No niegues, por
sistema, la posibilidad de hacer (o de ver) las cosas de una manera diferente a
la tuya.
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Me
ocurre en ocasiones. Estoy en una conversación, leyendo un libro, viendo la TV,
cocinando o haciendo lo que quiera que me toque en ese momento. Exteriormente,
aparento estar absorto en mi tarea. Cualquier observador ocasional podría
afirmar, sin dudarlo, que estoy metido de lleno en el asunto, concentrado en
ello, ocupado en lo que estoy realizando.
Pequeños
detalles resultan reveladores de la distorsión entre la apariencia y la
realidad: la cebolla que trataba de pochar se ha caramelizado sólo por un lado;
la serie ha acabado y no soy capaz de recordar cómo han hecho para desenmascarar
al asesino; tengo que retroceder 14 páginas del libro hasta encontrar una frase
que sea consciente de haber leído; alguien me pregunta y el único monosílabo
que puedo articular es un desconcertante “¿qué...?”
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No
es una muestra de desinterés; simplemente hubo un clic, se me ocurrió algo, una idea flotaba a mi alrededor y, siendo
incapaz de encontrarle sentido, me dejaba ir, (per)siguiéndola, tratando de
atraparla, de darle forma, de asegurar su importancia o llanamente desdeñarla.
En
el entretanto —que puede abarcar desde unos segundos hasta tardes completas—, me
mantengo profundamente abstraído, embobado, como si estuviera in albis, dándole vueltas a lo que me
pasa por la cabeza, ajeno al mundo en que me encuentro.
Quiero
imaginar que no resulta una extravagancia, porque tengo la impresión de que,
cada vez más a menudo, se estila lo de no
estar a lo que se está, con esa facilidad pasmosa con que se nos proponen, de
continuo, estímulos para distraer nuestra atención. Aunque, pese a ello, no
deje de entrever la rareza que supone la introspección, en esta realidad cotidiana
de la instantaneidad y la conexión permanente.
Aislarte
en tus propios pensamientos es un comportamiento viejuno, rayano en lo asocial, casi insultante y provocador.
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Intento
explicar por qué el blog que escribo —esto que estás leyendo—, se presenta de
color rosa [lo que resultará imposible de verificar si te conectas desde una
aplicación móvil, para la que la configuración diseñada utiliza un austero
blanco como fondo acromático].
Todo
surgió una tarde, en una agradable charla, con un grupo de amigos. En el
desarrollo de la conversación alguien comentó que tenía un blog. Explicó lo que
hacía, cómo la hacía, para qué le servía. A mí me supuso una inspiración y, por
eso, cuando decidí empezar con el mío, la elegí como madrina: al fin y al cabo,
su comentario había sido como una varita y su magia actuó sobre mí.
Gracias
de nuevo, Pilar.
A
partir de entonces me dediqué a dar forma al proyecto. Me ocupé de decidir
contenidos, aunque conociendo mi falta de constancia y mi capacidad para
dispersarme, no me obsesionaba cumplir un plan demasiado preciso. Sabía que
ponerme límites sólo me serviría para sentirme culpable por terminar
saltándomelos.
Pero
me preocupaba cómo hacerlo: no tenía ni idea de qué era eso de los blogs (a
pesar de haber oído hablar de ellos).
Empecé
a investigar, tratando de conocer cómo debía ser, en su estructura, en su
apariencia, en las cosas que podía llegar a interesarme colocar.
Esa
preocupación tan propia (y obsoleta) de prestar
atención al formato.
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Una
de las primeras cosas que decidí, era que tendría el fondo rosa (y las letras
en negro).
Un
verdadero inconveniente: una apariencia así es, para algunos, una invitación al
alejamiento.
Mejor:
nunca me parecieron de fiar los que realizan juicios apresurados, basados en la
apariencia. “No puedes juzgar un libro
mirando la portada”. “Ni siendo en formato electrificado”.
“Ni siquiera, siendo el
original”.
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Resultó
como un cartel de esos que invitan a no quedarse estacionado (a los que, en
franqueza, nadie hace demasiado caso).
"No aparcar (bajo ninguna circunstancia)" Foto: Darwin Bell |
A
veces me resulta gracioso imaginar a alguien que aterriza accidentalmente y
que, aturdido por el colorido de la página, huye espavorido.
Trato
de convencerme de que estoy aplicando un arraigado concepto marxista, aquel que
aplicaba la negativa a pertenecer a un club que aceptara como socio a gente
como uno mismo.
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De
todas formas, más allá de los intentos de resultar (provocativo)
provocador, es una combinación agradable para la lectura.
Y
una forma de definir un estilo, por qué no admitirlo.
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Ya
sabréis cómo somos. Nos empeñamos en decir a los demás lo que deben hacer.
Insistimos en que las cosas deberían ser hechas de otra forma, en un intento
que, de no resultar estéril (por infructuoso), daría lugar a una monotonía
tremendamente sosa y aburrida.
En
fin, que ciertas personas, con la mejor de las intenciones se empeñaban en decirme
que cambiara el color del blog.
— Ponlo azul.
— No quiero. Me gusta rosa.
— Pero es que azul quedaría mejor.
— Pero a mí me gusta rosa.
— Azul.
— Rosa.
— Azul.
— Rosa. ¿No vas a parar?
— No. ¿Tú tampoco? Ponlo azul.
— No. Rosa.
— Azul.
— Rosa.
Llegado
a este punto debo reconocer a la pantera rosa como una influencia esencial.
Me
gustó la película y, especialmente, me fascinó la secuencia en que se
presentaban los títulos de
crédito (al inicio de la proyección, cuando todo el mundo estaba pendiente,
en lugar de esos interminables rótulos finales que no interesan a nadie), con
la fantástica música
de Henry Mancini.
Por
descontado, disfruté como un enano de los dibujos animados que programaban en
la TV de mi infancia.
La
pantera rosa: “Proyecto rosa”.
La
pantera rosa: “Ponche rosa”.
Ese
estilo que se marcaba la pantera, absurdo y obstinado, picotero y demencial,
alocado y excéntrico, resultaba cautivador. La forma de alterar el orden
establecido, con su habitual despreocupación, parecían inimitables.
No
hará falta que lo diga, pero me atreveré a despejar dudas: nunca tuve tentaciones
de disfrazarme de pantera (ni rosa, ni de ningún color). Pero debo admitir que,
cuando ingería un brebaje que denominábamos “leche
de pantera”, ardía en mi interior un deseo de que algo de su actitud se me
pegara.
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Un
amigo mío utiliza una estrategia para su supervivencia diaria. Cada vez que se
encuentra con algún conocido, con el que hace tiempo que no coincide, si éste
le pregunta “¿qué tal?”, responde a
la gallega, con otra pregunta (siempre la misma): “¿explicación abreviada estándar, o con profusión de detalles?”.
Todos
escogen la primera opción. Él sabe lo que va a ocurrir y sentencia el
encuentro, de modo satisfactorio para todos, con un simple:
— “Bien,
gracias. ¿Y tú?”.
La
sabiduría encerrada en esta fórmula es que se evita el intercambio de malas noticias, en la presunción de que todos tenemos problemas.
Quizá
pueda resultar hipócrita admitir esto en público, pero no quiero reducir mis
andanzas sociales a un mero intercambio de cromos, en una escalada creciente,
en la que, en lugar del “tú mas” (tan
decepcionante en el diálogo político), se emplee un egoísta “yo más”, centrado en exponer las
calamidades que nos asolan a cada uno, extendiendo un tono deprimente a las
conversaciones (y a la vida).
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Así
que practico la estratagema de mi amigo, más atrevida que la que he visto usar
a otros, de forma cobarde, cambiando de acera (o agachando la cabeza) con aquellos
que se acercan con intención de atormentarnos con sus cuitas.
Y
busco tener capacidad para superar mi propio sufrimiento (y el de los de mi
entorno), intentando poner al mal tiempo,
buena cara.
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Trato
de vencer esa sensación que se tiene, cuando las cosas se presentan complicadas
y se carece de fortaleza para afrontar las adversidades; cuando parece que los
problemas son tan grandes y agobiantes que dependen de algo que hayamos hecho y
que, como si fuera un castigo por nuestro comportamiento indebido, nos
mortificamos preocupándonos más y aumentando la ansiedad de no ser capaces de
evitar una situación así.
Y,
en ese momento, estando a punto de abandonar, alguien hace algo que te da un
nuevo motivo para encontrar la ilusión. Una llamada de teléfono, una sonrisa en
la calle, un pequeño guiño, un “gracias”
acompañado de un gesto amable.
Un
leve instante que recordarás siempre.
O,
en sentido contrario, alguien se acerca y te asfixia con sus preocupaciones,
como hace de continuo, que no deja nunca de hacer y que sientes que ha visto en
ti un paño de lágrimas, donde volcar, sin que se le haya ofrecido, todas sus
frustraciones. Alguien a quien percibes, emboscado, con una sonrisa aviesa, que
en lugar de avisar, te atraviesa, te perfora y te inunda.
Una
inmerecida carga que te obliga a transportar en su lugar.
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Una
francesa de vida atormentada escribió una canción inmortal, mostrando que, a pesar de las circunstancias, es
posible encontrar la forma de luchar y sobreponerse. No importa lo que suceda
alrededor,
“cuando me
toma en sus brazos
me habla en
voz baja
veo la vida
en rosa”
Edith Piaf — “La vie en rose”
Es
mucho más que una declaración de amor (que lo es).
Es
la definición de una actitud vital.
Es
tener la sensación de que, pase lo que pase, merece la pena luchar y tratar de
superar lo que tengas que afrontar.
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Una
idea tan poderosa que muchos la han hecho suya.
Comprender
que, aunque todo te impulse a llorar, necesitas levantarte y seguir adelante.
Grace Jones — “La vie en rose”
Sobrevolar
los problemas, aceptando que debes continuar.
Melody Gardot — “La vie en rose”
Aunque
nadie sepa por lo que estás pasando (ni quieres que lo lleguen a saber), pese a
que te sientas roto por dentro, buscar motivos para sonreír, como si todo fuera
de color de rosa.
Pomplamoose — “La vie en rose”
Busca
el lado divertido. Todo resultará más sencillo y llevadero. Siente la alegría
de estar vivo.
ZAZ — “La vie en rose”
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No
me importa que puedan considerarme un simple. He comprendido que, ante la
ausencia del lirismo francés, enfrentamos la rotundidad de la sentencia
española, que resume lo precedente, de forma ramplona, en un lacónico “contigo, pan y cebolla”.
Por
eso, si me tienen que calificar de alguna manera, identificándome con un color,
quiero que lo hagan con el rosa.
Es
mi secreto.
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El
rosa es un color considerado femenino. En el convencimiento de que, para
muchos, la orientación sexual es el rasgo identitario que más (les) define,
intuyo que habrá quienes hayan creído adivinar una vida íntima que no les
interesa.
*****
Hay
una línea estética que acentúa el infantilismo de un tipo de mujer, ñoña y
sensiblera, que justifica que haya surgido una iniciativa que afirma que el “rosa
apesta”, que reivindica que la fortaleza de la mujer necesita de
argumentos más sólidos que cuentos de hadas y de princesas, en la idea de que hay más
de una forma de ser una chica.
*****
En
1986 Howard Deutch dirigió una película
(escrita por John Hughes)
protagonizada por una chica rosa (Molly Ringwald) y un guaperas (Andrew McCarthy). El tema principal era interpretado por The Psychedelic Furs (“Pretty in pink”). Como contrapunto a la relación entre los
protagonistas, mediaba un desinhibido Duckie,
que ponía la nota cómica. El actor era un entonces desconocido Jon Cryer (antes de embarcarse, junto a
Charlie Sheen, en “Two and a half men” y recibir. el año
pasado, el Emmy al mejor
actor de comedia, batiendo a Don
Cheadle, Louis CK, Jim Parsons, Larry David y Alec Baldwin).
Resulta
inolvidable su apasionada lectura, con baile incluido, del clásico de Otis Redding, “Try a little tenderness”.
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Es
por añadidura una convicción insidiosa aquella que considera a la sensibilidad
un rasgo imposible de vincular a la masculinidad, de forma que, cualquier cosa
de color rosa, es una cosa de chicas, aceptada sin cuestionarse, como se admite
que los chicos no lloran.
Quizá
porque nunca supe dónde crecían las rosas salvajes.
Nick
Cave & The Bad Sees ft. Kylie Minogue — “Where the wild
roses grow”
*****
Me
pondré las gafas de cristales de color rosa, que me permitirán ver todo de otra
forma.
Blue
Rodeo — “Rose coloured glasses”
Dumbo lo intentó; el
resultado me hizo llorar de niño (y me sigue alterando de adulto; ahora me
decanto por practicar con la gaseosa).
*****
También
expresé un deseo (y me arrepentí para siempre de ello). Quise tomar un martini de color rosa y convertir la
vida en un acto simpático.
“Yo no
quiero trabajar
Yo no quiero
almorzar
Yo sólo
quiero olvidar
Y después
fumar”
*****
A
pesar de todo, reírse es la mejor opción.
Audrey Hepburn:
“Pienso en
rosa.
Creo que
reírse es la mejor manera de quemar calorías.
Creo en los
besos, en besar mucho.
Creo en ser
fuerte cuando todo parece ir mal.
Creo que las
chicas felices son las más bellas.
Creo que
mañana es otro día y creo en los milagros”.
*****
Más
allá del tópico (al que me siento indisolublemente atado) que afirma que “el sentido común es el menos común de los
sentidos”, mi experiencia personal me impone la certeza de que resulta
mucho más infrecuente el sentido del humor, entendido como una forma más
evolucionada que la risa floja,
basada en la imprescindible capacidad para, en momentos de apuro, hacer de tripas corazón.
*****
Tampoco
os preocupéis; lo que siento por el color rosa, no alcanzará, NUNCA, las
dimensiones de Kitty Kay Sera. No es, ni llegará a ser, una
obsesión.
*****
Si me has juzgado por lo que digo,
imagínate si supieras lo que pienso.
*****
Publico
esta entrada hoy, porque sí.
Y
también porque cumplo uno menos de 50, que también es un motivo.
Hola Alberto: ¿ sorprendido de mi espontánea aparición? Pues sí, me atrajo el rosa, y el título de tu entrada de hoy. Eres demasiado largo para leerte a diario pero a menudo te leo entrelineas para saber de ti. Hoy me sentí aludida y vine a agradecerte tu comentario. Me mantengo informada de todo cuanto te acontece y a diario te llevo en el pensamiento y no es un decir. Tus frases de hoy son dignas de meditar, y tu escrito que cuando te sale del corazón me atrae mucha màs. Me alegra, de verdad, saber, que Dios me pusiera en tu camino para algo bueno
ResponderEliminarPilar, más que sorprendido estoy encantado. Ya sé que escribo demasiado (y, en general, demasiado largo). Pero saber que gracias a algo que he escrito puedo volver a contactar con personas a las que quiero y recuerdo me consuela de no orientar mis esfuerzos de una forma más productiva.
EliminarMe alegro muchísimo de saber de ti. Un beso muy cariñoso, madrina.
Solo una cosa Herbye, efectivamente la memoria flaquea con la edad, pero gracias a Google podemos recordar que la leche de pantera era verde y el Vaca-Molly tenía ese color rosado mas parecido a tu blog (y al juego de cama de un tal Cerolo): http://www.chapandaz.com/
ResponderEliminarLo cierto es que la memoria es un asunto complejo, de carácter múltiple y no puede ser despachado en un único viaje. Debo decir que, por ejemplo, de memoria a largo plazo estoy fenomenal, mi memoria a medio plazo es regular y mi memoria a corto, ..., perdón, ..., esto, ..., ¿de qué estábamos hablando?
EliminarFelicidades hoy y mañana también. Un beso
ResponderEliminarEugenia.
Besos, Eugenia. Yo también te felicito, con retraso (y además no en persona, como me hubiera gustado).
EliminarEl lunes saldaré deudas.
Yo ni había reparado en que era rosa. Es ahora que me fijo, cuando lo encuentro agradable como color de fondo. Podría haber sido amarillo "smile" (acid house), verde zombi, o....
ResponderEliminarIñaki, ¡qué enorme alegría volviéndote a ver por aquí!
Eliminar¿Verde zombi? Ese color no lo usaría yo, ni muerto, fíjate lo que te digo.
Gran abrazo
Un abrazo ENORME, hoy en tus 50 - 1.
ResponderEliminarBrizeida.
Te quiero mucho. Y te recuerdo siempre.
EliminarUn gran beso (o, mejor, 50 pequeños)
Un color que puede significar muchas cosas o realzar algo significativo
ResponderEliminar¡Qué alegría saber de ti de nuevo, Juan Angel, después de tanto tiempo!
EliminarEspero que todo vaya bien.
Un abrazo