sábado, 6 de julio de 2013

Background [Nomenclátor]

Voy a suponer que me invitan a participar en algún acontecimiento, leyendo un escrito, interviniendo en un debate o contestando a preguntas de un público animoso.

O, mejor todavía, que tengo que realizar un curso de un día, definido presurosamente, con objetivos no del todo perfilados y con alumnos que, pese a formar parte de la misma organización, no se conocen entre ellos.

El tipo de riesgo que todo formador precisa.


"La profunda mirada de una naranja" Foto: JonathanCohen

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El primer envite permite superar el exceso de ego que se muestra viendo cómo están atentos a todo lo que digas (o hagas).

Un poco de movimiento ayuda.

Y si tu naturaleza tiende a la vagancia, habrás preparado material suficiente; seguro que ya conoces diferentes derivas y escapatorias para los asuntos usuales.

Será la misma función, aunque los resultados vayan a ser distintos. Alentarás la intervención de todos los participantes, buscando su inspiración y su creatividad. Tu trabajo será aprovechar, orientando, la improvisación que de forma única surgió en ese momento y lugar.

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Tus competencias son tus herramientas y permanecerán en un segundo plano; cargas con ellas como con una mochila. Es tu bagaje. Incluye lo que conoces y lo que sabes hacer con aquello que has aprendido.

Es móvil. Lo llevas a todas partes.
Es portátil. Nunca lo dejas en casa.
Pero no es tu equipaje; aquél que transporta útiles y accesorios.

Los ingleses confunden bagaje y equipaje. A ambas cosas las llaman baggage.

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Desconozco la razón, pero a mediados de los años ‘90s, se empezó a emplear background, como sinónimo de bagaje. Podías escuchar a alguien referirse a su background, entendiéndolo como las cosas que, sólo él, era capaz de hacer.

Las ínfulas que se daba, enfatizaban el matiz de lo extraordinario que podía ser para ti si presenciabas su espectáculo. Él era el protagonista y los demás asistían impávidos a una representación en la que el despliegue de sus recursos te dejaba con la boca abierta (y sin nada que decir).

Eran otros tiempos (y otra forma de hablar).

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Hoy he leído algo que me ha sonado completamente viejuno:

“Tal como es mi costumbre, no he preparado nada, confío en la combinación de mi background y mi capacidad de improvisación; sé que algún día la pifiaré, pero me gusta ese riesgo, de lo contrario el esfuerzo pierde sentido, viajas con el aburrimiento encima”.

Quien así habla es Agustín Fernández Mallo, luminaria de la literatura en español. En la entrada de su blog del 2 de julio, comparte vicios privados: qué cena, con quién cena, a qué hora cena, qué hace antes, durante y después de cenar; todo tan prosaico y carente de glamour como ver Máster Chef, y valorar el programa y los finalistas y —cercano al mundo pese a su natural excelencia—, mostrar preferencias por algunos de ellos y reconocer deméritos (superables, pero deméritos al cabo) entre los competidores.

Aunque también —era donde él quería llegar— confiesa virtudes públicas. Como quien no quiere la cosa, deja caer el asunto: está invitado a participar en un curso de la Universidad, acerca de la novela contemporánea y el simulacro (resultando su tesis ya apuntada en el título de la conferencia: “La imposibilidad del simulacro”).

Y profundiza más en la descripción de su agónico estado (aunque sea provocado de forma intencionada, o sin actuar para evitarlo):

“Mi avión sale muy temprano, de modo que según termine el programa deberé acostarme, y sé que le daré vueltas al resultado y no podré dormir; a lo sumo conciliaré el sueño 2 o 3 horas. Me parece que en mi conferencia hablaré de Máster Chef, sé que lo haré, me resultará imposible no hacerlo. A fin de no ser malinterpretado, deberé medir bien mis palabras, para ese tema carezco de background”.

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E incluye el programa, para que puedas confirmar su presencia (y ponerte verde de envidia).


Todo está aquí.

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Ya que has abierto la puerta de tu casa, para contar a todos a lo que te dedicas, me permitirás, Agustín, que me pare un poco a hablar contigo con calma, sin tensiones, con franqueza.

Como hacen los amigos.

Querido Agus: entiendo la preocupación que te asalta, a última hora, queriendo atar cabos, manteniéndote en un duermevela causado por tu dejadez aprendida y terca. Tienes tiempo todavía para trabajar más de lo que te llevó pergeñar una línea con la que titulaste la conferencia. Piensa en tus alumnos, esos jóvenes que irán a escuchar a un señor mayor, consagrado, con pinta de modernillo, intentando hacerse pasar por uno de ellos y recayendo en exagerar las dificultades de tus inicios y cómo tu esfuerzo y osadía te permitieron llegar hasta el lugar que ocupas ahora, donde, con desparpajo y frescura, mezclas a Máster Chef y sus aspirantes finales, en una metáfora de la imposibilidad de simular en un mundo hiperreal, en el que las actos más prosaicos y cotidianos, adquieren, para un observador avezado, la descripción de una vida que encierra cualquier rutina asumida.

Gus: no les engañes. Llevan menos tiempo que tú simulando, pero, para ellos, su vida es, desde hace mucho más tiempo que la tuya, virtualidad y pose. Puede que percibas rudeza en mis palabras, pero debes olvidarte de ti mismo y pensar, al menos un poquito, en los que se sentarán a escucharte perorar. Ellos —y no tu ombligo— deberían ser los protagonistas del acto. Cuando se les pide que se muestren activos en su protesta, pueden entenderlo dirigiendo su frustración hacia los políticos, o los banqueros (como hacen en ocasiones); también pueden rebelarse ante quien se empecina en dotarse de una falsa autoridad que sólo encierra una actitud diletante.

Gusi: quizá no perciban los detalles y no se paren a comprobar fechas, pero yo lo he hecho. Viendo el programa el martes y saliendo pronto en avión el miércoles, tienes todo ese día, más la mañana del jueves, hasta las 12:00, para desplegar tu background en forma de argumentos sólidos y convincentes.

El miércoles no estás en el programa. Están Luis Landero, que hablará de “Cositas y letritas” y Juana Salabert, que tocará el tema “Novela: libertades de un antigénero”. La tarde del miércoles, superada la comida y sobremesa obligadas, te concede un respiro. Lo más seguro es que TV, facebook, twitter y un repaso al blog, te dejen exhausto.

El jueves, el día de la verdad, deberás estar atento. Antes de ti, Juan Francisco Ferré hablará de “La realidad bajo cero. Realismo y simulacro en la narrativa del siglo veintiuno”.

Qué potra. Te dará oportunidad de tomar notas y rebatir, de cabo a rabo, todo lo dicho, combinando tu capacidad de improvisación y tu cacareado background.

Con todo solventado, podrás disfrutar de las intervenciones del viernes. Fernando Iwasaki: “Radio más tele sobre novela, igual a raíz musical de friki por hortera al cuadrado” y Almudena Grandes: “Un amor difícil: Literatura y cine”.

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A veces, viendo las cosas de otra manera, parece que todo cambia.
Achinar los ojos para comprobar la pelusa de tu ombligo puede dotar de profundidad a una mirada que solamente es miope.

"Mirándome el ombligo"

Ya puestos, te diré, Guzzo, que hace mucho que los del management separaron las competencias en dos tipos:

— Conocimientos. Knowledge. Los contenidos.
— Habilidades. Know how. Lo que sé hacer (y cómo lo hago).

La primera vez que escuché a alguien hablar de ello, era un tipo de Jerez, con ese idioma tan fronterizo que practican.

Y yo me empeñaba en entender que estaba enojao.


Al darle la vuelta a la tortilla, los huevos deben estar ya cascados.

Patrulla de Salvación puso los huevos que yo me ocupé de cascar.

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