martes, 16 de julio de 2013

La disociación

Todos conocemos personas dispuestas a, con prontitud, establecer modelos explicativos —denigratorios— del comportamiento humano, en el que caben todos, menos uno mismo.

Los hay que van todavía más lejos y se exculpan, de forma cobarde, recurriendo a un irrevertible carácter propio —al que denominan bipolar y que entienden como licencia personal e intransferible—, o justificándose, sin aceptar reproches, aludiendo soterradamente a deméritos ajenos como causantes de sus actos fallidos.


"Disociados. Dependen del color desde donde miren" Foto: Apallalu

Aquello de la paja y la viga.

Por descontado, formular una ley de la conducta humana y apartarse de su aplicación, no implica la percepción de sentirse marginado. Más bien, resulta al contrario; defienden su completa normalidad.

Pero se sienten excluidos de la norma. Ése es el fundamento de su bipolaridad.

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“El sentido común es el menos común de los sentidos”. Resulta sencillo mostrar acuerdo con el popular dicho.

Pero se vislumbra complicado aceptar que pueda ser uno mismo el que carezca de él; el que se comporte como un insensato (ya sea de continuo, o de forma aislada).

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He oído hablar del pentalfa del periodismo: la fórmula quinta sobre la que se establecen las preguntas que deben ser resueltas en una labor de investigación coherente. Cinco cuestiones elementales, que empiezan por la misma letra (en inglés): “Qué” [What], “Quién” [Who], “Cuándo” [When], “Dónde” [Where] y “Por qué” [Why].

Alguien se percató de que habían olvidado una sexta, que incluyeron —pese a incumplir la regla (de la) inicial—. Era importante saber “Cómo” [How].

Pero en esta sociedad instrumental, utilitaria, que evita el uso de la crítica aséptica para resultar deudora de filias y fobias, “conocemos algunos ‘porqués’ y muchos ‘cómo’, pero ignoramos los principales ‘para qué’ de nuestra existencia”, en palabras de Aurelio Arteta, Tantos tontos tópicos (p. 22).

Finalmente, los enanitos resultaron ser siete, aunque uno de ellos, el menor del grupo, pudiera pasar desapercibido por ser mudo y no llevar barba. Seguramente nos preguntaría "Para qué" [For what].

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En los ‘60s, cuando se buscaban los límites de la experiencia y se suponía que otra forma de sociedad era posible, Buffalo Springfield cantaban que “nadie tiene la razón si todos están equivocados”, aunque hay esfuerzos que valen la pena.

Buffalo Springfield — For what it’s worth


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Voy concluyendo.

Acabo de ver la película “Hannah Arendt”, dirigida por Margarethe von Trotta.


Una película irregular, orientada hacia un clímax en el que la filósofa se defendía de los que no habían entendido su postura en el juicio del nazi Adolf Eichmann, argumentando de forma vibrante, en una cita que hago de memoria: “El pensamiento no es útil para el conocimiento; lo es para aplicar criterios morales, para distinguir el bien del mal, lo feo de lo hermoso”.

Su criterio no gustó a nadie, porque, cuando el juicio depende de la persona a quien se dirige, se convierte en prejuicio. Y, aunque no suponga falta de honradez, es profundamente deshonesto.

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La ética de las excepciones (autoaplicadas) es irreconciliable con la exigencia (arrojadiza) de dimisiones.

Escasean los librepensadores.

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