domingo, 21 de abril de 2013

Influir (y ser influido). Apuntes personales a la lectura de “La escoba del sistema”, de David Foster Wallace


La influencia (ser influyente) vendría a ser la posibilidad de condicionar, con actos o ideas propias, el comportamiento ajeno.

Ser influenciable es la permeabilidad a los comportamientos de otros, tomados de forma individual (adoptando modelos) o colectiva (siguiendo modas).

Todos somos influyentes. Todos somos influenciables. El asunto está en la medida, en el rango.

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Acabo de terminar “La escoba del sistema”, primera novela de David Foster Wallace que, a pesar de la importancia de su autor se mantenía inédita, hasta su reciente publicación por la independiente Pálido Fuego. Supongo que, si esto fuera una crítica, una reseña o un comentario al uso, yo debería hacer una semblanza biográfica de DFW, explicar la trama, analizar la estructura o dedicarme a entresacar citas de los momentos más brillantes.

Incluso recomendar o desaconsejar su lectura.

No era esa mi intención.

Sí quisiera detenerme, brevemente, en una escena, a mitad de la novela (pp. 258 y siguientes), cuando, en el Flange se conocen Rick Vigorous y Andy ‘Wang-Dang’ Lang. Ambos habían vuelto, intentando recuperar fugazmente su pasado y, en una conversación que se prolonga, tienen tiempo para ir encontrando coincidencias en sus experiencias y en su vida. De alguna manera, van descubriendo las múltiples conexiones que les unen y, en una repentina inspiración, deciden establecer otra más, nueva.

No sé si alguien más ha tenido una de esas conversaciones, normalmente bajo la influencia del alcohol, en la que una charla intrascendente con un desconocido se convierte poco a poco en un dejà-vu en el que da la sensación de estar conectado con ese otro, desconocido hasta ahora, una relación cósmica, que trasciende los límites de la propia comprensión, a la que, en la nebulosa etílica, se le concede una relevancia desmedida.

En el libro la escena se narra espléndidamente.

Porque DFW escribe muy bien. Maravillosamente bien.

Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto leyendo.

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Algunas modas se propagan con increíble rapidez. No sólo se extiende, casi al instante, lo que se debe ver, oír o leer.

No sólo la moda está de moda. También la estupidez.

Y las obsesiones personales se contagian.

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Si la carta que abre el libro de DFW, fechada el 28 de septiembre de 1985, es cierta, el libro fue escrito en mi etapa universitaria, cuando estaba en una fase decisiva en la definición de mi propio carácter. Descubrir hoy, con más de 25 años de retraso que, simultáneamente, alguien estaba escribiendo sobre asuntos que me preocupaban, me obsesionaban y que yo consideraba de ámbito personal —mencionaré tres que me sorprendió cómo eran tratados en el libro y que yo, entonces, percibía como exclusivos: a, prótesis, b, comportamiento imitativo inducido y c, terapias psicológicas—, me produce una entendible congoja.

Me abruma pensar lo que hubiera sucedido si hubiera leído el libro, en la Universidad, cuando era más influenciable y si, entonces, en lugar de quedarme con “La conjura de los necios”, de John Kennedy Toole, como libro para citar como favorito y —evitando pararme en exceso en las evidentes coincidencias entre ambos libros, atendiendo al universo interconectado en el que se producen, en el que una escoba y una cacatúa cobran protagonismo, y el desdichado final—, hubiera hecho propia esta obra y hubiera interiorizado matices diferentes a los que, de la forma que fuera, aquel libro dejó en mí y elucubrar sobre cómo lo hubiera hecho éste.

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Todos somos influyentes. Todos somos influenciables.

Pero en este mundo fugaz, instantáneo, hiperconectado, de acontecimientos de alcance planetario, la preocupación recurrente es que, más que poder llegar a cualquier sitio, pueden llegar hasta ti, desde cualquier lugar.

O la tremenda preocupación de que nunca podrás estar verdaderamente solo.

En su momento descubrí la utilidad a llevar la contraria, eligiendo por lo común, el camino menos transitado. Hoy me veo contemplando con asombro las rarezas de los demás.

*****

Escribo esto llevando puesta mi camiseta de color naranja en la que se lee: “Soy una leyenda urbana”, que alguien me regaló porque pensó que me iba bien.

5 comentarios:

  1. Hola de nuevo:

    Me refería a que ambos enlazáramos al blog del otro para conseguir más visitas y posicionarnos mejor en Google. Veo que ya me has enlazado así que ¡gracias!

    Yo te he enlazado en la pestaña "enlaces": http://www.espacio-cultural.com/p/enlaces.html

    Saludos.

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    1. Hola otra vez:

      No sé si funcionan estos flujos cruzados de direcciones; particularmente, tengo mis dudas, pero no te preocupes, que estás enlazado. Espero verte más veces, porque asumiré que te interesan los asuntos que afronto.

      Un saludo

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  2. Hola soy Alberto, el que escribe estas cosas.

    Gracias por participar, Nicolás y espero verte más a menudo.

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  3. Desde mi punto de vista personal tenemos en alguien o algo en el que dejarnos influenciar. Otra cosa cómo utilicemos esos conceptos al final.
    Es muy personal

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    1. Todos influimos y somos influidos. Es lo que tiene vivir en sociedad. No podemos renunciar a ello.

      Un saludo

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