Ricardo Villegas:
En
los últimos años, quizá a remolque de alguna mala educación o de un mal
entendimiento de los libros de autoayuda, ha aparecido una generación variable,
desconcertada, activa y pasiva a la vez, que, probablemente, no sabe hacia
dónde esforzarse, si es que ha de hacerlo, para poder tener acceso a la cuarta
parte de sus sueños.
Es la
misma generación que cree que todo se puede, que “sí se puede”, pero no sabe realmente lo que se puede, si es que se
puede, o si quizá se llegará a poder pero, joder,
debería de poderse.
¿Te
has enterado tú?
Yo
tampoco.
Es una
generación convencida de que todos sus males son siempre culpa de otro.
Si
conducen, la culpa es del peatón, porque no sabe dónde están los pasos de
cebra.
Cuando
van andando, la culpa es de los desaprensivos conductores, que van como locos.
Culpa
de los defraudadores, siempre los demás; ellos velan por su subsistencia.
Culpa
del gran poder, del gran capital.
Culpa,
culpa, culpa.
Que
los demás —que no lo merecen tanto como yo— no puedan, pero yo sí, resulta ser
una especie de objetivo absoluto que no está centrado en nada en particular.
Ahí radica uno de los problemas.
¿Qué se
puede? Felicidad, democracia, igualdad, equilibro, solidaridad. Joder, es muy bonito y muy feliz. Es ser
el hombre mágico del país
feliz de la casa de gominola de la calle de la piruleta. Pero en realidad
no es nada. NADA. Un objetivo es comer ternera el martes. Un objetivo es poder
ahorrar 4200€ para cambiar de moto.
Eso
es un objetivo: algo cuantificable.
Las
pseudociencias son muy de esa manera de pensar. Curar el cáncer con flores de Bach. Solucionar los mareos
con reiki. Pero ninguna,
absolutamente ninguna peudomedicina, promete que el jueves que viene la herida
habrá cicatrizado, porque eso es cuantificable.
En
el momento de cuantificar se pierde la emoción de lo mágico.
Guay. Chachi. Mola. |
El gato
de Schrödinger, simplificación máxima de la física cuántica, está a la vez vivo y muerto
dentro de la caja porque no lo sabremos hasta que la abramos. En ese
instante de duda previa, de momento dramático casi televisivo, coexisten ambos
estados como si fueran dos universos paralelos.
Quienes
vivimos en este dramático mundo estamos a la vez vivos y muertos.
Nos
indignamos con valores absolutos y mandamos vídeos graciosos a la vez.
Pero nos aterra mirar en la caja por si acaso estamos muertos o tenemos la
responsabilidad de estar vivos.
Hay
una falta de control de la lógica: trabajo + esfuerzo (ya no) es igual a
recompensa.
No
se puede saber si mañana, al llegar a la empresa, habrá empresa. En ese sentido
uno se puede aferrar a lo mágico o aferrarse a la desidia que son los dos estadios
en el mundo cuántico social. La desidia es una posición lógica y eso es muy
malo
En vez
de aprender a afrontar las hipócritas casualidades que nos suceden a diario,
hemos aprendido a protegernos, a quitarnos culpa, a pensar en magias.
Hemos
aprendido a no cuantificar para no decepcionarnos y eso no es más que una gran
coraza que nos lleva de la indignación a la pasividad, de “La Sexta noche” a
“Gran Hermano”, sin querer asumir limitaciones o responsabilidades.
Somos
reyes de la oposición, sin querer ser gobierno.
La
culpa es de los otros. La solución la tienen que encontrar otros. Los problemas
son NUESTROS.
Algo no cuadra en esa ecuación.
La
nueva postura social —postureo en términos modernos—, es sentarse frente a la
caja, en la posición del loto, para publicar en facebook que estás en contra de
matar gatos. Muy en contra. También gritar que te gusta ver saltar a los gatos,
cuando están vivos. Pero, JAMÁS, abrir la caja. Como mucho, iniciar una petición
en change.org.
Hijos
de puta: os estáis convirtiendo en gatos.
Empezad
a hacer cosas, a aprender a fracasar, a jugar con breves objetivos, a valorar
lo que cuesta hacer pequeñas cosas y entonces, quizá, saldréis de la caja
donde no os ha metido nadie más poderoso que vuestro propio miedo.
*****
PD
— me metamorfoseo en un gurú de autoayuda que abofetea a los que pagan por ir a
sus charlas vacías, llenas de términos absolutos.
No
es culpa mía.
el ultimo parrafo ese es quid de la cuestion. deeb aprenderse a caer y levantarse asi como aprender que uno SI TIENE LA CULPA DE SUS ERRORES pero no pasa nada reconocerlo
ResponderEliminarSer valiente es demasiado difícil. El miedo que tenemos a no ser perfectos (esa ilusión de que hay una posibilidad de control). Lo malo de caer es la propia caída. Lo bueno, saber que, en ocasiones, se puede uno levantar.
EliminarY se aprende que lo que de verdad se puede controlar es lo que depende de un mismo.
Gracias.
Una reflexión idiota...¿no será que en el fondo estamos tan vacíos que solo añoramos lo que no nos interesa tener en lugar de valorar lo que no sabemos que tenemos?...ay!!! lo cuantificable...
ResponderEliminarUn abrazo.
Vaya: no hay reflexiones idiotas. Nunca. Lo que es una idiotez es no reflexionar.
EliminarTu planteamiento está en la base de todo sistema filosófico, dicho sea sin la intención de molestar, porque tengo la sensación de que hay muchos que entienden la filosofía como una cosa molesta.
Gracias.
Me gusta bastante la reflexión y lo que se puede sacar de este artículo. Aunque yo creo que no han variado mucho las generaciones, sí los métodos. También pienso que hay excesivos manuales de autoayuda, lo mejor es acudir a psicoterapeutas profesionales o a hobbys que actúan de autoterapia. Bueno, eso creo, o quizás no. Abrazos.
ResponderEliminarNo te puedes imaginar cuán de acuerdo estamos, JJJ.
EliminarGracias.