sábado, 27 de marzo de 2021

Haircut One Hundred — Love Plus One


Haircut One Hundred
Love Plus One

Pelican West (1982)

Beckenham, Kent (UK)

Nick Heyward / Mark Fox / Blair Cunningham

Les Nemes / Phil Smith / Graham Jones

*****

Llegó la hora de contar una batallita.

1982 fue el año en que se jugó el Mundial de Fútbol (el disputado en España), el que me tocó hacer la Selectividad (en un único día), el de las Elecciones Generales que ganó el PSOE por primera vez (el 28 de octubre, un jueves) y en el que me haría mayor de edad.

Todo en ese orden.

Eso explica muchas cosas, como que yo no pudiera votar.

O que aprobara por los pelos, porque me chupé todo el mundial en lugar de dedicarme a estudiar.

Pero también explica que me pasara un verano de casi tres meses, continuados en las fiestas de San Mateo, que se celebran en septiembre y que hace que estuviera la tercera parte del año sin rascarla (de manera oficial; las otras dos fue sin tener justificación ni excusa).

*****

Pero, tras haber aprobado el examen de ingreso a la Universidad, me preparé para pasar tanto tiempo en Navia.

Una de las cosas imprescindibles de las que me tenía que ocupar (la única, en realidad) era preparar cintas, así que me puse a grabar unas cuantas.

Al ser menor de edad no tenía carnet de conducir coches. Ni mis amigos tampoco. Pero teníamos motos y pese a ser ciclomotores (uso máximo permitido: una persona) nos las ingeniábamos para transportar a cuántas personas hiciera falta por el procedimiento de convertir a cualquiera en paquete. Amazon debió inspirarse en nuestro ingenio, seguro. Conozco a alguien que ha desarrollado un vínculo umbilical, diría.

En todo caso no había llegado el momento en que, disponiendo de coche, varios nos peleábamos en aportar música, lo que conduciría a mayor variedad en la dieta y a descubrir novedades.

Pero en 1982, cuando ya íbamos bastante cargados en las motos y no disponíamos de interés en llevar más bártulos, había que ser selectivo en la preparación de la música: sabía que las iba a tener que oír muchas veces y, dado que el K7 es un formato analógico (y secuencial), no tenías la opción de utilizar el random, ni el next (que, por supuesto, no se habían inventado).

Mi loro (un Sony de doble pletina tamaño XXXL; era lo que se llevaba entonces), tenía las siguientes opciones (<47;8=) (stop, play, rew, pause, ffwd, REC). A la fuerza habíamos aprendido que sólo los dos primeros eran válidos, porque con los de adelante, atrás y pausar podías armar la yenka y pinchar la cinta, o, peor, que se enganchara en las bobinas y, lo que era un verdadero engorro, era además prescindible. Para qué engañarnos: todos sabíamos movernos por la cinta empleando un boli BIC (no importa si naranja o cristal, no queríamos escribir ni normal ni fino).

La última de las teclas era una bomba y se entendía pronto por qué venía en rojo. Un día descubrimos que había una pestaña que se podía romper y se utilizaba para impedir que la cinta pudiese quedarse en cinta, por así decir, lo que, mediante el procedimiento de hacer un pequeño clic, le daba el carácter profesional de una cinta original, pese a que la mayoría sólo las hubiésemos visto en las colecciones de los padres melómanos (igual tenías la suerte de que tu padre fuera uno, como era mi caso, pero no quiero despistarme más de este relato y llegar a la Zarzuela). También estaban las cintas promocionales que a mi padre le dejaban de diferentes laboratorios. Las había muy molonas, con los nombres de los fármacos intentando llamar su atención: Dexenlatrine, Flomerol, Ixial, Clorilina, Oxane... Era una lástima que resultaran, de verdad te lo juro, muestras sin valor. Las querencias de la labor comercial aplicadas al sector farmacéutico (y a la innovación).

Nuestra madurez como recopiladores (hablo por mí, pero no creo que sea el único) llegó cuando algún iniciado nos enseñó que otra cinta (de cello) conseguía el efecto que muchos años más tarde buscó Leticia (la Sabater, no la otra) y que hacía que el K-7 volviera a su estado inicial y pudieras grabar de nuevo. Eso permitía usos creativos: sustituías unos recopilatorios por otros más modernos (todavía no habías empleado tiempo en diseñar las carátulas y no te ocupabas de coleccionar los K-7 que tú mismo habías cocinado), comprendiste que podías dar uso a las cintas promocionales de los laboratorios y, quizá en un momento perverso, te atreviste a pensar en grabar una recopilación de techno en “La canción del olvido”, pero es posible que tanto contenido metafórico te delatara ante tu padre y finalmente te acobardaras y dejaras tu plan en conato.

La conclusión más obvia es que ese año compatibilizaba formatos: el loro para actos colectivos, Walkman para momentos solitarios. Pero las cintas eran las mismas. Y pese a que la repetición de cualquier canción conlleva que te termine gustando (efecto que explica por qué triunfa lo que triunfa, por puro mimetismo), hay unas que te terminan gustando más y, si eras sabio, las colocabas al principio de la cara, de forma que la que te obsesionaba era la primera y entonces seguías un procedimiento sencillo: 4, canción, <, BIC, 4, canción, ...

Esta rutina ocupaba todo el tiempo libre del que dispusieras y, en los ochenta, disponíamos de muuuuuuuuuucho tiempo libre.

Eso también explica por qué al final del verano no querías saber nada de la cinta que te sabías al dedillo, que la retiraras sin llegar a tirarla, compraras unas estanterías ad hoc para colocarlas y ahí, junto al resto de quemadas, empezó tu primera colección de cintas, que sumabas a la de singles, LPs, comics, libros, porno, mecheros vacíos, ceniza (como habías visto hacer en “Fuga de Alcatraz”), tebeos, bolígrafos (esa manía tuya de estrenar uno para cada examen...); llegarían más manías, nunca dejan de llegar.

*****

Me compré el LP porque en 1982 empezaba a ser difícil encontrar los singles. A mí me gustaba una canción, sus percusiones y sus vientos, su aire desenfadado y veraniego. Era ideal. El resto me daba lo mismo. Me llamaba la atención que en la portada del disco cuatro de los miembros del grupo posaran con jersey otoñal, a juego con las hojas caídas. ¡Eran unos adelantados!

Y la escuché tropecientas veces en el verano del ’82.

Creo que no había visto el vídeo (que, teniendo en cuenta la hora y a la vista de lo que se alarga la batallita, me excusaré de comentar, sabedor del enorme juego que me proporcionaría). En 1982 comprábamos las canciones que oíamos en la radio; los programas musicales con vídeos que grabábamos en el reproductor familiar fueron posteriores. Así que no había visto al cantante solista deslizarse en una liana hasta hace bastante poco.

Es posible que no supiera que se tratara de Nick Heyward, porque es posible que en 1982 no supiera que había estado en el grupo. Me sonaba su nombre, sin duda. El otro día Juanjo Frontera lo incorporó a su Caramelo de limón dedicado a canciones de los ‘80s y mi manía de tirar del hilo me llevó a viajar casi 40 años hacia atrás en el tiempo.

Me alegra que me hayas acompañado.

Jersey gordo en verano

4 comentarios:

  1. añoranzas.jjj que tiempos del casette. grandisimo lp y temazo

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  2. Que buenos recuerdos me trae esta canción. Me ha hecho recordar "Whistle down the wind" de Nick Heyward, que la tenía grabada en una cinta (creo que todavía está en casa) junto con The The, China Crisis, The Cure... Anda que no le dí guerra a esa cinta.

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    Respuestas
    1. Esas cintas en las que echábamos tanto tiempo en confeccionar y que guardamos en la memoria.

      Gracias

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