jueves, 12 de febrero de 2015

Nunca sabes cuándo (o dónde) vas a encontrar un amigo

Lunes, 20 de octubre de 2008

Debo coger un avión que me lleve de Oviedo a Badajoz, tras un cambio de aparato en la T-4 madrileña, mucho antes de que supiéramos que se iba a llamar Adolfo Suárez.

Ahora no recuerdo los detalles, pero volar de forma reiterada (como cualquier otra actividad que realices con asiduidad), te permite desarrollar ciertos conocimientos prácticos. Yo sabía entonces, aunque ahora lo haya olvidado, el lugar exacto desde dónde partiría ese avioncito que, por sus características, obliga a embarcar andando y que hace que siempre fuese en la misma zona del aeropuerto.

Habiendo llegado con tiempo a Badajoz, pude dar una vuelta por la ciudad y callejear tranquilo. Al día siguiente tenía que impartir un curso: localicé el centro donde se iba a realizar, visité la catedral y el casco antiguo y aproveché para comprar una chaqueta marrón que me acompañó durante años y que hoy, cochambrosa, guardo con cariño.

Martes, 21 de octubre de 2008

El curso en Badajoz se realizó en una academia vecina a la sede social del cliente. Puerta con puerta. En una de las dinámicas que teníamos que realizar, se debía ambientar el aula como si fuera una zapatería. El grupo que debía actuar como protagonista se envalentonó y, armándose de los rotuladores que yo llevaba para las explicaciones en flipchart, se pusieron a dibujar zapatos, anuncios de rebajas, slogans y dejaron que su creatividad fluyese para llenar la pizarra vileda.

Una vez terminado el ejercicio, intenté borrar los dibujos. Consternado, descubrí que habían empleado mis rotuladores (indelebles) en la pizarra. Una escapada fugaz de una persona apañada nos hizo comprobar que, contando con suficiente alcohol (de 96º) y papel higiénico, los rastros de los rotuladores dejan de ser indelebles. Aunque haya que frotar.

Miércoles, 22 de octubre de 2008

Junto a Rodri, recogemos en la estación de tren de Badajoz un coche de alquiler para hacer los más de trescientos kilómetros que nos separan de Jerez de la Frontera, donde tenemos el siguiente curso. Juraría que comimos en Sevilla. Debíamos devolver el vehículo en la estación de tren, pero ya no había nadie de la compañía de alquiler, así que tuvimos que desplazarnos hasta un polígono industrial, realizar los trámites con una mujer que no se enteraba de la misa la media, llamar un taxi e irnos al hotel donde íbamos a pernoctar, contiguo al estadio del equipo de fútbol. Hablamos con el conductor para que nos recogiera el viernes y agilizar el regreso.

Jueves, 23 de octubre de 2008

Había oído hablar del carácter de los jerezanos y su compromiso y tradición sindical. También era conocedor del habla que todos los gaditanos gastan, en el que los de Jerez son consumados maestros. Pero no estaba preparado para uno de los cursos más conflictivos que pude tener en mi trayectoria como formador. Hasta tres veces tuve que parar el curso, invitar a que saliéramos todos a fumar (y relajarnos), porque resultó complicado avanzar en el desarrollo del programa.

En todo caso, esos momentos complejos son, cuando se resuelven, los que hacen mella y te permiten avanzar en tu desarrollo profesional.

Viernes, 24 de octubre de 2008

Rodri se iba en tren (evitando los aviones) y había quedado con el taxista para que pasara a recogerle a las 5:00 de la mañana. Yo tenía un poco más de margen, porque iba en avión a Madrid y hacía enlace con el vuelo que me llevaba a Asturias de vuelta.

Recuerdo que compartí asiento con alguien a quien creía haber identificado, por sus uñas, como compañero de trabajo en una empresa en la que yo había estado unos años antes. Pero, dormido y cansado, no quise resolver las dudas.

Al llegar a la T-4 veo una llamada perdida de un familiar. Cuando le devuelvo la llamada, me enreda, contándome una historia complicadísima, enrevesada, con una solución disparatada y que, contada por teléfono a esas horas, me pone frenético. Entonces fumaba, así que me encamino a la búsqueda de aquellos recintos claustrofóbicos en que se nos encerraba a los fumadores; unas cabinas que, nos parecía entonces, eran un signo de magnanimidad y rebeldía de Esperanza Aguirre contra Zapatero, que algunos aprovechábamos también como laboratorio de observación costumbrista. Así que, más quemado que la moto de un hípster, con el cigarrillo sin encender colgando ladeado en mi boca, el ceño fruncido bajo mi recién estrenado Stetson, entro furibundo en la pecera y oigo:

— ¡Coño, Indy, deja de refunfuñar!

Es Elías. Iba camino de Oviedo. Estaba invitado a la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias, en la edición en la que entregaron el premio de “Investigación Científica y Técnica” a Sumio Iijima, Shuki Nakamura, Robert Langer, George M. Whitesides y Tobin Marks; el de “Letras”, a Margaret Atwood; el de “Ciencias Sociales”, a Tzvetan Todorov; el de “Comunicación y Humanidades”, a …

— ¡Joder, lo que te enrollas Alberto…!
— Vale, de acuerdo.
— Dilo ya, hombre.
— Sí. El año de Nadal.
— Dilo claro.
— Elías estaba invitado el año que le dieron el premio a Nadal.
— Gracias.
— De nada.

Íbamos en aviones distintos. Yo intenté que me adelantaran el vuelo (que no conseguí), pero Elías, que tenía coche reservado, se ofreció a esperarme (lo que acepté y le agradecí).

En mi vuelo iba Matías Prats, tan peripuesto que daba dentera verle. Y también iba un periodista de Radio Nacional, del que omitiré su nombre, porque excitado por la semana que llevaba, me empeñé en conseguir que, en lugar de hablar (como hace por oficio), ese día tuviera que escuchar. Fue una conversación amena y agradable. Una faena para él, que llevaba un montón de documentación sobre los premiados, que había dejado para repasar en el vuelo, y que nuestra charla impidió.

*****

Al llegar al aeropuerto de Ranón, Elías me estaba esperando y aprovechamos el viaje a Oviedo para despotricar y darle vueltas a las cosas que nos preocupaban a ambos y, así, afianzar más nuestra amistad.

*****

Luego estuvimos en Ribadeo, dándonos un gustazo en una comida cuya cuenta hubo que pagar a escote porque quien nos había invitado se ausentó de acudir.

Y fuimos unas cuantas veces a su Pola de Lena, a comer callos en una pizzería, la combinación más extraña y apetecible que pueda recordar, con nuestros hijos jugando en la plaza contigua.

Coincidimos en unas cuantas cenas de Navidad.

Se organizó un curso en el que, mano a mano, intercambiamos los papeles de profesor y alumno, mientras yo veía cómo hacía para encontrar solución a cosas que aparentaban no tenerla, mientras él simulaba que prestaba atención a los asuntos sobre los que yo sólo me enrollaba y daba vueltas.

Coincidimos en un plató de Telecinco y, buscando a Belén Esteban, nos encontramos a Sara Carbonero. Aprovechamos una pausa y decidimos casarnos.

*****

Recuerdos fragmentados. Momentos que me vienen a la memoria de Elías, forjados en muchos encuentros, del que sobresale aquel socarrón Indy, que me espetó en una pecera llena de humo (y desconocidos).

Un amigo del que quiero acordarme.

Una sonrisa dispuesta, un intento de alcanzar un acuerdo, una firme vocación de servicio.

Una excelente persona.

*****

Elías Prellezo, mi amigo.


2 comentarios:

  1. Tienes memoria privilegiada my friend, pero por encima de todo eres un crack. Un fuerte abrazo.

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    Respuestas
    1. Gracias.
      Todo el mérito de este artículo es suyo (de Elías).
      No imaginas cómo habría deseado no tener que escribirlo.

      Un abrazo.

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