El fichaje de Aretha
por Atlantic fue todo un
acontecimiento.
Se sabía de su talento (desaprovechado en Columbia).
Pero Jerry Wexler sabía
dónde tenía que ir.
Muscle Shoals,
Alabama. El estudio FAME, de Rick Hall.
Allí dispuso de lo mejor del negocio.
Tras grabar “I
Never Loved A Man (The Way I Love You)” se pusieron con la
cara B del single.
Nadie esperaba que un comentario de un músico presente en la
sesión hiciera que Ted White
(entonces marido y manager de Aretha) estallara. No mejoraron las cosas con la
intervención de Rick Hall. Jerry Wexler decidió cancelar el trabajo hasta el
día siguiente para descubrir entonces (con pasmo, trata de imaginar la escena)
que el matrimonio había volado.
*****
Era evidente que no podrían terminar de grabar en Alabama, así que
llevaron a toda la troupe a NY y,
cuando consiguieron que Aretha fuera al estudio (acompañada por sus hermanas Carolyn y Erma, en lugar de su marido), completaron uno de los singles más extraordinarios de la
historia de la música popular.
Aretha era tan moderna que la canción, compuesta por Dan Penn y Chips Moman, tiene plena vigencia hoy.
Precisamente hoy.
Tómame en serio, y siempre te amaré
Y nadie podrá obligarme a hacer las cosas mal
Darme por conquistada da inseguridad al amor
Debilita la fuerza de voluntad y fortalece la tentación
Una mujer es una persona
Debes comprenderlo
No es un simple juguete
Ella es de carne y hueso, igual que un hombre
Si quieres que una mujer haga lo correcto durante el día
Tú debes comportarte de forma correcta por las noches
La
naturalidad de Aretha se manifiesta
en una forma de moderar su talento para dejar brotar emociones puras; en 1968 ha
alcanzado cotas máximas.
La
composición de Gerry Goffin, Carole King y Jerry Wexler, cuenta con Spooner
Oldham (piano), Tommy Cogbill
(bajo), Gene Chrisman (batería), The Sweet Inspirations, Carolyn & Erma Franklin (coros).
La versión en directo de la autora —que la había recuperado para
su reivindicación como intérprete (y no sólo compositora) de éxito, el
imprescindible Tapestry— muestra los sólidos fundamentos de una mujer
independiente y triunfal.
Si
me viera forzado a tener que elegir una artista, no tendría demasiadas dudas.
Descartaría escritoras, bailarinas, actrices, escultoras, arquitectas,
locutoras, cocineras, comentaristas, cineastas, echadoras de cartas, nudistas,
sociólogas, fotógrafas, escaladoras, magas, deportistas e incluso masajistas.
Me
quedaría con una cantante; una de esas mujeres totales, con un legado tan
fácilmente identificable que, para mencionarla, no se precisan apellidos.
Una
mujer con una voz extraordinaria, dotada de un talento mayúsculo, que fue capaz
de alcanzar el triunfo (y el reconocimiento), antes de que se le ofreciera un
repertorio acorde a su sensibilidad y atributos.
Empezó
cantando gospel en la comunidad en la
que su padre, el famoso reverendo C. L.
Franklin, lanzaba sus incendiarias arengas, llenas de pasión, plegarias y
ritmo. Por allí pasarían figuras legendarias de la comunidad negra americana: Mahalia Jackson, Clara Ward, James Cleveland,
Jackie Wilson o Sam Cooke. Y todos enmudecían, oyendo cantar a una cría tan precoz,
bendecida con un talento (sobre)natural.
En
1967 decide no renovar su contrato, descontenta con la pobreza del material que
se le ofrecía. Ficha por Atlantic
Records, se deja aconsejar por Jerry
Wexler y se va a grabar a Alabama,
en el sur más profundo, en una pequeña población, Muscle Shoals, acompañada por los músicos blancos del pequeño
estudio Fame. La canción, “I never loved a man (The way
I love you)”, redefine el soul
—y toda la música popular— y eleva a la
artista a una nueva posición, ostentando desde entonces, ya para siempre, el
título de Reina del soul.
Una
pelea de su marido, en los descansos de la grabación, obliga a un cambio de
escenario. Se llevan músicos y atrezzo,
trasladando el montaje a New York.
Allí
la lista de temas que interpreta (y compone) constituye el edificio sonoro más
sólido que una mujer haya construido nunca. Vean:
Ya
se ha convertido en una diva. Decide cambiar de aires y ficha por Arista.
Entre
tanto, se refugia en Chicago, monta un
restaurante de comida para el alma y, dejando que John Lee Hooker se ponga a quejarse a la puerta del
establecimiento, da galones a Matt “guitarra”Murphy para hacerse pasar por su marido, cambia el saxo de Lou“blue”Marini por un mandil y una escoba y
atiende a los parroquianos en persona, dejándose sorprender en ocasiones por
las rarezas de los visitantes, que, vistiendo como propietarios de un negocio
de pompas fúnebres, encargan comandas atípicas, descriptivas de su atormentado
carácter: el alto pide un par de tostadas de pan blanco, sin acompañamiento ni
bebida; el bajo encarga cuatro pollos fritos y una coca. Son Jake y Elwood, empeñados en reclutar a su antigua banda, en la que también
andan mezclados Steve Cropper y Donald
“Duck”Dunn. A Aretha no le hace ni pizca
de gracia y, acompañada como siempre por sus hermanas Carolyn y Erma, le pide
a su marido que piense, sin mostrar ningún reparo en cantar llevando bata
guateada y zapatillas de felpa.
“Think” [“The Blues
Brothers” (“Granujas a todo ritmo”)
es una película dirigida en 1980 por John
Landis, con John Belushi y Dan Aykroyd como los hermanos azules. La BSO más recomendable
que pueda imaginar].
Una
interpretación para quitar el hipo, eternamente imitada.
A
partir de ahí, el acierto de Aretha encoge, a la par que su figura crece y adquiere
mayor dimensión. Es un verdadero pilar de la comunidad. Cualquier presidente,
más si comparte origen racial, hubiera querido tenerla
cerca en un día relevante.
*****
Antes
de terminar con ella, quiero recuperar un concierto espectacular, cuando más en
forma se encontraba.
Una
visita al albergue y, la que era entonces una bolita de pelo, se hizo querer,
acercándose a unas piernas, frotándose contra ellas, diciendo claramente que
quería que se fueran juntas.
A
una le sirvió para salir de un abandono injusto, al que un desalmado la había
condenado.
A
la otra le valió de compañía y le permitió sentir que lo que hasta entonces
sólo había sido una casa, empezaba a convertirse en un hogar; nada menos que el
suyo.
Se
adoptaron y se aceptaron. Ambas se acogieron, alimentando un vínculo que tuvo
cabida para otros, los que aparecieron más tarde, haciéndose grandes,
entregando y recibiendo cariño, formando esa cosa tan antigua, pero
tremendamente necesaria, que constituye una familia.
*****
Estuvo
17 años con nosotros.
Hoy
está tranquila: ha vuelto a juntarse con Otis.