martes, 7 de junio de 2011

Un ascensor y un par de alemanes

La semana pasada me tocó pasar un día de trabajo en Valencia, lo que, por el mero hecho de vivir en un corner, me llevaría dedicarle tres días en circunstancias normales. Pero, aprovechando la situación, decidimos darnos un pequeño homenaje, y, con el apoyo logístico de unos amigos, quedarnos un par de días más ella y yo.

Teníamos ganas de pasear por lo que llaman la “Valencia monumental”, así que nos olvidamos del transporte público y empleamos el paseo como medio de locomoción y la terraza como forma de suministro de bebidas y comidas (mucho arroz y pescado). Coincidimos con buenos amigos y tuvimos tiempo y calma hasta para discutir, no sólo de temas de protagonismo infantil —aunque pudiéramos mostrarnos infantiles en nuestros argumentos a ojos de un extraño entrometido—.

Estábamos alojados en un muy céntrico hotel de «««« y llegado el fin de semana —hasta ese momento habíamos coincidido con nacionales— el resto de huéspedes pareció reducirse a sólo dos categorías: extranjeros —principalmente alemanes e ingleses— y nosotros.

Cuando viajo me gusta contemplar el comportamiento de la gente que me rodea —en realidad, me gusta hacerlo siempre, pero en los viajes me siento “obligado”—. Observo a los territoriales y trato de asimilar lo aprovechable de lo que hacen en un terreno para ellos conocido. También observo a los forasteros y me asombro que mantengan un nivel de comportamiento permanentemente anclado a costumbres que, cuando menos, pueden calificarse como fuera de lugar.

Para empezar: una de las motivaciones intrínsecas de viajar es conocer la variedad gastronómica del lugar que visitas. Resulta tan evidente que no es costumbre de esta grey dejarse arrastrar por el localismo gastronómico que se han desarrollado empresas manufactureras de productos, destinados casi en exclusiva a su venta en aeropuertos, que incluyen en un mismo lote —kit—, los top de los tópicos hispanos —sangría-corrida de toros-matador-flamenco-traje faralaes-sombrero mexicano—. Las ensaimadas, por voluminosas, han tenido que quedarse fuera. El empresario que descubra la manera de encasquetar en un solo lote trifásico —kit— el triunvirato hispano —ensaimada + sombrero mexicano + paellera— seguro que se forra por forrar el desayuno, la comida y la cabeza de nuestros simpáticos visitantes.

Bien, me estoy yendo del tema.

En el monocorde buffet del hotel que ocupábamos echamos en falta un buen zumo de naranja natural recién exprimido y, ya apurando, una horchatera. Por lo demás las variedades de panes y panecillos, ciabattas, baguettes y rebanadas, palmeras, croissants y napolitanas, muffins, cakes y pretzels, frutas, cereales, yoghourt, quesos, huevos, salchichas, embutidos y demás viandas entraban dentro de lo normal en cualquier buffet que se precie. En este caso, agradecí interiormente la presencia de un bol siempre lleno —hasta mi llegada— de tomate rallado natural y otro de salmorejo. El primero me permitía prepararme un buen desayuno español: unas tostadas de pan blanco con tomate rallado, sal, aceite de oliva virgen extra y jamón —normalito pero apetitoso, al presentarse rociado con unas gotitas hábilmente dispuestas de aceite de oliva—. A pesar de esmerarme en los preparativos del “pa amb tomaca (amb pernil)” —en Málaga me enseñaron que, después de tostar el pan y antes de untar, hay que practicar orificios con el dorso de la cuchara para que el unte pringue, cosa que desde entonces hago y, en Valencia, de pie, al lado de la tostadora, lo hice intencionadamente de forma ruidosa y reiterada—, no conseguí que ningún extranjero, especialmente alemán, distrajera su atención del pan negro, los huevos revueltos, las vitamínicas salchichas Oscar Mayer y la grasienta y monumental ración de bacon frito y recocido tras horas de permanencia en los megalíticos calentadores.

Así que, tras el desayuno, en mi caso, la ducha y el arreglo corporal —no necesariamente en ese mismo orden—. Ella solía subir antes que yo, por lo que aprovechaba para echarle un ojo al periódico y, a ratos, al personal. Cuando decidía encaminarme hacia el ascensor, siempre llegaban al mismo tiempo una pareja de alemanes —no necesariamente los mismos— que maleducadamente evitaban responder a mi cortés saludo matutino. Su siguiente paso incluía simultáneamente la contemplación de sus propias uñas y la realización de (todo menos sutiles) comentarios sobre la forma y decoración de sus uñas (supongo). Coincidí más veces en el ascensor con visitantes mudos pero ni las dos alemanas con falda y jersey a rayas a juego —las rayas de la falda de una a juego con las rayas del jersey de la otra—, ni la familia italiana —a pesar de que les hice monerías a sus dos encochados niños—, fueron capaces de contestarme con un simple “hola”, “buenos días” o “gracias”.

Así que me enfadé y, como ella me dejaba terminando el segundo café y el periódico, planeé cómo vengarme.

  1. Saludo a los que se ponen a esperar el ascensor después de mí y no recibo contestación.

  1. Inician entonces la exploración —forzada— de uñas. Desatienden al frente.

  1. Las puertas se abren y, estratégicamente, me he colocado para entrar el primero en el lado en que se encuentra la botonera.

  1. Al entrar marco el piso al que voy.

  1. Su distanciamiento les impide entrar a continuación mío. La pausa les paraliza brevemente. Deben comprobar que no les miro o les hablo y vuelven a explorar sus uñas.

  1. Su entrada coincide con el cierre automático de la puerta que impacta notablemente con su hombro.

  1. Interjección alemana bien empleada —NM6MN


2 comentarios:

  1. Este de los alemanes en ascensor me lo debí perder. Es cierto que hay mucha gente que enmudece en los ascensores, cuando viajas al extranjero, si no conoces el idioma. . . se pueden usar otras formas, la mirada, el saludo con la mano, la sonrisa. . . Cualquier cosa menos la mala educación. Besos

    ResponderEliminar
  2. La mala educación se extiende de forma notable. Es una lástima ver que los forasteros pueden llegar a ser todavía más molestos que los nacionales.

    Un beso

    ResponderEliminar

Tu comentario será bien recibido. Gracias

Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...