Cada
día llegamos al mismo cruce. Cuando estamos todos, vamos hacia la izquierda. La
primera parada que debemos hacer es para dejarla a ella y su oficina queda por
ese camino.
Pero,
cuando ella no está, da igual si vamos a Orense o a Monforte.
Hoy
por la mañana, ella tenía obligaciones, así que pregunté a mis acompañantes,
pese a que sabía la respuesta de cada uno.
Quizá
no hubiera hecho falta. Por el mero hecho de actuar como piloto, sé que tengo
el privilegio de elegir el recorrido. Pero, como si fuera un chófer (y tratando
de dar gusto al pasaje) les pregunté por dónde preferían.
Tomar
el desvío de la izquierda supone ir por la AS-II, una autovía menos transitada
(aunque con un recorrido un poco más largo). Ir hacia la derecha conduce a la
A-66 (conocida como la “Y” por enlazar Oviedo, Gijón y Avilés, dibujando la
forma de esa letra): una infernal autopista, bacheada, con un ruido atroz, atestada,
cada vez más deteriorada y que, resulta evidente, no me gusta en absoluto.
(((Pese a que el párrafo anterior pueda
ser leído metafóricamente y alguien, en una torticera interpretación, pueda
achacarme que trato de hacer un diagnóstico de la realidad española, debo pararme,
hacer una pausa e indicar que no estoy hablando de política)))
No
ahora.
En
todo caso, antes de que empiece a divagar (más de lo habitual) y esto se convierta
en un completo sinsentido, vuelvo al coche, al momento en que pregunté a mis
hijos si querían ir por la derecha o por la izquierda.
El
mediano optó por la izquierda, la AS-II un camino más largo pero más
tranquilo, con la única esperanza de poder cronometrar un trayecto y establecer
la verdadera diferencia entre ambas opciones.
El
mayor y el pequeño, aliados como acostumbran, eligieron la derecha, la A-66, la
“Y”, más rápida y concurrida; un entretenimiento mucho más eficaz.
Entonces,
en ese infrecuente instante en que la inspiración brota como una epifanía, me
di cuenta de lo injusto de tomar decisiones amparados en la mayoría.
Si
siempre fuéramos por donde decidiera la mayoría, siempre iríamos por la
derecha. Es una idea injusta, porque lo que cabría, en justicia, es ir dos de
cada tres veces por la derecha y, la otra, por la izquierda.
Porque,
haciéndolo así, respetaríamos las preferencias de todos, aunque alguien pudiera
tener la sensación de que estábamos bailando la yenka.
Y
ahora sí que estoy hablando de política.
*****
Recuerdo
que mi padre decía que la democracia era el respeto hacia las minorías.
Aunque
Franco todavía no había muerto y no
había empezado aún la transición.
Hice
una lista de “pros” y “contras” de ambas opciones.
Pero
sigo sin tener ni idea de qué debo hacer.
*****
He
pensado: ¿qué tal si lo decido lanzando una moneda al aire?
A
cara o cruz.
Va. Venga.
"Espero no perder la moneda"
Cuando
se trata de una decisión de índole personal, emplear una moneda implica adoptar
una doble dosis de humildad. La primera, procede del gesto anticipatorio de aceptación del
resultado, sea el que sea, provocado por el pulgar que queda extendido. La
segunda, a la obligación de agacharse a recoger la moneda, en un mudo
humillado.
Se
desconoce la fiabilidad del procedimiento —que se intuye nula, por su talante
azaroso—, pero se reconoce la eficacia de la acción combinada de aceptación y
humillación.
*****
El
método “cara o cruz” también se emplea para dirimir diferencias: quién saca y
quién elige campo en una contienda deportiva; la asignación de turnos en el uso
de un objeto compartido entre hermanos; la elección de la lista de reproducción
que sonará en el coche —programada en orden aleatorio, en todo caso—.
En
estas ocasiones, el azar es un buen predictor y libera al árbitro, padre o
chófer de tener que entregar todo su crédito (la auctoritas romana) en procedimientos rutinarios; permite reservarlo
para asuntos de enjundia.
*****
— Me toca a mí montar primero en la
bici.
— No. Me toca a mí.
— A mí.
— Que no. Me toca a mí.
(((Cualquier padre asume que este
soniquete se prolongará hasta la próxima glaciación)))
— Me toca a mí.
— No. Tú fuiste primero la última vez.
— Que no. Me acuerdo perfectamente.
— Yo sí que me acuerdo perfectamente.
— Me toca a mí.
— A mí.
— A mí.
(((Los casquetes polares empiezan a
notar los efectos del deshielo)))
— ¿Qué tal si lo echáis a suertes?
— Jo. Yo siempre pierdo.
— Vale. Lo echamos a cara o cruz.
— Pido cara.
— No vale. La última vez pediste cara.
— Sí. Y perdí.
— Pues no pidas cara.
— Me da suerte.
— La última vez, no. Perdiste.
— ¿Ves cómo la última vez montaste tú
primero?
(((Un amigo holandés me llama para avisarme
que en Grecia están con el agua al cuello)))
*****
Tras
este interludio, no necesariamente breve, decidimos usar una moneda.
Que, no es necesario explicarlo, debo aportar yo (y que, el que pierda, pretenderá quedársela, a modo de compensación).
*****
Busco
en el bolsillo y encuentro una moneda de 1 €.
Los
europeos son unos tipos precavidos. Asumiendo la posible inconveniencia de que
las monedas de todo el continente incluyeran un símbolo religioso —pero
incapaces de predecir el alcance del cambio en los límites del territorio
interior— decidieron sustituir la tradicional cruz por un mapa, que colocaron
en el lado al que llamaron reverso. Determinaron que esa imagen fuera común
para todo el sistema monetario, permitiendo que en el otro lado, el anverso,
cada Estado eligiera la imagen que considerara más representativa.
En
España se optó por la efigie de un rejuvenecido JC.
*****
Las
alternativas por las que debemos optar, a la hora de realizar un sorteo, se han
transformado.
Ya
no se debe elegir a “cara o cruz”;
ahora se trata de “cara o mapa”.
El
cambio ha sido cosmético: no es que permitan decidir a quién poner en su lugar
(o la necesidad de sustituir el sistema político, o económico, por uno nuevo);
ni siquiera se considera un acto verdaderamente subversivo nombrar al titular
como “cara”.
La
consecuencia más relevante es que, recurriendo al azar, se invoca de forma
diferente.
*****
Nuestros
vecinos del norte, acostumbrados a las Revoluciones, huyen de la imagen de una
cabeza que les recuerda al cesto que ponían a los pies de la guillotina.
Su sangrienta historia, que ensalzan cuando la rememoran, les ha hecho cautos,
cuando menos. En su lado, en el anverso del que eligen motivo propio, han
colocado un árbol y el lema que les hace ponerse firmes.
"Literal: Liberté, Egalité, Fraternité. Árbol hexagonal. RF" "Interpretación canónica: Lema nacional. Forma del territorio (continental). República Francesa" "Interpretación icónica: Rousseau, Montesquieu, Voltaire. El árbol del ahorcado guillotinado"
Tras
la Revolución Francesa y el derrocamiento de Luis XVI en 1789, el terreno quedó
abonado para la llegada de un iluminado corso, con nombre de cognac. Empleó como estrategia de reparto la
auspiciada por su apellido.
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Los
franceses no aprendieron la lección. Casi 200 años después alentaron una nueva
revolución, alimentada con ideales de cambio en un mes de mayo del año 1968
que, si se hace caso de las batallitas narradas por españoles, extraña que no
se popularizara el flamenco en las calles de París. Todo el que se opusiera al
régimen que imperaba aquí, debía acudir a la ciudad de la luz para pedir, comme il faut, que pararán el mundo para
poder apearse.
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Me
he ido.
Lo
sé.
En
2015, año de cambios (todos lo son), debo decidir algo importante. Emplearé mi
moneda francesa de 1 € y elegiré entre mapa y árbol. Si lo hiciera optando
entre anverso y reverso nunca sabría cuál es cuál.
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Aquí,
en España, en 1987, Radio Futura describió
la necesidad de buscar alguna luz.
Pongamos
la cosa clara
Busquemos
alguna luz
Lo
echamos a cara o cruz
O lo
hacemos por la cara
Creo
que en los pasillos del Congreso han escuchado una copia pirata de “La canción de Juan Perro”.