La
influencia (ser influyente) vendría a ser la posibilidad de condicionar, con
actos o ideas propias, el comportamiento ajeno.
Ser
influenciable es la permeabilidad a los comportamientos de otros, tomados de
forma individual (adoptando modelos) o colectiva (siguiendo modas).
Todos
somos influyentes. Todos somos influenciables. El asunto está en la medida, en
el rango.
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Acabo de terminar “La escoba del
sistema”, primera novela de David
Foster Wallace que, a pesar de la importancia de su autor se mantenía
inédita, hasta su reciente publicación por la independiente Pálido Fuego. Supongo que, si esto
fuera una crítica, una reseña o un comentario al uso, yo debería hacer una
semblanza biográfica de DFW, explicar la trama, analizar la estructura o
dedicarme a entresacar citas de los momentos más brillantes.
Incluso
recomendar o desaconsejar su lectura.
No
era esa mi intención.
Sí
quisiera detenerme, brevemente, en una escena, a mitad de la novela (pp. 258 y
siguientes), cuando, en el Flange se
conocen Rick Vigorous y Andy ‘Wang-Dang’ Lang. Ambos habían
vuelto, intentando recuperar fugazmente su pasado y, en una conversación que se
prolonga, tienen tiempo para ir encontrando coincidencias en sus experiencias y
en su vida. De alguna manera, van descubriendo las múltiples conexiones que les
unen y, en una repentina inspiración, deciden establecer otra más, nueva.
No
sé si alguien más ha tenido una de esas conversaciones, normalmente bajo la
influencia del alcohol, en la que una charla intrascendente con un desconocido
se convierte poco a poco en un dejà-vu
en el que da la sensación de estar conectado con ese otro, desconocido hasta
ahora, una relación cósmica, que
trasciende los límites de la propia comprensión, a la que, en la nebulosa
etílica, se le concede una relevancia desmedida.
En
el libro la escena se narra espléndidamente.
Porque
DFW escribe muy bien. Maravillosamente bien.
Hacía
mucho tiempo que no disfrutaba tanto leyendo.
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Algunas
modas se propagan con increíble rapidez. No sólo se extiende, casi al instante,
lo que se debe ver, oír o leer.
No
sólo la moda está de moda. También
la estupidez.
Y
las obsesiones personales se contagian.
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Si
la carta que abre el libro de DFW, fechada el 28 de septiembre de 1985, es
cierta, el libro fue escrito en mi etapa universitaria, cuando estaba en una fase
decisiva en la definición de mi propio carácter. Descubrir hoy, con más de 25
años de retraso que, simultáneamente, alguien estaba escribiendo sobre asuntos
que me preocupaban, me obsesionaban y
que yo consideraba de ámbito personal —mencionaré tres que me sorprendió cómo
eran tratados en el libro y que yo, entonces, percibía como exclusivos: a,
prótesis, b, comportamiento imitativo inducido y c, terapias psicológicas—, me produce
una entendible congoja.
Me
abruma pensar lo que hubiera sucedido si hubiera leído el libro, en la
Universidad, cuando era más influenciable y si, entonces, en lugar de quedarme
con “La conjura de los necios”, de John Kennedy Toole, como libro para
citar como favorito y —evitando pararme en exceso en las evidentes
coincidencias entre ambos libros, atendiendo al universo interconectado en el
que se producen, en el que una escoba y una cacatúa cobran protagonismo, y el
desdichado final—, hubiera hecho
propia esta obra y hubiera interiorizado matices diferentes a los que, de la
forma que fuera, aquel libro dejó en mí y elucubrar sobre cómo lo hubiera hecho
éste.
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Todos
somos influyentes. Todos somos influenciables.
Pero
en este mundo fugaz, instantáneo, hiperconectado, de acontecimientos de alcance planetario, la preocupación
recurrente es que, más que poder llegar a cualquier sitio, pueden llegar hasta
ti, desde cualquier lugar.
O
la tremenda preocupación de que nunca podrás estar verdaderamente solo.
En
su momento descubrí la utilidad a llevar la contraria, eligiendo por lo común,
el camino menos transitado. Hoy me veo contemplando con asombro las rarezas de
los demás.
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Escribo
esto llevando puesta mi camiseta de color naranja en la que se lee: “Soy una leyenda urbana”, que alguien me
regaló porque pensó que me iba bien.
Hola de nuevo:
ResponderEliminarMe refería a que ambos enlazáramos al blog del otro para conseguir más visitas y posicionarnos mejor en Google. Veo que ya me has enlazado así que ¡gracias!
Yo te he enlazado en la pestaña "enlaces": http://www.espacio-cultural.com/p/enlaces.html
Saludos.
Hola otra vez:
EliminarNo sé si funcionan estos flujos cruzados de direcciones; particularmente, tengo mis dudas, pero no te preocupes, que estás enlazado. Espero verte más veces, porque asumiré que te interesan los asuntos que afronto.
Un saludo
Hola soy Alberto, el que escribe estas cosas.
ResponderEliminarGracias por participar, Nicolás y espero verte más a menudo.
Desde mi punto de vista personal tenemos en alguien o algo en el que dejarnos influenciar. Otra cosa cómo utilicemos esos conceptos al final.
ResponderEliminarEs muy personal
Todos influimos y somos influidos. Es lo que tiene vivir en sociedad. No podemos renunciar a ello.
EliminarUn saludo