jueves, 30 de abril de 2015

Vago redomado

Estoy lleno de prejuicios.

Pasan los años y —me percato de ello—, algunos se acentúan. Me gusta pensar que, con la edad (o quizá la madurez), he podido tamizarlos, buscando evitar que todos mis prejuicios sean negativos.

Algunos me predisponen positivamente hacia algo o, muy especialmente, hacia alguien. Se activan de forma inmediata cuando escucho:

— realizar una pregunta sin plantear un expositivo previo
— admitir la incapacidad para establecer un criterio, al aceptar que se desconocen todos los elementos que puedan fundamentar la valoración personal
— reconocer que uno mismo es un “vago redomado”.

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Intuyo lo que significa para quien se identifica así.
De los dos términos, el esencial se emplaza en segundo lugar.
El primero se emplea como un señuelo: algunos se quedan con la imagen de Tomás el gafe balanceándose en una mecedora.



Es un embuste, un artificio; la muleta que atrapa al morlaco.
Despista y desenmascara.

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Quien se etiqueta a sí mismo como redomado, es cauteloso y astuto.
Tiene en alta estima la cualidad negativa que se le atribuye.

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No es alguien apático, holgazán o perezoso. No se siente vacío o desocupado.
No es, en absoluto, un vago1.
Quizá sea vago2, y ande sin rumbo fijo, sin detenerse en ningún lugar.
Puede que sea impreciso, indeterminado, indefinido.
Con seguridad, le gustará matar moscas con el rabo.
Necesitará disponer de tiempo.
Sabrá cómo hacer para encontrarlo.

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Con toda certeza empezará más cosas de las que sea capaz de terminar.
Esa desazón le anima a confesarse, públicamente, como vago.

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Olvido, en mi deambular errático, que no estoy hablando de mí.
Me vienen a la cabeza las veces en las que he oído decir: “soy un vago redomado” y, como si fuera un resorte, mis orejas se ponen tiesas, me quedo parado como si fuera una teckle marcando una presa.
Me encuentro con alguien que creo que merece la pena dedicarle un poco de tiempo para ponerme a escuchar.

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"Este mundo es un lugar de ajetreo. ¡Qué incesante bullicio! [...] No hay domingos. Sería maravilloso ver a la humanidad descansando por una vez. No hay más que trabajo, trabajo, trabajo. No es fácil conseguir un simple cuaderno para escribir ideas. [...] Yo creo que no hay nada, ni tan siquiera el crimen, más opuesto a la poesía, a la filosofía, a la vida misma, que este incesante trabajar".
Henry D. Thoreau

Life without principle (1863) es uno de los escritos incluido en Desobediencia civil y otros escritos (Alianza, 2013).

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"En estos tiempos en que todo el mundo está obligado, so pena de ser condenado en ausencia por un delito de lesa respetabilidad, a emprender alguna profesión lucrativa y a esforzarse en ella con bríos cercanos al entusiasmo, la defensa de la opinión opuesta por parte de los que se contentan con tener lo suficiente, y prefieren mantenerse al margen y disfrutar, tiene algo de bravata y fanfarronería. Sin embargo, no debería ser así. La supuesta ociosidad, que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas que no están reconocidas en las dogmáticas prescripciones de la clase dominante, tiene tanto derecho a exponer su posición como la propia laboriosidad".
Robert Louis Stevenson

An apology for idlers (1877) es el primer escrito incluido en En defensa de los ociosos (Taurus, 2014).

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“El trabajo es el esfuerzo que se dedica a crear, a partir de la materia pasiva (‘bruta’), una cosa nueva a la cual se le da una nueva finalidad gracias a la mano modeladora del artífice; la proeza, por su parte, y en la medida en que produce un resultado útil para el agente que la realiza, consiste en enderezar hacia los fines de éste energías que antes habían sido dirigidas hacia otros fines por otro agente.

[…] La gama general de actividades que responden al apelativo de proezas pertenece a los varones por ser éstos más corpulentos, de mayor envergadura, más capaces de realizar un esfuerzo repentino y violento, y más inclinados a la autoafirmación, a la emulación activa y la agresión”.
Thorstein Veblen

The theory of the leisure class (1899) se tradujo como Teoría de la clase ociosa (Alianza, 2014).

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"Nos inclinamos a desear cosas que no nos gustan y a disfrutar de cosas que no deseamos [...]. La gente se deja llevar por convenciones sociales -en este caso, la asentada idea de que estar 'de ocio' es más deseable, y conlleva un mayor estatus, que estar 'en el trabajo'- en lugar de por sus sentimientos verdaderos".
Nicholas Carr


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Es suficiente.
Ya he esgrimido bastante material como para espantar a todas las moscas atareadas, ocupadas, laboriosas; a todos los que les intimida que les consideren ineficaces o improductivos, carentes de excelencia; los que ocultan su falta de curiosidad (a la que consideran insana) en una sucesión inacabable de tareas que les permite “hacer por hacer”, “sentirse ocupados” o “matar el tiempo”.

He sido provocador y habrá quien considere que le he hecho perder el tiempo, atendiendo a un sinsentido.

Daba vueltas sin llegar a ningún sitio (mareando la perdiz, en un circuito, entre semana).

Estaba, definitivamente, perezoso (y un poco tonto).

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Es la forma más enrevesada que puedo concebir para aceptar un ofrecimiento que me ha sido hecho.
Nunca he usado paraguas.

2 comentarios:

  1. menudo post para considerarrse perezoso Creo que no soy vago aunque mi ideal sería serlo en lo de perezoso no en lo astuto La pereza tiene un algo de virtud que es llevar tu ritmo y no el que te marquen Un acto de rebeldia

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  2. Creo que, por una vez, comento con algo que escribí y que Verónica ilustró maravillosamente en su blog.

    http://lamuertedelespejo.blogspot.com.es/2011/11/l100e-dieciocho.html

    (Pero esto no quita que este vago que no para, sobre todo desde que se jubiló, vuelva a comentar este post redomadamente preciso).

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