en forma), saber escuchar las de los demás (aunque no se compartan) y poder dialogar sobre ello (aunque no se "convenza") ...
Cuando leí la respuesta, por encima, sin fijarme demasiado, creí entender que hablabas de una pregunta erótica; casi me da un soponcio, querido Luis, porque el cariño que te tengo no ha ido nunca en esa dirección y ...
EliminarUna vez recuperado del susto, debo añadir que la discrepancia es deseable, claro. Ayuda a vencer el aburrimiento y el intercambio de ideas y opiniones hace que surjan otras nuevas que añaden interés al asunto. Las formas son importantes (cómo no van a serlo), aunque, a mi juicio (sólo para iniciar un debate) la mayoría parece carecer de ideas propias y lo que se intuye es que se limitan a repetir, como loros, las ideas de otros.
Claro que en esto, como en otras muchas cosas, es posible que no llegue a convencerte.
Un abrazo.
¿Porqué se escribe?
ResponderEliminarCreo que a todos nos gusta influir. Esa es una clave.
Y si el influir tiene la buena intención de hacer un mundo mejor. Pues sería lo ideal.
Claro está, que no coincidiremos en las propuestas...
Jer
Me has pillado, Jer, mostrando el más inconfesable de los motivos para hacer público lo que uno ha escrito, porque, al margen de las intenciones que subjetivamente uno pueda valorar como buenas o desinteresadas o provechosas, en la raíz del deseo de influencia, se encuentra la soberbia, tan complicada de manejar, porque se alimenta de la idea egoísta de creer que uno es mejor.
Eliminar¡Zas en toda la boca! Merecido, que acepto agradecido.
Un abrazo.
Siempre que hacemos algo, de alguna manera, está basado en el subcosciente.
ResponderEliminarQue sea para bien, para mejorar, para alegrar o para hacer un mal está regulado por la mente.
Hay que ser constructivo en todo lo que haces, pues al final la recompensa será más benefactora con uno
Una de las recompensas de escribir, la más grata sin duda, es tener seguidores tan fieles y activos como tú.
EliminarMuchas gracias, Juan Ángel