Lunes, 20 de
octubre de 2008
Debo
coger un avión que me lleve de Oviedo a Badajoz, tras un cambio de aparato en
la T-4 madrileña, mucho antes de que supiéramos que se iba a llamar Adolfo Suárez.
Ahora
no recuerdo los detalles, pero volar de forma reiterada (como cualquier otra
actividad que realices con asiduidad), te permite desarrollar ciertos
conocimientos prácticos. Yo sabía entonces, aunque ahora lo haya olvidado, el
lugar exacto desde dónde partiría ese avioncito que, por sus características,
obliga a embarcar andando y que hace que siempre fuese en la misma zona del
aeropuerto.
Habiendo
llegado con tiempo a Badajoz, pude dar una vuelta por la ciudad y callejear
tranquilo. Al día siguiente tenía que impartir un curso: localicé el centro
donde se iba a realizar, visité la catedral y el casco antiguo y aproveché para
comprar una chaqueta marrón que me acompañó durante años y que hoy,
cochambrosa, guardo con cariño.
Martes, 21
de octubre de 2008
El
curso en Badajoz se realizó en una academia vecina a la sede social del
cliente. Puerta con puerta. En una de las dinámicas que teníamos que realizar, se debía ambientar el aula como si fuera una zapatería. El grupo que debía actuar
como protagonista se envalentonó y, armándose de los rotuladores que yo llevaba
para las explicaciones en flipchart,
se pusieron a dibujar zapatos, anuncios de rebajas, slogans y dejaron que su creatividad fluyese para llenar la pizarra
vileda.
Una
vez terminado el ejercicio, intenté borrar los dibujos. Consternado, descubrí
que habían empleado mis rotuladores (indelebles) en la pizarra. Una escapada
fugaz de una persona apañada nos hizo comprobar que, contando con suficiente
alcohol (de 96º) y papel higiénico, los rastros de los rotuladores dejan de ser
indelebles. Aunque haya que frotar.
Miércoles,
22 de octubre de 2008
Junto a Rodri, recogemos en la estación de tren
de Badajoz un coche de alquiler para hacer los más de trescientos kilómetros
que nos separan de Jerez de la Frontera, donde tenemos el siguiente curso.
Juraría que comimos en Sevilla. Debíamos devolver el vehículo en la estación de
tren, pero ya no había nadie de la compañía de alquiler, así que tuvimos que
desplazarnos hasta un polígono industrial, realizar los trámites con una mujer
que no se enteraba de la misa la media, llamar un taxi e irnos al hotel donde
íbamos a pernoctar, contiguo al estadio del equipo de fútbol. Hablamos con el
conductor para que nos recogiera el viernes y agilizar el regreso.
Jueves, 23
de octubre de 2008
Había
oído hablar del carácter de los jerezanos y su compromiso y tradición sindical.
También era conocedor del habla que todos los gaditanos gastan, en el que los
de Jerez son consumados maestros. Pero no estaba preparado para uno de los
cursos más conflictivos que pude tener en mi trayectoria como formador. Hasta
tres veces tuve que parar el curso, invitar a que saliéramos todos a fumar (y
relajarnos), porque resultó complicado avanzar en el desarrollo del programa.
En
todo caso, esos momentos complejos son, cuando se resuelven, los que hacen
mella y te permiten avanzar en tu desarrollo profesional.
Viernes, 24
de octubre de 2008
Rodri
se iba en tren (evitando los aviones) y había quedado con el taxista para que
pasara a recogerle a las 5:00 de la mañana. Yo tenía un poco más de margen,
porque iba en avión a Madrid y hacía enlace con el vuelo que me llevaba a
Asturias de vuelta.
Recuerdo
que compartí asiento con alguien a quien creía haber identificado, por sus
uñas, como compañero de trabajo en una empresa en la que yo había estado unos
años antes. Pero, dormido y cansado, no quise resolver las dudas.
Al
llegar a la T-4 veo una llamada perdida de un familiar. Cuando le devuelvo la
llamada, me enreda, contándome una historia complicadísima, enrevesada, con una
solución disparatada y que, contada por teléfono a esas horas, me pone
frenético. Entonces fumaba, así que me encamino a la búsqueda de aquellos
recintos claustrofóbicos en que se nos encerraba a los fumadores; unas cabinas
que, nos parecía entonces, eran un signo de magnanimidad y rebeldía de Esperanza Aguirre contra Zapatero, que algunos aprovechábamos
también como laboratorio de observación costumbrista. Así que, más quemado que
la moto de un hípster, con el cigarrillo sin encender colgando ladeado en mi
boca, el ceño fruncido bajo mi recién estrenado Stetson, entro furibundo en la pecera y oigo:
— ¡Coño, Indy, deja de refunfuñar!
Es
Elías. Iba camino de Oviedo. Estaba
invitado a la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias, en la
edición en la que entregaron el premio de “Investigación
Científica y Técnica” a Sumio Iijima,
Shuki Nakamura, Robert Langer, George M.
Whitesides y Tobin Marks; el de “Letras”, a Margaret Atwood; el de “Ciencias
Sociales”, a Tzvetan Todorov; el
de “Comunicación y Humanidades”, a …
— ¡Joder, lo que te enrollas Alberto…!
— Vale, de acuerdo.
— Dilo ya, hombre.
— Sí. El año de Nadal.
— Dilo claro.
— Elías estaba invitado el año que le
dieron el premio a Nadal.
— Gracias.
— De nada.
Íbamos
en aviones distintos. Yo intenté que me adelantaran el vuelo (que no conseguí),
pero Elías, que tenía coche reservado, se ofreció a esperarme (lo que acepté y le
agradecí).
En
mi vuelo iba Matías Prats, tan
peripuesto que daba dentera verle. Y también iba un periodista de Radio
Nacional, del que omitiré su nombre, porque excitado por la semana que llevaba,
me empeñé en conseguir que, en lugar de hablar (como hace por oficio), ese día
tuviera que escuchar. Fue una conversación amena y agradable. Una faena para
él, que llevaba un montón de documentación sobre los premiados, que había
dejado para repasar en el vuelo, y que nuestra charla impidió.
*****
Al
llegar al aeropuerto de Ranón, Elías me estaba esperando y aprovechamos el
viaje a Oviedo para despotricar y darle vueltas a las cosas que nos preocupaban
a ambos y, así, afianzar más nuestra amistad.
*****
Luego
estuvimos en Ribadeo, dándonos un gustazo en una comida cuya cuenta hubo que
pagar a escote porque quien nos había invitado se ausentó de acudir.
Y
fuimos unas cuantas veces a su Pola de Lena, a comer callos en una pizzería, la
combinación más extraña y apetecible que pueda recordar, con nuestros hijos
jugando en la plaza contigua.
Coincidimos
en unas cuantas cenas de Navidad.
Se
organizó un curso en el que, mano a mano, intercambiamos los papeles de
profesor y alumno, mientras yo veía cómo hacía para encontrar solución a cosas
que aparentaban no tenerla, mientras él simulaba que prestaba atención a los
asuntos sobre los que yo sólo me enrollaba y daba vueltas.
Coincidimos
en un plató de Telecinco y, buscando a Belén
Esteban, nos encontramos a Sara
Carbonero. Aprovechamos una pausa y decidimos casarnos.
*****
Recuerdos
fragmentados. Momentos que me vienen a la memoria de Elías, forjados en muchos
encuentros, del que sobresale aquel socarrón Indy, que me espetó en una pecera llena de humo (y desconocidos).
Un
amigo del que quiero acordarme.
Una
sonrisa dispuesta, un intento de alcanzar un acuerdo, una firme vocación de
servicio.
Una
excelente persona.
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Elías
Prellezo, mi amigo.
Tienes memoria privilegiada my friend, pero por encima de todo eres un crack. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias.
EliminarTodo el mérito de este artículo es suyo (de Elías).
No imaginas cómo habría deseado no tener que escribirlo.
Un abrazo.